¿Hay que esperar a ver si el Papa confirma en la fe, o debemos creer que ya lo hace por la promesa de Cristo? La confusión entre lo pastoral y lo doctrinal oscurece la comprensión de la roca sobre la que se edifica la Iglesia. El caso del padre Santiago Martín muestra que incluso voces fieles pueden confundirse y ser instrumentalizadas por quienes dudan de Pedro. Recordar la doctrina olvidada es hoy un acto de comunión y de verdad. [En la imagen: fragmento de "La Pace Sia con Voi", óleo sobre lienzo, 2025, obra de Mercedes Fariña].
"Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.
Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos", Lc 22,32
"La firmeza que Cristo dio a Pedro,
la quiso dar también a los demás apóstoles;
pero quiso que se diera a Pedro de modo especial,
para que se mostrara que hay una sola cátedra
en la que permanece la firmeza de todos"
San León Magno, Sermón 4,2
Entre la fe y la sospecha: el debate sobre el ministerio petrino
----------El padre Santiago Martín ha comentado el 19 del corriente en un vídeo en su canal de Youtube la primera entrevista concedida por el papa León XIV. Su reflexión, de unos catorce minutos, ha tenido una amplia difusión, incluso en ámbitos pasadistas filolefebvrianos que hasta hace poco lo miraban con recelo. El interés no es casual: en su análisis, el sacerdote español no se detiene tanto en la doctrina del Papa cuanto en la estrategia de su pontificado, en los equilibrios que busca mantener entre sectores extremos y opuestos de la Iglesia, en los nombramientos que realizará y en la manera en que afrontará la polarización eclesial.
----------El tono de su comentario es respetuoso, pero también sorprendentemente expectante en un ámbito en el que no debiera serlo: se pregunta quién es “en realidad” el papa León, qué piensa de verdad, qué rumbo tomará. Y aquí surge la primera tensión: aunque reconoce que la misión del Papa es confirmar en la fe, el padre Martín habla como si esa misión estuviera aún por verificarse, como si hubiera que esperar a ver si el Papa confirma a sus hermanos en la fe, en lugar de partir de la certeza de que lo hará.
----------El núcleo del problema no está tanto en lo que el padre Martín afirma, sino en lo que deja implícito. Su análisis se mueve casi exclusivamente en el plano de la prudencia pastoral y del gobierno eclesial: cómo el papa León equilibra a conservadores y liberales, qué nombramientos hará, qué decisiones tomará para evitar la polarización. Todo ello es legítimo, pero al no distinguir con claridad entre el oficio pastoral —falible y perfectible— y el oficio docente —indefectible en la fe—, su discurso corre el riesgo de oscurecer la verdad más profunda: que el Papa, en cuanto sucesor de Pedro, no puede fallar en la fe al confirmar a sus hermanos.
----------De este modo, aunque no lo diga expresamente, el padre Martín abre un espacio de duda: como si la misión petrina estuviera aún por verificarse en la práctica, como si hubiera que esperar a ver si el Papa confirma en la fe, en lugar de partir de la certeza de que lo hará. Esa ambigüedad hermenéutica es la que explica un fenómeno curioso: voces pasadistas, que durante años lo criticaron, hoy lo citan, lo traducen y lo difunden con entusiasmo. No es que estas voces filolefebvrianas se hayan convertido a la doctrina católica sobre el Papa; es que perciben en el lenguaje del padre Martín un terreno común para sus sospechas.
----------La cuestión de fondo es más que táctica: es teológica, es doctrinal o, para decirlo con precisión, es dogmática. Si el Papa se presenta —o es narrado— ante todo como un equilibrista entre facciones, el foco se desplaza de la promesa de Cristo a la sociología eclesial. El ministerio petrino queda así sometido al vaivén de mayorías, climas culturales y cronogramas de nombramientos. Esa lectura no solo empobrece el misterio de Pedro; también debilita la confianza teologal del pueblo en quien debe confirmarlo en la fe.
----------La doctrina que brota del dogma católico es más sobria y más firme: el Papa es indefectible en su oficio docente —cuando enseña a la Iglesia universal en materia de fe y moral—, y por eso nuestra fe en Pedro no es una apuesta a sus aciertos políticos, sino a la fidelidad de Cristo. Al mismo tiempo, sus actos de gobierno, sus opciones prudenciales y sus delineamientos pastorales son falibles y reformables. Confesar lo primero no anula lo segundo; distinguir lo segundo no relativiza lo primero. Esta jerarquía es la clave hermenéutica que falta en los discursos que lamentablemente hoy se le escuchan al padre Martín.
----------De aquí brotan las preguntas que deben guiar la discusión: ¿estamos interpretando la entrevista al papa León desde la promesa de Cristo o desde la lógica de bloques? ¿Evaluamos al Papa por su eventual “perfil de gobierno” sin afirmar explícitamente su misión indefectible de confirmar en la fe? ¿No conviene recordar —cada vez que hablamos de “unidad” y “polarización”— que la unidad de la Iglesia se edifica, ante todo, sobre la roca de la fe de Pedro, y no sobre la neutralización mutua de sensibilidades?
----------En síntesis, el riesgo al que nos enfrentamos con esta clase de discursos es reducir el pontificado a la administración de equilibrios, cuando la realidad sacramental del ministerio petrino es confirmar en la verdad que no pasa. Cuidar este orden evita dos desvíos simétricos: convertir la obediencia en servilismo político o disfrazar la desconfianza doctrinal de prudencia pastoral. Solo así el análisis legítimo de decisiones prácticas no se convierte, sin quererlo, en un debilitamiento de la fe en Pedro.
Doctrina sobre la fe del Papa y la fe en el Papa
----------Una de las frases de nuestro Señor Jesucristo que debe permanecer en nuestra conciencia al reflexionar sobre el lugar y el rol del Papa en la Iglesia es aquella que Cristo dirigió a Pedro —y que dirige también a todos sus sucesores—: «Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31-32).
----------Recordémoslo: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca». Es la omnipotente oración de Cristo por el Papa, y es, por ende, la indefectible fe del Papa. La fe que Dios, por mediación de su Hijo, da al Papa es un don del Espíritu Santo que, entre todos los fieles, Dios concede únicamente a él, en la máxima medida de pureza y fortaleza realizables por un cristiano. Es una fe de luminosidad, solidez y fecundidad excelsas, por encima de la fe de todos los demás fieles; una fe semejante a la piedra angular de un edificio, que sostiene todas las otras piedras, es decir, la fe de todos los demás cristianos.
----------En este sentido, nuestro Señor Jesucristo asigna a Pedro la tarea de ser «roca», sobre la cual Él edifica su Iglesia. Por ende, la fe de Pedro es la suprema promotora y moderadora de la unidad y de la universalidad (catolicidad) de la fe de todo el pueblo de Dios, en la variedad y multiplicidad de los diferentes modos de pensar, de expresar y de comunicar la fe. Si desfalleciera la fe de Pedro, la Iglesia colapsaría. Por eso, todos los enemigos de la Iglesia —desde la extrema izquierda a la extrema derecha, desde los ateos a los panteístas, desde los gnósticos a los agnósticos, desde los masones hasta los protestantes— tienen como primer objetivo el derrocamiento del papado o su reducción a una figura meramente simbólica, como lo es actualmente el Rey de España, el Presidente de la República Italiana o el Rey de Inglaterra.
----------Para ello, el Anticristo emplea sus mejores fuerzas, focalizadas sobre todo contra el Vicario de Cristo. En toda la historia de la Iglesia no ha habido herejía más dañina para su unidad que la de Martín Lutero [1483-1546], quien con implacable furor identificó hasta el final de su vida al Papa con el Anticristo. Incluso los cismáticos griegos, que también rechazan el primado petrino, a diferencia de Lutero siguen considerando siempre al obispo de Roma como «Papa de Roma» y «Primado de Occidente».
