sábado, 30 de noviembre de 2024

El misterio de la muerte y del juicio de Dios (3/3)

Es extremadamente improbable que aquellos que durante largo tiempo en precedencia han sido fieles al Señor, lo rechacen en punto de muerte. Podemos en cambio pensar que a aquellos que desde hace tiempo se le habían opuesto, en la inminencia de su muerte, Dios, en su misericordia, les da una última, extrema posibilidad de salvación, les haga un último y apremiante ofrecimiento de su amor. ¿Qué sabemos entonces de ciertos grandes pecadores si se han condenado? ¿Acaso no podrían haberse arrepentido en el último instante? [En la imagen: fragmento de "Séneca moribundo", óleo sobre tabla, pintado en los años 1612-1613, obra de Pedro Pablo Rubens, conservado y expuesto en la Antigua Pinacoteca de Munich, Alemania].

El libre albedrío está debilitado pero no destruido
   
----------Es sorprendente cómo Lutero, tan inclinado a analizarse a sí mismo, no se diera cuenta de la experiencia que todos tenemos del libre albedrío. Sabemos muy bien cuándo es que queremos y cuando es que no queremos. Sabemos muy bien que podemos querer o no querer. Sabemos muy bien que podemos elegir esto o aquello; decidimos hacerlo y el acto se realiza. Sabemos que aquella determinada cosa la habíamos querido, mientras que también podríamos no haberla querido. Cuando estamos lúcidos, somos conscientes de que nosotros mismos ponemos nuestros actos explicando el motivo y somos bien conscientes del hecho de que los hemos puesto nosotros. Nosotros los hemos querido y sabemos haberlos querido.
----------Entonces, ¿qué es lo que nos viene a contar Lutero con su "servo arbitrio"? El libre albedrío, como resultado del pecado original -como observó subsecuentemente el Concilio de Trento- está debilitado, pero no extinguido. Son los animales, no los hombres, los que están privados de libre albedrío.
----------Cuando san Pablo dice ser "esclavo del pecado", no debe ser tomado literalmente, porque se expresa de modo enfático, para llegar a sostener la necesidad de la gracia, de lo contrario no nos habría hecho todas las exhortaciones y dado todos los mandamientos para hacer el bien y evitar el mal, ni amenazaría el castigo divino a los pecadores y tampoco hablaría de premio celestial ("corona de justicia") por sus fatigas.
----------Lutero nos manifiesta estar demasiado fijado, aunque no sabemos con cuánta sinceridad (casi como para pretender ser siempre excusado), sobre la experiencia de la concupiscencia y de la debilidad de nuestras fuerzas. Es cierto que a veces es tanta la fuerza de la pasión, que experimentamos que no nos las arreglamos para hacer el bien (no hablamos de los casos de enfermedad mental), sino que sucumbimos bajo la violencia de la pasión, que, como observa el mismo san Pablo apóstol, nos constriñe a hacer aquello que, si fuéramos libres, no lo haríamos. Pero el atractivo es tan fuerte, que nos arrastra, aunque sabemos que lo que hacemos está mal. Pero cuando las cosas han sido hechas, al constatar que hemos actuado no porque lo hayamos querido libremente, sino porque hemos sido arrastrados por la pasión, no nos sentimos culpables, sino solo infelices de no poder hacer el bien que deberíamos y quisiéramos hacer.
----------Entonces llega el momento en que invocamos el socorro divino, el cual antes o después no falta y es a veces superior a eso mismo que nos esperábamos, a tal punto que nos damos cuenta de alcanzar metas nunca alcanzadas hasta entonces por nosotros. Entonces advertimos que hemos recibido una fuerza nueva, que antes no teníamos. ¿De dónde viene? Es esta la experiencia de la gracia, obtenida por la oración. Y nos preguntamos: ¿pero Lutero nunca ha experimentado estas maravillas? ¿Y cómo es que no sabe distinguir lo que viene de sus fuerzas y lo que le ha sido donado desde lo alto?
----------Su idea de que Dios hace todo y nosotros no hacemos nada es absolutamente falsa y es falsa humildad. Dios actúa valiéndose de nuestras cualidades que Él mismo nos ha donado y de las cuales debemos responder, aunque sanadas y fortalecidas por la gracia. La verdadera humildad está en reconocer la verdad de nuestra situación: no solo nuestras debilidades, sino también los talentos que Dios nos ha dado (ciertamente sin exagerar el número), y que debemos aprovechar y hacer fructificar, y no abandonarnos sobre la gracia con la excusa de que Cristo nos salva, sino en realidad para no hacer el esfuerzo de obedecer a Dios.
