martes, 22 de julio de 2025

Un bloguero mendocino contra el Magisterio de la Iglesia

Entre la nostalgia y el cisma: el combate de un confundido bloguero mendocino contra la Iglesia que camina. [En la imagen: fragmento de "Castel Gandolfo, Lago Albano, Italia", óleo sobre lienzo, s/d, obra de Christopher Pearse Cranch, perteneciente a la Corcoran Collection, National Gallery of Art de Washington D.C., USA].

"El que a vosotros escucha, a mí me escucha;
el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza;
y el que me rechaza, rechaza al que me ha enviado" (Lc 10,16)
   
----------En torno a la enseñanza que acerca de la Sinodalidad está desarrollando actualmente el Magisterio de la Iglesia, intentaré aquí dar respuesta a una crítica pseudoteológica, más bien gnóstica, que, por su tono y sus presupuestos, se sitúa fuera del perímetro de la catolicidad. Frente a tales expresiones alejadas de la comunión católica no suelo intervenir con publicaciones en este blog, cuyos lectores son católicos. Pero cuando el error se disfraza de fidelidad "católica", y la desobediencia se reviste de celo "doctrinal", conviene al menos señalar el equívoco, para que los lectores no confundan la sombra con la sustancia.
----------Me refiero al texto publicado en su blog por el prof. Rubén Peretó Rivas (bajo alias “Eck”), titulado "La sinodalidad como última máscara del centralismo papal pseudorromano". El autor se presenta como defensor de la Tradición, pero lo hace desde una lógica que niega el Magisterio vivo, desfigura la eclesiología católica y erosiona la comunión con el Sucesor de Pedro. 
----------El artículo sostiene que “la sinodalidad es la última máscara del centralismo papal pseudorromano”; que bajo la apariencia de participación, el Papa concentra el poder en Roma “como nunca antes en la historia”. Tales afirmaciones revelan una lógica desacreditadora, no comprensiva, y justifican esta intervención de advertencia. Términos como “máscara”, “control ideológico” y “manipulación” indican una mirada ideologizada, no teológica.
----------Es comprensible que algunos sectores en el seno de la Iglesia -particularmente aquellos marcados por una sensibilidad tradicionalista que ha derivado en posturas pasadistas filolefebvrianas- experimenten desconcierto ante el lenguaje y las formas que el Magisterio actual emplea para hablar de sinodalidad. Pero ese desconcierto debe ser iluminado por la fe en la acción del Espíritu Santo y por una formación catequética profunda. La caridad exige distinguir entre el error y la persona, y reconocer que detrás de ciertas críticas hay, a veces, una búsqueda sincera de verdad, aunque mal orientada.
----------Una primera falsedad del artículo es presentar al Papa como impostor romano. Acusar a Francisco de haber instaurado un modelo “pseudorromano” no es una simple imprudencia: es una aberración teológica. Cuestionar la legitimidad del Magisterio pontificio es romper la comunión eclesial, y eso -le guste o no al autor- es cisma. Cito algunas expresiones del artículo sub examine: 
----------"La sinodalidad es la última máscara del centralismo papal pseudorromano. Es el modo en que el Papa Francisco ha logrado imponer un modelo de gobierno que, bajo la apariencia de participación, concentra el poder en Roma como nunca antes en la historia. [...] El Papa actual ha sustituido la figura del pontífice romano por la del gerente sinodal, que decide todo en nombre de una consulta que nunca es vinculante".
----------Estas frases revelan una acusación directa contra la legitimidad del ministerio petrino, al sugerir que el Sucesor de Pedro ha abandonado su identidad romana y ha adoptado una forma de gobierno manipuladora. La expresión “máscara” implica engaño deliberado, y el término “pseudorromano” niega la autenticidad del vínculo entre el Papa y la sede romana. En cambio, el Magisterio es claro:
----------“El colegio episcopal, en cuanto unido con el Romano Pontífice, su cabeza, y nunca sin él, tiene autoridad suprema y plena sobre la Iglesia universal” (Lumen gentium, n.22).
----------“La sinodalidad es un estilo, una actitud que nos ayuda a ser Iglesia, promoviendo auténticas experiencias de participación y comunión” (León XIV, Discurso ante el Consejo Ordinario del Sínodo, 26/06/2025).
----------Por lo tanto, lo que el artículo llama “pseudorromanismo” no sólo carece de base: es una negación de la legitimidad del Primado como garante de comunión.
----------Una segunda falsedad es calificar la sinodalidad como técnica de control. El artículo que analizamos expresa: "La sinodalidad es una técnica de control ideológico. Se presenta como apertura, pero en realidad es una forma de imponer una agenda progresista desde Roma. [...] Los sínodos actuales no son verdaderas deliberaciones eclesiales, sino simulacros de consulta donde todo está decidido de antemano".
----------Estas afirmaciones revelan una visión profundamente desconfiada del proceso sinodal, que lo reduce a una herramienta de manipulación. El uso de términos como “simulacro” y “agenda progresista” sugiere una lectura ideologizada que ignora la dimensión espiritual y teológica del proceso.
