lunes, 14 de abril de 2025

Qué es el infierno (1/2)

Aunque pueda parecer extraño, en realidad de verdad al infierno va sólo quien quiere ir al infierno. Ciertamente, no va porque le atraiga una pena eterna -lo cual sería absurdo- sino simplemente porque no ama a Dios o se rebela a Dios o niega su existencia. Y esto es muy posible si pensamos en cuántas filosofías se han establecido como enemigas del cristianismo y de la religión. [En la imagen: fragmento de "Puente de la Mujer", representando un sector de Puerto Madero, Buenos Aires, acuarela de 2025, obra de Guillermo Weiss, colección privada].

La esencia del infierno
   
----------Según nos es enseñado por la doctrina católica, el infierno es un lugar ultraterreno -podríamos decir "trascendental"- donde son precipitados los ángeles rebeldes (vale decir, los demonios) y donde van las creaturas humanas que, en punto de muerte están en estado de pecado mortal y, al no estar arrepentidas, rechazan la divina misericordia, quedando así privadas para siempre de la visión beatífica de la esencia divina y castigadas con la pena de un fuego inextinguible en compañía de los demonios.
----------El infierno implica sustancialmente dos cosas: por un lado, 1. el rechazo consciente, voluntario, culpable e irrevocable, del amor de Dios; y por otro lado, 2. la pena del fuego inextinguible. Ciertamente, este fuego debe entenderse sólo de modo analógico al fuego del cual tenemos experiencia en la vida presente; un fuego que quema y produce dolor, pero que sin embargo no destruye y no se extingue.
----------Desde el primer punto de vista, quien va al infierno, va voluntariamente; según el segundo punto de vista, va involuntariamente. Mientras que, en efecto, la soberbia que conduce a rebelarse a Dios es un acto voluntario que ejerce sobre el pecador una perversa atracción y una falsa impresión de suprema libertad, la pena, en cambio, no le place a nadie. Pero quien va al infierno, acepta también la pena para hacer su propia voluntad y no la de Dios. Prefiere estar lejos de Dios en el fuego antes que cercano a Dios en las delicias del paraíso del cielo.
----------También quien no cree en el infierno va al infierno; de hecho va al infierno precisamente por eso mismo, porque la suya no es una ignorancia invencible, sino ignorancia culpable, aún cuando no conozca explícitamente la enseñanza evangélica sobre el infierno. Así como existe una fe implícita en Dios, así existe también una convicción implícita en el castigo eterno, causado por el rechazo de Dios. Todos y cada uno saben que perder un bien infinito constituye una desgracia infinita.
----------De esta manera, así como de hecho Dios llama a todos a la salvación, también a quien no conoce el Evangelio, todos saben, al menos oscuramente e implícitamente, que el rechazar a Dios implica una pena eterna. Todos deben presentarse ante el tribunal de Cristo para recibir o el premio o el castigo. Por tanto todos, al menos indirectamente, lo saben y saben qué cosa espera para sus obras buenas y para sus obras malas.
----------Por otra parte, la existencia del infierno implica una separación definitiva, establecida por el divino juicio, entre buenos y malos ("ovejas" y "cabras"). La unidad que nuestro Señor Jesucristo pide al Padre no es la unidad entre todos los hombres, como algunos creen hoy, sino que es la unidad entre los discípulos. Por consiguiente, con el juicio divino, la humanidad permanece eternamente dividida entre bienaventurados y condenados. Se trata de una división justa, debida y necesaria, así como el bien debe ser separado del mal y lo verdadero de lo falso. Y ello en nombre del bien y en nombre de la verdad.
----------Esta separación comienza ya desde la vida presente, en la cual la Escritura nos exhorta a estar lejos de los impíos y de los enemigos de Dios. "Bienaventurado el hombre que no sigue el consejo de los impíos, no persiste en la senda de los pecadores y no se sienta en la compañía de los necios" (Sal 1,1). El sistema carcelario -cuando se supone que se trata de un sistema carcelario justo- constituye ya desde ahora una separación entre los delincuentes y las personas honestas. Podemos acercarnos a los pecadores a condición de que ello no produzca daño a nuestra alma, o bien a condición de que podamos ofrecerles alguna ayuda para que pasen al camino del bien, a condición de que se muestren arrepentidos de sus pecados, y que con ellos podamos ponernos de acuerdo en la consecución de algún objetivo justo y honesto.
   