----------Lutero, en efecto, para no querer reconocer su parte de responsabilidad en su desgraciada experiencia moral, termina formulando su famosa idea blasfema de atribuir exclusivamente a Dios la causa de todos nuestros actos, tanto los actos buenos como los actos malos, de modo que viene a concebir a Dios como causa tanto de la justicia como del pecado; de lo cual nace la horrible doctrina de la doble predestinación, que la Iglesia ya había condenado en el monje Godescalco en el siglo IX.
----------La predestinación no es, como creía Lutero, el hecho de que Dios ya ha decidido si elegirme o no elegirme, de tal manera que si no me elige, cualquier obra buena que yo haga no me cuenta para nada, porque de todos modos iré al infierno. Y no quiere decir que si me considero predestinado, puedo cometer libremente cualquier pecado porque de todos modos me salvaré.
----------La predestinación de la que habla san Pablo apóstol en la Carta a los Romanos (Rm 8,28-30) es el hecho de que Dios desde la eternidad, aun ofreciendo a todos la posibilidad de salvarse, de hecho ha decidido por sus inescrutables motivos elegir solo a algunos (los "elegidos"), y habiéndolos elegido, mueve infaliblemente su libre voluntad a la adquisición de la salvación. Aquellos que no ha escogido son los que por su culpa rechazan la gracia salvífica a ellos ofrecida. Por lo cual Dios desde la eternidad no los empuja al pecado (cosa horrible de sólo pensarse), sino que simplemente sabe que no se salvarán porque no quieren, habiéndolos dejado libres de hacer su propia voluntad. Los no elegidos, que rechazan la gracia, no cumplen en absoluto obras buenas, y por ello son justamente castigados con la pena eterna.
----------Por cuanto respecta a nuestra responsabilidad, debemos decir que es cierto que a veces el atractivo del placer es tan fuerte que nosotros, no obstante el querer lo contrario, cedemos a la concupiscencia. ¡Pero no es siempre así! Cuántas veces, socorridos por la gracia, tenemos la experiencia gozosa de haber resistido a la seducción de la carne y de habernos dominado, ¡aunque con esfuerzo y después de una lucha amarga! Sin embargo, si nos atenemos honestamente a nuestra conciencia, sabemos distinguir bien los actos malos que hemos cumplido voluntariamente de aquellos cumplidos bajo el impulso de la pasión o inadvertidamente. Sabemos muy bien que de los primeros somos responsables, mientras que no podemos responder de los segundos. Sentimos justamente vergüenza y un sentimiento de culpa por los primeros, mientras que nos sentimos inocentes y sin culpa por los segundos, aunque objetivamente hemos hecho una mala acción.
----------Reconocemos merecer el castigo por los primeros, mientras que pedimos ser excusados y absueltos por los segundos. Sentimos no ser honestos si, aun estando en culpa, pretendemos no ser castigados. Sentimos que no es honesto el deseo de salirnos con la nuestra. Advertimos no ser sinceros si pretendemos ser excusados mientras estamos en culpa, así como protestamos si somos inculpados o castigados cuando somos inocentes. Sentimos que no podemos confiar en la misericordia divina si estamos apegados al pecado, casi como para obtener el permiso de pecar libremente sin ser castigados. ¿Era esto lo que Lutero quería? 
----------Lutero con su teoría de la justificación, tiene toda la apariencia de estar asumiendo este aspecto astuto, deshonesto y mezquino, lo cual no es nada digno para un hombre de conciencia, honesto consigo mismo, con los demás y con Dios. El defecto de Lutero era el de confundir entre sí los actos malos culpables con los actos malos excusables; por lo cual se sentía culpable cuando hacía el bien e inocente y excusado cuando pecaba. ¿Puede haber acaso un trastorno psicológico y moral peor que éste?
----------Lutero se había fijado irracionalmente en la idea de que Dios ejerce su juicio sobre nosotros, sin tener en cuenta el juicio que nosotros mismos pronunciamos sobre nosotros mismos. De modo tal que si nosotros nos juzgamos buenos, Dios nos juzga malos y viceversa. Si sentimos la conciencia tranquila, eso no quiere decir que no seamos culpables a sus ojos. Por el contrario, según Lutero, podemos sentirnos en culpa y ser agradables a sus ojos, como si Dios renunciara al principio de no-contradicción.
----------Hacemos la observación que Dios decide sobre nosotros mismos, es cierto, pero decide en el sentido de que es causa de nuestra misma decisión libre, con la cual nosotros nos decidimos por Él. Es ésta la verdadera predestinación. En el momento de la muerte, es decir, de la rendición de cuentas, en el momento en el cual Dios nos juzgará y decidirá nuestro destino eterno, pronunciará un juicio conforme a cuanto estaba en los pactos, de modo que nosotros mismos podremos darnos cuenta de su fidelidad y lealtad en el respetar los compromisos asumidos y en el realizar cuanto había prometido.
   
