Los pasadistas, tan exigentes con el Papa y los Obispos en materia de claridad doctrinal y rigor en la exposición de la fe, se muestran, en cambio, sorprendentemente vagos, equívocos, dobles y ambiguos cuando elaboran sus propios eslóganes. Hemos analizado ya varios, pero aún no hemos mencionado el más simple y, a la vez, el más eficaz en la captación de incautos: un eslogan que, con solo dos palabras, pretende clausurar toda discusión. [En la imagen: "Plegaria Eucarística", fragmento de una acuarela sobre papel, 2025, obra de P.F., colección privada].
“Transmití lo que yo mismo recibí”
San Pablo, 1 Cor 15,3.
----------Los pasadistas filolefebvrianos (imitando a sus padres, los lefebvrianos) son campeones mundiales de la precisión, pero sólo cuando se trata de exigirla a otros. Al Papa le piden definiciones con bisturí, a los Obispos les reclaman documentos sin una coma fuera de lugar, y a los teólogos los acusan de herejía si usan un adjetivo sospechoso. Pero cuando llega su turno, ¡ah, qué descanso! Entonces basta con dos palabras mágicas, tan vagas como solemnes, que lo resuelven todo: un eslogan que suena a dogma, huele a incienso y, sin embargo, no dice absolutamente nada. Ese es su secreto mejor guardado.
----------Los pasadistas suelen reclamar con insistencia al Papa y a los Obispos la máxima claridad doctrinal y la mayor precisión en la enseñanza de la fe. Sin embargo, cuando elaboran sus propios eslóganes, recurren con frecuencia a fórmulas breves y ambiguas, que más que iluminar, confunden. Entre ellas hay una que, por su sencillez y su aparente fuerza, se ha convertido en el recurso más eficaz de su proselitismo. Vale la pena detenernos a examinar ese eslogan con calma, para comprender qué significa realmente la tradición en la vida de la Iglesia y cómo discernir entre la fidelidad auténtica y las simplificaciones engañosas.
----------En entregas anteriores he examinado algunos de los eslóganes más repetidos del repertorio pasadista filolefebvriano: desde el célebre “La Misa de siempre” (al que he dedicado un artículo) hasta una lista de once fórmulas que, con mayor o menor fortuna, circulan en panfletos, redes y conversaciones de estos hermanos católicos nuestros que no logran vivir un sano tradicionalismo e, intoxicados por algunas o muchas tesis de los hermanos cristianos cismáticos lefebvrianos, caen frecuentemente en el pasadismo.
----------Todos esos eslóganes pasadistas (todos ellos abrevados en los lefebvrianos) comparten un aire de familia: brevedad, contundencia aparente y una notable falta de precisión doctrinal.
----------Hoy deseo detenerme en el que, a mi juicio, es el más simple, el más fuerte y el más eficaz de todos. Un eslogan que, con solo dos palabras, pretende erigirse en síntesis de la fidelidad católica y en contraseña de pertenencia a un supuesto reducto de “auténticos” creyentes.
----------Ese eslogan es: “Misa tradicional”. Dos palabras que parecen decirlo todo, pero que en realidad no dicen nada. ¿Qué significa “tradicional”? ¿A qué tradición se refiere? ¿A la liturgia romana en su forma tridentina? ¿A un estilo devocional de cierta época? ¿A una supuesta pureza frente a la “contaminación” moderna? La fuerza del eslogan está precisamente en su ambigüedad: cada cual proyecta en él lo que desee.
----------Claro que existe aquí un contraste irónico. Resulta paradójico —y aquí la ironía se impone— que quienes exigen al Papa y a los Obispos definiciones cristalinas, cánones precisos y documentos sin una coma fuera de lugar, se conformen, en cambio, con fórmulas vagas y equívocas cuando se trata de su propio proselitismo. Allí donde reclaman rigor, ellos mismos se refugian en la ambigüedad calculada. Como si la claridad fuera un deber exclusivo de Roma, mientras que la vaguedad fuera un privilegio reservado a sus panfletos.
