¿Hasta qué punto el silencio de muchos pastores es prudencia evangélica y cuándo se convierte en omisión culpable? La liturgia, corazón de la comunión eclesial, se ha transformado en campo de batalla ideológica. Recorramos una vez más la historia reciente, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, para mostrar cómo la llamada “guerra litúrgica” erosiona la unidad. La paz litúrgica no se alcanza multiplicando excepciones, sino acogiendo con fidelidad la reforma conciliar. [En la imagen: El Espíritu Santo desciende sobre los discípulos como Lenguas de Fuego; Vitral del Domingo de Pentecostés, siglo XIX, Joigny, Francia].
"Calamum quassatum non conteret, et linum fumigans non extinguet" (Is 42,3). Blog de filosofía y teología católicas, análisis de la actualidad eclesial y de cuestiones de la cultura católica y del diálogo con el mundo.
lunes, 29 de septiembre de 2025
La guerra litúrgica: entre silencio prudente y omisión culpable
“Esforzaos en usar una sola Eucaristía;
pues una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo
y uno solo el cáliz para unirnos en su sangre, un solo altar,
como uno es el obispo con el presbiterio y los diáconos”
San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios 7,1
El silencio en tiempos de transición
----------La muerte inesperada del papa Francisco y el inicio cauteloso, según se ha interpretado en diversos ámbitos, del actual pontificado del papa León XIV, han abierto un período que podríamos llamar de reposicionamientos. el cual, tal como se ven las cosas humanas con sus limitaciones, parece inevitable. En tal contexto, resulta significativo que, desde los primeros días posteriores a la elección del papa Prevost, diversos actores eclesiales hayan comenzado a insistir con creciente intensidad en la cuestión litúrgica, presentándola como el ámbito en el que el nuevo Papa debería intervenir con extrema urgencia.
----------¿Por qué esta reacción de algunos? No se trata de un hecho casual. Una narración parcial e interesada de la historia reciente de la liturgia católica —alimentada además por los relatos parciales o lecturas apresuradas de no pocos cronistas del acontecer vaticano— ha preparado el terreno para lo que algunos Cardenales no han dudado en convertir en una auténtica “guerra litúrgica”. Frente a ello, salvo contadas excepciones, la mayoría de los miembros del Colegio Cardenalicio parece guardar silencio.
----------Algunos observadores describen este comportamiento como un fenómeno “cortesano”. Por mi parte, no estoy del todo de acuerdo con semejante calificativo, pues tal apreciación requiere ser matizada, ya que no todo silencio responde a lo que suele llamarse la lógica de corte. Puede haber también un silencio nacido de la prudencia evangélica, del respeto a los tiempos del Espíritu Santo o del deseo de no precipitar divisiones en un momento delicado. La dificultad está en discernir cuándo ese silencio es fruto de la fe y cuándo se convierte en omisión culpable, que deja el campo libre a quienes buscan imponer su propia agenda.
----------Para tratar de comprender lo que está ocurriendo conviene recordar que la liturgia no puede reducirse a un campo de batalla ideológico. La liturgia es la lex orandi de la Iglesia, lugar donde se transparenta la lex credendi; por eso, convertir a la liturgia en arma de facción traiciona su naturaleza de don recibido y de fuente de comunión. Cuando la sagrada liturgia se instrumentaliza, se erosiona su capacidad de tejer unidad visible y se hiere el corazón mismo de la vida eclesial.
----------En este cuadro, el silencio puede asumir un doble rostro. La tradición bíblica enseña que "hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar" (Qo 3,7): el silencio puede ser espacio de escucha y espera, pero también puede tornarse complicidad cuando tolera la manipulación de lo sagrado. Esta es la línea delicada que atraviesa hoy al Colegio Cardenalicio: la omisión no consiste solo en abstenerse de palabras ofensivas, sino en no custodiar activamente la verdad y la comunión cuando son puestas en riesgo.
----------Algo semejante ocurre con la palabra, con el uso de la palabra guiado por la prudencia. La parresía evangélica —la libertad filial de hablar la verdad en caridad— no es insolencia ni cálculo, sino servicio a la comunión y al Evangelio. Frente a la tentación de reproducir lógicas palaciegas, la Iglesia está llamada a la franqueza humilde, capaz de iluminar y corregir sin romper, y de sostener al Sucesor de Pedro con claridad y lealtad, especialmente en tiempos de transición, en el inicio de un pontificado.
----------Por eso es necesario comprender mejor lo que está ocurriendo. Al respecto, y ante todo, hay una cosa que es segura: la llamada “guerra litúrgica” no surge de la nada, sino que se alimenta de palabras, de gestos y también de omisiones. Examinemos con mayor detenimiento estas dinámicas.
Cuando la liturgia se convierte en campo de batalla contra el Concilio
----------Desde el inicio mismo, cuando se comprendió que el Concilio Vaticano II traería consigo una reforma de la Iglesia —como lo habían declarado con claridad san Juan XXIII y luego san Paulo VI—, surgieron intentos de atacar el fundamento de la primera reforma emprendida: la liturgia. Es célebre el episodio de los cardenales Bacci y Ottaviani, que en 1969 trataron de frenar la reforma litúrgica de la Misa, con argumentos que el teólogo Cipriano Vagaggini refutó con la fineza y solidez que lo caracterizaban. Ya entonces era evidente que cuestionar la nueva liturgia equivalía a bloquear la reforma de la Iglesia en su conjunto.
