En esta tercera entrega de nuestra serie, abordamos el análisis de otros dos puntos controvertidos del discurso de Peter Kwasniewski en sus recientes conferencias en España: por un lado, la auto-referencialidad y los ecos iniciáticos propios del gnosticismo y, por otro lado, el esteticismo que da la preeminencia al valor de belleza y lo sobredimensiona en la liturgia. [En la imagen: una panorámica de la Santa Misa presidida por el papa León XIV junto a cientos de miles de jóvenes de todo el mundo en el Campus de la Universidad de Tor Vergata, Roma, el domingo 3 de agosto de 2025, como parte del Jubileo de la Esperanza].
2. Soberbia y autorreferencialidad propias del gnosticismo
----------La clara, firme y articulada condena del gnosticismo que el papa Francisco expresó en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, es la condena a una corriente de pensamiento opuesto no sólo a la fe católica sino a la sana razón, es la condena de una ideología, que no es exclusiva del neo-modernismo actual sino que puede afectar de modo transversal a todo el pensamiento católico, y por ende también al pasadismo. Veamos, entonces, las que he descubierto como señales de este gnosticismo en las conferencias de Kwasniewski en España. De hecho, el título de su primera conferencia, "Por qué es mejor no entenderlo todo inmediatamente. La sabiduría de la liturgia tradicional", que repitió al final de su periplo, en Oviedo, es una explícita declaración de gnosticismo, ateniéndonos a cómo desarrolla su exposición.
----------Recordemos que el paradigma gnóstico implica la exaltación del misterio como acceso reservado a “iniciados”, lo cual sugiere una jerarquía de saber; la apelación al asombro sin mediaciones explicativas, característica del maestro que “no revela todo” a la plebe; la sensación de que quien no comparte ese trasfondo simbólico queda excluido de la experiencia plena.
----------Naturalmente, en Kwasniewski existen matices que lo distinguen del gnosticismo propiamente dicho; este músico norteamericano no propone doctrinas dualistas (espíritu vs materia), pilar del gnosticismo; su objetivo es restaurar la sacralidad litúrgica, no ofrecer “secretos de salvación” más allá de la fe católica; el énfasis en las tradiciones busca continuidad eclesial, no la creación de un grupo esotérico separado. Sin embargo, hay claros ecos gnósticos en la lógica de “iniciación” y reserva de lo trascendental, aunque carezca de la teología dualista y salvacionista que define al verdadero gnosticismo.
----------Presento fragmentos literales de las cinco conferencias (indicando conferencia y página) que, al ensalzar lo oculto, lo reservado o lo incomprensible, pueden remitir de modo implícito a una mentalidad gnóstica. Junto a cada cita, un breve comentario crítico desde la perspectiva católica.
----------“La reflexión, o a veces un destello de intuición, nos muestra que cosas que inicialmente podían parecernos aleatorias, incidentales, incómodas, incluso inútiles, son en realidad reliquias venerables, dulces secretos, memorias preciosas, lecciones de piedad” (c.1, p.7): el énfasis en “dulces secretos” y “reliquias venerables” evoca la idea de un saber esotérico reservado a iniciados, en tensión con la catolicidad, que propone su doctrina de modo público y accesible a todos los fieles. “Como bombas sin detonar, otras cosas pueden permanecer en nuestra memoria antes de ser activadas, tal vez décadas más tarde, por algún acontecimiento fortuito o una conversación” (c.1, p.5): la metáfora de “bombas sin detonar” sugiere un conocimiento latente y oculto que solo unos pocos descubren, chocando con la revelación cristiana, que se ofrece enseguida a la fe de la Iglesia entera. “El cristianismo entró en el mundo como una religión llena de misterios. Fue proclamado como el misterio de Cristo, como el ‘misterio del reino de Dios’. Sus ideas y doctrinas eran desconocidas, sin precedentes, y seguirían siendo inescrutables e insondables” (c.1, p.8): calificar la fe de “inscrutable e insondable” corre el riesgo de derivar hacia un elitismo gnóstico, cuando la Iglesia enseña que, si bien subsisten misterios, éstos se proponen a la razón iluminada por la gracia y no se mantienen como un conjunto de arcanos imperceptibles o bien opuestos a razón. “‘Maravillas ocultas y tesoros selectos’: pensemos en el velo que reviste el tabernáculo, el velo que cubre el cáliz, los velos que descansan sobre las cabezas de las damas, el velo humeral sobre la patena sostenida por el subdiácono … todos ellos revelan algo al ocultarlo…” (c.1, p.9): hablar de “tesoros selectos” y de revelación mediante ocultamiento puede confundirse con la noción gnóstica de una verdad reservada a unos pocos iniciados, cuando en realidad los signos del culto católico -aunque simbólicos- están puestos al alcance de toda la comunidad creyente.
