viernes, 16 de mayo de 2025

La virtud teologal de la esperanza (1/4)

Tal como ya lo he expresado en anteriores publicaciones, se está predicando poco o nada de lo que constituye lo esencial de este Jubileo 2025, Año Santo de la Esperanza. Y es una obviedad decir que la tan alardeada en estos últimos días comunión con el Papa, debe manifestarse en acoger sus enseñanzas doctrinales y obedecer sus directivas pastorales. Está a la vista que las premisas del Año Santo instaurado por el papa Francisco han sido ya decididamente retomadas (como no podía ser de otro modo) por el papa León. Y los pastores, Obispos y sacerdotes ¿qué? ¿Vamos a seguir cacareando nuestra comunión con el Papa sin decir una palabra a los fieles bajo nuestro cuidado y sin invitarlos a vivir lo que es esencial en este Año Santo? [En la imagen: fragmento de "Salida de Misa", acuarela gouache sobre papel, de Léoníe Matthis, que representa el antiguo Convento e Iglesia de San Francisco, en Montevideo, que estaba ubicado en la esquina de las calles Zabala y Piedras, en la manzana que hoy ocupa la Casa Central del Banco República, en la capital del Uruguay].

La esperanza: virtud de viadores
   
----------Con ocasión del Jubileo 2025, Año Santo de la Esperanza, instaurado por el papa Francisco y continuado hoy por el papa León, considero oportuna una meditación teológica acerca de la virtud teologal de la esperanza, inspirándome en la doctrina de santo Tomás de Aquino, fiel intérprete del Magisterio de la Iglesia Católica. Adelanto al lector que insistiré mucho en manifestar que el objeto principal de la esperanza es el encuentro con Dios en el paraíso del cielo, gracias a la visión beatifica del Misterio de la Santísima Trinidad.
----------Francamente, me hace muy feliz, cuando veo que se esta predicando poco y nada de lo esencial de este Año Santo, hablar aquí, específicamente e intentando cierta profundidad teológica, de la virtud teologal de la esperanza, una virtud muy importante, especialmente para nosotros los viadores. Porque, como bien sabemos, en el estado de comprehensores, o sea en el estado de los que ya gozan de la bienaventurada visión del Rostro del Señor, no habrá ni fe ni esperanza; solo existirá la caridad.
----------Entre estas tres cosas, dice san Pablo, que son la fe, la esperanza y la caridad, la más grande es la caridad, porque solo la caridad permanece en la patria celestial. Sin embargo, no es que la fe y la esperanza desaparezcan en el estado de beatitud, en el sentido de que en tal caso puedan existir personas desesperadas e incrédulas, es decir, sin esperanza y sin fe; sino que existe en el cielo un estado tan perfecto, que toda sombra de imperfección desaparece en la visión bienaventurada de Dios.
----------Así pues, puesto que tanto la fe como la esperanza implican aspectos que son todavía de imperfección, a diferencia de la caridad, que es solamente perfecta, he aquí la razón por la cual la caridad permanece también en la patria bienaventurada del cielo, mientras que la fe se transforma en visión absoluta, certeza y evidencia de Dios, y la esperanza se transforma en posesión bendita de Dios.
----------La esperanza aún no es posesión. Nosotros esperamos poseer nada menos que a Dios. Pero por ahora no Lo tenemos. Precisamente es solo en la visión del Rostro de Dios, tal como el Señor nos lo ha prometido, solo entonces se cumplirá la promesa y entraremos en la posesión feliz y perfecta del Señor.
----------Entonces es muy correcto pensar que el cristiano todavía viador o peregrino tiene este triple modo de relacionarse con Dios en esta vida, un triple modo de llegar a Dios, bajo este triple aspecto de las virtudes teologales de la fe ante todo, de la esperanza y de la caridad.
   