----------Todos los herejes, de cualquier tipo o color, hinchados de soberbia, engañados por el demonio y siervos del Anticristo, creen y dan a entender que poseen la verdadera fe en Cristo sin el Papa o contra el Papa, pensando que pueden cazarlo en fallo de fe o corregirlo en materia de fe, y por lo tanto saber mejor que él cuál es la verdad del Evangelio. Pero son ilusos e impostores, que corrompen la fe y las costumbres cristianas y pueden impulsar también al cisma o incluso a la apostasía.
----------La fe especialísima que el Papa recibe del Espíritu Santo le permite ver la verdad del Evangelio mejor, más alto y más profundamente que todos los demás fieles cristianos. Es una fe que sabe encontrar las mejores palabras para explicarla, explicitarla, expresarla y enseñarla; una fe tan fuerte y robusta que sostiene y corrige la fe de los demás fieles, quienes se apoyan en ella y encuentran luz, consuelo y certeza de estar en la verdad y de seguir la doctrina de Cristo. Es una fe única en toda la Iglesia, no ya como virtud personal —pues en ese sentido el Papa es superado solo por Abraham en el Antiguo Testamento y por Nuestra Señora en el Nuevo (Lc 1,45)—, sino en su fuerza generadora y confirmadora.
----------Nadie puede corregir al Papa en su fe, porque su fe no puede tener defectos ni lagunas: es íntegra y no puede caer en el error. Es una fe infalible e indefectible, desde san Pedro hasta el último Papa de la historia, siempre idéntica a sí misma y jamás cambiada. Con el debido respeto a los modernistas (pero no a sus errores), la fe del Papa es el espejo de la Palabra de Cristo, que no pasa. El Papa es el único fiel que posee una fe de tal género. Todos los demás pueden errar en la fe; él no. Puede descubrir los errores de todos, corregir a todos, pero nadie puede corregirlo a él en su fe. Es, en modo especialísimo, aquel “hombre espiritual” del que habla san Pablo, “que todo lo juzga, sin poder ser juzgado por nadie” (1 Co 2,15).
----------Este es el privilegio único de la fe pontificia: una fe que funda, genera, sostiene y difunde la fe en el mundo; que custodia, confirma y defiende la fe del Pueblo de Dios; que confirma la fe de sus co-hermanos obispos; que corrige los errores; que compadece y tolera a los débiles y a los ignorantes; que amonesta a los equivocados y a los arrogantes; que llama a retornar a los cismáticos, a los herejes y a los apóstatas; que perdona a quienes se corrigen de sus errores y vuelven a la verdad.
----------Naturalmente, incluso quien ha sido elegido Papa ha llegado a la fe como cualquier buen católico, a través de un camino a veces laborioso y accidentado, superando pruebas y dudas, y respondiendo a las mociones de la gracia en comunión con la Iglesia y con los Papas precedentes. Antes de ser elegido, pudo haber tenido defectos e incertidumbres en la fe; pero, una vez investido del carisma de Pedro como su sucesor, se vuelve sólido e invencible en su fe. El Papa puede ser probado en la fe, puede ser sometido incluso a las más insidiosas tentaciones, pero está protegido por la fuerza del Espíritu. El Papa no puede pecar jamás voluntariamente contra la fe, al menos en detrimento de la Iglesia.
----------El Papa puede haber cultivado su fe en años precedentes en la teología, como fue el caso de Benedicto XVI, o en la práctica pastoral, como fue el caso del papa Francisco y de san Pío X. Puede haberla cultivado en la Secretaría de Estado, como san Paulo VI y Pío XII; en la diplomacia vaticana, como san Juan XXIII; como Inquisidor de la fe, como san Pío V; en los estudios humanísticos, como Pío II; en la enseñanza del derecho canónico, como algunos Papas del Medioevo y como el Papa actual; o en la vida monástica, como san Gregorio Magno. En cualquier caso, para ser elegido Papa, este hombre debe distinguirse en la fe, porque la principal tarea del Papa es confirmar a sus hermanos en la fe. De aquí desciende el apacentar el rebaño de Cristo y defenderlo de los lobos, es decir, el poder pastoral y de gobierno (potestas clavium).
----------Y téngase presente que no se trata tanto de una fe docta o culta, cuanto ante todo de una fe pura, sólida, inteligente y comunicativa. Una fe pura, es decir, libre de errores. Una fe sólida, es decir, bien fundada, cierta y certificante. Una fe inteligente, es decir, dotada de lo que santa Catalina de Siena llamaba la “santa discreción”: la capacidad crítica de discernir lo verdadero de lo falso. Una fe comunicativa, es decir, expresada en un lenguaje claro, apropiado y adecuado a las diversas clases de fieles.
----------Este es probablemente el motivo por el cual el cardenal Carlo María Martini [1927-2012], durante cuarenta años, a cada muerte de Papa fue regularmente presentado por los medios masivos de comunicación como papable, pero una y otra vez y siempre descartado por el colegio cardenalicio. El cardenal Martini, más allá de su cultura, de su producción literaria y de sus cualidades humanas y pastorales, poseía sin embargo una fe incierta, ambigua y oscilante, como la de quien sirve a dos señores. Él mismo describía su fe como una continua discusión interior entre un creyente y un ateo, sin tomar nunca una decisión definitiva ni por uno ni por otro. Lo mínimo que se puede decir de esta fe es que no produce mártires, sino astutísimos veletas, renegados o traidores, como Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord [1754-1838], obispo de Autun, que pasó del Ancien Régime a la Revolución, de la Revolución al Directorio, del Directorio a Napoleón, de Napoleón a la Restauración, siempre honrado, abierto a todos y siempre permaneciendo a flote.
----------Ahora bien, si el desconcierto y el escándalo que crea en una diócesis un obispo con tal género de fe pueden, de algún modo, ser contenidos dentro de los límites geográficos de esa determinada diócesis, se comprende cómo Dios, en su Providencia, no puede tolerar —excepto dentro de estrechos límites y por breves períodos— que algo semejante se produzca en la Iglesia universal. En brevísimo tiempo conduciría al colapso, siendo que, según la promesa de Cristo, portae inferi non praevalebunt.
----------Por eso se puede decir que entre la consistencia de la fe del obispo, aunque esté unido al Papa, y la del Papa, existe en cierto sentido un abismo, así como existe un abismo entre lo falible (la fe del obispo) y lo infalible (la fe del Papa). Incluso si al Papa hoy más que nunca le gusta actuar colegialmente con los obispos y el colegio episcopal cum Petro et sub Petro, el hecho es que el Papa es infalible ex sese, independientemente de los obispos, en cuanto es principio y garante de su infalibilidad. Y la historia lo demuestra.
----------En años recientes, como sabemos ha resurgido vivamente la tesis según la cual habrían existido Papas heréticos: Liberio en el siglo IV, Honorio en el siglo VII, Pascual II en el siglo XII, Juan XXII en el siglo XIV, etc. Pero la apologética ha demostrado desde hace mucho tiempo que estas no fueron verdaderas herejías. Los historiadores que sostienen lo contrario (por nombrar hoy a dos muy activos en los medios: Piero Vassallo y Roberto de Mattei, cuyos errores lamentablemente han repetido el obispo Athanasius Schneider o el padre Olivera Ravasi) terminan llevando agua al molino de personajes no solo discutibles sino probadamente heréticos, muy diferentes entre sí, pero todos sustancialmente negadores de las prerrogativas de infalibilidad de la fe del Romano Pontífice: Martín Lutero, Hans Küng y Marcel Lefebvre.
----------La virtud de la fe comporta o involucra tres elementos: 1. Los enunciados de fe (fides quae), es decir, el objeto de la fe: los contenidos conceptuales, lo que se cree, las verdades creídas, los artículos de fe. 2. El acto de creer (fides qua). 3. La profesión o expresión oral de la fe (professio fidei), es decir, el lenguaje de la fe.