----------“Este iconostasio se compone de tres elementos: la lengua latina, el canto gregoriano y el silencio” (c.2, p.2): al hablar de un “iconostasio sonoro” que separa simbólicamente a la asamblea del “Santo de los santos”, se refuerza la sensación de que sólo unos pocos tienen acceso pleno al “misterio” litúrgico y que el resto permanece en la periferia. Esa dinámica de barrera y reserva del contenido sagrado evoca la jerarquía gnóstica del conocimiento secreto, en lugar de subrayar la vocación universal a participar de la plenitud sacramental que la Iglesia propone. “El latín es universal: no es nuestro, no pertenece a nadie, y pertenece a todos; es el mismo en todas partes y, sin embargo, sigue siendo extranjero, como Dios mismo, que está presente en todas partes, y, sin embargo, trasciende sobre toda la creación. En la medida en que siempre hay en la misa elementos que no entendemos, se nos recuerda que nosotros nunca comprenderemos plenamente a Dios, ya que eso sería reducirlo a nuestro propio nivel” (c.2, p.4): la exaltación de una lengua “incomprensible” que mantiene al fiel en la admiración y la humildad puede derivar en la sensación de que sólo determinados “iniciados” dominan el “código” litúrgico. Desde una visión católica equilibrada, más que reforzar una distinción elitista, la liturgia en latín debe servir precisamente para enriquecer la participación y ayudar a todos los fieles a ascender, paso a paso, en el conocimiento y el amor de Dios. “Ante esta densidad, complejidad y simultaneidad, el hombre intuye fácilmente que esta liturgia no puede ser principalmente para él; él es finito y no puede ‘abarcarlo todo’. El hombre llega así a la conclusión […] de que debe de estar sucediendo algo que está muy por encima de él, y algo está destinado a alguien que está muy por encima de él” (c.2, p.6): presentar la liturgia como tan enrevesada que sólo un puñado de elegidos puede captar su sentido pleno produce una escisión entre los que entienden y el resto de los fieles. Frente a esta visión, la Iglesia insiste en que la lex orandi debe corresponder siempre a la lex credendi de todo el Pueblo de Dios, ofreciendo catequesis y acompañamiento para que la riqueza del rito litúrgico sea accesible y renovador para todos, no un misterio reservado a unos pocos.
----------“La liturgia nos es dada como una palabra de inmensa densidad, como un Logos que debe encarnarse en nuestras iglesias, en nuestros altares, en nuestras almas” (c.3, p.2): al presentar la liturgia como un “Logos de inmensa densidad”, se refuerza la idea de un saber exclusivo y casi esotérico que solo unos pocos iniciados pueden asimilar plenamente. La tradición católica, en cambio, enfatiza que el contenido sacramental debe ser gradual y accesible a todo el Pueblo de Dios, mediante catequesis y acompañamiento, no mediante un muro de misterio impenetrable. “Por lo tanto, para que la liturgia sea mariana, […] no debe estar sujeta a la voluntad del celebrante. La liturgia no puede estar llena de opciones, variaciones, adaptaciones, extemporáneos o improvisaciones. Como dijo Joseph Ratzinger: ‘La grandeza de la liturgia depende de su falta de espontaneidad’” (c.3, p.2): la exaltación de un rito inflexible y ajeno a toda creatividad personal sugiere un contenido sacro sellado que el fiel solo contempla desde la distancia, sin mediaciones explicativas. La Iglesia siempre ha buscado un equilibrio: conservar la forma auténtica del rito, sí, pero promoviendo la participación activa del cristiano, que no quede reducido a mero espectador de un secreto inaccesible. “Cuando el rito litúrgico exige la sumisión completa del celebrante a sus oraciones, gestos y ceremonias, este rito ‘envuelve’ al celebrante, lo esconde dentro de sus amplios espacios hasta que el celebrante desaparece en el resplandor brillante de Cristo” (c.3, p.3): describir el rito como un “envoltorio” que oculta al ministro y refuerza su anonimato absoluto, puede alimentar la sensación de que sólo el rito -y no la comunidad- es el verdadero sujeto del misterio. Según el Magisterio de la Iglesia, la liturgia es acción de todo el Cuerpo de Cristo, donde sacerdote y pueblo se configuran mutuamente, no un espacio reservado a unos pocos guardianes del misterio.