----------Frente a la acusación de ser la sinodalidad una estrategia de manipulación, el Magisterio enseña claramente que la sinodalidad es expresión del sensus fidei, del caminar juntos como Pueblo de Dios, bajo la guía del Espíritu y en comunión con los pastores.
----------“La sinodalidad es dimensión constitutiva de la Iglesia. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’” (Francisco, Discurso del 17/10/2015).
----------“La sinodalidad indica el específico modo de vivir y obrar de la Iglesia como comunión […] en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, n.6).
----------“La sinodalidad no es estrategia de gobierno, sino forma de obediencia al Espíritu” (León XIV, Homilía de la Misa de Pentecostés, 8 de junio de 2025).
----------Reducirla a caricatura ideológica revela ignorancia -culpable- de la doctrina conciliar y postconciliar. La sinodalidad, bien entendida, no es una técnica ni una estrategia: es una forma de obediencia comunitaria, donde el discernimiento se hace en comunión, no en competencia.
----------Una tercera falsedad del artículo en cuestión consiste en sentenciar la ruptura como dogma. Desde su primera línea se impone -sin discusión ni matices- la tesis de que el Concilio Vaticano II introdujo una ruptura doctrinal. Todo lo que sigue en el artículo -crítica al Papa, rechazo de la sinodalidad, desconfianza hacia el Magisterio- se funda en esta premisa ideologizada, ajena al pensamiento católico.
----------El artículo sub examine expresa: "La sinodalidad es hija directa del Concilio Vaticano II, que introdujo una eclesiología rupturista, ajena a la Tradición. Desde entonces, la Iglesia ha abandonado su estructura jerárquica para adoptar un modelo horizontal, más cercano a la democracia que a la Revelación. [...] La ruptura conciliar es evidente: basta comparar los documentos del Vaticano II con los de Trento o el Vaticano I para notar el cambio de paradigma". Estas afirmaciones no sólo presentan el Concilio Vaticano II como una ruptura doctrinal, sino que lo hacen con una lógica de condena, sin matices ni apertura al discernimiento. La acusación de “modelo horizontal” y “democrático” revela una lectura ideologizada que desconoce la continuidad viva del Magisterio.
----------Quien sostiene tales tesis no sólo yerra: roza el terreno de la herejía. Niega la acción del Espíritu en el discernimiento conciliar y sustituye la fe por sospecha. El Concilio no fue revolución, sino reforma fiel al Evangelio. Criticarlo desde la ruptura equivale a separarse de la comunión eclesial.
----------El Magisterio de la Iglesia, en cambio, ha enseñado y enseña, autorizado por nuestro Señor Jesucristo, que el Concilio debe ser leído en continuidad con la Tradición. Negar esa continuidad es negar la capacidad del Espíritu para guiar a la Iglesia, y eso -insisto- no es católico.
----------El Magisterio reciente ha reafirmado esta continuidad. El papa Benedicto XVI expresó con claridad: “La hermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del único sujeto-Iglesia, es la clave correcta para interpretar el Concilio Vaticano II” (Discurso a la Curia Romana, 22/12/2005). León XIV, en plena consonancia, ha afirmado que “la sinodalidad es un estilo, una actitud que nos ayuda a ser Iglesia, promoviendo auténticas experiencias de participación y comunión” (26 de junio de 2025), y que “expresa felizmente el modo en el cual el Espíritu modela la Iglesia” (Pentecostés, 7 de junio de 2025).
----------La sospecha de ruptura respecto del Concilio y de los Papas del postconcilio, que nutren estos sectores del pasadismo filolefebvriano, ha sido alimentada por interpretaciones apresuradas y experiencias pastorales mal conducidas. Son fieles que, especialmente formados en una teología preconciliar, han vivido con dolor los cambios litúrgicos y doctrinales. Esa herida, aunque real, debe ser sanada, no canonizada.
----------La nostalgia por formas pasadas, cuando se absolutiza, se convierte en criterio exclusivo de verdad. Es legítimo preguntarse cómo se articula la continuidad en medio de la renovación. Pero esa pregunta debe hacerse desde la fe, no desde la ideología. 
----------Aunque la crítica al Concilio puede nacer de una pasión por la pureza doctrinal, la belleza litúrgica o la claridad moral, si no se vive en comunión, se transforma en soberbia. La Tradición no es un museo: es una corriente viva, guiada por el Espíritu, en la comunión con el Sucesor de Pedro.
----------En conclusión, el texto del artículo que hemos analizado, no es una crítica teológica, sino un panfleto ideológico. Su lenguaje (tal como estamos habituados en los textos publicados por este bloguero mendocino) es agresivo, arrogante, vulgar, y despectivo de todo lo que huela a Concilio Vaticano II, y su lógica rupturista y eclesiología son incompatibles con la fe católica. Pues no basta con invocar a los Padres: hay que vivir la Tradición bajo el Magisterio, en la Iglesia real, no en la imaginada.
----------“La puesta en acción de una Iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios” (CTI, Sinodalidad, n.9). León XIV, en su reciente discurso a los obispos latinoamericanos (2/07/2025), recordó que la comunión eclesial no es opcional: la fidelidad a la fe exige obediencia al Magisterio y pertenencia plena a la Tradición viva.
----------Que el Señor nos libre de los falsos profetas que, en nombre de la Tradición, siembran división.
   