La esperanza como virtud o hábito
   
----------Nos concentraremos ahora en aquella virtud que se sitúa como casi intermedia entre la fe y la caridad y que es precisamente la esperanza. Intentaremos así entretenernos un poco entre nosotros sobre el significado de la esperanza, qué es la esperanza, cuál es su objeto, y cómo puede ser vivida.
----------Veamos, pues, para hablaros de la esperanza, para citar la fuente a la que he acudido, naturalmente sobre todo nuestro querido hermano santo Tomás de Aquino, el cual nos presenta una rica doctrina respecto a la fe, a la esperanza y a la caridad. Tomás se pregunta ante todo si la esperanza es una virtud, si esperar es algo virtuoso, que procede de la virtud.
----------Dice que no hay duda, que la esperanza es un acto de virtud. ¿Por qué? Porque todo acto humano bueno procede de alguna virtud. Podemos estar seguros de que si hay un actuar humano bueno, este actuar procede de alguna virtud. Pero ustedes me dirán: es que ya pensábamos que existe esta correspondencia entre el acto humano bueno y la virtud antecedente. Pero -respondo yo- es mucho menos evidente de lo que parece.
----------De hecho, en cierto modo mucho más que un individual acto, es la virtud lo que lleva al actuar perfecto. ¿Qué es la virtud? La virtud se define generalmente como un hábito bueno, donde por hábito no se entiende naturalmente el hábito o vestido, del cual nos revestimos exteriormente. Y sin embargo se llama habitus, habito, precisamente porque es algo similar a eso de lo que nos revestimos. Nosotros, nuestras ropas o hábitos las llevamos habitualmente, es decir, es una costumbre para nosotros estar así revestidos.
----------El hábito del cual hablamos es un accidente del sujeto humano, y más precisamente es un perfeccionamiento de su actuar psico-espiritual, por el cual el sujeto está habilitado o se ha vuelto capaz o está en grado de realizar habitualmente, espontáneamente y con facilidad un acto que puede ser tanto bueno como malo. Cuando el hábito es bueno, tenemos la virtud; cuando es malo, tenemos el vicio.
----------Un pecado, como ya sabemos, todos podemos cometerlo. En cambio el desastre comienza a nacer allí donde hay una habitual y constante inclinación al mal. Es muy difícil liberarse de eso. Similarmente, el Señor no solo quiere que seamos buenos de tanto en tanto o que entendamos y aceptemos que es mejor que seamos buenos. Eso ya es algo muy hermoso. Esto concierne a toda nuestra vida moral. Creo que, por fortuna, no hay nadie que no se de cuenta de que a veces también es bueno. El Señor, en cambio, quiere que seamos buenos constantemente, es decir, que nos eduquemos para tender con cierta perseverancia y tenacidad al bien.
----------Nosotros en las virtudes encontramos un gran apoyo. Muy a menudo, se dice:  yo no quiero actuar por hábito o costumbre. La costumbre es vista como algo negativo. Y en parte eso también es cierto. Cuando uno reza, está claro que no basta simplemente apoyarse en la costumbre o hábito de rezar. Hay que poner precisamente el corazón, el alma, todo el hombre, en el momento en que se reza.
----------Pero a veces sucede que no nos es posible. Como bien sabemos, tenemos todos nosotros experiencia de oración, pero bien sabemos que nosotros, pobrecitos como somos en el estado presente de viadores, peregrinos aquí abajo, en esta situación terrena, a menudo nos dispersamos; nuestros pensamientos vuelan aquí y allá, tenemos esas famosas llamadas distracciones. Vemos entonces lo importante que es no confiar solo en la espontaneidad del momento propicio, sino tener buenos hábitos. Cuando falta la suavidad del acto, por lo menos que esté la buena inclinación del hábito. Por lo tanto, es cierto que es necesario tratar de traducir los buenos hábitos en buenas acciones, sentidas precisamente a nivel de acto. Sin embargo, en ausencia de un actuar consciente, siempre es bueno tener al menos buenos hábitos.
----------A decir verdad, y para ser más precisos y evitar la objeción que me haga algún lector, es necesario distinguir el hábito de la costumbre. El hábito se refiere al intelecto y la voluntad, por lo cual es ordenado o mandado o cultivado y puesto en acto por la voluntad. La costumbre o rutina es una tendencia psicofísica a repetir actos psicofísicos instintivamente de manera irreflexiva, independientemente de la voluntad. Por eso, mientras las costumbres nos aúnan con los animales, los hábitos pertenecen solo al hombre.
----------Por lo tanto, los buenos hábitos no son en absoluto para despreciar. Ciertamente, no hay que adoptar esa actitud de decir: me basta tener estas buenas inclinaciones; y luego ya no hago el esfuerzo. No, no, es peligroso, porque si uno no ejercita las virtudes, las buenas inclinaciones o costumbres poco a poco desaparecen.