Va al infierno quien quiere ir
   
----------Aunque a no pocos le pueda parecer extraño, en realidad de verdad al infierno va sólo quien quiere ir al infierno. Ciertamente, no va porque le atraiga una pena eterna -lo cual sería absurdo- sino simplemente porque no ama a Dios o se rebela a Dios o niega su existencia. Y esto es muy posible si pensamos en cuántas filosofías se han establecido como enemigas del cristianismo y de la religión.
----------Dios no "manda" a nadie al infierno, aunque esto sea un dicho popular con alguna referencia al lenguaje metafórico de la Biblia. Sino que propiamente la Sagrada Escritura nos dice que el castigo del pecado no viene de Dios, sino que se lo adosa encima el pecador con su pecado, como consecuencia lógica del pecado mismo. Sería como decir que quien se dispara a sí mismo con un revólver es "castigado" con el hecho de morir, o quien bebe demasiado vino es "castigado" con el hecho de que sufra la cirrosis hepática.
----------Vale siempre el principio según el cual Dios premia a los buenos y castiga a los malos. Sin embargo, esta aserción, tomada de como ocurren las cosas entre los hombres, no tiene, en la conducta divina, un significado unívoco, sino sólo analógico, por no decir metafórico. La pena del infierno, ciertamente, se puede considerar como efecto de la justicia divina; sin embargo, como he dicho, en este caso, esta "justicia" no se debe entender tanto sobre el modelo de un juez humano que irroga la pena desde afuera y por una ley convencional, sino que, como he dicho, la pena es simple consecuencia necesaria del pecado mismo del pecador. Desde este punto de vista se puede afirmar que Dios no quiere la culpa, sin embargo, quiere la pena en cuanto es justo.
   
