Es fácil reconocer inmediatamente a un hombre que está lleno de esperanza. No es aquel que es optimista con respecto al mundo. Sino que es aquel que, aunque sufre en el mundo, sabe sonreír, porque el Señor es su alegría. Este es el punto. Por tanto, es necesario que nos demos cuenta del verdadero valor de la esperanza, es decir, que la esperanza se apoya no sólo en la promesa de Dios, sino también en la acción de Dios, y quiere de Dios lo que la acción de Dios produce, es decir, Dios mismo en nuestras almas, Dios beatitud, Dios felicidad, alegría y luz de nuestras almas, luz eterna, "llama viva para mi esperanza, que mi canto llegue hasta Ti, seno eterno de infinita Vida, me encamino, yo confío en Ti", como cantamos en el Himno del Año Santo, cuya bella letra ha sido compuesta por el padre Pier Angelo Sequeri. [En la imagen: fragmento de "Catedral de Buenos Aires", acuarela y gouache sobre papel, 1929, obra de Léonie Matthis, representando una escena en la Plaza de Mayo a principios del siglo XIX].
Nuestra esperanza es un deber, pero arduo de vivir
----------La esperanza es así: sabemos que el Señor nos promete la felicidad (el contenido de esta promesa debería ser desarrollado teológicamente; y podríamos mencionar aquí algunos de estos placeres, como por ejemplo, la esperanza de nuestra propia resurrección, la de entrar en comunión con los Santos, de ver a nuestros queridos difuntos, y de ver la belleza de los nuevos cielos y de la nueva tierra). Pero se trata siempre de la beatitud en Él Mismo, aunque sabemos que ese bien está todavía ausente, que no lo poseemos aún. Pero tenemos la promesa de parte del Señor. Es un bien ausente, un bien importantísimo, el único bien que cuenta. La esperanza teologal nos enseña precisamente esto: el único bien que cuenta.
----------Ahora bien, este bien tan importante, que está todavía lejano de nosotros, suscita nuestro deseo. Pero no solo deseo; porque suscita la esperanza, porque sabemos que es un bien dificilísimo de alcanzar. De hecho, sabemos más. Sabemos que es un bien humanamente imposible de alcanzar. Por eso, como podemos advertir, es únicamente nuestro Señor Jesucristo quien nos da la esperanza; sólo Cristo Redentor.
----------Por nosotros solos nunca lo lograríamos. Sobre todo después del pecado del origen. Realmente san Agustín dice palabras sacrosantas cuando afirma que en el estado de pecado la humanidad es massa damnationis. En cambio, con Cristo ha aparecido la esperanza. ¿Por qué? Porque entonces ese bien difícil, si bien sigue siendo difícil, al mismo tiempo es un bien posible de alcanzar. En Cristo es posible ser felices.
----------Y entonces hay que esperar esto, vale decir, aspirar a la vida eterna, a la cual el Señor nos llama como a un bien posible, porque Jesús nos ha salvado, el Padre nos ha amado tanto como para dar a su Hijo Unigénito. Los desesperados pecan precisamente mucho, ofenden mucho al Señor, porque no creen en su amor, teniendo ante sus ojos el amor del Padre, que tanto nos ha amado para dar a su Hijo Unigénito. Dije desesperados, pero quizás debería expresarme mejor, porque los desesperados, en el lenguaje moderno, son más dignos de compasión que de reprobación. A quienes aquí me refiero es a aquellos que se rebelan contra Dios y no quieren esperar, aunque tengan razones para hacerlo. Se trata de los que la Biblia llama "impíos".
----------Vea el lector, por lo tanto, cómo nuestra esperanza está bien fundada. La esperanza es un deber. Sin embargo ella, al mismo tiempo, por mucho que se apoye en esa posibilidad que Dios nos ha abierto de par en par, la esperanza no es nada superficial, no es nada fácil.
----------Hoy se habla a menudo de la esperanza, como si tener esperanza fuera lo más fácil de este mundo. A veces ciertas palabras de consuelo que suelen expresarse, más que ayudarnos, nos chocan. Hay quienes suelen decir: ten esperanza, no veas todo tan negro. No, no. La esperanza es cosa seria. No se espera en el buen desarrollo del mundo. Se espera en Dios, ¡se espera nada menos que a Dios, "Llama viva para mi esperanza... fuego eterno de infinita Vida", como dice el Himno de este Año Santo de la Esperanza!