----------“Hay algo más, infinitamente más, que todo aquello que has concebido previamente en tu vida. Ábrete a ello” (c.4, p.5): presentar el vetus ordo como un encuentro con un “algo más” indefinido que exige una entrega total, sin mediaciones racionales ni catequéticas, tiende a construir un escalón secreto de experiencia religiosa reservado a quienes estén “dispuestos a abrirse”. La enseñanza católica, en cambio, insiste en que la fe y la belleza litúrgica estén al alcance de todo creyente mediante la razón iluminada por la gracia y el acompañamiento pastoral. “Una gran obra de arte, como la catedral de Chartres, tiene ambas dimensiones: un ‘deslumbramiento’ inmediato de manifestaciones resplandecientes, así como un sofisticado orden geométrico, cosmológico y teológico que solo se hace evidente para el contemplador paciente y atento” (c.4, p.8): al sugerir que solo el “contemplador paciente y atento” accede a las capas más profundas del misterio, se levanta una barrera de iniciación: entender plenamente el sacramento quedaría reservado a quienes dispongan del tiempo y de la sensibilidad adecuados. El Magisterio, por el contrario, propone una formación gradual y comunitaria, de modo que todos -no solo los iniciados- puedan penetrar en el sentido pleno de la liturgia. “La inmutabilidad del rito verdadero y de todas las tradiciones fue querida por Dios precisamente para que, en esa rememoración cósmica e infalible de las figuras, pudiéramos avanzar cada día un poquito más en la insondable complejidad de sus significados: aquello que nunca se dejará expresar en conceptos racionales, sino solo indicar, aludir en gestos, sonidos, símbolos …” (c.4, p.9): dejando de lado aquí su expresión de que sólo el usus antiquior es el “rito verdadero” (lo cual implica exclusividad e inmutabilidad, y por ende el rechazo al Novus Ordo Missae, que viene a ser el rito falso), el enfatizar un contenido “inexpresable en conceptos racionales” y únicamente sugerido por símbolos reproduce un esquema de conocimiento secreto propio del gnosticismo. En la tradición católica, los signos litúrgicos -gestos, cantos, símbolos- se entienden como puentes hacia la verdad: hablan también a la inteligencia y a la voluntad, no plantean un umbral de misterio inaccesible a los fieles.
----------“La razón es tan simple como lo es profunda: el Apocalipsis no es únicamente el cierre de un libro escrito, y ni siquiera lo es fundamentalmente; sino que el Apocalipsis es el comienzo o la apertura a algo más que es intrínsecamente mayor que la Escritura: el culto vivo del Cuerpo vivo de Cristo. El Apocalipsis cierra la Biblia porque nos describe e invita al banquete eucarístico del Cordero, que es donde las cosas de las que se habla en la Escritura están realmente presentes, en toda su intensidad. Los signos escritos nos llevan a la realidad significada; el pan de la palabra lleva al pan de vida; el libro lleva al altar” (c.5, p.4): al erigir la liturgia como un “culto vivo” que supera la propia Escritura, se crea un umbral iniciático: sólo quien participe de ese banquete “ve” la plenitud del mensaje bíblico. La tradición católica, en cambio, no contrapone Escritura y liturgia, sino que ambas se iluminan mutuamente y permanecen accesibles a todo creyente mediante la catequesis y la fe de la Iglesia. “Independientemente de si creemos que la democracia puede funcionar o no -su historial hasta ahora es muy inferior al de la monarquía y la aristocracia, si nos fijamos en el nivel de los gobernantes beatificados o canonizados y en la preservación de la fe en las sociedades- la democracia no tiene cabida alguna en el ámbito de los misterios sobrenaturales: el cristianismo es puramente y totalmente monárquico” (c.5, p.7): al negar de plano todo espacio a la participación “democrática” en los misterios sagrados, se establece una jerarquía inapelable entre iniciados (la monarquía) y el resto del Pueblo de Dios. La enseñanza católica sostiene, sin embargo, que “todo el pueblo santo” (Lumen gentium n.12) participa del culto divino y que la liturgia, aunque custodiada por el clero, no es un acto cerrado a la colegialidad de los bautizados. “Nuestro sacrificio eclesial, la Santísima