Lutero no ha entendido nunca lo que es el mérito sobrenatural
   
----------Como enseñan claramente las parábolas del Evangelio, al término de la jornada de trabajo o en el momento de la vuelta del dueño de la viña, es decir, en el momento de nuestra muerte, podemos y debemos presentarnos ante nuestro divino Dador de trabajo con cuanto hemos ganado con nuestra labor, usufructuando los talentos que nuestro mismo Dador de trabajo nos había dado.
----------Lo que quiere decir claramente que la vida eterna es sí gracia de Dios, pero esto no quita absolutamente que al mismo tiempo ella sea fruto y mérito de nuestras fatigas. Lutero nunca ha logrado disolver esta aparente paradoja, esta conjunción de lo gratuito con lo meritorio. Ha pensado que se debiera elegir entre los dos términos y en cambio nunca reflexionó sobre el sapientísimo dicho de san Agustín de Hipona, que fue citado después por el Concilio de Trento contra él, que nuestros mismos méritos son fruto de la gracia.
----------Si Lutero hubiera reflexionado sobre estas cosas, no habría sentido ningún terror o en caso de haberlo experimentado, lo habría calmado con estas consideraciones y no con la insensata negación del libre albedrío y con la idea blasfema de un Dios que salva sin mérito.
----------El terror no se aplaca con la presunción, sino con la conciencia de mi libre decisión y la certeza de que Dios quiere salvarme. Yo decido amarlo porque él mismo causa en mí este acto del libre albedrío. Yo iré al infierno porque he decidido hacer mi voluntad y no la suya. Esta es la verdad enseñada por la Biblia.
----------A Lutero le ha faltado la clara conciencia del hecho que yo, por mi voluntad, tengo la posibilidad de realizar actos que dependen de mí y que puedo decidirme a cumplir el bien, puedo conocer el verdadero bien y puedo tener conciencia de haberlo cumplido. Es esto en su esencia, como sabemos, el libre albedrío, enseñado por la misma Sagrada Escritura, que Lutero podía ver bien ilustrado en el De libero arbitrio de san Agustín, que Erasmo le recordó en el tiempo de su rebelión contra Roma.
----------Además hay que decir que Lutero nunca ha sabido apreciar la justicia como virtud cardinal, el deber de dar a cada uno lo suyo y que Dios mismo da a cada uno lo suyo según sus méritos, un concepto claramente expresado por la Biblia. Nunca ha entendido lo que es verdaderamente la justicia divina en cuanto distinta de la misericordia y el maravilloso juego que en la providencia divina se interpone entre la una y la otra virtud. Ha falsificado la justicia, reduciéndola a la misericordia; y ha falsificado la misericordia, reduciéndola a la justicia.
----------La intención declarada de Lutero es precisamente la de infundirnos confianza y serenidad en el momento de nuestra muerte, cuando deberemos presentarnos ante el tribunal de Dios, para cuando estemos ante su juicio sobre nosotros. Según Lutero, el Magisterio de la Iglesia hasta su tiempo no había entendido el Evangelio, no había entendido lo que es la misericordia divina: había presentado un Dios aterrorizante haciéndonos creer que podemos aplacarLo ofreciéndole sacrificios y obras buenas.
----------Nada de todo esto es cierto, dice Lutero, quien cree haber descubierto él la verdadera enseñanza del Evangelio. Según él el Evangelio enseña en cambio que debemos confiar en el hecho de que en el momento de la muerte experimentaremos la misericordia de Dios que nos acogerá en el paraíso, aunque la conciencia esté cargada de la culpa, a la única condición de que nosotros creamos ser salvados.
----------Pero el Concilio de Trento, en su momento, recordará correctamente a los luteranos que confiar en Dios sin haber hecho la debida penitencia de nuestros pecados es cosa totalmente vana, es burlarse de Dios, con el resultado de encender más su ira en lugar de apagarla.
----------Notamos, sin embargo, que el terror de Dios no se aleja con una confianza irrazonable, sino con el temor de Dios y una esperanza basada en la conciencia de haber hecho el propio deber. La verdadera confianza en Dios no quita el temor de Dios. Cuando san Juan dice que el amor ahuyenta al temor, se refiere a un temor servil y egoísta centrado solo en el propio interés.