----------Y se espera con tanta humildad y con tanta conciencia que si nosotros no nos sometemos a la Ley del Señor, por mucho que el Señor nos haya amado y nos siga amando, no lo lograremos. Porque no basta solo decir: "el Señor me ama". Porque si el Señor me ama, entonces yo también debo amarlo, también puedo amarle y por eso debo amarlo. Lo que intento decir es que se trata de un poder y de un deber al mismo tiempo.
----------Pero en esta obra Dios no está solo y nosotros tampoco estamos solos. Una vez más san Agustín viene en nuestra ayuda para comprenderlo, cuando nos amonesta con aquellas famosas palabras: "ese Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti". Vemos cuántas cosas justas y santas nos dice el Santo Doctor de Hipona. Cuando el Señor nos creó Él estaba solo, porque obviamente no estábamos allí todavía. En cambio, ahora que estamos aquí, el Señor crea la salvación, pero en esa salvación el Señor nos responsabiliza al máximo.
Fuertes en la esperanza
----------Así que no hay esperanzas fáciles y superficiales, esperanzas que luego decepcionan, porque son humanas. Advirtamos, queridos lectores, el modo cómo santo Tomás de Aquino nos insiste en que hay que esperar de Dios, esperarlo nada menos que a Él mismo. Porque la esperanza teologal no se apoya en la acción de un hombre, sino en la salvación que el mismísimo Dios ha obrado.
----------Ahora bien, santo Tomás dice que sería una afrenta a Dios esperar de Él menos que Él mismo. Meditemos muy bien en ello. El Señor es tan amplio en sus bendiciones, que quiere darnos nada menos que a Él mismo, quiere Darse Él mismo. Y no es verdadera humildad, la que dice: Señor, no soy digno, no puedo pedirte a Ti Mismo. No. El mismo Señor quiere que Lo deseemos, que Lo esperemos.
----------A partir de lo que llevamos dicho, advertimos cómo de la esperanza nace una santa violencia (me refiero al pasaje de Mt 11,12), pero entiéndaseme bien. Como nos dice también el apóstol san Pablo: Spe roborati, es decir corroborados, hechos fuertes por la esperanza. Nosotros somos fuertes precisamente porque esperamos. Si no tuviéramos esperanza, nos debilitaríamos enseguida. El hecho es que cuando uno está desesperado, sus facultades operativas sufren una verdadera parálisis. Entiéndaseme que hablo aquí de la desesperación en el sentido del desaliento; pero hay que saber que existe también una desesperación, o un no esperar en Dios, que es grave culpa, pues en este caso, el sujeto no está del todo abatido, sino que se expresa con atrevimiento y con arrogancia para ocultar con vanos discursos su vacío interior.
----------Probablemente ya hemos experimentado quizás un momento de angustia y de miedo, y precisamente casi de desesperación. Como tentación, puede sucedernos a todos, naturalmente. En ese momento estamos tan perplejos, que no hacemos nada. Nos quedamos completamente pasivos. Es como si todas nuestras facultades se hubieran agotado. Es un estado que no se lo deseo a nadie, a decir verdad.
----------Pero entiéndaseme que nuevamente estoy hablando aquí de la desesperación no en cuanto pecado contra la esperanza, sino en cuanto estado de ánimo de desaliento y abatimiento. En este caso hay que dar razones para esperar de modo que el sujeto sea consolado y animado.
----------Entonces, ¡ay de nosotros si nos viene esta parálisis en el plano sobrenatural! En cambio, si tenemos esperanza, nuestras facultades permanecen vivas, robustas y fuertes. Por lo tanto, toda nuestra fortaleza cristiana, todo nuestro valor, acompañados como estamos por la ayuda del Señor, el valor del deber, esta santa violencia, este gloriarse en el Señor, provienen de la esperanza.
----------Es fácil reconocer inmediatamente a un hombre que está lleno de esperanza. No es aquel que es optimista con respecto al mundo. Sino que es aquel que, aunque sufre en el mundo, sabe sonreír, porque el Señor es su alegría. Este es el punto. Por tanto, es necesario que nos demos cuenta del verdadero valor de la esperanza, es decir, que la esperanza se apoya no sólo en la promesa de Dios, sino también en la acción de Dios, y quiere de Dios lo que la acción de Dios produce, es decir, Dios mismo en nuestras almas, Dios beatitud, Dios felicidad, alegría y luz de nuestras almas, luz eterna. Nuevamente: "Llama viva para mi esperanza, que mi canto llegue hasta Ti, seno eterno de infinita Vida, me encamino, yo confío en Ti", como cantamos en el Himno del Año Santo, cuya bella letra ha sido compuesta por el padre Pier Angelo Sequeri.