----------Pues bien, en el enseñar la doctrina de la fe, el Romano Pontífice es infalible, es decir, no erra, es veraz, no se equivoca, dice la verdad. Y esto no solo en las condiciones especialísimas fijadas por el Concilio Vaticano I —cuando el Papa define solemnemente un nuevo dogma, cosa rarísima—, sino todas las veces que enseña oficialmente al Pueblo de Dios la doctrina de la fe, en su magisterio ordinario, como también lo señala el mismo Concilio Vaticano I, y todo el magisterio posterior.
----------Precisamente porque la doctrina de la fe es aquel complejo de verdades o proposiciones dogmáticas y morales que deben ser creídas por fe divina o por fe eclesiástica, o bien recibidas con obsequio religioso de la inteligencia, y porque estas verdades han sido enseñadas por Cristo en la Escritura y en la Tradición y nos son propuestas por la Iglesia en su Magisterio ordinario o extraordinario, simple o solemne, en forma definitoria como de fe o no definitoria como próximas a la fe, es que se aplica lo establecido en el apéndice o Nota Instructiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe a la Carta Apostólica de san Juan Pablo II Ad tuendam fidem (1998).
----------De aquí se sigue que, según el diverso género de intervención pontificia, se debe dar un diverso grado de asentimiento: Dogmas definidos solemnemente: requieren fe divina y católica. Verdades propuestas de modo definitivo: requieren fe eclesiástica. Enseñanzas no definitorias pero auténticas del Magisterio ordinario: requieren obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad.
----------Por lo tanto, el Papa, por cuanto respecta a su oficio de Maestro supremo de la fe, es infalible no solo en los casos rarísimos de definición solemne de un dogma, sino también en su enseñanza ordinaria, cuando propone a la Iglesia universal la doctrina de la fe y de la moral.
----------Esto no significa que cada palabra del Papa, en entrevistas, homilías o comentarios espontáneos, deba ser recibida como infalible, como creen los papólatras. Significa, más bien, que cuando el Papa ejerce su oficio docente —es decir, cuando enseña oficialmente a la Iglesia universal en materia de fe y moral—, su enseñanza es indefectible, porque está sostenida por la promesa de Cristo.
----------De este modo, se comprende que la fe del Papa, en cuanto sucesor de Pedro, es la roca sobre la cual Cristo edifica su Iglesia. Y nuestra fe en el Papa no es una confianza ingenua en su persona privada, ni una adhesión ciega a sus decisiones prudenciales, sino un acto de fe en la promesa de Cristo, que ha querido sostener a su Iglesia hasta el fin de los tiempos mediante la fe indefectible de Pedro y de sus sucesores.
Conclusión
----------La fe del Papa es indefectible, porque está sostenida por la oración de Cristo y por la asistencia del Espíritu Santo. Esa es la roca sobre la cual se edifica la Iglesia, y esa es la certeza que sostiene nuestra fe en Pedro. El Papa no puede pecar contra la virtud de la fe: puede ser probado, puede ser tentado, puede equivocarse y pecar en prudencia o en justicia o en cualquier otra virtud, pero no puede fallar en la fe que confirma a sus hermanos. Negar esto sería, en el fondo, poner en duda la promesa misma de Cristo.
----------Por eso, cuando se habla del Papa como si su misión de confirmar en la fe estuviera “a prueba”, se incurre en un error hermenéutico grave: se confunde la falibilidad de sus decisiones pastorales con una supuesta falibilidad doctrinal. Y esa confusión abre la puerta a la sospecha, a la desconfianza y, en última instancia, a la erosión de la comunión eclesial.
----------El caso del padre Santiago Martín es ilustrativo. Su intención puede ser legítima: analizar el rumbo pastoral de un pontificado, advertir sobre tensiones internas, invitar a la oración. Pero al no distinguir con claridad entre el oficio docente y el oficio pastoral del Papa, su discurso deja un espacio de duda que otros —particularmente los sectores pasadistas y lefebvrianos— aprovechan para reforzar sus tesis erróneas. No es que ellos se hayan convertido a la doctrina católica; es que encuentran en la ambigüedad y los errores del padre Martín un terreno propicio para sembrar sospechas sobre el Sucesor de Pedro.
----------La lección es clara: todo análisis del pontificado debe comenzar y terminar en la promesa de Cristo. Solo desde esa certeza se puede ejercer una crítica filial a las decisiones prudenciales del Papa, sin poner jamás en duda su misión indefectible de confirmar en la fe. De lo contrario, se corre el riesgo de transformar la legítima preocupación pastoral en un debilitamiento doctrinal, y de ofrecer, sin quererlo, argumentos a quienes niegan la roca sobre la cual Cristo ha edificado su Iglesia.
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 21 de septiembre de 2025
Válido comentario sobre las Palabras del Papa. Pero ¿qué decir de las Acciones?
ResponderEliminarEstimado lector,
Eliminarle agradezco su observación, porque permite precisar un punto importante. En efecto, no es lo mismo hablar de las "palabras" del Papa que de sus "acciones".
El Papa ejerce su oficio de Maestro de la fe cuando se dirige al Pueblo de Dios en cuanto tal, es decir, a la Iglesia universal. Eso ocurre en sus catequesis, en sus homilías litúrgicas, en sus discursos oficiales y, de modo eminente, en sus documentos magisteriales. Allí actúa como veraz e inequívoco Maestro de la Fe, confirmando a sus hermanos en la fe, con la asistencia prometida por Cristo. Estas intervenciones, en cuanto magisterio auténtico, gozan de la indefectibilidad en la fe: no pueden contener error doctrinal.
Las acciones de gobierno, en cambio —nombramientos, decisiones prudenciales, gestos pastorales, viajes, encuentros— no son en sí mismas magisterio. Pueden tener gran valor pastoral y simbólico, pero no llevan la misma garantía de indefectibilidad. Son actos prudenciales, que pueden ser acaso discutidos, siempre con respeto y en comunión. Aquí entra en juego el juicio humano del Papa, que puede ser más o menos acertado, más o menos prudente, más o menos justo, pero que no compromete la promesa de Cristo sobre la fe de Pedro.
Conviene añadir un matiz: hay acciones que van unidas a un juicio doctrinal explícito, como las canonizaciones, que son a la vez actos litúrgicos y declaraciones magisteriales. En esos casos, la acción está inseparablemente vinculada a la enseñanza. Pero en general, las acciones de gobierno no son magisterio.
Por eso, la clave es esta: las palabras magisteriales del Papa requieren adhesión y recepción; las acciones prudenciales (que si vinculan nuestra voluntad deben ser obedecidas siempre) pueden sin embargo ser objeto de discernimiento y hasta de crítica respetuosa (siempre en la obediencia), pero nunca deben interpretarse como si negaran la doctrina que el Papa enseña. Si alguna acción resulta difícil de comprender, se pide clarificación por los cauces adecuados, sin convertir lo prudencial en sospecha doctrinal.
De este modo se evita tanto el maximalismo ingenuo —que absolutiza todo gesto como si fuera magisterio— como el minimalismo desconfiado —que sospecha de la doctrina a partir de una acción discutible. La comunión se custodia precisamente distinguiendo bien los planos, el doctrinal y el pastoral.
Estimado Padre: La claridad de esta nota es un servicio a la comunión eclesial. Recordar que la fe del Papa no está “a prueba”, sino garantizada por la promesa de Cristo, es hoy más necesario que nunca. Quien olvida esta distinción entre lo pastoral y lo doctrinal, aunque sea con buena intención, termina debilitando la confianza en la roca de Pedro.