Anexo: Textos del papa León XIV relativos a la sinodalidad eclesial

----------"Quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de la que me gustaría destacar algunas notas fundamentales: el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cf. n.11); la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cf. n.9); el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cf. n.33); la atención al sensus fidei (cf. nn.119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cf.123); el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cf.n.53); el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cf. n.84, Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 1-2). Se trata de los principios del Evangelio que animan e inspiran, desde siempre, la vida y la obra de la Familia de Dios" (Discurso al Colegio Cardenalicio, 10 de mayo de 2025).
----------"Ustedes son valiosos. Al mirarlos, pienso en la variedad de sus procedencias, en la historia gloriosa y en los duros sufrimientos que muchas de sus comunidades han padecido o padecen. Y quisiera reiterar lo que dijo el papa Francisco sobre las Iglesias orientales: Son Iglesias que deben ser amadas: custodian tradiciones espirituales y sapienciales únicas, y tienen tanto que decirnos sobre la vida cristiana, la sinodalidad y la liturgia" (Discurso a los participantes en el Jubileo de las Iglesias Orientales, 14 de mayo de 2025).
----------"Consciente de que sinodalidad y ecumenismo están estrechamente relacionados, deseo asegurar mi intención de proseguir el compromiso del papa Francisco en la promoción del carácter sinodal de la Iglesia Católica y en el desarrollo de formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más intensa en el ámbito ecuménico" (Discurso a las delegaciones ecuménicas e interreligiosas convenidas para el inicio del ministerio petrino, 19 de mayo de 2025).
----------"La tarde de mi elección, mirando con conmoción al pueblo de Dios aquí reunido, recordé la palabra 'sinodalidad', que expresa felizmente el modo en el cual el Espíritu modela la Iglesia. En esta palabra resuena el syn —que quiere decir con— que constituye el secreto de la vida de Dios. Dios no es soledad. Dios es 'con' en sí mismo —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y es Dios con nosotros. Al mismo tiempo, sinodalidad nos recuerda el camino —odós— porque donde está el Espíritu hay movimiento, hay camino. Somos un pueblo en camino. Esta conciencia no nos aleja, sino que nos sumerge en la humanidad, como levadura en la masa, que la fermenta toda. El año de gracia del Señor, del que es expresión el Jubileo, tiene en sí este fermento. En un mundo quebrantado y sin paz el Espíritu Santo nos educa a caminar juntos. La tierra descansará, la justicia se afirmará, los pobres se alegrarán y la paz volverá si dejamos de movernos como predadores y comenzamos a hacerlo como peregrinos. Ya no cada uno por su cuenta, sino armonizando nuestros pasos con los pasos de los demás. No consumiendo el mundo con voracidad, sino cultivándolo y custodiándolo, como nos enseña la Encíclica Laudato si’. Queridos hermanos y hermanas, Dios ha creado el mundo para que nosotros estuviésemos juntos. 'Sinodalidad' es el nombre eclesial de esta conciencia. Es el camino que pide a cada uno reconocer la propia deuda y el propio tesoro, sintiéndose parte de una totalidad, fuera de la cual todo se marchita, incluso el más original de los carismas. Miren: toda la creación existe sólo en la modalidad del existir juntos, a veces peligroso, pero aun así juntos siempre (Laudato si’ n.16; n.117). Y esto que nosotros llamamos 'historia' toma forma sólo en la modalidad de reunirse, de una convivencia, frecuentemente en medio de disensos, pero aun así una convivencia. Lo contrario es mortal y desgraciadamente está ante nuestros ojos cada día..." (Discurso durante el Jubileo de los Movimientos, Vigilia de Pentecostés, 7 de junio de 2025).
----------"El segundo tema de este Simposio es la sinodalidad. El Concilio de Nicea inauguró un camino sinodal que la Iglesia debe seguir para tratar las cuestiones teológicas y canónicas, a nivel universal. La contribución de los delegados fraternos de las Iglesias y comunidades eclesiales de oriente y de occidente en el reciente Sínodo sobre la Sinodalidad que se tuvo aquí en el Vaticano, fue un valioso estímulo para una más amplia reflexión sobre la naturaleza y la práctica de la sinodalidad. El documento final del Sínodo notaba que 'el diálogo ecuménico es fundamental para desarrollar una comprensión de la sinodalidad y de la unidad de la Iglesia. Nos empuja a imaginar prácticas sinodales auténticamente ecuménicas, incluso hasta formas de consulta y discernimiento sobre cuestiones urgentes de interés común' (Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, n.138). Tengo la esperanza de que la preparación y la conmemoración conjunta del 1700º aniversario del Concilio de Nicea será una ocasión providencial 'para profundizar y confesar juntos la fe cristológica y poner en práctica formas de sinodalidad entre los cristianos de todas las tradiciones' (cf. Íbid., n.139)" (Discurso a los participantes en el Simposio Ecuménico dedicado al 1700º aniversario del Concilio de Nicea, 7 de junio de 2025).
----------"La prudencia pastoral es la sabiduría práctica que guía al Obispo en sus decisiones, en el gobierno, en las relaciones con los fieles y con sus asociaciones. Una clara señal de prudencia es el ejercicio del diálogo como estilo y método en las relaciones, y también en la presidencia de los organismos de participación, es decir, en la gestión de la sinodalidad en la Iglesia particular. En este aspecto, el papa Francisco nos ha hecho dar un gran paso adelante, insistiendo, con sabiduría pedagógica, en la sinodalidad como dimensión de la vida de la Iglesia. La prudencia pastoral permite al Obispo guiar a la comunidad diocesana valorizando sus tradiciones y promoviendo nuevos caminos y nuevas iniciativas" (Meditación del Santo Padre con motivo del Jubileo de los Obispos, 25 de junio de 2025).
   
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 21 de julio de 2025

33 comentarios:

  1. Cuando uno grita mucho, la verdad se ahoga…
    Vi el artículo. Y vi también el polvo que se levanta cuando se barre lo que no se entiende... Los que hablan como si supieran, suelen olvidar que la Iglesia no es una consigna.... Ni una franquicia… ni un escudo. El que se mete a defenderla a los codazos, suele dejarla magullada....Hay palabras que hieren más que los errores que critican.... Y hay silencios que enseñan más que cien arengas.
    No hay que hacer espectáculo del celo…
    Ni del dolor ajeno.