----------Cuando más tarde se aprobó la reforma litúrgica del Misal Romano, a fines de 1969, el obispo Marcel Lefebvre retomó una idea que había surgido algunos años antes, formulada por el cardenal Giuseppe Siri en Génova, con ocasión de la reforma de la Vigilia Pascual. En 1951, Siri había pedido a Pío XII que dejara a los Obispos en libertad de aplicar o no la reforma, permitiendo celebrar la vigilia “in die” (como antes) o “in nocte” (según la reforma). Pronto se comprendió que tal opción no era posible: la reforma, por su misma naturaleza, vinculaba a todos los bautizados, comenzando por los Obispos. Siri lo entendió entonces, y lo entendió de nuevo veinte años después ante el nuevo Misal. Lefebvre, en cambio, no lo aceptó. Hasta el punto de que, en 1988, tras haber celebrado siempre con el rito tridentino, ordenó obispos con ese mismo rito pero sin comunión con Roma. Y así se consumó el cisma que todavía perdura.
----------Ahora bien, el hecho es que hoy encontramos Obispos y Cardenales que parecen situarse más cerca de la actitud de Lefebvre que de la de Siri. Pretenden permanecer en la Iglesia católica como si el Concilio Vaticano II no hubiera existido, y llegan incluso a sostener públicamente que tal postura es normal. Pero las “formas litúrgicas paralelas” corren el riesgo de configurar, en la práctica, verdaderas iglesias paralelas. Y esto es algo que no puede pasar inadvertido a los pastores. Cuando se emplean expresiones que relativizan el Concilio, lejos de promover la paz, terminan alimentando la confrontación.
----------Llegados a este punto de nuestra reflexión, conviene detenerse en la hondura teológica de este conflicto. El Concilio Vaticano II quiso comenzar por la liturgia porque allí se expresa la vida misma de la Iglesia: la lex orandi que manifiesta la lex credendi. La reforma litúrgica no fue un apéndice, sino la puerta de entrada a una renovación más amplia. Resistirla significaba, de hecho, resistir al Concilio en su conjunto. Por eso, la tentación de mantener “formas paralelas” de vida litúrgica no es una cuestión meramente ritual: supone, en la práctica, la creación de comunidades eclesiales paralelas, con el riesgo de fracturar la comunión visible. La liturgia, que debería ser signo de unidad, se convierte entonces en signo de división.
----------No estoy hablando en abstracto, también me baso en hecho concretos. Antes de la llegada del actual arzobispo a Mendoza, en el templo parroquial que sirve también de Catedral, ce celebraba una Misa, al mediodía del domingo, según la entonces denominada "forma extraordinaria" del rito romano. Pues bien, no era difícil advertir, si uno se daba una vuelta por allí o si se ponía atención a los detalles expresivos en el confesionario, o simplemente a las voces que se escuchaban en el atrio en la iglesia de Loreto, que en realidad existía una Iglesia católica "ordinaria" y otra Iglesia católica "extraordinaria". ¡En la misma parroquia!
----------La historia reciente muestra dos actitudes posibles: la de quien comprende que la reforma litúrgica vincula a toda la Iglesia y la acoge con obediencia, como hizo Siri, y la de quien la rechaza hasta romper la comunión, como Lefebvre. La primera actitud es exigente, pero fecunda; la segunda conduce a la separación y al escándalo. Por eso, cuando Obispos o Cardenales relativizan públicamente el Concilio o presentan como “normal” la coexistencia de iglesias paralelas, no ejercen un ministerio de unidad, sino que alimentan la división. Y aquí se perfila de nuevo el “pecado de omisión”: callar ante estas actitudes, o tolerarlas, equivale a dejar que la comunión se erosione. En otras palabras, el prolongado silencio de muchos puede interpretarse como prudencia, pero también corre el riesgo de convertirse en omisión culpable, sobre todo cuando deja sin respuesta afirmaciones que confunden al Pueblo de Dios.
El relato invertido: contradicciones y riesgos
----------La llamada “paz litúrgica” no se alcanza aceptando como normal lo anormal, no se alcanza aceptando como normal la guerra contra el Concilio Vaticano II. La única paz posible en este terreno es la aplicación fiel y cuidadosa de la reforma litúrgica, enriquecida por todas las sensibilidades que la acogen, no por aquellas que la niegan. En este sentido, ciertas intervenciones de algunos cardenales —entre ellos Burke, Sarah, Müller, Koch y más recientemente Bagnasco— lejos de favorecer la paz, han sido percibidas como gestos que alimentan la confrontación. De esto he hablado en un artículo reciente:
----------Resulta particularmente llamativo el comportamiento del cardenal Bagnasco. A diferencia de Burke, Sarah y Müller, que desde hace años se han alineado abiertamente con el rito tridentino, Bagnasco solo recientemente ha manifestado abiertamente una postura que antes no había explicitado. Aunque fue ordenado sacerdote por el cardenal Siri, se muestra mucho menos prudente que él. En una entrevista reciente ha asumido una narración invertida, injusta e irresponsable, que merece ser examinada con atención. Allí afirmaba:
----------«He estado varios años en el Dicasterio para las Iglesias Orientales y he constatado que en la Iglesia católica existen más de 30 ritos litúrgicos. Nunca he visto, ni veo ahora, cómo la forma extraordinaria del rito romano —que es única, como aclaró Benedicto XVI— pueda, como sucede con el rito ambrosiano, crear problemas. No veo riesgos ni peligros si las cosas se hacen serenamente y con benevolencia por parte de todos». El habitual lector de este blog sabe que ya cité esta frase y que la comenté; y comprenderá que necesito volver sobre ella, porque tiene, en el tema que aquí tratamos, la máxima importancia.