----------Ahora bien, las virtudes, vale decir, los hábitos morales buenos, son ante todo de un doble orden: están por un lado las virtudes adquiridas y por otro lado las virtudes infusas. Y en esto es una maravilla ver cómo Nuestro Señor es bueno con nosotros, porque Él no se contenta con invitarnos a crear dentro de nosotros buenas inclinaciones y hábitos por nuestra cuenta. El Señor sabe lo débiles y pecadores que somos, que caminamos despacio y con tantos errores, con tantas vacilaciones, con tanta fatiga.
----------¿Qué hace, pues, el Señor? Hace descender sobre nosotros el rocío de su Espíritu Santo. Y nos da entonces los hábitos buenos, que son introducidos en nuestra alma por Él, Dios Omnipotente. Así que, pensemos, un niño recién bautizado es un hombre perfectamente virtuoso. No ha hecho ni un solo acto de virtud. Y sin embargo, ya es virtuoso, porque tiene todas las virtudes infusas.
----------No puedo evitar sonreír cada vez que leo el tratado que escribió el Aquinate sobre la prudencia. Santo Tomás, en efecto, siguiendo a Aristóteles, dice que los jóvenes no pueden ser prudentes. Él tenía una cierta desconfianza hacia los jóvenes, porque creía que el joven no puede ser prudente. ¿Por qué? Porque no tiene suficiente experiencia de vida. Indudablemente la prudencia es virtud de los ancianos, precisamente porque solo quien ha vivido mucho tiempo puede adquirir suficiente experiencia para actuar bien.
----------Pero aquí, otra vez, trataré de ser más preciso: la ancianidad, en cuanto madurez espiritual, no es solo fruto de la edad, sino de un largo ejercicio en la virtud iniciado posiblemente desde la juventud. En esta condición el anciano se distingue por la prudencia y la sabiduría. Así, la palabra "sacerdote" viene de presbyteros, que es el anciano (y añado con excursus de actualidad: tengamos sumo cuidado de dar demasiado peso y valor a las opiniones de gente joven acerca de cuestiones del ámbito gubernativo-pastoral-disciplinar en la Iglesia, por ejemplo en el ámbito de la liturgia, dada su más que notoria carencia de prudencia).
----------Sin embargo, es un poco trágico este destino del hombre. Precisamente cuando uno comienza a ser sabio, precisamente entonces, sus fuerzas se agotan. Por suerte el Señor Dios viene a nuestro encuentro. ¿Y qué es lo que hace? Da también a los jóvenes la virtud de la prudencia, que ellos no han adquirido, pero que el Señor Dios Sapientísimo introduce en el alma humana con el santo Bautismo, con la gracia que Él da.
----------Por lo tanto, toda alma en gracia posee todas las virtudes infusas. También aquí me parece que es necesario hacer un discurso muy delicado. Porque uno podría decir: en este punto el Señor me infunde todas las virtudes; entonces ya no hay necesidad de que me ejercite para tenerlas. No es del todo así. Porque recordemos siempre lo que dice san Pablo Apóstol: nosotros, ese tesoro lo llevamos en vasijas de creta. Es una expresión paulina muy bonita. Somos vasos fragilísimos. Vale decir, que el ser de la gracia, el ser de los dones del Espíritu Santo, el ser de las virtudes infusas, en particular de las virtudes teologales, en nosotros es frágil.
----------En cambio, lo que las virtudes son en sí mismas, ontológicamente, abstrayendo de nuestra personal humana debilidad, aquello que el Espíritu Santo es en Sí Mismo, es algo sublime y excelso, incluso una cosa eterna, precisamente porque es Dios mismo. Dios eterno, en la santa gracia, se hace presente en nosotros de un modo no eterno. Vemos aquí el misterio. Es decir, Dios no puede venir a menos en Sí mismo. Pero, por desgracia, nosotros somos los que podemos venir a menos respecto a Dios.
----------Vemos entonces, pues, que nadie puede decir: yo tengo las virtudes infusas y gracias al Señor, que me las da, no pasa nada si luego no me esfuerzo para adquirir las virtudes humanas. Notemos cómo aquí en la vida de gracia, lo divino y lo humano se encuentran entre sí. Por lo tanto, como para consolidar o preparar el terreno para las virtudes infusas, es necesario practicar las virtudes adquiridas.
----------Dicho en otras palabras, es verdad que las virtudes infusas nos son donadas por Dios en un estado de perfección. Sin embargo, esas virtudes infusas están sometidas a nuestra condición de sujeto humano, que en cuanto tal, en nuestro estado de viadores aquí abajo, sufre de diversas fragilidades y defectos, además de necesitar un perfeccionamiento continuo en el ejercicio de las virtudes adquiridas. Por eso, si no cultivamos las virtudes adquiridas, corremos el riesgo de perder también las infusas.
   