----------San Pablo nos exhorta, en cambio, a cuidar nuestra salvación con "temor y temblor". ¿De qué se trata? El verdadero y sano temor de Dios es un don del Espíritu Santo, es esa actitud de reverencia y humildad ante Dios, dictada por el Espíritu Santo, por lo cual tenemos en la máxima consideración su voluntad, sabiendo que nuestra existencia y nuestro bien dependen de Él y de la obediencia a Él, por lo cual ponemos el máximo cuidado en evitar el pecado, cuya consecuencia es el infierno.
----------Como enseña el Concilio de Trento, el fiel en la vida presente no se siente totalmente seguro de estar en gracia, aunque advierta signos que le inducen a pensar ser grato a Dios. Siguiendo el ejemplo de san Pablo, aunque no sea consciente de ningún pecado, el fiel no se juzga a sí mismo, sino que remite su juicio a Dios, ciertamente con confianza, pero teniendo cuidado de no pecar, bien consciente de su fragilidad.
----------Por otra parte, Lutero pierde de vista el valor del sacrificio cultual ofrecido a Dios para aplacar la ira divina y obtener misericordia. Por eso niega el sacerdocio y el sacrificio de la Misa. Lutero ciertamente reconoce el sacrificio redentor de Cristo, pero no entiende que Cristo nos ha hecho partícipes de su sacrificio con la celebración de la Misa en descuento por nuestros pecados.
----------Este es el modo de obtener la verdadera paz de la conciencia y de obtener el perdón divino y no descargarnos o abandonarnos en Cristo con el pretexto de que Él ya ha ofrecido el sacrificio perfecto, porque no es que nosotros podamos añadir nada a lo que Él ha hecho, sino que podemos unirnos a su Cruz redentora. Esto nos permite presentarnos serenos ante el Juez divino.
----------Una vez que Dios nos ha donado su gracia, nuestros méritos adquieren, por los méritos de Cristo, el poder de aumentar la gracia, de modo que durante todo el curso de nuestra vida, si nos mantenemos fieles al Señor, la gracia aumenta continuamente. Existe sin embargo una gracia que no podemos merecer y es la de la perseverancia final. Aquí el libre albedrío no tiene parte alguna. Sobre este punto Lutero tenía razón. Y debemos decir que él tenía razón también en lo que se refiere a la primera gracia, la cual nos hace pasar de la condición de hijos de Adán a la de hijos de Dios.
----------¿Por qué podemos merecer todas las gracias precedentes y no la gracia de la perseverancia final? Porque ésta, a diferencia de aquellas que conciernen a la vida presente, se refiere a la misma vida eterna después de la muerte. Uno podría decir: ¿pero no es el paraíso del cielo la merced y el pago por el trabajo hecho? ¿No dice acaso el patrón al buen obrero: está bien, siervo fiel, entra en la alegría de tu señor?
----------Sí, pero es necesario distinguir el modo con el cual merecemos el paraíso de aquel con el cual recibimos la gracia que nos hace entrar en el paraíso. Nosotros ciertamente merecemos el paraíso con nuestros actos sobrenaturales; pero esa gracia final que nos permite merecer el paraíso no es a su vez merecida por un acto nuestro precedente, por mucho que se haya obtenido gracia.
----------En efecto, no existe en absoluto proporción entre un mejoramiento de nuestra vida terrena y la misma vida eterna. Un mejoramiento lo podemos obtener por nuestro propio mérito. Pero la vida eterna es de tal modo sobrenatural, que si Dios no nos la dona con la gracia de la perseverancia final, nosotros podríamos tal vez tener todos los méritos de la Santísima Virgen, que esta gracia nosotros no la podríamos obtener con un acto nuestro. Por eso en el Ave María nosotros le pedimos a María que rece por nosotros "en la hora de nuestra muerte" para que nos obtenga la gracia de la perseverancia final.
----------Es extremadamente improbable que aquellos que durante largo tiempo en precedencia han sido fieles al Señor, lo rechacen en punto de muerte. Podemos en cambio pensar que a aquellos que desde hace tiempo se le habían opuesto, en la inminencia de su muerte, Dios, en su misericordia, les da una última, extrema posibilidad de salvación, les haga un último y apremiante ofrecimiento de su amor. ¿Qué sabemos entonces de ciertos grandes pecadores si se han condenado? ¿No podrían haberse arrepentido en el último instante?