----------Ninguna de estas afirmaciones de Bagnasco se sostiene. En el centro de este discurso se encuentra una reconstrucción de la historia que debe ser corregida en el plano general. Desde que existe la nueva forma del rito romano —a partir de finales de los años sesenta— todos los papas han actuado según la tradición: el nuevo rito sustituye a la forma precedente. Así lo hicieron Paulo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Francisco. Solo Benedicto XVI consideró, con una audacia pastoral que resultó imprudente en sus efectos, que para pacificar a la Iglesia se podía reinstaurar, junto a la forma nueva, la forma antigua del rito romano.
----------No tengo la más mínima duda de que la intención de Benedicto era pacificadora, pero la medida carecía de fundamento teológico sólido y se apoyaba más bien en sentimientos y nostalgias. El resultado fue que, muy rápidamente, se convirtió en un estímulo para la confrontación. Gianfranco Zizola definió a Summorum Pontificum como un acto de “anarquía desde arriba”, mientras que el cardenal Ruini advirtió ya al día siguiente de su promulgación, en 2007, sobre el riesgo de que un motu proprio concebido para unir más a la comunidad cristiana terminara siendo utilizado para dividirla. No comparto del todo la dureza de estos juicios. Más bien yo diría que la decisión de Benedicto XVI, aunque nacida de un deseo sincero de pacificación, resultó objetivamente arriesgada y produjo efectos contrarios a los que el papa Ratzinger buscaba.
----------Frente a aquella audacia arriesgada de Benedicto, Francisco ha sido más prudente. Simplemente ha vuelto a la forma tradicional de gestionar la cuestión: existe una única forma ritual común a toda la Iglesia, y para celebrar según el rito tridentino se requiere una autorización explícita. Por eso, los juicios superficiales sobre la supuesta “dureza” de Francisco respecto a la misa tridentina carecen de fundamento. En este punto hay quienes hablan de “desconfianza” de Benedicto hacia la misa de san Paulo VI. En cambio, a mi entender, conviene hacer la siguiente distinción: en el Ratzinger cardenal se advierte una sensibilidad marcada por el aprecio al rito preconciliar; en el Benedicto Papa, esa sensibilidad se tradujo en una decisión arriesgada —el Summorum Pontificum— que buscaba pacificar, aunque terminó generando tensiones.
----------Este episodio revela la incoherencia o contradicción interna de una narración invertida: se presenta como normal lo que en realidad erosiona la comunión, y se acusa de dureza a quien simplemente restablece la disciplina tradicional. La verdadera paz litúrgica no se logra multiplicando excepciones ni alimentando nostalgias, sino acogiendo con obediencia la reforma conciliar, que quiso comenzar precisamente por la liturgia para expresar la unidad de la Iglesia en la diversidad de sus miembros.
----------En este punto se hace evidente la dimensión pastoral del problema. La liturgia no es un accesorio ni un campo de experimentación ideológica, sino el corazón de la vida eclesial. Cuando se la manipula para sostener agendas particulares, se hiere la comunión y se debilita el testimonio de la Iglesia ante el mundo. La responsabilidad de los pastores es, por tanto, decisiva: con sus palabras pueden alimentar la guerra o promover la paz. Y el silencio de quienes callan ante estas distorsiones corre el riesgo de transformarse en omisión culpable, que deja sin defensa la unidad que la liturgia está llamada a custodiar.
Cinco errores en la argumentación de un cardenal
----------En razón de su importancia, examinemos ahora, otra vez y en detalle, los errores en los que incurre el cardenal Bagnasco en sus palabras antes mencionadas.
----------En primer lugar, él parte de su experiencia en el Dicasterio para las Iglesias Orientales. Pero la pluralidad de ritos católicos no es un argumento pertinente cuando se trata del rito romano. Cambiar de tema no es mérito de una respuesta. Si alguien pregunta a qué hora se almuerza en tu casa y tú respondes que en tu edificio se come entre las 12 y las 14:30, no ayudas a quien quiere saber a qué hora debe presentarse en tu mesa. Del mismo modo, el rito romano no está “en comunión consigo mismo” cuando se lo duplica en formas diversas y contradictorias. Los ritos católicos orientales y el rito romano no son realidades equivalentes ni intercambiables.
----------En segundo lugar, el cardenal utiliza la expresión “forma extraordinaria” como si se tratara de una realidad claramente identificable. En verdad, se olvida de que esa categoría fue una categoría artificiosa en el motu proprio Summorum Pontificum, del 2007, sin precedentes en dos mil años de historia de la Iglesia. Hablar de una “forma extraordinaria” del rito romano fue un error histórico y teórico, superado en 2021 por un nuevo motu proprio. No existen dos formas paralelas del mismo rito: existe una forma anterior, que el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica decidieron superar, y una forma posterior, promulgada por san Paulo VI y confirmada por san Juan Pablo II. La ficción de dos formas paralelas no es neutra ni inocua ni inocente: es un modo de relativizar el Concilio y de vaciar de fuerza vinculante la reforma litúrgica.