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    1. Estimada Rosa,
      sus palabras se detienen en el umbral de lo verdaderamente sapiencial. El equilibrio que propone merece ser contemplado a la luz de aquella doctrina que distingue los movimientos del alma según su raíz en la caridad.
      Con razón usted señala que hay modos de decir que lastiman más que los errores que pretenden corregir. También hay —como enseñaba santo Tomás de Aquino— una verdad que, por no ser pronunciada según las circunstancias, deja de ser virtuosa. Por ello, el celo ha de ser purificado por el juicio, y el juicio, templado por la misericordia. Lo que se busca en última instancia no es la victoria en la controversia, sino la edificación del cuerpo eclesial.

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  2. Por fin alguien escribe como si el teclado no fuera un púlpito sino un altar doméstico…
    Filemón, usted no grita. Usted hilvana.
    Y eso ya lo pone en peligro entre quienes confunden volumen con virtud.
    Leí el artículo, claro.
    Y sentí esa mezcla de acidez y desmemoria que se cocina cuando el celo llega sin sal y sin contexto.
    Ahora resulta que la tradición se defiende como quien cierra filas en una pelea de bar…
    Y que la doctrina se invoca con la elegancia de un meme mal catequizado.
    Ah, los cruzados digitales…
    Van con estandarte, pero sin dirección.
    Y creen que el Espíritu Santo tiene cuenta en todas las redes, menos en la del corazón.
    Yo, mientras tanto, sigo leyendo a los que preguntan más de lo que pontifican…
    Y escriben como quien reza con la tinta, no con el ego.

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    1. El silogismo es simple: el Papa en su magisterio, incluso el ordinario, es infalible. Por lo tanto, lo que contradice el magisterio del Papa es erróneo.
      Pedro Luis

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    2. Eso ni siquiera es un herejía. Es una burrada.

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    3. Coincido, Anónimo, lo que publicó Peretó Rivas no alcanza a herejia..., es una burrada... El hereje debe al menos saber hacer funcionar su mente... Pobre Peretó, recemos por él...

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    4. Estimado Anselmus,
      me complace la hondura con que ha sabido leer no sólo lo escrito, sino el gesto que lo sostiene. Su distinción entre púlpito y altar doméstico ofrece una imagen de rara precisión: la teología no se despliega en el estruendo, sino en la continuidad del hilván.
      Comparto su intuición sobre los riesgos del volumen desprovisto de virtud, y sobre ciertas apologías que, por olvidar el orden del amor, terminan por velar la verdad que intentan custodiar. El Aquinate enseñaba que la caridad, como forma de las virtudes, debe ser también forma del lenguaje.

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  3. Peretó Rivas es irredimible (si me permiten la herejía).... No debemos perder las esperanzas, pero está demasiado embarrado en el lefebvrismo... y no le importa vivir enel cisma como si fuera lo más normal... Recita herejías como nosotros los católicos recitamos el Credo en la Misa...

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    1. El artículo de Peretó Rivas es un cachetazo de lucidez en medio de tanto humo clerical: el tipo no sólo piensa, sino que se anima a decir lo que muchos callan. Criticarlo por romper esquemas es no entender que el Evangelio también incomoda; Peretó Rivas no desvaría, despabila.

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    2. JP: Peretó Rivas escribe como si gritar bastara… pero a veces, la palabra que sacude no sana.... Peretó se queda sólo en su grito..., da la impresión que se ahoga en su grito... Su grito no convoca, aísla y divide... Pero lefebvriano como es, es precisamente lo que él parece querer... dividir...
      Hay gestos que buscan despertar… y otros que apenas inquietan para no quedarse callados.

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    3. Hola Rosa Luisa. Hace bien usted en mencionar al autor del blog. Está en todo, y esta en todos sus alias, y es como usted dice. Para quienes lo conocemos, ya aburre, repite siempre lo mismo, y da la impresión que gira sobre si mismo, como calesita. Eso sí, no es irredimible, mientras tenga uso de razón y pueda hacer un acto libre de conversion. Pero... parece tan difícil... Siempre es posible que se convierta al catolicismo, pero, como su única aspiración parece ser que sea mencionado por el Papa, entonces da la impresión que si no existe un gran milagro de Dios, morirá lefebvriano... Oremos por él.

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    4. Estimados amigos,
      la vehemencia del intercambio que ustedes han mantenido, si bien nacida del celo por la verdad, corre el riesgo de confundir el juicio doctrinal con la descalificación personal. La tradición escolástica —y particularmente la teología moral— enseña que los errores se condenan, pero no se sentencia al errante. Entre el pecado y el pecador, la caridad traza una frontera que la polémica suele borrar.
      Incluso en el error, puede haber fragmentos de verdad que interpelan, como enseñó el Concilio sobre las semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles. Y hasta en algunas formulaciones heréticas, ha habido ocasiones en que la teología ha encontrado materia para discernir, afinar y confesar con mayor claridad su propio depósito.
      Por ello, si lo que se pretende es defender la doctrina, que el tono no traicione el contenido. El escudo de la fe no ha sido forjado para embestir, sino para sostener. Y la corrección fraterna, como enseña Santo Tomás, exige no sólo juicio, sino misericordia.
      Invito, pues, a serenarse: la verdad no se pierde por hablar con mesura; al contrario, se revela más plenamente cuando no se impone.