7 comentarios:

  1. Padre, usted es un teólogo que leo con mucho gusto porque no se aparta de la doctrina de siempre.
    Nunca podré entender por qué una mente como la suya no quiera aceptar y denunciar la ruptura del Vaticano II, que, incluso en las aplicaciones, siempre ha sido modernista.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estimado Mateo,
      aprecio el hecho de que usted se haya dado cuenta de que yo estoy apegado a las palabras del Señor, que no pasan, que respeto la inmutabilidad de los dogmas, y que acepto los valores no negociables.
      Ahora bien, es necesario que nos entendamos sobre lo que es el modernismo. Usted sabrá bien que el modernismo es un conjunto de herejías, que nacen de la idolatría del pensamiento moderno y que fue justamente condenado por san Pío X.
      Ahora bien, en base a esta definición del modernismo, es injusto considerar modernistas las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II y el Magisterio pontificio que le ha seguido, que se inspira en ellas.
      Por lo tanto, el hecho de que yo acepte este Magisterio no está en absoluto en contraste a la aceptación de las verdades eternas enseñadas por la fe católica, porque el actual Magisterio de la Iglesia no las pone en absoluto en discusión, como hacen los modernistas, sino todo lo contrario, nos las hace conocer y aplicar mejor que lo que ocurría antes del Concilio.
      Por tanto, como dijo justamente Benedicto XVI, entre el antes y el después del Concilio no existe una ruptura, sino una continuidad en el progreso. Ver una ruptura es exactamente el defecto de los filo-lefebvrianos y de los modernistas: los primeros para lamentarse y los segundos para alegrarse.