----------En tercer lugar, referirse al rito ambrosiano como analogía de la llamada “forma extraordinaria” es un error histórico, teórico y, sobre todo, geográfico. El rito ambrosiano se justifica por su arraigo en una Iglesia local concreta, con una tradición y un territorio propios. Solo así puede ser riqueza y no división. La supuesta “forma extraordinaria”, en cambio, pretende validez universal e ilimitada, y por eso resulta lacerante: no se apoya en una geografía ni en una tradición local, sino en una oposición a la reforma conciliar.
----------En cuarto lugar, el cardenal Bagnasco afirma: “no veo problemas”. Pero los problemas son evidentes. El motu proprio Summorum Pontificum creó un paralelismo artificial en todos los ritos romanos. Por ejemplo, en el matrimonio permitía celebrar según la forma posterior a 1969 —con el intercambio de dos anillos, signo de igualdad entre los esposos— o según la forma anterior, con un solo anillo, que expresaba un signo de desigualdad o la subordinación de la mujer. Lo mismo ocurre con la misa: el misal de 1962 ofrece un leccionario muy pobre en comparación con el de 1970. No puede dejarse a cada parroquia o comunidad la elección entre riqueza y pobreza bíblica, o entre subordinar a la mujer o reconocer su dignidad en paridad al varón, o elegir entre llamar a los judíos "pérfidos" o "hermanos mayores". No hay dos formas: hay un único rito en crecimiento histórico, que asume una sola forma vinculante para todos.
----------Finalmente, el quinto error es quizá el más grave: hacer depender todo de la benevolencia y la serenidad. Esta es la última mistificación. La llamada “forma extraordinaria” nació como contestación a la reforma litúrgica. Poner en pie de igualdad las dos formas es negar la historia que llevó a la Iglesia de Roma al Concilio y a la reforma que éste impuso como un deber de verdad y autenticidad. No se puede equiparar con benevolencia lo que en realidad relativiza lo central en la vida eclesial. Por eso, afirmar la única lex orandi, como hizo el papa Francisco en 2021, no fue un gesto de dureza, sino de fidelidad a la tradición viva de la Iglesia, que siempre ha reconocido una sola forma ritual común. Solo así se elimina la confusión introducida en 2007 con la pretensión de un paralelismo de formas contradictorias.
----------Este análisis muestra que la cuestión aquí considerada no se trata de un debate académico menor, sino de un problema que toca la unidad misma de la Iglesia. La liturgia no es un accesorio ni un campo de preferencias personales: es el corazón de la comunión eclesial, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia. Cuando se la manipula con argumentos débiles o se la relativiza con analogías inadecuadas, se debilita la unidad visible del Cuerpo de Cristo. La responsabilidad de los pastores es, por tanto, decisiva: sus palabras pueden edificar la paz o alimentar la división. Y el silencio de quienes deberían corregir estos errores corre el riesgo de convertirse en omisión culpable, que deja sin defensa la comunión que la liturgia está llamada a custodiar.
Silencio: ¿prudencia o complicidad?
----------Para ir concluyendo nuestra reflexión dominguera, cabe preguntarse: ¿cómo es posible que, contando con un centenar de Cardenales, miles de Obispos, presbíteros, diáconos y religiosos, y centenares de teólogos, frente a afirmaciones poco fundadas y pastoralmente imprudentes que cada día pronuncian algunos Cardenales, ciertos Obispos, no pocos periodistas y grupos tradicionalistas (o habría que decir mejor pasadistas filolefebvrianos), casi nadie defienda públicamente las razones de la reforma litúrgica y del Concilio Vaticano II? ¿Por qué no se levanta un coro de intervenciones sólidas y significativas que desmientan las simplificaciones y falsedades que ya no provienen de blogs marginales, sino de voces cardenalicias? ¿Acaso esperamos siempre a que hable el Papa, delegando en él toda la responsabilidad?
----------A decir verdad sorprende que el debate eclesial se configure de esta manera: por un lado, algunos Cardenales y numerosos sitios indietristas, unidos por sorprendentes lecturas históricas y teológicas poco matizadas, por no decir gnósticas; por el otro, una multitud de sujetos con autoridad pastoral, teológica y eclesial que al parecer permanecen en un 99,9 % en absoluto silencio. Y todos parecen decir: “esperemos a ver qué dirá el papa León”. Este modo de proceder reduce a la Iglesia a una actitud que recuerda a la lógica cortesana, que confunde la comunión con la indiferencia y el silencio.