La aventura del libre albedrío
   
----------Dios no castiga tanto como el condenado lo merecería. También la justicia divina es sazonada con la misericordia. Por eso Dios no puede nunca ser cruel, incluso cuando irroga las penas más severas: ellas son siempre justas. Dios puede actuar una justicia rigurosa, pero Él se complace también en endulzar las penas, porque Él es misericordioso. Sin embargo, el endulzar la condena depende sólo de su incuestionable juicio. Una cosa es cierta: Él no se equivoca nunca con nadie; sino que lo que más bien hace cada tanto es el mitigar el castigo o el aumentar el premio.
----------Recordemos que Dios crea a la creatura personal dotada de libre albedrío, vale decir, dotada de la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. Dios, en efecto, desea ser amado y buscado libremente y voluntariamente. Sin embargo, el "precio" o "costo", por así decir metafóricamente, que Dios está dispuesto a pagar para poder ser amado de tal manera, es la eventualidad de que la creatura le diga que no.
----------Por su parte, el libre albedrío creado, como observa santo Tomás de Aquino, si no goza en el presente de la posesión inmediata del fin último (la visión beatífica), puede elegir el mal (= puede pecar) porque su acto es finito, vale decir, confina con el no-ser, y el mal pertenece al horizonte del no-ser, aunque no sea un simple no-ser, sino que es carencia, privación o defecto de ser.
----------Antes de la posible consecución del fin último, por lo tanto, el libre albedrío (tanto del ángel como del hombre) es flexible u oscilante entre el bien y el mal, y puede elegir tanto lo uno como lo otro. Así se explica cómo el ángel, aunque haya sido creado bueno, por exclusiva culpa suya ha elegido el mal. Dios ha creado, sí, el libre albedrío -que es en sí un bien preciosísimo-, pero la elección pecaminosa de éste, depende sólo de la creatura. Dios, bien infinito, no puede en absoluto pecar.
----------En cuanto a lo que ha sucedido con el ángel, esta creatura puramente espiritual, ha sido creado libre y bueno, pero, en cuanto dotado de libre albedrío, ha podido pecar. Y como sabemos, algunos ángeles, en efecto, han pecado y han sido precipitados en el infierno. Para ellos no puede existir perdón, ni ellos lo desearían, en cuanto que, como explica santo Tomás de Aquino, su decisión contra Dios ha sido extremadamente lúcida, firme y voluntaria, dada la agudeza misma intuitiva de su intelecto y la fuerza irreversible de su voluntad. Por el contrario, el hombre ha podido ser perdonado por la naturaleza evolutiva oscilante de su intelecto y de su voluntad, de tal manera por tanto de poder ser corregido y reconducido al recto camino, salvo que también para el hombre para el hombre pecador se produzca una obstinación hasta su muerte. En cuyo caso también para él se da, con el infierno, una pena que no puede ser ya remitida.
----------El hecho que Dios permita que alguien, incluso para hacer su propia voluntad, rechace su misericordia (con las inevitables consecuencias penales que ello implica) nos dice cuánto respeto tiene Dios por la libre elección de la creatura, hasta el punto de hacerse a un lado para respetar esas elecciones. Ciertamente, sin embargo, ni siquiera Él puede impedir las consecuencias penales de una elección contra Él, ya que sólo en Él el hombre encuentra su verdadera felicidad. Dios tiene respeto por el libre querer del hombre, cualesquiera que sean sus elecciones. El aprecia su elección; aunque no necesariamente el contenido de tal elección. Si tal contenido es el infierno, no se puede decir que Dios lo aprecie, sino que lo condena.
----------Por lo tanto, permitiendo que alguien vaya al infierno, Dios no hace otra cosa más que conceder a cada uno lo que exactamente ha querido: el rechazo de la divina misericordia. Eso ha querido y eso tiene. Por ello, quien está en el infierno experimenta una perversa satisfacción por haber hecho aquello que ha querido hacer. El condenado en el infierno no está para nada arrepentido y no desea en absoluto ser compasionado, aunque advierta no haber alcanzado su verdadera felicidad. Quien se condena, pone la propia acción libre por encima del verdadero bien e independientemente del verdadero bien. Le interesa más su propia libertad que el bien objetivo que es Dios. Ha querido construirse una "felicidad" por su propia cuenta, independientemente de Dios, como por lo demás predican muchas filosofías de este mundo.
----------La voluntad de los condenados, por un lado, es causada por Dios creador, pero, por otro lado depende de los mismos condenados. Estos, evidentemente, son creaturas de Dios, aunque con una voluntad irremediablemente malvada. Entonces, la voluntad malvada, por cuanto es voluntad, es todavía efecto de la creación, y de hecho es un efecto nobilísimo de la creación divina, en cuanto facultad de la persona, que es la creatura más noble de todo el universo. Pero en cuanto voluntad malvada y obstinada en el pecado, implica una privación de ser y como tal no forma parte de la creación, porque lo creado concierne al ser y no al no-ser. El pecado, en cambio, es una "creación" de la creatura rebelde.
----------El condenado en el infierno no añade pecado a pecado, aumentando la culpa, en cuanto que con la muerte la voluntad permanece firme en su última decisión relativa al fin último y, por lo tanto, ya no tiene posibilidad de revisar su elección o de reforzarla o confirmarla con actos ulteriores y más fuertes. Y esto tanto en el bien como en el mal. Por consiguiente, la voluntad permanece fija para siempre en el contacto con el fin último (o Dios o contra Dios) que ha establecido con el último acto de elección antes de la muerte.

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