Eucaristía, es una oblación real y sumamente sacerdotal, una verdadera leitourgia, que significa la obra de uno en nombre de muchos: la obra que explica el cristocentrismo y el sacerdotalismo de los ritos litúrgicos tradicionales, es decir, la inevitable orientación ‘vertical’ de estos ritos hacia Cristo y su gran dependencia del clero para su ejecución” (c.5, p.9): el énfasis en un culto concebido como “obra de uno en nombre de muchos” y reproducido exclusivamente por el clero refuerza la idea de un acceso reservado al iniciado (el ministro ordenado), relegando al laicado a la mera contemplación. En la enseñanza católica, si bien el sacerdote actúa “in persona Christi”, la participación activa del pueblo en la liturgia (lectura, canto, oración) es esencial para que la “leitourgia” sea verdaderamente común a toda la Iglesia.
----------Como consecuencia de este análisis, percibimos que en las cinco conferencias de Kwasniewski se percibe un matiz gnosticista, pues al reivindicar una sapiencia litúrgica arcana, el conferencista sugiere una exención implícita frente al Magisterio y las normas litúrgicas. Este énfasis en su propio saber venerable lo coloca, de facto, por encima de la voz del Papa y de la autoridad eclesial.
----------De este modo, por la lógica interna misma de su discurso, Kwasniewski se erige en guía de iniciados, reclamando para sí una visión privilegiada que, según él, legitima eludir la normativa eclesial. Su exaltación de la sabiduría arcana del usus antiquior, el “rito verdadero”, que ya no es hoy la lex orandi ecclesiae, sirve como coartada para desoír documentos pontificios y mandatos diocesanos. Al alabar un conocimiento reservado, articula implícitamente una jerarquía de oyentes “iluminados” frente a quienes celebran el Novus Ordo Missae con obediencia al Romano Pontífice. De este modo, traslada el eje de la lex orandi ecclesiae desde el cuerpo apostólico hacia su personal autoridad autobiográfica.
----------Kwasniewski emplea además un vocabulario técnico que oculta su sesgo gnostizante. Para justificar esa autoexención recurre a giros de misterio y exclusivismo carentes de respaldo magisterial. Entre ellos: “gnosis litúrgica”, que postula un saber sacramental reservado sólo a quienes posean su “clave interior”; “resonancia epifánica”, que presenta la forma antigua como revelación sensible, frente a la supuesta “mera funcionalidad” del rito posconciliar; latines híbridos (“transitus ineffabilis”, “sapientia sacramentalis”) que añaden un barniz de rigor a evaluaciones subjetivas; apelaciones a la “exégesis intuitiva” y la “clave hermenéutica arcana” para enmascarar la ausencia de apoyo en las declaraciones conciliares y pontificias.
----------Con tales artilugios lingüísticos, la exclusividad litúrgica se envuelve en un velo de cientificidad, pero mantiene intacta la lógica de iniciación y reserva propia del gnosticismo. Sin embargo, mi cualificación de gnosticismo a los discursos pasadistas de Kwasniewski debe ser entendida en su preciso sentido.
----------Para decirlo brevemente, el gnosticismo, como bien lo ha explicado el papa Francisco en la Gaudete et exsultate, afectando o aparentando estima por las verdades eternas y por lo absoluto, en realidad vaga entre las abstracciones, cierra los ojos a la trascendencia del misterio cristiano y -éste es el caso de Kwasniewski- a las novedades del Espíritu Santo que se han manifestado tanto en las doctrinas como en el proyecto pastoral del Concilio Vaticano II, encerrándose en el pasado. Por eso yo hablo de gnosticismo en referencia a los pasadistas de manera más delimitada, que no hacia los modernistas, y me refiero más a su actitud moral que a sus doctrinas. ¿Dónde está, entonces, la soberbia y la auto-referencialidad -propias del gnosticismo- en los pasadistas? En no querer aceptar las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II y por tanto la autoridad de los Papas del post-concilio. Naturalmente, de esta actitud de desobediencia se deriva que ellos se salen del camino de la verdad, por lo cual su tomismo es un tomismo esclerotizado y esquelético, incapaz de asumir los valores del pensamiento moderno, críticamente analizados y cribados.