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  4. Serafín Savelloni22 de julio de 2025, 10:55

    Estimado padre Filemón,
    he leído con interés la entrada del blog, que como es habitual en usted, no se limita a narrar una inquietud sino a hacerla resonar teológicamente. Y quisiera aquí afinar una cuestión que se cuela entre líneas: el carácter magisterial —o no— de los desarrollos sobre la sinodalidad.
    Vale recordar que no toda enseñanza que proviene de un ámbito eclesial tiene automáticamente estatuto magisterial. La sinodalidad, como principio teológico en construcción, atraviesa una fase de elaboración donde conviven intuiciones pastorales, clarificaciones doctrinales y fórmulas aún tentativas.
    ¿Hay magisterio en ello? Sí, pero en grados diversos. En lo que emana del Papa, cuando enseña con intención doctrinal, hay autoridad magisterial… aunque no siempre en grado definitivo. En cambio, muchas expresiones del proceso sinodal son testimonios eclesiales, valiosos y reveladores, pero que no pretenden enseñar con autoridad vinculante.
    La clave está en no confundir resonancia espiritual con formulación normativa. Y tampoco en convertir toda intervención en trinchera.
    Usted, padre Filemón, acierta al sugerir que lo sinodal corre el riesgo de ser apropiado como arma arrojadiza por algunos… y como eslogan por otros.
    Mi sugerencia: leer estos procesos como parte de un camino de discernimiento, no como catálogo de preceptos.
    Y cuando haya enseñanza auténtica, recibirla sin dramatismo ni trivialidad.
    Como diría Newman, la verdad crece en el tiempo… pero no siempre bajo aplausos.

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    1. Sergio Villaflores23 de julio de 2025, 4:28

      Con el debido respeto, me permito volver sobre las palabras del padre Savelloni, cuya claridad conceptual valoro profundamente. Sin embargo, al leer su comentario me ha surgido una inquietud —más bien una pregunta que brota de cierta perplejidad— sobre la caracterización que hace del magisterio en torno a la sinodalidad.
      Cuando se afirma que “en lo que emana del Papa, cuando enseña con intención doctrinal, hay autoridad magisterial… aunque no siempre en grado definitivo”, ¿no cabría matizar que, si tal enseñanza se dirige a toda la Iglesia y versa sobre materias de fe y costumbres, estamos ante un ejercicio del magisterio ordinario que, por su misma naturaleza, es infalible?
      Me doy cuenta de que el término “grado definitivo” puede prestarse a equívocos si no se lo distingue del asentimiento exigido por el magisterio ordinario universal. A veces, en el intento de distinguir lo vinculante de lo no vinculante, corremos el riesgo —quizás involuntario— de debilitar la recepción teológica de enseñanzas que, aunque no sean definiciones solemnes, sí obligan al fiel a un asentimiento sincero, fundado en la fe eclesial.
      Por supuesto, reconozco que en el proceso sinodal hay elementos diversos: testimonios, intuiciones pastorales, desarrollos incipientes… Pero cuando el Sucesor de Pedro enseña ex professo, aun en forma no definitiva, ¿no convendría recibir esa enseñanza como lo que es, más allá del aplauso o del rechazo, como expresión del munus docendi confiado a él por Cristo?
      Tal vez convendría discernir con mayor precisión qué parte de estos desarrollos requiere una escucha creyente —no meramente cordial— y cuáles se ofrecen como propuestas abiertas al debate.
      Le dejo esta inquietud con humildad. No pretende zanjar la cuestión, sino abrirla a una consideración más rigurosa, en la esperanza de que lo sinodal no eclipse lo doctrinal, ni que el camino del discernimiento se vuelva confuso por falta de claridad en el punto de partida.
      Sergio Villaflores (Valencia, España)

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    2. Estimado padre Serafín,
      sprecio la claridad con que usted señala que no todo lo expresado en el camino sinodal adquiere de inmediato un estatuto magisterial definitivo. En efecto, conviene distinguir entre las fases de consulta o discernimiento participativo y la enseñanza auténtica del Magisterio, que se manifiesta con intención doctrinal en documentos papales promulgados ex cathedra o en concilios ecuménicos reconocidos.
      No obstante, esa distinción nunca debe devenir en escepticismo: la «sensus fidei fidelium» y la «disciplina del desarrollo orgánico de la doctrina» nos enseñan a leer cada etapa sinodal como un don de Dios para reconocer, afinar y ratificar la verdad que el Espíritu Santo va suscitando en la Iglesia.
      De todos modos, le agradezco su puntualidad al distinguir entre las instancias participativas del proceso sinodal y las enseñanzas magisteriales definitivas. Es cierto que Lumen Gentium, el documento del Concilio Vaticano II que debe ser nuestro faro inicial para hablar de la Iglesia, no emplea el término “sinodalidad” ni la califica explícitamente como dimensión constitutiva de la Iglesia. Sin embargo, en sus números 12 y 25 la Constitución Dogmática sienta las bases de una eclesiología participativa: subraya el “sensus fidei” del Pueblo de Dios y la comunión jerárquica que hace a todos partícipes de la misión evangelizadora.
      La formulación expresa de la sinodalidad como dimensión constitutiva proviene del magisterio posconciliar, en particular de las palabras del Santo Padre al conmemorar el quincuagésimo aniversario del Sínodo de los Obispos, y fue recogida por la Comisión Teológica Internacional en su nota preliminar de 2018. Esa precisión terminológica no desvirtúa la fuerza conciliar, sino que aporta taxonomía a una realidad eclesial que ya latía en el Vaticano II.
      Nuestro reto es, como usted bien indica, leer cada etapa sinodal en clave de discernimiento: acoger con docilidad los testimonios eclesiales, sin confundir resonancia espiritual con formulación normativa, y recibir con humildad la enseñanza auténtica cuando ésta se manifieste con la autoridad del Magisterio.