----------La eficacia de este eslogan se mide, ante todo, en su capacidad de difusión. Lo que comenzó como un rótulo militante en ambientes lefebvrianos ha terminado por permear incluso en medios que no comparten su agenda, y usan el eslogan como la más normal de las expresiones. Un ejemplo ilustrativo es el de ACI Prensa y otros medios, que en diversas notas han empleado la expresión “Misa tradicional” como sinónimo del Misal de 1962. No se trata aquí de una intención pasadista —pues esos medios no lo son—, sino de la fuerza de un término que, por su brevedad y aparente claridad, se impone como denominación corriente.
----------La prensa generalista, por su parte, ha adoptado la etiqueta con la misma naturalidad con que adopta cualquier fórmula fácil de comprender y de titular. Así, el lenguaje pasadista ha logrado su objetivo: imponer su rótulo como si fuera una categoría legítima, desplazando expresiones más precisas como “forma extraordinaria del rito romano” o “Misa según el Misal de 1962”.
----------En este punto se advierte la paradoja: el eslogan, que carece de fundamento doctrinal, ha conseguido una victoria semántica que lo hace parecer oficial. Y lo ha hecho precisamente gracias a su ambigüedad, que lo vuelve útil tanto para el proselitismo pasadista como para la simplificación periodística.
----------Ahora bien, que el eslogan haya logrado difundirse como una mancha de aceite no significa que haya ganado en verdad o en solidez doctrinal. Al contrario: cuanto más se repite, más urgente se vuelve preguntarse qué quiere decir exactamente. Porque si todos lo usan —pasadistas, medios católicos no pasadistas, e incluso la prensa generalista—, ¿qué significa en realidad “Misa tradicional”? ¿Qué tradición se invoca con esa etiqueta? ¿La Tradición inmutable de la fe, o alguna de las tradiciones históricas y contingentes de la Iglesia? La eficacia retórica del lema no puede ocultar su ambigüedad semántica, y es allí donde conviene detenernos.
----------Para avanzar en nuestro análisis conviene recordar una distinción fundamental, tantas veces olvidada en el debate litúrgico. Por una parte existe, como bien sabemos, la Sagrada Tradición, la cual, junto con la Sagrada Escritura constituye la única fuente de la divina Revelación (constitución dogmática Dei Verbum, n.9). La Sagrada Tradición es inmutable en su contenido, porque transmite íntegramente lo que Cristo confió a los Apóstoles. Sin embargo, progresa en su comprensión y explicitación a lo largo de la historia, bajo la asistencia del Espíritu Santo y el discernimiento del Magisterio (Dei Verbum, n.8).
----------Por otra parte, existen las tradiciones eclesiales, las cuales son las múltiples expresiones históricas, culturales y disciplinares que la Iglesia ha ido adoptando en su vida. Entre ellas se encuentra la tradición litúrgica, que es venerable y rica, pero que no es inmutable: está sujeta a desarrollo, adaptación y reforma bajo la autoridad del Romano Pontífice (constitución Sacrosanctum Concilium, nn.21-22). Estas tradiciones son contingentes y mutables, aunque no arbitrarias: se insertan en la continuidad de la Iglesia, pero pueden cambiar según las necesidades pastorales y los signos de los tiempos.
----------Aquí se arraiga precisamente el equívoco pasadista, pues el eslogan “Misa tradicional” juega astutamente e hipócritamente con esta confusión, ya que sugiere que la liturgia tridentina pertenece al orden de la Sagrada Tradición inmutable, cuando en realidad pertenece al ámbito de las tradiciones litúrgicas reformables, históricas, contingentes, mutables. Así, se reviste de un aura de intangibilidad lo que, en verdad, es una forma venerable pero no absoluta ni exclusiva de la lex orandi de la Iglesia.
----------Un primer análisis o acercamiento crítico a esta cuestión, nos advierte enseguida de una ambigüedad semántica, pues “tradicional” puede significar “antiguo”, “auténtico”, “verdadero”, “no contaminado”… según convenga a las necesidades proselitistas del pasadismo. Su eficacia retórica salta a la vista: su brevedad lo hace fácilmente repetible, compartible, coreable. Pero para quien no se mantiene inconscientemente en la ingenuidad, la carencia doctrinal enseguida surge también evidente: no remite a ningún documento magisterial ni a una definición precisa de la Iglesia. Sólo se ha confiado su validez a su carga emotiva: apela a la nostalgia, a la identidad cultural, a la seguridad de lo conocido.