3. Esteticismo en cuanto sobrevaloración de lo litúrgicamente bello
----------En el ámbito de la liturgia católica, el esteticismo o preeminencia del valor de la belleza, puede entenderse como una tendencia a absolutizar lo bello, dando preeminencia a lo estético por encima de otros aspectos que son esenciales al culto, como la participación activa o la comprensión del misterio o la eficacia sacramental. No se trata simplemente de valorar la belleza -lo cual es legítimo y necesario- sino de convertirla en criterio supremo, a veces en detrimento de la verdad teológica o pastoral.
----------Una simple lectura de las conferencias del profesor Kwasniewski en España nos permite advertir lo sobredimensionado que se halla el valor de lo estético como aspecto de la liturgia, de lo cual dan prueba muchos pasajes. Cito sólo algunos: “El antiguo rito latino de la Misa [...] alcanzó su madurez en la Alta Edad Media […] se trata de un rito muy característico, con muchas peculiaridades que a menudo pueden resultar desconcertantes para quienes están acostumbrados al rito vernáculo simplificado que se creó después del Concilio Vaticano II. ¿Por qué la misa tradicional es cómo es, y por qué actúa como actúa?” (c.1., p.2): al calificar las “peculiaridades” del rito que llama "tradicional" como su rasgo definitorio y sugerir que su valor radica en sorprender y “desconcertar”, se sitúa la sacralidad en el impacto estético más que en la eficacia del sacramento o el cultivo de la fe. El Magisterio, por el contrario, subraya que la forma tradicional sirve ante todo al contenido teológico y a la participación activa del pueblo, no al puro asombro sensorial. “Con mucho más tiempo de estar arrodillados, la misa romana tradicional ofrece a nuestro tacto la sólida humildad de las rodillas sobre los reclinatorios y de los brazos sobre los bancos, culminando en el gesto sumamente elocuente de caer de rodillas para comulgar” (c.1, p.6): al describir los gestos corporales (arrodillarse, reclinatorios, etc.) como “sumamente elocuentes” y fuente principal de enseñanza, se corre el riesgo de reducir la liturgia a un espectáculo de posturas bellas. Aunque la forma importa, la liturgia católica aclara que el sentido de la genuflexión proviene del sacramento que actualiza -no de su valor estético- y que el valor de la reverencia radica en la fe activa que la motiva.
----------“La iglesia es Su palacio, y el altar es Su trono. […] Es imposible que los hombres crean que nuestro Señor está entre ellos y no le entreguen y pongan a sus pies sus tesoros más preciados, al igual que era imposible que Santa María Magdalena no derramara su precioso ungüento sobre Sus pies” (c.2, p.5): Reducir la liturgia a un fastuoso ceremonial palaciego corre el riesgo de situar la belleza y la pompa en el centro, eclipsando su fin primordial: hacer presente el Sacrificio de Cristo y configurar a la comunidad en su comunión. La enseñanza católica recuerda que el rito, si bien debe ser digno, existe ante todo para formar al Pueblo de Dios en la fe y el amor, no para exhibir esplendores artísticos. “Parte de esta ‘densidad’ de la misa tradicional es el número de acciones simbólicas y objetos que se emplean en su celebración. El sacerdote lleva más vestimentas: además del alba, el cíngulo y la casulla, se coloca el amito sobre los hombros, el manípulo en la muñeca izquierda y el birrete en la cabeza. […] En comparación con la misa moderna, en la misa tradicional se recitan más oraciones, se hacen más gestos … Hay más elementos que llaman nuestra atención, como las sacras a la izquierda, a la derecha y en el centro; el atril del misal…” (c.2, p.3): Aunque la riqueza simbólica pueda ayudar a la contemplación, convertir la acumulación de ornamentos y gestos en el gran “gancho” litúrgico banaliza su sentido sacramental. La liturgia católica valora la belleza, pero enseña que está al servicio de la fe activa y de la formación de la comunidad, no como espectáculo que sustituya la participación y la catequesis.