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    3. Estimado Sergio,
      en efecto, cuando el Romano Pontífice o el colegio episcopal, en comunión con él, proponen de modo ordinario y universal verdades sobre la fe y las costumbres a la Iglesia universal, ejercen un magisterio infalible que exige del fiel un asentimiento interior de fe (Concilio Vaticano I, Dei Filius; Lumen Gentium 25). El calificativo “definitivo” alude a la certeza y estabilidad de la enseñanza, no a su exclusividad en la infalibilidad: también el magisterio ordinario universal, aun sin formularse de modo solemne, normativiza nuestra fe. Corresponde, pues, discernir con prudencia qué enseñanzas requieren obediencia filial y cuáles forman parte aún de un diálogo teológico en vía de desarrollo.

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  5. Yo no soy teóloga, pero algo he aprendido del sentido del tiempo litúrgico… y del tiempo histórico. He leído el artículo del bloguero, y he escuchado —hace ya años— al Dr. Peretó Rivas en una mesa redonda. Su modo de argumentar tiene la agilidad de quien domina las fuentes, pero también cierta prisa por cerrar conclusiones que, al menos desde la historia, merecen más lentitud y menos certidumbre.
    Quizás el problema no sea lo que dice, sino cómo lo instala… como si en cada frase no se jugara sólo una tesis, sino un gesto.
    La historia —al menos la medieval— suele enseñarnos que el conflicto, cuando se estudia de cerca, se vuelve más complejo que cualquier manifiesto.

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    1. Entonces no hable mas, Nencia

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    2. Sí, Anónimo, es lo mismo que sentí en aquella mesa redonde, hace tanto tiempo: Peretó parecía querer decirme eso mismo, desde una visceral misoginia que he podido comprobar leyendo los posts de su blog. Pero aquella vez no me lo pudo decir a la cara. Y ahora lo dice usted desde el anonimato... Bueno, se sacó las ganas... Si eso le deja felíz...

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    3. Estimada Domna Mencía,
      lamento profundamente la ofensa con que ha sido tratada. La Tradición cristiana, siguiendo a Santo Tomás, nos recuerda que la difamación es un agravio contra la caridad y contra la dignidad de la persona. Cuando la argumentación se disfraza de desprecio, revela más de quien insulta que de quien calla.
      Puede haber casos en que el anonimato sea una necesidad, pero quien se cobija en el anonimato sólo para atacar, entonces prueba su incapacidad para dialogar en la verdad. No permita que tales reacciones empañen el valor de sus aportaciones. La historia eclesial ha avanzado gracias a mentes valientes que, con paciencia y rigor, supieron desentrañar la complejidad de los conflictos.
      Le animo a proseguir su reflexión con la serenidad que nace del estudio y de la fe. Su voz, fruto de una mirada honesta sobre el tiempo litúrgico e histórico, es necesaria para que la Iglesia crezca en humildad y en sabiduría.

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  6. Mucho se vocifera hoy desde ciertos atrincheramientos intelectuales (como el del artículo que aquí se critica). Han descubierto, parece, que la sinodalidad es la última artimaña del poder central. No porque se les haya revelado una verdad profunda, sino porque necesitan mantener vivo un enemigo —preferiblemente papal, romano y moderno— que justifique sus propias fantasías restauracionistas.
    Pero ese tipo de crítica no nace del amor a la Tradición, sino del resentimiento por haber quedado fuera del juego. Y como no se puede controlar el tablero, se dice que el tablero está amañado. Se propone entonces un diagnóstico severo, construido con retales de historia, citas escogidas y una indignación que disimula bastante mal el deseo de imponer otra hegemonía —más vieja, más dura, no menos centralista.
    Se confunde deliberadamente la sinodalidad con una técnica de dominio. Se habla del papa como titiritero y de los obispos como cómplices. Todo bajo un manto de denuncia que pretende proteger al sensus fidelium, pero que en realidad lo desprecia: porque si el fiel cree, reza, discierne y participa, ya no puede ser manipulado por quienes quieren devolver la Iglesia a su utopía de certidumbre tridentina.
    Yo no defiendo el sinodalismo como dogma ni como moda. Pero tampoco acepto que se lo desacredite desde una lectura miope que convierte la tradición en trincheras y la historia en propaganda. El que confunde la sinodalidad con cesarismo es porque nunca entendió ni la Iglesia ni la teología. Porque el problema no está en que haya comunión, sino en que esa comunión no les da el micrófono.
    Y por eso, para no quedarse solos, fabrican amenazas, multiplican alarmas y redefinen el enemigo: no es ya el secularismo, ni el modernismo, ni la tibieza... sino el discernimiento, la escucha, la paciencia. Cosas que, al parecer, les resultan insoportables. Porque no admiten otra verdad que la propia, ni otro modo de gobierno que el suyo —aunque sea un gobierno sin mandato, sin pueblo y sin Iglesia.