----------Es más que evidente el espejismo semántico de la palabra “tradicional”. De hecho, el adjetivo calificativo "tradicional" es, considerado en sí mismo, un término polisémico. Puede significar: 1. Antiguo: lo que viene de antes, lo que tiene solera. 2. Auténtico: lo verdadero frente a lo falso. 3. No contaminado: lo puro frente a lo adulterado. 4. Verdadero: lo que se opone a lo “moderno” o “innovador”.
----------Esta polisemia es precisamente lo que lo hace eficaz: cada oyente proyecta en la palabra lo que quiere escuchar. Para unos, “tradicional” significa “la Misa de mi infancia”; para otros, “la Misa de Trento”; para otros, “la Misa en latín”; para otros, simplemente, “la Misa que no es la del Vaticano II”.
----------En términos retóricos, estamos ante un significante vacío (en el sentido que le da la teoría política contemporánea): una palabra que no tiene un contenido preciso, pero que funciona como contenedor de identidades. Lo importante no es lo que dice, sino lo que permite sentir: pertenencia, seguridad, diferencia frente a un “otro” que queda implícitamente descalificado.
----------De ahí nace su fuerza proselitista (en el peor sentido de "proselitismo"), pues es breve: dos palabras fáciles de repetir, corear, imprimir en un cartel o en un titular. Es solemne: suena a dogma, aunque no lo sea. Es excluyente: quien la pronuncia se coloca en el bando de los “auténticos”, y quien no la usa queda sospechado de tibieza o modernismo. La ironía es que, bajo la apariencia de claridad, el eslogan esconde una ambigüedad calculada. Suena a definición, pero en realidad es un espejo: cada cual se ve reflejado en él, y todos creen estar diciendo lo mismo, cuando en verdad cada uno entiende algo distinto.
----------Claro que ante esta situación se nos impone un discernimiento pedagógico, pues la verdadera tradición de la Iglesia no es un estilo congelado ni una estética particular, sino la transmisión viva de la fe bajo la guía del magisterio. Confundir el ser fiel a la “Tradición”, o sea un “sano tradicionalismo”, con el pasadismo o indietrismo o atrasismo, es caer en una caricatura que empobrece la riqueza de la vida litúrgica y eclesial. Por eso, frente a la eficacia engañosa de este eslogan, conviene recordar que la claridad evangélica no se logra con fórmulas vacías, sino con la fidelidad al depósito de la fe en comunión con la Iglesia.
----------Debemos tener presente que la ambigüedad del eslogan “Misa tradicional” no es un mero problema terminológico. En realidad, tiene efectos concretos en la vida de la Iglesia, pues genera confusión doctrinal: muchos fieles terminan creyendo que la liturgia tridentina pertenece al orden de la Sagrada Tradición inmutable, cuando en realidad se trata de una tradición litúrgica venerable, pero reformable. Alimenta divisiones: al presentarse como “la Misa auténtica”, el eslogan convierte la liturgia en bandera ideológica, separando a los “auténticos” de los “modernos”, y debilitando la comunión eclesial. Refuerza la nostalgia: apela a la memoria afectiva de lo conocido, pero sin ofrecer criterios para discernir qué elementos son esenciales y cuáles son accidentales. Desplaza la verdadera fidelidad: en lugar de remitir al depósito de la fe custodiado por el Magisterio, remite a una estética o a una forma histórica particular.
----------Frente a esto, se impone un discernimiento pedagógico: La Tradición viva de la Iglesia no es un estilo congelado ni una estética particular, sino la transmisión de la fe bajo la guía del Espíritu que asiste al Magisterio. El pasadismo, en cambio, es una caricatura de la Tradición: absolutiza lo accidental, convierte lo mutable en intocable y confunde la fidelidad con la nostalgia. La claridad evangélica no se logra con fórmulas vacías, sino con la comunión con la Iglesia y la obediencia al Magisterio.