----------“Tenemos que pedir refuerzos a la época de los grandes santos y eruditos académicos, la época de las catedrales y los monasterios, la época de la piedad y la penitencia, la época del esplendor y de la belleza” (c.3, p.6): al situar la “época del esplendor y de la belleza” como modelo a recuperar, además de revelar pasadismo, se corre el riesgo de convertir la estética en el criterio principal de la reforma litúrgica, cuando la verdadera renovación debe fundamentarse en la fidelidad al Misterio y la formación espiritual del pueblo de Dios, más que en recrear una fastuosa ambientación histórica. “Uno recuerda la atmósfera de una Misa Rezada o de una Misa Solemne: en la primera hay una quietud soberana, y en la segunda, una expresión de autoridad y majestad que obliga a prestar atención: ‘¡Todos vosotros, los que pasáis por el camino, fijaos bien y mirad…’.” (c.3, p.5): enfatizar la "quietud soberana" y la "majestad" de los ritos según su solemnidad puede llevar a valorar la espectacularidad litúrgica por encima de la participación activa y consciente de todos los fieles. La belleza debe potenciar la interioridad y el sentido sacramental, no sustituirlos.
----------Kwasniewski eleva lo estético casi a criterio supremo de la liturgia: “la Misa es lo más bello que hay a este lado del Cielo” (c.4, p.1): al presentar la Misa ante todo como un objeto de contemplación estética, se corre el riesgo de reducir el Sacrificio eucarístico a una experiencia sensible, cuando su fin principal es el encuentro sacramental con Cristo, la ofrenda redentora y la formación espiritual de la comunidad, más que el puro deleite de los sentidos. “Se entra en la Iglesia por dos puertas: la puerta de la inteligencia y la puerta de la belleza. […] Con arte soberano, la liturgia ejerce una influencia verdaderamente atrayente sobre las almas, a las que toca directamente, incluso antes de que el espíritu perciba su influencia” (c.4, p.2): aunque la belleza puede ser un seductor puente inicial, postularla como “la puerta más ancha” puede fomentar un esteticismo que deje en segundo plano la verdad del mensaje evangélico y la participación activa de los fieles. La forma litúrgica -por hermosa que sea- debe servir a la transmisión del Misterio, no sustituirla.
----------“Joseph Ratzinger y Scott Hahn nos muestran por qué la liturgia debe estar impregnada de simbolismo del templo en todos sus aspectos: arquitectura, mobiliario, decoración, música sacra, acciones ceremoniales. La música que oímos debería elevar nuestra mente a las realidades divinas y celestiales para que podamos captar un débil eco de la música angelical; el edificio de la iglesia debería ser una evocación de la ciudad celestial; el santuario debería ser una imagen magnífica del Santo de los Santos. Las ceremonias, en su esplendor ordenado y solemne, deberían elevar la mente hacia la majestad y el misterio de Dios” (c.5, p.2): situar la belleza de la arquitectura, de la música y del ceremonial como fin en sí mismo, corre el riesgo de hacer de lo estético el criterio supremo, cuando debe ser un vehículo al servicio de la Palabra proclamada y de la participación consciente de todo el pueblo de Dios. “Una de las mayores bendiciones de la liturgia tradicional romana es su representación pura, abierta, sin complejos de la corte del gran Rey del cielo y de la tierra, en todas sus oraciones, rúbricas y ceremonias, y en las espléndidas formas artísticas que surgieron de su ‘Corte’ y refuerzan el ‘drama’ de los santos misterios de nuestra redención” (c.5, p.4): en la medida en que se ensalza la “espléndida forma artística” como la gran bendición, existe el peligro de convertir el arte en el fin último de la liturgia, en lugar de reconocerlo como un medio para adorar a Cristo sacramentalmente presente y formar a la comunidad en la fe.