ResponderEliminarEstimada Domna Mencía,
Eliminaragradezco mucho su intervención, con la que estoy plenamente de acuerdo, y la felicito por la claridad de su comentario. En efecto, lo decisivo es recordar que la fe del Papa no está “a prueba”, sino garantizada por la promesa de Cristo: nuestro Señor, desde el cielo, cumple indefectiblemente su oración en favor de la fe de Pedro.
Por consiguiente, cuando alguien insinúa —explícita o implícitamente— que el Papa podría fallar en la doctrina de la fe, no se trata de un simple debilitamiento de la confianza, sino de un error objetivo en materia de fe: un error dogmático. Ese error aleja de la comunión eclesial, porque equivale a negar el dogma de la indefectibilidad del Sucesor de Pedro en su misión de confirmar a los hermanos.
De ahí la importancia de la distinción: lo pastoral y prudencial puede ser discutido, pero lo doctrinal enseñado por el Papa a la Iglesia universal no está sujeto a sospecha. Mi artículo ha buscado precisamente subrayar este punto, para que no se confunda la legítima crítica prudencial con una desconfianza doctrinal que no cabe en la mente de un auténtico católico. Solo desde esta certeza se custodia la verdadera comunión eclesial.
Confieso mi sorpresa. No había escuchado antes al P. Santiago Martín, y me encuentro con un clérigo que parece insinuar que el papa Francisco habría errado en materia doctrinal en algunos documentos de su pontificado. Basta recordar cómo, al inicio de su intervención, subraya con insistencia que León XIV “quiere seguir en todo y mantener en todo lo que Francisco ha enseñado”. La reiteración de esa idea deja traslucir una preocupación de fondo: si Francisco hubiera enseñado algo contrario a la fe, entonces León debería corregirlo.
ResponderEliminarPero esa hipótesis no es solo imprudente: es un error doctrinal que aleja de la comunión eclesial, porque equivale a negar el dogma de la indefectibilidad del Papa en la fe. El Sucesor de Pedro puede ser discutido en sus decisiones prudenciales, pero no puede fallar en la doctrina de fe y moral cuando enseña oficialmente a la Iglesia. Ponerlo en duda es poner en duda la promesa de Cristo.
Sergio Villaflores (Valencia, España)
El informe del P.Martín comienza con el pie izquierdo: "Se ha publicado la primera entrevista importante, grande, hecha al Papa León XIV. Interesantísima. Bastante reveladora de lo que va a ser, por lo menos la doctrina de este pontificado."
Eliminar¿La doctrina de este pontificado? ¿Es que cada pontificado tiene "su doctrina"? Este cura ¿no sabe que la doctrina del Papa es la doctrina de la Iglesia, y eso siempre?
Estimado Sergio,
Eliminaragradezco su comentario, que refleja con claridad la perplejidad que muchos han experimentado al escuchar al padre Santiago Martín en el audio al que hice referencia en mi artículo.
Usted ha señalado con acierto el núcleo del problema: insinuar que el papa Francisco podría haber errado en materia doctrinal no es una simple imprudencia, sino un error que toca directamente el dogma de la indefectibilidad del Sucesor de Pedro en la fe.
La insistencia del padre Martín en que el papa León XIV “quiere seguir en todo lo que Francisco ha enseñado” deja traslucir, como usted bien advierte, la sospecha de que habría algo que corregir en el magisterio del papa Francisco. Pero esa hipótesis es inadmisible para un católico, porque equivale a poner en duda la promesa de Cristo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32).
Conviene recordar, como usted también apunta, que las decisiones prudenciales del Papa pueden ser discutidas con respeto (a la vez que obedecidas, en caso que nos constriñan a la obediencia); pero cuando enseña oficialmente a la Iglesia en materia de fe y moral, no puede fallar. Esa es la garantía que custodia la comunión eclesial y que nos libra de la tentación de someter al Papa a examen, como si su magisterio dependiera de nuestra aprobación.
Su intervención, por tanto, no solo es oportuna, sino que ayuda a subrayar el objetivo del artículo: distinguir lo opinable de lo que pertenece al depósito de la fe, y mostrar que la sospecha sobre el magisterio pontificio no cabe en la mente de un auténtico católico.
Estimado Anónimo,
Eliminarsu observación es muy pertinente y estoy substancialmente de acuerdo.
En efecto, no existe una “doctrina de cada pontificado”, como si cada Papa inaugurara un sistema propio. La doctrina de la Iglesia es una sola, recibida de los Apóstoles y custodiada por el Magisterio, y para custodiarla, es explicada y cada vez mejor explicitada, en contínuo progreso, "hasta llegar a la Verdad plena", gracias a la ayuda del Espíritu Santo. De este modo, el Papa, en cuanto Sucesor de Pedro, no inventa una doctrina nueva, sino que confirma en la fe a sus hermanos, transmitiendo íntegro el depósito recibido, y cada vez mejor explicitado y enseñado.
Es cierto que cada pontífice puede acentuar aspectos distintos, responder a desafíos concretos de su tiempo o desarrollar con mayor amplitud ciertos puntos de la enseñanza. Pero eso no constituye una “doctrina propia”, sino un modo particular de servir a la misma verdad de siempre.
Por eso, cuando el P. Martín habla de “la doctrina de este pontificado”, incurre en una expresión equívoca, que puede dar a entender que la doctrina cambia con cada Papa. Y esa idea es incompatible con la fe católica. La doctrina es la de la Iglesia; el Papa la enseña con la asistencia prometida por Cristo, y su misión es precisamente custodiar la continuidad, no inaugurar novedades doctrinales. Y sospechar de que pueda no cumplir el Papa esta tarea, como de hecho sospecha el P.Martín, tampoco es posible ni siquiera pensarlo un católico.
La crítica es exagerada. El padre Santiago Martín jamás culpa al Papa -ni a este ni al anterior- de error en la doctrina.
ResponderEliminarR.V.: me parece que está defendiendo lo indefendible... Yo no he leído la entrevista al Papa..., sino que me guío sólo por lo que ha dicho Martín, que escuché toda su charla... Martín atribuye al Papa haber dicho que "de momento no se cambiará la doctrina", o que "de momento no se ordenarán diaconisas"... ¿Se dá verdadera cuenta este sacerdote de lo que está diciendo?... Está diciendo que el Papa podría cambiar la doctrina, está diciendo que el Papa podría ordenar a mujeres... ¿No se dá cuenta el padre Martín que le está atribuyendo al Papa decir cosas que son imposibles?...
EliminarRosa, querida señora, no hay que darle demasiada importancia a estas cosas. Es una simple entrevista. El Papa no está hablando a la Iglesia universal como maestro de la fe. Por eso tiene razón el padre Filemón en estar preocupado por los conceptos implícitos en el discurso del padre Martín.
EliminarExacto!! La cuestión no es lo que dijo el Papa (que lea la entrevista quien le interese). El problema es lo que dice el padre Martín, y lo que está presupuesto en su discurso.
EliminarEstimado R.V.,
Eliminaragradezco su intervención, pero me permito disentir, precisando que la crítica que propongo en mi artículo no es exagerada, sino doctrinalmente necesaria. El P. Santiago Martín no acusa explícitamente al Papa de error, es cierto; pero insinúa hipótesis que no pueden sostenerse desde la fe católica, y lo hace en varios momentos de su discurso.
Ya desde el inicio, al afirmar que “León XIV quiere seguir en todo y mantener en todo lo que Francisco ha enseñado”, el P. Martín deja traslucir una preocupación: como si hubiera algo en el magisterio de Francisco que pudiera no mantenerse doctrinalmente. Esa sospecha, aunque se exprese con tono filial, implica la posibilidad de que el Papa haya enseñado algo contrario a la fe, lo cual contradice el dogma de la indefectibilidad del Sucesor de Pedro.