----------El hecho observable es que en los últimos meses apenas se han escuchado voces claras, definidas, valientes, capaces de afrontar la cuestión con la integralidad y precisión que merece. Para encontrar un pastor que haya sabido hablar con claridad en el ámbito litúrgico, es necesario remontarse al año 2022, precisamente al texto de Desiderio desideravi, donde el papa Francisco escribió palabras memorables que todo cardenal debería custodiar como un memorial, cosidas al corazón bajo su extravagante vestidura roja:
----------“No podemos volver a aquella forma ritual que los Padres conciliares, cum Petro et sub Petro, sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu y según su conciencia de pastores, los principios de los que nació la reforma. Los santos pontífices Paulo VI y Juan Pablo II, aprobando los libros litúrgicos reformados ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani II, garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por este motivo escribí Traditionis custodes, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de las lenguas, una sola e idéntica oración capaz de expresar su unidad. Esta unidad, como ya he escrito, quiero que sea restablecida en toda la Iglesia de rito romano.”
----------Estas palabras del papa Francisco siguen siendo la mejor respuesta a las afirmaciones infundadas de algunos Cardenales, de ciertos marginales blogs pasadistas y de periodistas con intereses particulares y con escasa competencia teológica. Así se ha expresado la tradición litúrgica prudente que va desde san Juan XXIII a Francisco: esta es la verdadera vía de la paz. Quien quiere hacer la guerra al Concilio Vaticano II inventa paralelismos rituales que jamás conoció la historia del rito romano moderno.
----------Sobre el texto de la carta apostólica Desiderio desideravi deberían pronunciarse hoy todos aquellos Cardenales, Obispos, teólogos y religiosos que hasta ahora han permanecido en silencio. Porque ese silencio, que en algunos puede ser prudente, en otros parece estar corriendo el riesgo de convertirse en omisión culpable. Una opinión pública eclesial es, de hecho, una de las consecuencias de Dignitatis Humanae: la libertad de conciencia es algo serio, y callar es una forma de no aplicar el Concilio Vaticano II, dejándose atrapar por las reglas implacables de una “sociedad del honor”.
----------Aún con éstas mis certezas, conviene matizar esta percepción. El silencio que se advierte en el espacio público no equivale necesariamente a un silencio real en la vida de la Iglesia. Muchos Cardenales y Obispos no utilizan los medios de comunicación ni las redes telemáticas como cauce ordinario de su ministerio, y expresan sus convicciones en ámbitos más propios de la comunión eclesial: consistorios, sínodos, conferencias episcopales, visitas ad limina, o en el trato directo con el Sucesor de Pedro. No todo silencio es omisión culpable: puede ser también discreción, prudencia o fidelidad a los cauces normales de gobierno. El desafío pastoral está en que la opinión pública eclesial no quede desbalanceada por la amplificación mediática de unas pocas voces contestatarias, mientras la mayoría permanece invisible para el Pueblo de Dios.
----------Lo que se necesita, por el contrario, es denunciar con precisión y con dignidad las imprecisiones de quienes se expresan sin el debido rigor —sin importar el nivel de autoridad que ostenten— y restablecer con fuerza y entusiasmo la linealidad del desarrollo orgánico del rito romano. La reforma litúrgica, que sigue siendo necesaria, debe ser reconocida como insuficiente mientras no se aplique con fidelidad y creatividad pastoral. Todas las sensibilidades eclesiales están llamadas a concurrir en esa aplicación, porque la pluralidad de estilos y carismas no se expresa en la contraposición ideológica entre “Vetus Ordo” y “Novus Ordo”, que solo genera laceración, sino en la celebración de una única lex orandi, un único rito común, vivido de manera diferenciada y enriquecida, capaz de producir verdadera paz y no guerra.
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 22 de septiembre de 2025
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Estimado padre Filemón,
ResponderEliminarestoy totalmente de acuerdo con los conceptos contenidos en su artículo. Su conclusión sobre la necesidad de que el Colegio de los Cardenales hable de estas cosas, en contraposición a los cuatro o cinco Cardenales filo-lefebvrianos, la comparto plenamente.
Lo que me pregunto es esto: ¿necesitan hablar a través de los medios de comunicación y blogs marginales, como hacen los cuatro o cinco cardenales que usted menciona? Piense que esta minoría de cardenales están fuera de la órbita del Papa, lejos del funcionamiento de la Curia, y sin diócesis a cargo, por lo cual su casi única presencia pública es en los medios de comunicación y en las redes, y a veces ni siquiera en portales de real importancia, sino en sitios marginales del mundillo filolefebvriano... Mientras que la gran mayoría de los otros Cardenales desempeñan funciones en actividad o están a la cabeza de Dicasterios o de importantes diócesis. ¿Quién le dice a Usted que ellos no hablasencon el Papa a través de los canales normales, y por eso no lo hacen en los medios o en los blogs marginales?...
Estimado Padre, agradezco mucho su comentario y la sintonía con la preocupación de fondo. Es cierto lo que usted señala: la gran mayoría de los cardenales en actividad, al estar al frente de diócesis o dicasterios, tienen canales ordinarios y directos de comunicación con el Papa, y no necesitan recurrir a blogs o a medios marginales para hacerse oír. La Iglesia no se gobierna por comunicados de prensa, sino por la comunión efectiva con Pedro y por los cauces institucionales que aseguran esa comunión.
EliminarAhora bien, la cuestión que yo planteaba no es tanto si los cardenales hablan en los medios, sino si hablan públicamente a la Iglesia en cuestiones que afectan a la fe y a la unidad. La minoría filo‑lefebvriana ha hecho de la exposición mediática su único espacio de influencia, y por eso parece que “hablan más”. Pero el silencio público de la gran mayoría puede ser leído —por muchos fieles confundidos— como ausencia de palabra, cuando en realidad lo que se necesita es una voz clara y coral que confirme en la fe.