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    1. Estimado Amurallado,
      le agradezco su intervención, que interpela, y lo hace desde un lugar que no rehúye el respetuoso disenso, y lo reconfigura teológicamente. Permítame, no obstante, ofrecer una precisión que brota del ejercicio escolástico: el análisis del fenómeno sinodal exige evitar tanto su absolutización como su caricatura.
      La Tradición no puede ser reducida a una estética de certidumbre, pero tampoco debe ser interpretada como una antítesis perpetua del presente. Si bien es cierto que algunos relatos restauracionistas (como los del artículo que yo critico) operan con lógicas de exclusión, también lo es que las críticas —a veces excesivamente duras— pueden cegar los matices de una búsqueda sincera por preservar lo recibido.
      Santo Tomás enseñaba que la razón puede corregir tanto el exceso como el defecto, y que la virtud nace en la justa mediación. Así también, convendría que nuestra lectura del momento eclesial actual no se vea capturada por la necesidad de responder a todo desde trincheras, sino desde un deseo genuino de comprender lo que el Espíritu suscita —incluso cuando lo hace a través de voces incómodas.
      La sinodalidad, que si bien es doctrina también es principio teológico aún en desarrollo, será más fecunda si es pensada desde la comunión, no desde la sospecha ni desde la imposición. Y esa comunión incluye también a quienes, con preguntas legítimas o temores verdaderos, buscan anclar sus pasos en la roca de la fe.

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  7. Yo no me voy a poner aquí a defender todo lo que Peretó Rivas publica en su blog. Lo sigo esporádicamente desde hace años, y todos sabemos que ha escrito de todo y para todos los gustos, y que ha caído a veces en los peores chusmeríos peores que los de las viejas aburridas en la peluqueria, pero... no me siento con ganas de criticar su última publicación. Dice unas cuantas verdades...

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    1. Carlos: ¿podría aclarar cuáles son las verdades que según usted ha dicho Peretó Rivas en su publicación?

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    2. Estimada Rosa Luisa: aunque sospecho que no busca tanto una aclaración como una oportunidad para polemizar. En cualquier caso, le respondo con gusto.
      Cuando digo que Peretó Rivas dice “unas cuantas verdades”, me refiero a que, en medio de sus habituales exageraciones y su estilo algo teatral, logra señalar con acierto ciertas patologías del catolicismo argentino contemporáneo. Por ejemplo:
      - Tiene razón al denunciar el clericalismo disfrazado de tradicionalismo, que se escuda en la liturgia para justificar actitudes sectarias.
      - Acierta cuando critica el uso ideológico de la figura del Papa, tanto por parte de sus detractores como de sus aduladores.
      - Y no se equivoca al señalar que muchos de los que se presentan como defensores de la “tradición” han leído poco, entienden menos, y repiten fórmulas sin contexto ni caridad.
      ¿Podría haberlo dicho con más elegancia? Sin duda. ¿Podría haber evitado los chismes y las ironías? También. Pero eso no invalida que, entre el ruido, haya algunas notas que merecen atención.
      No pretendo canonizar a Peretó Rivas, ni mucho menos. Pero tampoco me parece justo descartarlo por completo. A veces, incluso los que escriben desde la peluquería tienen algo que decir.

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    3. Carlos, querido... no se trata de polemizar por deporte... ni de armar disputas de blog en blog... simplemente quise entender qué verdades ve usted en lo que escribe Peretó Rivas... porque si hablamos de “verdades”, convendría precisar cuáles son... y ahora usted ha enumerado tres... está bien...
      Pero, verá... esas tres cosas que señala—el clericalismo travestido de tradicionalismo, la instrumentalización ideológica del Papa, y la superficialidad repetitiva de ciertos “tradicionalistas”—no son ideas nuevas... ni originales de Peretó... ni dicho sea de paso, especialmente bien desarrolladas en esa última publicación... son diagnósticos que han circulado mucho... y que otros han formulado con más hondura... sin tanto aspaviento...
      Lo que sí parece característico de él... es ese tono... medio altanero... a veces teatral... en el que el chisme se entrevera con el juicio... y la ironía con el análisis... como si una anécdota bastara para sellar una sentencia... como si cada línea buscara más el efecto que la verdad...
      Yo no digo que no haya nada valioso en medio de sus líneas... pero cuando una “verdad” viene rodeada de ecos de peluquería... no brilla... se opaca... se pierde en el murmullo...
      Y por eso pregunté... no para provocarlo... sino porque cuando se habla de “verdades”—más aún cuando se trata de cosas que tocan la fe, la tradición, la Iglesia...—uno espera algo más que lo que deslumbra... algo que verdaderamente ilumine...
      Con todo respeto... y esperando que esta conversación no se cierre aquí...

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    4. Rosa: me queda la impresión de que usted no pregunta, sentencia, y envuelve el golpe en terciopelo. No me molesta que se cuestione lo que digo, pero tampoco me parece justo que se me pretenda correr con refinamiento de salón.
      ¿Que las verdades que señalé son comunes? Puede ser. ¿Y eso las hace menos verdaderas? ¿Hay que callarlas por no ser originales? A veces lo obvio necesita ser repetido con fuerza, aunque sea con estilo de peluquería, como usted misma lo llama.
      Y si Peretó usa ironía o escándalo, es porque está sacudiendo un ambiente adormecido. Usted prefiere el análisis sereno, lo respeto. Pero yo creo que hay momentos en los que hace falta un poco de ruido. No para deslumbrar, sino para despertar.
      Lo que me incomoda, si quiere saberlo, es ese tono de superioridad que se disfraza de análisis objetivo. La crítica que juega a ser neutral pero lanza dardos entre signos de admiración. Por eso prefiero mil veces la honestidad directa, aunque venga con gestos teatrales.
      Le contesto no para cerrar la conversación, sino porque no me interesa fingir ecuanimidad mientras se cuela juicio entre líneas. No soy equilibrista ni cortesano. Y no me apena decir lo que pienso, aunque no siempre suene bonito.

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    5. Peretó es un chanta resentido, que no hace más que destilar su bilis lefebvriana...