----------Ahora bien, es cierto que la constitución Sacrosanctum Concilium reconoce la belleza como medio para “favorecer el recogimiento de las almas y despertar deseos religiosos” (SC n.7), pero establece un principio de jerarquía: la forma y los signos han de servir a la participación activa, al acompañamiento catequético y a la edificación del Pueblo de Dios, no erigirse en fin en sí mismos. Así lo recuerda el texto conciliar: “La liturgia es fuente y cumbre de la vida eclesial, pero no agota toda la acción de la Iglesia” (SC n.10). “La participación activa de los fieles constituye la esencia misma de la liturgia” (SC n.14), de modo que toda reforma debe “preocuparse de despertar en los fieles un atento sentido de Dios” y no quedarse en un mero despliegue estético (SC nn. 11 y 34). Las artes sacras -piedras, imágenes, vestiduras, música- deben “facilitar el misterio” y no convertirse en “puros espectáculos” (SC n.122). ¿Kwasniewski habrá leído alguna vez estos textos?
----------En la misma línea, Summorum pontificum subrayaba en 2007 que ambas formas del rito romano -ordinaria y extraordinaria- “han de enriquecerse mutuamente” y nunca rivalizar en eficacia sacramental (art.2). Traditionis custodes advierte contra el ritualismo y el formalismo vacíos, insistiendo en que la lex orandi debe corresponder a la lex credendi y en la unidad del rito bajo la autoridad de los obispos (nn.1–3). Desiderio desideravi refuerza esta posición, subrayando la importancia de preservar un único rito romano en comunión con los pastores, evitando que la búsqueda de belleza desemboque en un culto cerrado y exclusivista (nn.16–17).
----------Finalmente, resulta muy conveniente analizar las consecuencias pastorales de un esteticismo desmedido. En primer lugar, el riesgo de elitismo y exclusión: una liturgia orientada casi exclusivamente al despliegue estético deja de lado a parroquias con menos recursos y a fieles sin formación artística, reforzando en ellos la sensación de “no pertenecer”. En segundo lugar, la distracción de la misión evangelizadora, pues el dedicar tiempo y esfuerzo desproporcionados a ornamentos y ceremonias puede desviar recursos y voluntades que la comunidad necesita para la catequesis y el acompañamiento personal de quienes están alejados.
----------No menos importante es la dependencia de contextos privilegiados: el culto “bellísimo” (para expresarnos al modo de Kwasniewski) exige espacios, vestiduras y ministerios altamente especializados, lo que dificulta su celebración en parroquias rurales, misiones o culturas no europeas.
----------Ni hablar del riesgo de fetichismo ritual, porque el elevar la forma por encima del contenido puede generar un apego pasadista que ve en la estética la garantía de la validez sacramental, olvidando que la eficacia litúrgica reside en Cristo y en la fe de la asamblea.
----------Otro aspecto crítico es el peligro de mermar la participación activa de los fieles. Cuando “lo bello” se convierte en criterio supremo, los asistentes corren el riesgo de convertirse en meros espectadores, en lugar de protagonistas comprometidos en el misterio que se celebra.
----------En suma, el esteticismo de Kwasniewski, aunque recupera con acierto la dimensión sensorial de la liturgia, contraviene el equilibrio del Magisterio, que vincula belleza y verdad, forma y contenido, y exige un discernimiento pastoral que ponga al servicio de la misión el don de lo bello.
Si Kwasniewski es gnóstico, yo soy campeón mundial de truco. No jodamos.