En otras palabras: no se trata de imitar la estrategia mediática de unos pocos, sino de que el Colegio cardenalicio, en cuanto tal, ejerza su misión de sostener al Papa y de iluminar al Pueblo de Dios. El riesgo es que, si sólo se oyen las voces marginales, se instale la impresión de que ellas representan la “verdadera” tradición, cuando en realidad son expresión de una deriva sectaria, criptocismática y sospechosa de error doctrinal.
Por eso, más que reclamar declaraciones en blogs o portales, lo que pedimos es que los cardenales, en comunión con el Papa, hagan sentir su voz de modo que llegue al Pueblo de Dios: ya sea en documentos, en intervenciones colegiales, en gestos pastorales o en enseñanzas claras. El silencio absoluto, aunque se explique por la comunicación interna con el Papa, deja un vacío que otros llenan con discursos de ruptura.
Estimado padre Filemón, estoy totalmente de acuerdo con usted sobre el carácter obligatorio de la reforma litúrgica que el Concilio Vaticano II ha querido regalar a la Iglesia. Pero en cuanto a tomar una posición definida y firme sobre esta cuestión, mucho me temo que el tema interese poco tanto a los sacerdotes como a los laicos. Desafortunadamente la gente que asiste a la iglesia los domingos está acostumbrada a aceptar lo que de hecho sucede, sin mayores interrogantes ni cuestionamientos. La ignorancia de la Biblia está por regla general muy extendida y la lectura de los pasajes litúrgicos, extraídos del contexto, no garantizan un mejor conocimiento. También los gestos litúrgicos en su mayoría no son comprendidos y las homilías generalmente no ayudan, sea que se resuelvan en cuestiones meramente sociales o que, en el mejor de los casos, se reduzcan a una exégesis simple del texto del Evangelio de la Misa, que eso no debe ser la homilia... En definitiva, el verdadero problema de la liturgia está más arriba: falta una verdadera experiencia comunitaria y desde hace siglos nuestra gente está acostumbrada a "asistir a la misa". Después del Concilio hubo un resurgimiento de interés por dar a conocer lo que significa participar de la Misa (en oposición a asistir a Misa), pero ahora ya no es así. Gracias por su compromiso en el campo litúrgico.
ResponderEliminarp. Serafín
Estimado padre Serafín,
Eliminarle agradezco por su comentario, que comparto en lo substancial. Coincido también en que el problema de fondo no es sólo la polémica sobre un misal u otro; aunque aclaro: no es que dé lo mismo usar el Misal actual o el Misal de 1969, naturalmente que no (y además de una obviedad, he tratado de este tema en muchos artículos), pero ciertamente el problema de fondo es otro, más bien eclesiológico, y que se manifiesta en la escasa conciencia de lo que significa realmente participar en la liturgia.
Como usted bien señala, demasiados fieles —y también no pocos ministros— se han acostumbrado a “asistir” a la misa, sin descubrir la riqueza de la participación activa, consciente y fructuosa que el Concilio quiso reavivar.
La ignorancia bíblica, la incomprensión de los signos y la pobreza de muchas homilías son síntomas de una carencia más honda: falta una verdadera experiencia comunitaria de la fe, que haga de la liturgia la fuente y culmen de la vida cristiana.
Precisamente por eso, el silencio de tantos cardenales y pastores resulta preocupante: si el Pueblo de Dios no recibe una palabra clara y formativa, el vacío lo llenan los discursos pasadistas, que reducen la tradición a un museo inmóvil.
El Concilio nos regaló una reforma litúrgica que no es opcional, sino obligatoria, porque expresa la fe viva de la Iglesia en este tiempo. Pero para que ese don sea acogido, hace falta una catequesis paciente, una predicación que ilumine, y sobre todo una comunidad que viva la misa como misterio de comunión y no como rito al que se “asiste”. Ahí está nuestra tarea: no sólo defender la reforma frente a sus detractores, sino hacerla vida en nuestras comunidades.
Estimado padre Filemón de la Trinidad:
ResponderEliminarAyer había empezado a responderle a los conceptos de su artículo, un poco detalladamente. Pero, aunque la liturgia, y sobre todo la historia de la liturgia católica, me apasiona, está visto que no tengo el mismo tiempo que usted tiene para dedicar a este debate. De modo que ahora trataré de ordenar las ideas que deseaba transmitirle.
Respecto a lo que estoy por decir, espero, por favor, que no se me atribuya un pecado de omisión (ya tengo muchos) si digo que respeto que usted haya hecho del tema del VO suu batalla, pero personalmente creo, como muchos otros colegas historiadores y entendidos en liturgia católica, que los problemas de ña Iglesia hoy son también otros, también más importantes. Incluso los litúrgicos, por supuesto.
Pero las iglesias que se vacían no dependen de las pretensiones y de los argumentos que enarbolan los Burke o los Sarah ni de sus enclaves que, por el contrario, absorben a los "tradicionalistas" (mi modo respetuoso de no decir "pasadistas") que de otro modo serían difíciles de administrar en nuestras pobres parroquias.