Pero hay más. Cuando el P. Martín se pregunta si León XIV “mantendrá la actual moral sexual”, o si “todavía no habrá cambios”, está suponiendo que esa moral podría cambiar. Y eso es imposible. La moral sexual enseñada por la Iglesia no es una convención sociológica, sino una expresión de la ley natural iluminada por la Revelación. No está sujeta a revisión doctrinal.
Del mismo modo, cuando plantea si el Papa “ordenará diaconisas”, y extiende la hipótesis a “sacerdotisas, obispesas y papisas”, está insinuando que el Papa podría modificar el sujeto del sacramento del Orden. Pero eso también es dogma: el Orden Sagrado se confiere válidamente solo a varones bautizados, como ha enseñado de modo definitivo san Juan Pablo II en Ordinatio Sacerdotalis.
Además, el P. Martín parece desconocer que la iniciativa sobre las “diaconisas” no se refiere a un sacramento, sino a un ministerio laical, no ordenado, como ha sido aclarado por la Santa Sede.
Por todo esto, la crítica del artículo no se dirige a las intenciones del P. Martín, sino a los presupuestos doctrinales que atraviesan su discurso. Presuponer que el Papa puede errar en doctrina, o que puede modificar lo que pertenece al depósito de la fe, es un error objetivo, que aleja de la comunión eclesial. Hablar aquí de "sospecha de herejía" puede sonar exagerado e incómodo; sin embargo, de eso se trata.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminaragradezco mucho su comentario, porque pone el dedo en la llaga con sencillez y claridad. En efecto, cuando el P. Martín repite expresiones como que “de momento no se cambiará la doctrina” o que “de momento no se ordenarán diaconisas”, está atribuyendo al Papa la posibilidad de cambiar lo que, por su misma naturaleza, es inmutable.
La doctrina de la Iglesia no es una convención revisable, sino la transmisión fiel del depósito de la fe. Por eso, hablar de que “de momento” no se cambia equivale a insinuar que en otro momento podría cambiarse, lo cual es imposible. Lo mismo ocurre con la cuestión del Orden Sagrado: el Papa no puede ordenar mujeres, porque no se trata de una disciplina modificable, sino de un dogma definido. San Juan Pablo II lo enseñó de modo definitivo en Ordinatio Sacerdotalis: la Iglesia no tiene en absoluto la potestad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres.
Además, como usted bien intuye, el P. Martín ni siquiera parece haber advertido que la iniciativa sobre las “diaconisas” no se refiere a un sacramento, sino a un ministerio laical, no ordenado. Confundir ambos planos solo genera más confusión en los fieles.
Por eso Rosa, su observación es muy valiosa: no se trata de defender o atacar personas, sino de custodiar la verdad de la fe. Y en este caso, lo que está en juego es la indefectibilidad del Papa en la doctrina y la inmutabilidad de lo que pertenece al depósito revelado.
Estimado P. Serafín,
Eliminaragradezco mucho su comentario, que ayuda a precisar un punto importante. En efecto, una entrevista no constituye magisterio pontificio, porque el Papa no se dirige allí a la Iglesia universal como Maestro de la fe. Por eso mismo, no corresponde dar a esas palabras un peso que no tienen.
Ahora bien, la preocupación del artículo no se centra en la entrevista en sí, la cual, al fin de cuentas no la conozco (y tampoco me interesa demasiado), sino en la lectura que de ella hace el P. Santiago Martín. Él introduce, de manera explícita o implícita, hipótesis que son imposibles para un católico: que la doctrina pudiera “cambiar de momento”, que la moral sexual pudiera ser revisada, o que el Papa pudiera “ordenar diaconisas” (y hasta sacerdotisas u obispesas). Tales planteos suponen que el Papa podría errar en materia doctrinal, lo cual contradice el dogma de la indefectibilidad del Sucesor de Pedro en la fe.
Por eso, aunque la entrevista no sea magisterio, lo grave es que el discurso del P. Martín atribuye al Papa la posibilidad de alterar lo que pertenece al depósito de la fe. Y esa sospecha, aunque se exprese con tono filial, no cabe en la mente de un católico.
Estimado Anónimo,
Eliminarcoincido plenamente con su apreciación. La cuestión no es la entrevista del Papa —que, como bien recordó el P. Serafín, no constituye magisterio—, sino el modo en que el P. Santiago Martín la interpreta y los presupuestos que introduce en su discurso.
El problema aparece cuando se atribuye al Papa la posibilidad de “cambiar la doctrina” o de “ordenar diaconisas”, como si esas fueran opciones abiertas. Con ello se presupone que la doctrina pudiera ser revisada, o que el Papa pudiera errar en materia de fe, lo cual es imposible. La doctrina de la Iglesia no es una convención mutable, sino el depósito revelado, custodiado por el Sucesor de Pedro con la asistencia indefectible de Cristo.
Por eso, el artículo no se centra en juzgar la entrevista (que de hecho no conozco), sino en advertir que el discurso del P. Martín, aun sin acusar directamente al Papa, se apoya en hipótesis que un católico no puede sostener. Y esa es la raíz de la preocupación: no lo que dijo el Papa, sino lo que se presupone en la lectura que se hace de sus palabras.
Me parece que en este hilo corremos el riesgo de perdernos en matices sobre lo que el Papa “dijo” o “no dijo” en tal o cual ocasión. Conviene recordar un principio elemental de eclesiología: el Papa ejerce su oficio de Maestro de la fe cuando se dirige al Pueblo de Dios en cuanto tal, es decir, a la Iglesia universal. Eso ocurre en sus catequesis, en sus homilías litúrgicas, en sus discursos oficiales y, de modo eminente, en sus documentos magisteriales. Allí habla como Sucesor de Pedro, confirmando a sus hermanos en la fe.
ResponderEliminarEn cambio, cuando concede una entrevista o responde de modo espontáneo en un diálogo particular, no habla como Maestro universal, sino como doctor privado. Sus palabras merecen respeto, pero no tienen el mismo peso ni la misma garantía de indefectibilidad. Esta distinción, que es clásica en la teología católica, evita tanto el maximalismo ingenuo como el minimalismo desconfiado.
Por eso es tan oportuno el artículo del P. Filemón: pone el dedo en la llaga al mostrar cómo el discurso del P. Santiago Martín se desliza sobre presupuestos que no deberían estar en la mente de un católico que confiesa el dogma del lugar y del oficio del Papa en la Iglesia. Insinuar que el Papa podría haber errado en doctrina de fe es, sencillamente, incompatible con la promesa de Cristo y con la enseñanza constante del Magisterio.
La verdadera fidelidad no consiste en someter al Papa a examen, sino en escucharle allí donde ejerce su misión de confirmar en la fe. Esa es la roca sobre la que se edifica la comunión eclesial.
En cambio, la constitución Pastor Aeternus, promulgada el 18 de julio de 1870, del Concilio Vaticano I, dice que el Papa es sólo infalible cuando define ex cathedra: "…enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres."
EliminarEstimada Domna Mencía,
Eliminaragradezco profundamente su lúcida intervención, que resume con gran claridad lo que está en juego en este debate. En efecto, la distinción entre el Papa que habla como Maestro universal de la fe y el Papa que se expresa como doctor privado es clásica en la teología católica, y evita tanto el maximalismo ingenuo —que absolutiza toda palabra o gesto— como el minimalismo desconfiado —que sospecha incluso de su magisterio auténtico.
Usted señala con acierto que la verdadera fidelidad no consiste en someter al Papa a examen, sino en escucharle allí donde ejerce su misión de confirmar en la fe. Esa es la roca de Pedro, la garantía de la comunión eclesial. Por eso, el problema del discurso del P. Santiago Martín no está en la entrevista del Papa, sino en los presupuestos que Martín introduce: insinuar que el Papa podría haber errado en doctrina, o que podría cambiar lo que pertenece al depósito de la fe. Esa hipótesis es incompatible con la promesa de Cristo y con la enseñanza constante del Magisterio.