ResponderEliminarAnónimo… el padre Filemón de la Trinidad dejó sobre la mesa cada argumento… con nombres, textos y explicaciones… señaló dónde y por qué habló de gnosticismo… y no lo hizo al pasar, sino con la paciencia de quien hila fino… usted, en cambio, sólo dejó un gesto… un dejo de sorna… como si alcanzara con la picardía para desmontar lo que se dijo… pero no aportó una sola razón que lo sostenga… y los gestos, sabe, se los lleva el viento… mientras que las razones, si son verdaderas, se quedan… aunque incomoden…
EliminarDoña Rosa Luisa, con todo respeto: hay tantas “razones” para llamar gnóstico a Kwasniewski como para negar que lo sea… porque hay definiciones de gnosticismo para todos los gustos… si no acordamos de qué estamos hablando, cada cual arma su listado a medida…
Eliminar¿Hablamos del gnosticismo histórico que combate Ireneo (Valentín, Basílides)… del “gnosticismo” filosófico de Hans Jonas… del “gnosticismo político” de Voegelin… o del comodín polémico que hoy etiqueta cualquier espiritualismo exigente como “dualista”? Sin esa distinción, “gnóstico” se vuelve un cajón de sastre… y Filemón puede acumular indicios que, con otro mapa, valen lo contrario…
Propongo bajar a tesis verificables: si por gnosticismo entendemos desprecio de la creación, docetismo sacramental, o una soteriología elitista cerrada a la gracia eclesial… citemos pasajes y veamos si aparecen… y si aparecen, si son núcleo o apenas resonancias ascéticas mal leídas… mientras no definamos términos y criterio, afirmar y negar es igual de fácil… y poco provechoso…
Fernando: Concuerdo en que “gnosticismo” es palabra de cauce ancho… y de cauce movedizo… Precisamente por eso dije lo que dije en mi primer comentario… para respaldar la lectura del P. Filemón, que no tiró de la etiqueta al azar… sino que, siguiendo la advertencia del Papa Francisco, entendió el gnosticismo como esa pretensión, soberbia y nacida de la auto-referencialidad, de encerrar el misterio de Dios en un saber superior… desligado de la simplicidad de la fe y de la carne concreta de la Iglesia…
EliminarQue uno encuentre o no esos rasgos en la obra de Kwasniewski… depende de la “partitura” que elija… y por eso insisto en que antes de sumar razones a favor o en contra, convendría acordar de qué partitura hablamos… ¿la de los viejos sistemas que combatió san Ireneo… la de las interpretaciones filosóficas modernas… o la advertencia pastoral de Francisco, que mira más a actitudes que a doctrinas codificadas?…
Si afinamos juntos esa definición, podremos entonces cotejar pasajes… y quizá descubrir que discutimos menos de lo que creemos… o que la discrepancia se asienta en algo más profundo que la mera elección de un rótulo…
Estimado Anónimo,
Eliminargracias por su intervención. Como recordé al inicio de esta serie —y cuya última parte se publica hoy—, pedí a los lectores esperar a conocer el conjunto antes de comentar. Le invito a leerlo completo y, si lo desea, replantear su observación a la luz del texto íntegro.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminargracias por su intervención. Como indiqué al inicio de la serie —y cuya última parte se publica hoy—, pedí a los lectores reservar sus comentarios hasta leerla completa. Le invito a considerar el conjunto y, si lo ve oportuno, volver luego a plantear su respuesta.
Estimado Fernando,
Eliminarle agradezco su aporte. Como señalé al inicio de esta serie —y cuya última parte se publica hoy—, pedí a los lectores reservar sus comentarios hasta leerla completa. Le invito a considerar el conjunto y, si lo ve oportuno, volver luego a plantear su intervención.
Me uno plenamente a la lúcida reflexión del padre Filemón sobre el gnosticismo y el esteticismo de Peter Kwasniewski. En mi experiencia pastoral he visto cómo esa lectura excesivamente intelectualizada de la fe termina por fragmentar la comunión eclesial y relegar la caridad concreta al segundo plano.
ResponderEliminarEsta actitud gnóstica, revestida de nostalgia litúrgica o de un culto a la belleza, revela además una clara falta de obediencia a las autoridades competentes. La soberbia y autorreferencialidad que surgen al anteponer gustos personales al Magisterio y al legítimo discernimiento de los obispos y de la Santa Sede socavan la unidad de la Iglesia y reducen la gracia al ámbito de una élite estética.
Desde Salta, agradezco al padre Filemón por señalar con valentía estas derivas. Que mantengamos viva la devoción por lo sagrado, siempre en comunión con nuestros pastores, recordando que la verdadera belleza se manifiesta en la humildad del pan y del vino consagrados y en el servicio desinteresado a los hermanos.
Queridísimo padre D.B.:
Eliminarte agradezco tus palabras de acuerdo. Pero, como indiqué al inicio de esta serie —y hoy se publica su última parte—, pedí a los lectores reservar sus comentarios hasta conocerla completa. Te invito entonces a considerar el conjunto íntegro y, si lo deseas, compartir después tu valoración final.
Un fuerte abrazo desde Mendoza!