Por lo tanto, ¿por qué no pensar que el problema eclesiológico serio no es el conflicto entre VO y NO, sino ante todo la crisis de las pertenencias que atenta a la raíz de la posibilidad de reconocerse en un cuerpo eclesial, o también la insignificancia de gestos y sobre todo de palabras a las que ya están condenados nuestros ritos? La que cansinamente seguimos llamando "reforma litúrgica" ha presentado sus lados para criticar casi inmediatamente de su comienzo, pero, de todos modos, está destinada desde hace tiempo a ceder el paso a otra cosa.
El silencio que usted denuncia no depende, además, de un pecado de omisión. Al menos no para todos los que parecen hacer silencio sobre esta cuestión: muchos de nosotros hemos hablado, y con parresia, cualquiera que haya sido el pontífice reinante, muchos también han pagado su precio por hablar.
No creo que este crecimiento exponencial del devocionismo tanto en el centro como en las periferias de la Iglesia a mí, como historiadora y especializada en liturgia, me complazca. Sabemos bien, sin embargo, que los frentes en los que tomar partido son muchos porque la crisis es sistémica. Y lo que es más, en un mundo que arde. He roto el silencio: quisiera decirle algunas cosas más, pero el trabajo, aunque hoy esté jubilada de las cátedras, también el trabajo litúrgico, me llama al orden.
Estimada Domna Mencía,
Eliminar¡en absoluto le atribuyo un pecado de omisión! Caen gravemente en la omisión, en cambio, aquellos que, por especialización y a menudo también por oficio, estarían obligados a escribir y a pronunciarse sobre el tema que aquí nos ocupa. Usted, que es historiadora y conocedora de la liturgia, responde en su ámbito y en la medida de sus posibilidades, y lo hace con la honestidad intelectual que siempre ha mostrado en este espacio.
Estoy convencido de que, si hubiera cardenales que hablaran con claridad y a ultranza sobre esta cuestión, usted tampoco callaría, como no lo ha hecho en otros debates de este blog. Pero lo que hoy constatamos es que la cuestión está estrechamente ligada a los teólogos y liturgistas, y es allí donde el silencio se vuelve más llamativo. Recuerde, por ejemplo, en tiempos de la pandemia, cuando se propuso una carta abierta contra Summorum Pontificum: muchos teólogos la suscribieron, pero los liturgistas que lo hicieron fueron más bien pocos. Entre ellos, especialmente en Italia, se percibe con frecuencia un clima de miedo o de autocensura.
Cada cuestión tiene sus límites, y soy el primero en reconocer que la sola defensa de la reforma litúrgica “deja el tiempo que encuentra”. Pero justamente por eso, cuando se trata de comprometerse en otros frentes, no se debería permitir a nadie decir tonterías con pretensión de autoridad. Y en este punto, lo que uno esperaría de los “especialistas” es que no se comporten como si nada sucediera, porque el vacío de su palabra lo llenan otros con discursos de ruptura.
Le agradezco sinceramente su intervención: como ve, usted está entre los pocos que se sienten llamados a intervenir. Y es precisamente esta actitud la que necesitamos: no la de quienes se limitan a pedir al Papa que provea, como si esa fuera la única forma de ejercer la libertad, sino la de quienes, con parresía, se hacen cargo de la responsabilidad de iluminar al Pueblo de Dios.
¿Por qué se callan? Porque esperan. El viento es inestable, como ciertas cátedras.
ResponderEliminarEstimado Silvio,
Eliminarcomprendo la ironía de su observación, pero me parece que la cuestión merece ser tratada con mayor hondura. No se trata de esperar a que “cambie el viento”, como si la Iglesia fuese un juego de conveniencias o de equilibrios de poder. El silencio de muchos cardenales no puede reducirse a un cálculo de oportunidad: en algunos casos será prudencia, en otros temor, en otros quizá simple desinterés. Pero lo que está en juego no es la estabilidad de una cátedra académica, sino la misión de confirmar en la fe al Pueblo de Dios.
Por eso insisto en que el problema no es sólo que unos pocos hablen demasiado, sino que la gran mayoría no hace oír su voz de modo que llegue a los fieles. La Iglesia no se gobierna por vientos cambiantes, sino por la fidelidad al Evangelio y la comunión con Pedro. Y en esa fidelidad, el silencio prolongado puede convertirse en omisión.
Buenas tardes. Le escribo porque, aunque probablemente no publicará el texto, al menos podría leerlo.
ResponderEliminarComo bien debe saber, después del Misal de 1570, varias familias religiosas e incluso diócesis cuyos libros litúrgicos tenían más de 200 años de antigüedad decidieron mantener sus "usos" o "formas" sin adoptar el Misal Romano llamado de Pío V.
Es decir, durante siglos ha existido un rito romano con diferentes usos religiosos y diocesanos. Así fue hasta el Concilio Vaticano II.
Actualmente podemos encontrar dentro del rito romano usos y formas diferentes, como el rito romano para las diócesis de Zaire, las celebraciones "ad experimentum" pero existentes de las comunidades neocatecumenales, el rito de Braga, los usos de algunas familias religiosas...
Por lo tanto, afirmar que en la historia nunca ha habido usos o formas dentro del único rito romano es puro positivismo jurídico.