La esperanza es una virtud teologal
   
----------Ahora bien, la esperanza es una virtud sublime. Pero siendo virtud teologal, no es una virtud que se pueda adquirir con un actuar puramente humano. He citado ya el ejemplo de la prudencia. Y de prudencia hay dos tipos. Existe la prudencia adquirida: el hombre que deviene sabio y que profundiza así esta experiencia de vida, trata de orientarse de una manera cada vez y siempre más profunda, más exacta, incluso más decidida. Porque el prudente es también un hombre que decide fácilmente, después de haber pensado mucho en lo que debe hacer. Esta es la prudencia adquirida.
----------Luego está la prudencia, que también se encuentra en los recién bautizados, es decir, la prudencia infusa. Por el contrario, por cuanto respecta a la esperanza, y así también pasa con las virtudes hermanas de la fe y de la caridad, tenemos que comprender que a nivel de estas virtudes teologales no hay posibilidad de adquirirlas. Son sólo virtudes divinas, que nosotros podemos tener solo por infusión de parte de Dios. La palabra infusión es muy bella. Es como si el Señor inundara nuestra mente de Sí mismo. Porque es Él, en sus diversas participaciones, que precisamente constituye así en nuestra alma esta triada de virtudes teologales.
----------Ahora bien, santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica nos explica que no hay ninguna duda de que si el acto de la esperanza es un acto bueno, ese acto debe proceder orgánicamente de una virtud correspondiente. Ahora bien, como dice también el Aquinate, el acto de la esperanza es indudablemente bueno. Entonces, a continuación, tratemos de darnos cuenta de su razonamiento.
----------Es decir, él dice que el acto humano, nuestro actuar humano, se dice bueno cuando alcanza la plenitud de su medida, de su regla, de lo debido. Pero lamentablemente, aquí la humanidad moderna tiene un poco de dificultad. Porque, aquí también se hace el discurso sobre la ley. Y desgraciadamente, incluso los moralistas contemporáneos han caído un poco en defectos en el plano de la ley.
----------Ellos dicen: en fin, el hombre actúa, y así hace sus elecciones en las situaciones concretas. No. En eso no estamos de acuerdo. Nuestra elección no puede orientarse solo según la situación concreta en la que estamos llamados a actuar. Sino que ante todo hay que hacer bajar, en la concretez de la situación en la cual se actúa, la Ley santa del Señor. Ay de nosotros, si perdemos de vista esto. Esto es una cosa verdaderamente trágica. Y a esto se lo ve, se lo advierte precisamente a nuestro alrededor, que el gran olvidado -no digo en el mundo, donde esto es obvio, sino en la cristiandad-, el gran olvidado es Dios mismo. Esto es aterrador.

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