Su comentario, por tanto, no solo ilumina el hilo, sino que ayuda a reorientar la discusión hacia lo esencial: custodiar la comunión eclesial distinguiendo lo opinable de lo que pertenece al dogma, y recordar que la indefectibilidad de Pedro no es un detalle secundario, sino un pilar de la fe católica.
Estimado Pablo,
Eliminaragradezco su cita de la constitución Pastor Aeternus, pero conviene recordar que el Concilio Vaticano I no se limitó a definir la infalibilidad solemne y extraordinaria del Papa cuando proclama un dogma. El mismo Concilio, en la constitución Dei Filius (24 de abril de 1870), enseña algo más amplio y decisivo. Allí se afirma que el oficio divino del magisterio fue instituido por Cristo para conservar y exponer fielmente el depósito de la fe, y que “el juicio de la Iglesia es infalible en las cosas que pertenecen a la fe y a las costumbres”. Y en un pasaje clave se declara:
“Porro fide divina et catholica ea omnia credenda sunt, quae in verbo Dei scripto vel tradito continentur, et ab Ecclesia sive solemni iudicio sive ordinario et universali magisterio tamquam divinitus revelata credenda proponuntur.” O sea: “Se debe creer con fe divina y católica todo lo que está contenido en la palabra de Dios escrita o transmitida, y que la Iglesia propone como divinamente revelado, ya sea mediante juicio solemne o mediante su magisterio ordinario y universal.”
Esto significa que el Vaticano I reconoció dos modos de enseñanza infalible:
- El juicio solemne y extraordinario.
- El magisterio ordinario y universal, cuando el Papa y los obispos en comunión enseñan de manera constante y universal una doctrina de fe o costumbres.
Por tanto, reducir la asistencia divina al solo caso de las definiciones solemnes y extraordinarias es una lectura incompleta y, en el fondo, engañosa. La Iglesia siempre ha sostenido que la Sede de Pedro no puede fallar en la fe, y que el magisterio ordinario, cuando enseña con continuidad y universalidad, participa también de la infalibilidad. Precisamente, que el Papa enseñe "ex cathedra" significa esto mismo.
Por lo demás, el Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium n.25, desarrolló esta enseñanza, recordando que aunque los obispos individualmente no son infalibles, cuando enseñan en comunión con el Papa y concuerdan en una doctrina que debe ser tenida como definitiva, proclaman infaliblemente la doctrina de Cristo. Y la Nota doctrinal que acompaña a la Carta Ad Tuendam Fidem precisó que hay verdades infalibles enseñadas por el magisterio ordinario universal, aunque no hayan sido definidas solemnemente.
En conclusión: el Papa no es infalible solo en las definiciones de su magisterio extraordinario. También en su magisterio ordinario, oza de la asistencia divina que garantiza la indefectibilidad de la fe de Pedro. Esa es la enseñanza íntegra del Vaticano I, que no puede ser recortada sin traicionar su sentido.
Estimado Ludovicus,
ResponderEliminarel moderador me ha dado a conocer su mensaje, que él mismo borró siguiendo los protocolos del blog. Por eso puedo responderle con claridad. Permítame entonces precisar algo fundamental.
En primer lugar, yo no puedo ser “necio” acerca de algo que no conozco, y que, justamente porque no lo conozco, no hablo de ello en el artículo. Por eso no me refiero ni al libro ni a la entrevista al Papa, que no he leído y que, por el momento, no me interesan más que en cuanto contexto. Lo que sí leo cotidianamente —y en lo que fundo mi juicio— son los documentos, discursos, catequesis y homilías del Papa, donde ejerce su oficio de Maestro de la fe.
Mi análisis se centra únicamente en el discurso del P. Santiago Martín, que sí he escuchado con atención. Y en ese discurso aparecen expresiones y presupuestos objetivamente problemáticos y, en algunos casos, puntualmente erróneos. Cuando el P. Martín repite lo que él presenta como palabras del Papa —que “de momento no se cambiará la doctrina” o que “de momento no se ordenarán diaconisas”— y da a entender Martín que efectivamente la doctrina podría cambiar o que podrían ordenarse diaconisas, está insinuando que esas realidades estarían dentro de las posibilidades que un Papa, cualquier Papa, podría determinar.
Esa hipótesis es inadmisible. La moral sexual de la Iglesia no es revisable, porque se funda en la ley natural y en la Revelación; y el sacramento del Orden está definido dogmáticamente como reservado a varones bautizados, tal como lo enseñó de modo definitivo san Juan Pablo II en Ordinatio Sacerdotalis.
El problema al que me refiero en el artículo, por tanto, no está en lo que el Papa haya dicho o no en la entrevista, ni en lo que contenga el libro (que le repito, no conozco y por ende no he leído), sino en la manera en que el P. Martín lo presenta, introduciendo la sospecha de que el Papa podría errar en materia doctrinal. Y esa sospecha contradice la promesa de Cristo y el dogma de la indefectibilidad de la Sede Apostólica.
Sé que usted mismo, en otras ocasiones, ha defendido esas mismas ideas: que el Papa podría ser herético, o que podría ser corregido en lo doctrinal. Pero debo decirlo con toda claridad: esa hipótesis no cabe en la mente de un católico. Cristo no solo rogó por Pedro en la Última Cena, sino que sigue rogando hoy, desde el cielo, para que la fe de Pedro y de sus sucesores no desfallezca (cf. Lc 22,32; Heb 7,25). Esa intercesión viva y permanente es la garantía de la indefectibilidad del Papa en la fe.
Por eso, la crítica que desarrollo en mi artículo no es un "necio" capricho ni una exageración: se dirige a señalar que el discurso del P. Martín introduce presupuestos imposibles para un católico, y que usted parece compartir. La doctrina de la Iglesia no se cambia “por el momento” ni “más adelante”: se transmite íntegra, siempre y en todo lugar.
Estimado Padre Filemón:
ResponderEliminarEl P. Santiago Martín que sí leyó el libro reprodujo esas palabras de León XIV. Centrémonos en lo que importa, las palabras de León. Si él las dijo es porque así quiso hacerlo.
Lo que Juan Pablo II enseñó de modo definitivo es sobre el orden sacerdotal evitando a propósito de referirse al diaconado. El Papa Francisco se encargó de marcar este matiz y para ello instituyó una comisión.
https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-04/institucion-comision-estudio-diaconado-femenino-papa-francisco.html
No especificó Francisco nada sobre el diaconado femenino como un ministerio distinto del orden sagrado, como usted acota en uno de los comentarios.
Sea Francisco que León sabrán por qué lo dijeron, yo no tengo ni el lugar ni la visión que ellos han tenido desde el Supremo Pontificado. Pero no neguemos la realidad.
Estimado Anónimo,
Eliminaragradezco su comentario, que me permite precisar lo esencial. Mi artículo no se refiere a las palabras del Papa en la entrevista, sino a la interpretación que de ellas hace el P. Santiago Martín.
No he dudado lo más mínimo de que el P. Martín, que ha leído el libro, nos relate frases auténticas del Papa; pero esas frases, en sí mismas, no son el objeto de mi análisis. Lo que me interesa es la manera en que Martín las interpreta y las presenta, porque allí es donde aparecen los presupuestos problemáticos y, en algunos casos, erróneos.
En efecto, cuando el P. Martín repite que “de momento no se cambiará la doctrina” o que “de momento no se ordenarán diaconisas”, y lo hace de tal modo que da a entender que esas realidades podrían cambiar en otro momento, introduce una hipótesis inadmisible: que el Papa, cualquier Papa, podría alterar la moral sexual de la Iglesia o abrir el sacramento del Orden a las mujeres.
Eso contradice la enseñanza constante del Magisterio: La moral sexual de la Iglesia no es revisable, porque se funda en la ley natural y en la Revelación. El sacramento del Orden está definido dogmáticamente como reservado a varones bautizados, tal como lo enseñó de modo definitivo san Juan Pablo II en "Ordinatio Sacerdotalis".