----------Por lo tanto, la esperanza desea de Dios nada menos que a Dios Mismo para nuestra alma. Sin embargo, notemos la diferencia con la caridad. Y aquí hay una ligera sombra de imperfección en la esperanza, que luego se quita con la posesión bienaventurada en el cielo, porque, mientras que la caridad quiere solo la santidad, la majestad y la bondad infinita del Señor, la esperanza quiere esa bondad de Dios, no para Dios mismo, como la caridad, sino que quiere esa bondad para nosotros. Vemos la diferencia.
----------Por lo tanto, la esperanza está motivada por un sano interés y precisamente por el interés que suscitan las mismísimas promesas del Señor. En la esperanza, por tanto, el hombre confía en el poder ser salvado. En cambio, la caridad se proyecta hacia Dios y hacia todos. Por consiguiente, aquellos que dicen que hay que esperar por todos (Karl Rahner, por ejemplo) están confundiendo la esperanza con la caridad.
----------Es por eso que algunos Doctores de la Iglesia, también santo Tomás de Aquino entre ellos, dicen que mientras a la caridad corresponde el llamado amor de benevolencia, por el cual se quiere bien al amigo, o sea, porque es el amigo y no para ningún otro fin, en cambio a la esperanza corresponde el amor llamado de concupiscencia (o sea, amor interesado), pero en el buen sentido de la palabra, porque hay también un significado deteriorado de concupiscencia. Aquí la tomamos en el buen sentido, que es desear el bien de Dios para nosotros. Y es un buen deseo, entiéndaseme. ¿Por qué? Porque el Señor en el fondo no quiere nada más que esto. Es decir quiere darse a Sí Mismo a nosotros. Por tanto, nosotros, esperando a Dios para nosotros, no hacemos más que conformarnos a la voluntad del Señor, no hacemos más que obedecerle a Él en el amor.
Esperar para los demás
----------Ahora bien, santo Tomás de Aquino sigue adelante con su discurso y se pregunta si es posible esperar también por otra persona. Y efectivamente, Tomás dice que sí. Es posible esperar también por la persona de nuestros hermanos. Pero no inmediatamente. Esto es una cosa interesante. En cambio la caridad es el amor, que agrupa, congrega y une a muchas almas en el único bien del Señor. Es estupenda la caridad. Lo sabemos muy bien. La caridad es una verdadera amistad del alma con Dios
----------Ahora bien, vemos cómo nosotros, cuando tenemos la suerte de tener amigos, inmediatamente extendemos nuestro amor también a otros amigos, amigos del amigo. Así sucede también en esta unión mística. Toda vida mística es caridad, no hay otra, no hay otro fundamento. Toda la vida de oración, la vida sobrenatural, es caridad. Eso es todo. Pero no es poco.
----------Ahora bien, la caridad, que obra esta unión mística del alma con el Dios, reúne obviamente en esta amistad a todas las otras almas. Todos los que son amados por el Señor, son amados por aquellos que aman al Señor. Entonces de alguna manera la caridad es inmediatamente expansiva, quiere abrazar a todos. Y si no quiere así, no es caridad. A veces ciertamente es difícil. Pero, hay poco que hacer al respecto, pues el Evangelio no nos deja escapatorias, pues nos dice:
----------"Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio" (Lc 6,32-35). Vale decir, si amamos solo a nuestros amigos, solo a los quen os hacen el bien, aún no hemos hecho nada en particular, es decir, todavía somos paganos, no somos cristianos.
----------Entonces, queridos lectores, nos es necesario amar absolutamente a todos. Por lo tanto, es necesario desear para todos el mismo bien de la salvación eterna. Y así es como la esperanza se extiende también a los hermanos, no inmediatamente, sino por medio de la caridad. La esperanza en sí misma solo desea el bien propio del que espera. Es decir, yo quiero para mí el bien de Dios. Pero entonces empiezo a ampliar la perspectiva y decir: lo que deseo para mí, también lo deseo para mis amigos en el Señor.
----------Pero esto lo realizamos, sin embargo, solo a través de la virtud de la caridad que Dios ha infundido en nuestros corazones. Nótese que lamentablemente también la esperanza, como por otra parte también la fe, puede permanecer, como se dice, informe. Y esto es una cosa importante, pues existen personas exageradas, que dicen: sin la caridad no hay ni fe ni esperanza. Tal cosa no es verdad. Afortunadamente eso no es cierto.
----------Porque, con cada pecado mortal nosotros matamos literalmente la vida divina en nuestra alma: el estado de gracia y también la virtud teologal de la caridad. Pero afortunadamente, ¡y bendito sea Dios!, nos queda un "trampolín de lanzamiento", como solía llamarlo el padre Tomas Tyn: cuando todo se vuelve negro, y falta la caridad y faltan los dones del Espíritu, permanecen sin embargo la fe y la esperanza.