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    6. Anónimo, Comprendo que el anonimato permite ciertas licencias... pero también exige responsabilidad. Llamar “chanta resentido” a alguien como Peretó Rivas, sin más argumento que una etiqueta ideológica, no enriquece el diálogo... lo empobrece. Si usted considera que su pensamiento destila “bilis lefebvriana”, sería útil que precisara qué aspectos concretos de su publicación le parecen problemáticos... ¿Es el contenido? ¿El tono? ¿La intención? Porque si vamos a debatir, conviene hacerlo con algo más que adjetivos. Y si lo que molesta es su cercanía con ciertas posturas tradicionalistas, también podríamos discutir eso... pero con matices, con contexto, con argumentos. No todo lo que huele a Lefebvre es bilis... y no todo lo que se aleja de él es virtud. Lo invito, si quiere, a salir del anonimato... o al menos del simplismo.

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    7. A Peretó Rivas lo llaman pensador católico, analista cultural, defensor de la tradición... pero yo, honestamente, lo veo más como un vestidor de santos. No por devoción, sino por estilo. Le acomoda a San Benito el escapulario según su estética, le plancha a Casiodoro las frases más severas, y a cada Padre de la Iglesia le calza una túnica que combina con su melancolía. Pero lo que viste no son santos, sino sus propias ideas, sus propias fobias... y alguna que otra vanidad académica.
      Lo suyo no es restaurar la tradición: es decorarla. No busca encenderla en los corazones, sino conservarla en el aparador. Por eso escribe como quien ordena vitrinas: cada objeto en su lugar, cada cita en su marco dorado, cada juicio con tono de sentencia.
      Pero cuidado. Detrás de la vitrina hay bilis. Se nota en sus bromas, en sus guiños, en ese desprecio casi automático por todo lo que no encaje en su molde aristocrático del catolicismo. ¿Liturgia vivida por la gente sencilla? Superstición. ¿Fervor popular? Devocionismo de baja estofa. ¿Tradición sin doctorado? Barbarie.
      No sé ustedes, pero yo prefiero al que reza con manos sucias en la sacristía antes que al que pule la imagen de San Gregorio para usarla como espejo. Al menos el primero no se cree curador de lo sagrado.

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    8. Estimados amigos,
      este intercambio entre ustedes ha puesto de relieve aciertos valiosos y, al mismo tiempo, excesos en el trato personal. Se han señalado con justicia ciertas patologías –el clericalismo encubierto, la instrumentalización del Papa, la superficialidad de gestos teatrales–, pero también han surgido descalificaciones ad hominem que empobrecen el diálogo. Santo Tomás enseña que en la discusión teológica la veritas debe ir siempre acompasada por la caritas: no todo lo verdadero se dice bien, y no todo lo dicho bien es verdadero.
      Es legítimo repetir lo obvio cuando lo obvio necesita ser recordado, pero esa reiteración debe estar sustentada en humildad y orden. Al mismo tiempo, las críticas más originales pierden fuerza si se visten de indignación estéril o de ironía hiriente. El arte de la razón, nos recuerda la escolástica, consiste en ofrecer argumentos claros y maduros, evitando tanto el defecto de la timidez como el exceso de la acritud.
      Invito, pues, a este foro a reenfocar la conversación en la substancia: ¿qué diagnóstico precisa de corrección? ¿qué aportes concretos podemos ofrecer para que la Iglesia avance en fidelidad y amor? En este sentido, creo que mi artículo ha transitado un camino de respeto y de discernimiento de lo verdadero y de lo falso. Creo que es el camino que todos debemos recorrer. Retiremos los epítetos que no resumen argumentos y aceptemos las objeciones que nacen de un deseo sincero de edificación mutua.
      Que nuestra palabra contribuya a la unidad y al crecimiento de la fe, distinguiendo siempre entre pecado y pecador, entre estilo y verdad, acogiendo incluso los motivos de verdad que puedan surgir en voces incómodas.

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  8. Sergio Villaflores23 de julio de 2025, 7:29

    Padre Filemón, me permito comentarle un tema fuera del tema de este artículo. En la carta que el papa León XIV le envía al cardenal Sarah, nombrandolo su enviado especial ( https://www.vatican.va/content/leo-xiv/la/letters/2025/documents/20250625-lettera-auray.html ) a las celebraciones del 400° aniversario de las apariciones de Santa Ana en Auray, le dice que al designarlo a él, Sarah, solo está cumpliendo con el expresado deseo del papa Francisco, que ha había designado a Sarah para esa tarea... Dice León: "...confirmando la designación expresada por mi predecesor,..."
    Son un hazmerreir los indietristas filolefebvrianos.... Se cansaron de decir que León había tenido un "guiño a la Tradición" (la que ellos entienden) y... la verdad es que habia sido FRANCISCO quien había designado a Sarah!!! Y por supuesto, Sarah no se molestó por aclarar nada...

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    1. Estimado Sergio,
      le agradezco el dato informativo, que yo desconocía. Efectivamente, el papa León aclara en su misiva que nombra al purpurado «confirmando la designación expresada por mi predecesor, el Papa Francisco». Este matiz no atenta contra la piedad ni la autoridad de uno u otro Pontífice, sino que subraya la continuidad del ministerio petrino y la comunión entre las diferentes etapas de la Sede Romana.
      Lejos de ser motivo de burla, tal precisión invita a contemplar la serenidad con que la Iglesia vive su sucesión apostólica: cada Pontífice respeta y confirma la voluntad de quien le precede, especialmente cuando se trata de encargar la celebración de un jubileo de devoción popular. Que esta observación nos lleve a ensanchar nuestra mirada, evitando que pequeñas polémicas de procedimiento oscurezcan la unidad esencial que nos convoca.

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