Existe una sola lex orandi, pero dentro de ella pueden existir diferentes usos o formas, como demuestra la historia.
Poner en paralelo las dos formas, los dos libros litúrgicos, demuestra precisamente que la Eucaristía, el Matrimonio, el Orden sagrado, etc. , presente en ambos libros litúrgicos, son los mismos.
No es admisible pensar que durante siglos el Espíritu Santo nos ha permitido celebrar los sacramentos de manera deficiente o errónea. Si la liturgia actual es lo que es, la anterior no puede no serlo. El Espíritu Santo no abandona a su Iglesia. No va de vacaciones.
Puede haber sensibilidades diferentes, acentos diferentes, pastorales diferentes, pero ambas formas de celebrar, precisamente porque son liturgia, son santas y ortodoxas. Mientras sigamos sosteniendo que hay libros mejores que otros, desde el punto de vista estrictamente litúrgico y teológico (diferente puede ser desde el punto de vista pastoral), nunca alcanzaremos la paz litúrgica.
Debería hacernos reflexionar este distanciamiento hacia la liturgia reformada por parte de tantos católicos que celebran con la forma anterior, de muchos que sufren en silencio los abusos del actual, o que la celebran sin afecto ni interés particular.
En mi opinión, es un signo de que, después de más de 60 años de la reforma litúrgica, todavía hay mucho por hacer.
Estimado Mario,
Eliminarle agradezco su intervención, que me permite precisar algunos puntos fundamentales. Respondo a sus objeciones punto por punto:
1. Sobre los usos históricos anteriores a 1570. Es cierto que, tras el Misal de san Pío V, se conservaron usos litúrgicos con más de dos siglos de antigüedad (dominico, cartujo, ambrosiano, etc.). Pero todos ellos tenían un carácter local o familiar, nunca universal. El único universal ha sido el romano. Y no existió jamás una “doble forma” del rito romano ofrecida a libre elección de cada comunidad en todo el orbe católico. Esa es la novedad introducida por Summorum Pontificum, y precisamente por eso generó tensiones eclesiológicas: no se trataba de un uso particular, sino de una duplicación universal del mismo rito. Ya he explicado desde hace años, el sofisma que ello implicaba. No entro aquí en detalle. Remito a mis artículos sobre el tema.
2. Sobre los usos actuales dentro del rito romano. El rito zaireño, el de Braga, los usos de familias religiosas o las adaptaciones neocatecumenales no constituyen “formas paralelas” del rito romano, sino variantes aprobadas por la autoridad competente para contextos concretos. Todas ellas se insertan en la unidad del Misal de san Paulo VI, no en la coexistencia de dos misales con vigencia universal.
3. Sobre lo que usted llama el “positivismo jurídico”. No se trata de positivismo, sino de eclesiología católica: la liturgia no es un "optional", un bien disponible a la libre opción de los fieles, sino un don confiado a la custodia del Papa y de los Obispos. La unidad de la lex orandi exige una regulación común. Reconocer la diversidad legítima no equivale a legitimar la duplicación universal de formas o modalidades del mismo rito romano.
4. Sobre la santidad de los libros litúrgicos. Nadie sostiene que la liturgia anterior fuese inválida o deficiente. El Espíritu Santo no abandona a su Iglesia. Pero la santidad de un libro litúrgico no significa que deba permanecer vigente para siempre. En concreto: la "santidad" del Misal de 1962 como de cualquier vetus ordo consiste en que ha expresado en un momento histórico como lex orandi ecclesiae la misma y única lex orandi divina. La Iglesia, guiada por el Espíritu, reforma sus ritos para expresar mejor la fe y favorecer la participación de los fieles. La reforma de san Paulo VI no descalifica al misal anterior, pero sí lo supera en autoridad y obligatoriedad como expresión actual (lex orandi ecclesiae) de la lex orandi divina.
5. Sobre la “paz litúrgica”. La paz no se alcanza manteniendo dos formas universales en paralelo, sino acogiendo con obediencia filial la liturgia que la Iglesia ofrece hoy. Mientras se insista en la equivalencia práctica de dos misales universales, se alimenta la división. La verdadera paz litúrgica vendrá de la unidad en torno al Misal reformado, con las legítimas variantes aprobadas, no de la perpetuación de un régimen de excepción. De hecho, el Misal de 1962 nació como misal provisorio a la espera de los "altiora principia" -como dijo san Juan XXIII- que determinaría el Concilio Vaticano II.
6. Sobre el “distanciamiento” de muchos fieles. Es cierto que hay abusos, indiferencia y falta de formación. Pero la respuesta no es refugiarse en un misal anterior, para colmo nacido provisorio, para un momento concreto y "procesual" de la Iglesia, sino renovar la catequesis, la predicación y la vida comunitaria para que la liturgia reformada sea vivida en toda su riqueza. El recurso al pasado no resuelve la crisis de pertenencia, sino que la agrava al fragmentar la comunión.
En conclusión: la historia muestra diversidad de usos, pero nunca una duplicación universal del rito romano. La reforma litúrgica del Vaticano II es obligatoria porque expresa la fe viva de la Iglesia en este tiempo. Reconocer la santidad del misal anterior no significa mantenerlo en paralelo, sino agradecerlo como etapa de la tradición ya superada por la autoridad de la Iglesia.