----------Claro que -también esto es necesario decirlo- por desgracia también la fe y la esperanza se pueden perder, aunque sin embargo no con cada pecado mortal, sino con los pecados específicos contra estas dos virtudes. Por ejemplo, quien cae en la herejía, entonces pierde la fe. Quien cae en la desesperación, entonces pierde la esperanza. En cambio, quien comete otro tipo de pecado, pierde siempre la caridad, si el pecado es mortal, pero afortunadamente le puede quedar la fe y la esperanza. Y eso es bellísimo.
----------Vemos entonces cómo estas almas, que están alejadas de Dios, pero aún tienen este tenue germen sobrenatural de fe y esperanza, aspiran y anhelan la caridad. Es lo que mueve a estas almas a hacer la penitencia debida, a reconciliarse con el Señor y a revivir en su Santo Espíritu. Entonces notemos cómo la caridad consolida la esperanza y la hace más generosa sin cambiarla en su esencia.
----------El caso es que quien solamente tiene la virtud de la esperanza, y no la virtud de la caridad, es un tanto egoísta, pues quiere al Señor, pero lo quiere para sí mismo. En cambio quien tiene la esperanza junto a la caridad, entonces obviamente, considerando la felicidad y la bienaventuranza de Dios como su verdadero bien, más aún, como el único verdadero bien, entonces extiende su esperanza también a los demás. Desea este mismo bien para todos los amigos, para todos los hermanos y para todas las hermanas.
----------Una pregunta no sin interés es aquella que se pregunta si el hombre puede esperar en otro hombre. Aquí santo Tomás alude precisamente a la maldición de Jeremías. Me da un escalofrío cada vez que la leo. Dice Jeremías: "Maldito el hombre que confía en un hombre". O bien, para decirlo mejor, con la traducción exacta, que no es "en un hombre", sino "en el hombre". En efecto no se condena en general la confianza que es necesaria para la convivencia civil, ni el deber o la facultad de confiar motivadamente en una persona autorizada y fiable, sino que el profeta quiere condenar el antropocentrismo o la idolatría del hombre, como si fuera Dios. Desgraciadamente, hoy día, decir esas palabras sería convertirse en un incomprendido. Me temo que si Jeremías viviera, con nuestra teología contemporánea, lo habrían arrojado otra vez a la cisterna, como hicieron los sacerdotes en el Templo de Jerusalén, en tiempos de este profeta.
----------No tengo ninguna duda de que hoy el profeta Jeremías tendría la misma suerte. ¿Por qué? Porque hoy Jeremías nos parece pesimista. Sin embargo, no es así, Jeremías no es pesimista. Lo que ocurre es que cuando Jeremías dice "maldito el hombre que confía en el hombre", nos pone de manifiesto que su esperanza es límpida, es decir, no es idolátrica. Jeremías dice: solo el Señor es nuestra única verdadera seguridad; todo lo demás puede decepcionar; Él, nunca. Ciertamente, advertimos así que debemos purificar mucho estas virtudes. Y lo sabemos bien, queridos hermanos. Nosotros nos quejamos: Señor, ¿por qué aquella desgracia, por qué aquel mal?... Pero luego, si el Señor nos da siempre la gracia y la ayuda, si superamos ese sufrimiento, nos damos cuenta de que nuestra esperanza sale consolidada. ¿Por qué?
----------Porque en tal caso nos damos cuenta y decimos: Señor, he estado enfermo, he estado triste, he estado realmente abatido, pero he tenido muchos amigos queridos que han deseado ayudarme. Y eso es cierto pues creo que, de hecho, no hay nadie que esté completamente abandonado. Esto le sucedió quizás solo a Jesús, quien en Getsemaní fue abandonado por todos. A nosotros el Señor nos da generalmente algún consuelo, algún amigo. No creo equivocarme en lo que estoy diciendo.
----------Sin embargo, no pocas veces el sufriente termina diciendo: Señor, mis amigos quisieron ayudarme, pero no era posible para ellos. Y eso lo experimentamos bien, como bien sabemos, pues cuando ayudamos a una persona gravemente probada, nos damos cuenta de cuán difícil es consolarla; cuán difícil es encontrar las palabras adecuadas, y a menudo nuestras pobres palabras humanas se pierden en la nada de la inutilidad. Y entonces, en este completo desaliento o porque hay quien no quiere consolar o hay quien aunque quiera no puede consolar, queda sin embargo una sola cosa: queda Dios.
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