Por tanto, el problema no está en lo que el Papa haya dicho o no en la entrevista, sino en la interpretación que el P. Martín ofrece, insinuando que la doctrina podría cambiar. Y esa insinuación es incompatible con la promesa de Cristo y con la indefectibilidad de la fe de Pedro, que Él mismo garantiza con su intercesión viva y permanente desde el cielo (cf. Lc 22,32; Heb 7,25).
En otras palabras: lo que se evidencia en el discurso del P. Martín es una comprensión deficiente de la fe especialísima del Papa, que lo vuelve indefectible como Maestro de la Fe. Ese es, precisamente, el tema de mi artículo.
Gracias por su aclaración.
EliminarEntiendo que su preocupación es la interpretación que da a las palabras del Papa y de su visión sobre el Magisterio de la Iglesia.
Estimado Anónimo,
Eliminarle agradezco su comprensión. Efectivamente, mi preocupación no son las palabras del Papa en la entrevista (no tengo dudas que el padre Santiago Martín las haya transmitido fielmente), sino que mi preocupación es la interpretación que de ellas hace el P. Martín, y la visión que él manifiesta sobre el Magisterio de la Iglesia.
Esa visión, tal como Martín la expone, no parece ajustarse al dogma, y esto es grave, porque puede confundir a muchos fieles que lo siguen a través de sus medios de comunicación. Por eso, y en bien de ellos, sería deseable que el propio P. Martín reflexionara y se corrigiera públicamente de sus dichos, aclarando la confusión que pudo haber causado.
La fidelidad al Magisterio no es un detalle secundario, sino la garantía de la comunión eclesial y de la recta fe. Y en tiempos de tanta confusión, esa claridad es un verdadero servicio a los fieles.
Estimado padre Filemón, habiendo reflexionado serenamente acerca de este problema, creo que lo más simple y sencillo que hay que decir con toda franqueza respecto al incidente del padre Santiago Martín, es que se ha metido en un berenjenal del cual es difícil salir sin un público y claro reconocimiento de dos errores: 1. no haber distinguido que en una entrevista periodística el Papa sólo emite opiniones privadas no formalmente magisterio; y 2. no tener en absoluto claro el pobre padre Martín que cuando el Papa expresa Magisterio es siempre indefectible, veraz, incapaz de cometer error.
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Eliminar(Mensaje del Anónimo editado, por contener insultos personales):
EliminarY deberá señalar un error más: que cuando el Papa expresa Magisterio es indefectible. Y el Papa en una entrevista periodística emite opiniones. Privadas si así lo son y públicas si así lo son.
Estimado Anónimo:
EliminarGracias por su observación, que me permite precisar un punto delicado.
Es cierto que una entrevista periodística, en cuanto tal, no constituye magisterio: allí el Papa puede expresar opiniones personales, que no obligan a los fieles. Sin embargo, conviene distinguir: si en ese contexto el Papa reitera una certeza doctrinal ya enseñada por el Magisterio, entonces no estamos ante un nuevo acto magisterial, pero sí ante la confirmación de una verdad que ya pertenece al depósito de la fe.
En otras palabras: no todo lo que el Papa dice es magisterio; pero cuando enseña como Pastor universal en materia de fe y costumbres, incluso recordando lo ya definido, su enseñanza es indefectible, porque Cristo ha rogado por Pedro para que su fe no desfallezca y para que confirme a sus hermanos (cf. Lc 22,32).
De ahí que la clave no esté en el formato —una entrevista, una homilía, una catequesis—, sino en el contenido y en el ejercicio del oficio de enseñar. Y en ese sentido, la Iglesia confía en la asistencia divina que preserva al Sucesor de Pedro de error en la fe.
Estimado Padre Serafín,
Eliminarrespecto a su primera reflexión, que no dudo ha sido elaborada con serenidad y franqueza, debo decirle que coincido en que el núcleo del problema está en los dos puntos que usted señala con justeza: distinguir entre opiniones privadas del Papa y magisterio auténtico, y reconocer la indefectibilidad de la fe de Pedro cuando ejerce su oficio de enseñar a la Iglesia universal en materia de fe y moral.
Más allá de la persona del P. Santiago Martín, es decir, de su caso individual, lo que aquí nos preocupa es la confusión que puede generarse en los fieles cuando no se hacen estas distinciones con claridad. La Iglesia no puede permitirse ambigüedades en cuestiones tan centrales, porque de ello depende la confianza de los fieles en la voz del Pastor universal.
Por eso, lo que corresponde no es tanto insistir en el error de un sacerdote concreto, sino reafirmar la certeza de la promesa de Cristo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Esa es la roca sobre la que se edifica la Iglesia, y la garantía de que el Pueblo de Dios no será confundido en lo esencial de la fe.
De modo que sí, coincido en que esos son los dos errores fundamentales del P. Martín, que deben ser evitados siempre. Pero agregaría un dato no menor, al que ya he hecho referencia en mi artículo, y que debería ser para él una clara invitación a una serena meditación de lo ocurrido. No es casual que en los últimos tiempos ciertos blogs marginales de tendencia pasadista filolefebvriana se hayan hecho eco de sus discursos. El P. Martín debería preguntarse qué significa este fenómeno: ¿acaso esos grupos han entrado en plena comunión con la Sede Apostólica, o más bien encuentran en sus palabras un pretexto para reforzar sus posturas cismáticas y difundir viejas herejías?
Estimado Anónimo,
Eliminarle agradezco su intervención, pues me permite precisar un punto decisivo. Aunque debo aclararle que su intervención debió ser moderada, dado que contenía faltas de trato, ofendiendo a otros lectores.
Ahora bien, respondo a lo fundamental que usted dice. Es cierto, como usted señala, que en una entrevista periodística el Papa puede emitir (y en la mayoría de los casos emite) opiniones personales, que no constituyen magisterio en sentido propio. Pero lo que no es correcto es afirmar que el Magisterio del Papa, cuando enseña en materia de fe y moral a toda la Iglesia, pueda contener error doctrinal. Lo que usted dice es un error en la fe, o sea, implica sospecha de herejía.
La fe católica confiesa que el Sucesor de Pedro, al ejercer su oficio de Pastor y Doctor universal, goza de una asistencia divina que lo preserva de error en la fe. Esa asistencia no se limita a las definiciones solemnes extraordinarias, sino que su enseñanza como Maestro de la Fe (lo que suele llamarse enseñanza "ex cathedra") se extiende al magisterio auténtico ordinario, en cuanto tal. Por eso, el Papa puede enseñar con distintos grados de autoridad, pero siempre con la garantía de la indefectibilidad en la fe.
Negar esta asistencia sería poner en duda la promesa de Cristo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Esa oración de Cristo, viva y permanente, es la que sostiene la fe de Pedro y, a través de él, la fe de toda la Iglesia.
En consecuencia, conviene distinguir con claridad: 1. Opiniones privadas del Papa (como en una entrevista), que no obligan a los fieles. Y 2. Magisterio auténtico del Papa en fe y moral, que es indefectible, porque Cristo mismo lo garantiza.
Lo que está en juego no es un tecnicismo, sino la confianza de los fieles en la voz del Pastor universal. Y esa confianza no puede ser defraudada, porque se apoya en la fidelidad de Cristo, no en la capacidad humana de un hombre.
Estimado Padre Serafín,
Eliminarle agradezco su segunda reflexión, que aporta claridad al debate. Coincido con usted en que el núcleo del problema está en los dos puntos que señala: distinguir entre opiniones privadas del Papa y magisterio auténtico, y reconocer la indefectibilidad de la fe de Pedro cuando ejerce su oficio de enseñar en materia de fe y moral.