----------En este sentido, el eslogan “Misa tradicional” resulta pedagógicamente engañoso, pues ofrece la ilusión de seguridad, pero en realidad oscurece la verdadera naturaleza de la Sagrada Tradición, cuya comprensión es esencial a la fe. La tarea pastoral debe orientarse a ayudar a los fieles a distinguir entre lo esencial y lo accesorio, entre la Tradición que salva y las tradiciones que deforman la fe.
----------Para ir finalizando este breve recorrido de hoy, hablemos de la mutabilidad litúrgica en la vida de la Iglesia. Y esto porque la pretensión pasadista de fijar una forma única e intocable de la Misa se estrella contra la evidencia histórica. La liturgia romana, lejos de ser un bloque monolítico, ha conocido reformas, adaptaciones y desarrollos constantes, siempre bajo la autoridad de la Iglesia. Mencionemos, sin pretensiones de abarcarlos a todos, sólo un puñado de momentos de esta evolución de Misales que se han ido superando uno a otro, conforme a las necesidades pastorales y espirituales advertidas por los Sumos Pontífices:
----------El Misal de San Pío V (1570): promulgado tras el Concilio de Trento, buscó unificar la liturgia romana, pero no absolutizó una única forma. De hecho, permitió la pervivencia de ritos con más de dos siglos de antigüedad, como el dominico o el ambrosiano. Es decir, reconoció la pluralidad legítima dentro de la unidad.
----------La reforma del venerable papa Pío XII (1951–1955): el Papa introdujo cambios profundos en los ritos de la Semana Santa, trasladando la Vigilia Pascual a la noche del Sábado Santo y renovando la estructura de las ceremonias. Nadie podría acusar a Pío XII de “modernista”, y sin embargo, reformó con autoridad lo que algunos hoy pretenden presentar como intocable.
----------El Misal de San Juan XXIII (1962): fue una pequeña reforma del Misal tridentino, que incorporó, entre otras cosas, la inclusión de san José en el Canon romano. Pero lo decisivo es que el propio Pontífice lo concibió como misal provisorio, “a la espera de los altiora principia” que habría de establecer el Concilio Vaticano II. Es decir, no fue pensado como punto de llegada, sino como etapa de transición hacia una reforma más profunda.
----------El Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, 1963): afirmó con claridad que la liturgia está compuesta de elementos inmutables, divinamente instituidos, y de elementos susceptibles de cambio (SC 21). Y recordó que corresponde a la Iglesia, bajo la autoridad del Romano Pontífice, discernir y realizar esas reformas (SC 22).
----------El Misal de San Paulo VI (1970): promulgado tras el Concilio Vaticano II mediante la Constitución Apostólica Missale Romanum (1969), representó la concreción de los principios de Sacrosanctum Concilium. Introdujo una reforma integral de la liturgia, con una mayor riqueza de lecturas bíblicas, la posibilidad del uso de las lenguas vernáculas y una simplificación de ritos para favorecer la participación activa de los fieles. No fue una ruptura, sino la actualización orgánica de la tradición romana, en continuidad con las reformas precedentes y bajo la autoridad del Romano Pontífice.
----------El magisterio reciente: tanto Summorum pontificum (2007) como Traditionis custodes (2021) subrayaron que la lex orandi de la Iglesia se encuentra hoy en el Misal reformado por mandato del Concilio Vaticano II, y que el Misal de 1962 puede usarse solo como excepción y en condiciones estrictamente reguladas, precisamente para evitar que se convierta en bandera ideológica.
----------Estos ejemplos muestran que la liturgia siempre ha estado en desarrollo. No existe una “Misa tradicional” en sentido absoluto, sino una tradición litúrgica viva, que se enriquece y se reforma bajo la autoridad de la Iglesia. Incluso el Misal de 1962, tantas veces invocado como “la Misa tradicional”, fue concebido por san Juan XXIII como sólo una reforma de transición, no como un monumento intocable.