      Eliminar
    2. No puedo estar de acuerdo. Ya el hecho de que se pida admitir una hermenéutica de la continuidad significa que ella no es evidente y, usted conocerá qué desastres ha producido en tantos sacerdotes desorientados por principios objetivamente modernistas ("síntesis de todas las herejías", cfr. San Pío X, Encíclica Pascendi Dominici Gregis y decreto Lamentabili). Yo vengo de una parroquia que frecuenté activamente en los años 80 y hasta 1991. La doctrina enseñada, la "misa" con tambores, guitarras, sobre una mesa versus populo y el pensamiento político, transmitido en el centro-izquierda por los laicos, verdaderos "amos" de las decisiones a través del llamado Consejo Pastoral, que ponía a menudo en minoría al párroco, sobre cuestiones económicas y, por tanto, ganaba en los votos la "colegialidad" me pusieron en crisis. Desde 1991 hasta 1999 me convertí en un indiferente, como tantos. Luego conocí la tradición católica y estudié gran parte de los documentos conciliares y de la reforma litúrgica. Me convertí al catolicismo romano después de asistir a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, predicados por un sacerdote conocido y muy preparado, al que llaman, por esto, también desde el extranjero. No puedo dejar de ver la ruptura comparando textos y prácticas conciliares con textos y prácticas anteriores inherentes al Magisterio Perenne e infalible de los Papas. Nunca me interesó ser pro-lefebvriano, sino verdaderamente católico, aunque desde 2003 a 2006 asistí a la FSSPX, dándome cuenta de sus errores galicanos y falibilistas.

      Eliminar
    3. Estimado Mateo,
      le hago presente que la continuidad entre el preconcilio y el postconcilio concierne al plano doctrinal, que en el Concilio Vaticano II recibe una nueva profundización y una nueva clarificación; pero es claro que, al mismo tiempo, las verdades siguen siendo las mismas, porque la Palabra de Dios no cambia.
      El Magisterio de la Iglesia, y me estoy refiriendo siempre al ámbito de lo doctrinal, no hace más que explicarnos la Palabra de Dios cada vez mejor a lo largo de los siglos.
      Lo que cambia o puede cambiar es todo lo referente al ámbito de la pastoral, como por ejemplo en el campo litúrgico y organizativo.
      Por eso el hecho que usted menciona, que un párroco es manipulado por un consejo pastoral de laicos, es un hecho que no se deriva en absoluto del Concilio Vaticano II, sino que es precisamente una desobediencia al Concilio.
      Así también, la Misa Novus Ordo, es decir, la Misa que promulgó el papa san Paulo VI en 1969, abrogando el anterior ordo, no es una ruptura con la Liturgia tradicional, sino que es un desarrollo adecuado a ese sentido de lo sagrado, que es propio de los hombres de hoy, sentido para el cual ya no era suficientemente útil ni conveniente, a juicio del Concilio, el ordo anterior. También está claro que los abusos litúrgicos no tienen nada que ver con la digna celebración del Novus Ordo Missae.

      Eliminar
  2. ¿Lutero negaba el libre albedrío en relación con la posibilidad de salvación, o en cualquier caso?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estimado Juan,
      Lutero negaba el libre albedrío en orden a la salvación, no en relación con las actividades de este mundo. Es decir, él decía que la voluntad humana, después del pecado original, está tan corrompida que ya no es capaz de observar los Mandamientos divinos y por lo tanto peca en cada acción que hace, aunque con las mejores intenciones.
      Esto quiere decir entonces que él separaba los valores de este mundo de los valores del Reino de Dios, por lo cual, como he dicho, sostenía que nuestra voluntad es libre de establecer los fines de este mundo, mientras que estaría bloqueada en relación con la consecución del reino de Dios, por lo cual, para lograr este fin, según él, el único medio era creer que Dios nos concede la gracia aunque permanezcamos en el pecado.
      De todo esto nos damos cuenta como Lutero no supo poner de acuerdo la voluntad de conseguir los bienes naturales con la voluntad de alcanzar los bienes sobrenaturales, olvidando que Dios es autor tanto de la naturaleza como de la gracia.
      De esta visión distorsionada se deduce que las normas morales, relativas a la ética natural, dependen únicamente de la voluntad humana y ya no tienen relación con la voluntad divina. Al mismo tiempo se favorece la hipocresía de considerarse agradables a Dios, aunque en el campo de la ética natural actuamos según nuestro arbitrio, sin tener en cuenta los Mandamientos divinos.

      Eliminar

Comentarios sin debido respeto hacia la Iglesia y las personas, serán eliminados. Se admiten hasta 200 comentarios por artículo.