Como ya he dicho, más allá de la persona del P. Santiago Martín, lo que aquí nos preocupa es la confusión que puede generarse en los fieles cuando no se hacen estas distinciones con claridad. La Iglesia no puede permitirse ambigüedades en cuestiones tan centrales, porque de ello depende la confianza de los fieles en la voz del Pastor universal.
Por eso, lo que corresponde no es tanto insistir en el error de un sacerdote concreto, sino reafirmar la certeza de la promesa de Cristo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Esa es la roca sobre la que se edifica la Iglesia, y la garantía de que el Pueblo de Dios no será confundido en lo esencial de la fe.
Padre Filemón: me parece preocupante lo que ha sucedido en esta entrevista. La he leído al completo, y lo que testifica el padre Martín es cierto (cuando reporta las palabras del Papa, no la interpretación que él les da). Lo que me preocupa es que si las opiniones del Papa sobre la moral sexual o la doctrina del sacramento del Orden son las que expresó en la entrevista, entonces... estamos frente a un problema... No dudo que el papa León no caerá en herejía, no puede caer en herejía, cuando enseñe la fe y la moral a toda la Iglesia... pero si sus opiniones personales son las que dijo en la entrevista... entonces ¡qué trabajo tiene el Espíritu Santo con este Papa!...
ResponderEliminarEstimado Dino,
Eliminarle agradezco su comentario, que refleja con claridad la preocupación de muchos fieles. Usted distingue bien entre lo que el P. Martín reporta como palabras del Papa y la interpretación que él mismo les da. Y también señala con justeza que una cosa son las opiniones privadas del Papa, y otra cosa muy distinta es su enseñanza magisterial en materia de fe y de moral, que es indefectible.
Es comprensible que ciertas expresiones, cuando se difunden en entrevistas o contextos informales, puedan generar perplejidad. Pero conviene recordar que la asistencia del Espíritu Santo no consiste en evitar que el Papa tenga opiniones discutibles, sino en preservar su fe cuando enseña a toda la Iglesia en lo esencial de la doctrina. Esa es la promesa de Cristo, y en ella se apoya nuestra confianza.
Por eso, aunque podamos sentir desconcierto ante algunas declaraciones privadas, lo decisivo es mantener firme la certeza de que el Sucesor de Pedro, al confirmar a sus hermanos en la fe, no puede errar en lo que pertenece al depósito revelado. Esa es la roca sobre la que se edifica la Iglesia, y la garantía de que el Pueblo de Dios no será confundido en lo esencial de la fe.
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ResponderEliminarEstimado, lamento no poder aceptar tu amable invitación. No enlazamos a otros blogs, y menos a blogs no católicos.
EliminarEstimado padre Filemón: no sé si usted sabe, pero este viernes, en su crónica semanal de la actualidad vaticana, el padre Santiago Martín citó, casi como si estuviera citando palabra de dios, un texto reciente del blog El Wanderer, argentino también, y leyó directamente estas palabras sin que se le volara un pelo: "En primer lugar, resulta claro que el Papa León XIV es católico […] venimos de la experiencia de Francisco [...] León XIV es católico y, a diferencia de su predecesor, cree en las verdades inmutables..."
ResponderEliminarSin palabras... Aunque déjeme que le aclare que sé perfectamente que ese blog no es católico, basta para afirmarlo este nuevo testimonio, unas expresiones ya repetidas otras veces en ese blog: el Papa Francisco no era católico. Ahora dice que León XIV es católico, y vuelve a dar por supuesto que un Papa puede no ser católico. Que lo diga ese blog no sorprende. Lo que sorprende es que estos disparates los repita el padre Santiago Martín sin sonrojarse...
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Estimado Sergio,
Eliminarle agradezco su comentario, que pone de relieve un hecho preocupante. Usted señala con razón que un blog que se permite afirmar que un Papa “no era católico” se sitúa fuera de la comunión de la Iglesia. Esa sola expresión basta para mostrar que no puede ser tenido por católico, pues contradice la fe en la indefectibilidad de la Sede de Pedro.
Ya conozco ese blog: su autor y responsable es el doctor Rubén Peretó Rivas, un mendocino que se presenta como católico. Sin embargo, está a la vista que tal cualificación debe ser puesta en cuestión. Y no porque lo diga yo, sino porque es al Papa y al Magisterio de la Iglesia a quienes compete definir lo que es verdaderamente católico.
De hecho, si existe un dogma que afirma la infalibilidad del Papa en su magisterio extraordinario, y la indefectibilidad de su enseñanza en el magisterio ordinario cuando se dirige a toda la Iglesia en cuestiones de fe y moral, quien sostenga que el Papa puede errar doctrinalmente o que “no es católico” se coloca, al menos materialmente, fuera de la comunión eclesial. A la inversa, quien afirma sin más: “¡Este Papa sí que es católico, no como el anterior!”, incurre en el mismo disparate, pues supone que un Papa podría dejar de serlo en la fe.
Que un sacerdote experimentado y respetable, como siempre pensé que era el P. Santiago Martín, cite sin reparo tales expresiones es aún más grave, porque puede dar a los fieles la impresión de que semejantes desvaríos son aceptables en el ámbito eclesial. Y no lo son. La fe católica confiesa que el Sucesor de Pedro, por la asistencia de Cristo y del Espíritu Santo, no puede dejar de ser católico ni dejar de confirmar a sus hermanos en la fe. Negar esto es poner en duda la promesa misma del Señor: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca” (Lc 22,32).
Por eso, lo que aquí está en juego no es una opinión periodística más, sino la confianza de los fieles en la roca sobre la que Cristo edifica su Iglesia. Y esa roca no puede ser relativizada ni puesta en duda por ningún blog ni por ningún predicador.
Ante todo aclaro que yo no soy teóloga..., pero cuando escucho que alguien dice que un Papa “no es católico”, me parece que ya no hace falta discutir mucho más: se ha salido solo de la Iglesia... En la historia, cada vez que alguien se atrevió a negar la fe de Pedro, terminó en el margen, y no fue la Iglesia la que se equivocó...
EliminarQue un blog escriba esas cosas no sorprende; lo triste es que un sacerdote lo repita como si nada... ¡Pobre padre Santiago Martín!... ¿Habrá preparado él lo que leyó? ¿O se lo habrá preparado otro?... ¿Sabrá de veras el padre Martín quién es "El Wanderer"?... Creo que si se entera, Martín se cae de espaldas...
Los fieles sencillos, que no manejamos categorías técnicas, lo que entendemos es que si se pone en duda la fe del Papa, se nos tambalea todo. Y eso no es justo para el pueblo de Dios... No es justo, padre Martín que nos lea semejantes disparates sin que a usted se le mueva el pelo!
Por eso, yo me quedo con lo que siempre nos enseñaron en el catecismo: Cristo prometió que Pedro confirmaría a sus hermanos en la fe. Esa promesa vale para todos los Papas, sin excepción.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminarle agradezco mucho su comentario, que expresa con sencillez y firmeza lo que constituye la fe de la Iglesia. Usted lo ha dicho con toda claridad: quien se atreve a afirmar que un Papa “no es católico” se coloca a sí mismo fuera de la comunión, porque niega la promesa de Cristo a Pedro.
Me parece muy valioso que lo diga desde la perspectiva de los fieles sencillos, que no manejan categorías técnicas, pero que saben reconocer cuándo se tambalea lo esencial. Y tiene razón: no es justo para el pueblo de Dios que se difundan sin reparo expresiones que ponen en duda la fe del Papa, porque eso hiere la confianza de los pequeños.
Por eso, su referencia al catecismo es la mejor conclusión: Cristo prometió que Pedro confirmaría a sus hermanos en la fe, y esa promesa vale para todos los Papas, sin excepción. Esa es la roca sobre la que se edifica la Iglesia, y la certeza que nos sostiene en medio de tantas voces discordantes.