----------Concluyendo con nuestra reflexión: el eslogan “Misa tradicional” ha demostrado para los pasadistas ser eficaz como recurso retórico y proselitista: breve, solemne, ambiguo, capaz de difundirse como mancha de aceite hasta permear incluso en medios no pasadistas y en la prensa generalista. Pero su eficacia no es signo de verdad. Bajo la apariencia de claridad, encubre una confusión fundamental: la de identificar una tradición litúrgica concreta —venerable, sí, pero histórica, contingente y reformable— con la Sagrada Tradición de la Iglesia, que es fuente de la revelación y, por tanto, inmutable.
----------La historia litúrgica muestra con evidencia que no existe una, una única y exclusiva, “Misa tradicional” en sentido absoluto, sino que todas ellas se inscriben en el decurso vivo de la tradición litúrgica. Desde el Misal de san Pío V hasta las reformas de Pío XII, desde la edición de san Juan XXIII hasta la renovación conciliar, la Iglesia ha ejercido siempre su potestad de discernir y reformar los ritos, distinguiendo lo esencial de lo accidental. Pretender fijar como intocable una forma particular es, en el fondo, una caricatura de la Tradición.
----------Por eso es necesario decirlo a clara letra: frente a la seducción de los eslóganes, conviene recordar que la verdadera fidelidad a nuestra fe católica no se mide por la adhesión a una estética ni por la repetición de fórmulas ambiguas, sino por la comunión con el Magisterio y la obediencia a la Iglesia. Solo así la liturgia permanece siendo lo que debe ser: expresión viva de la fe transmitida, celebración de la Tradición auténtica que no se congela en el pasado, sino que se abre al futuro bajo la guía del Espíritu.
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 16 de octubre de 2025

Al Papa le piden definiciones con bisturí, a los Obispos les reclaman documentos sin una coma fuera de lugar, y a los teólogos los acusan de herejía si usan un adjetivo sospechoso.
ResponderEliminarAhí está el problema: el Papa es impreciso, y los obispos hablan con varias palabras fuera de lugar. A los teólogos dejémoslos descansar por esta vez.
Estimado Anónimo,
Eliminarentiendo que en su primera frase, cuando usted dice "les piden" se está refiriendo, en consonancia con mi artículo, a los pasadistas. ¿O me equivoco? Acláreme este punto, por favor.
Respecto a su segundo párrafo no sé cómo interpretarlo, y más bien le preguntaría desde qué base subjetiva, o sea, desde qué ámbito usted usa el plural "dejémoslos descansar" (supongo que a los pasadistas, si entendí bien su primera frase), pero mi pregunta es: ¿quienes somos, según usted, los que debemos dejar descansar a los teólogos?
Usted comprenderá que mis preguntas están en orden a evitar en nuestro diálogo lo que precisamente critico a los pasadistas: que hablan con doblez y consciente ambigüedad.
Y, al respecto, me someto a sus objeciones si usted encuentra en mi artículo alguna afirmación que le parezca ambigua o doble.
El primer párrafo son sus propias palabras. Lo tomé del texto publicado en esta entrada.
EliminarEl segundo párrafo es un glosa a cada una de las 3 afirmaciones del primer párrafo.
Estimado Anónimo,
Eliminarcomprendo entonces desde qué postura usted interviene con su comentario.
Por lo tanto, entiendo que a usted también va dirigido directamente mi artículo. Gracias por leerlo (no sólo el primer párrafo).
Lo leí todo, por eso comenté.
ResponderEliminarMe interesó resaltar que el primer párrafo de la entrada reconoce esos problemas en los pronunciamientos del Papa y de los Obispos. Eso me preocupa. Lo que diga una publicación "tradi" me tiene sin cuidado.
Estimado Anónimo,
Eliminarvaloro su intento de marcar distancia respecto de los pasadistas y de evitar que se lo califique como tal; sin embargo, ese esfuerzo no alcanza su propósito. Tampoco logra que se lo identifique como modernista.
Usted afirma que lo “tradi” le tiene sin cuidado, pero al emplear esa etiqueta reproduce exactamente el mecanismo que analizo en mi artículo: un eslogan breve y ambiguo que parece definir, pero en realidad simplifica y confunde. Mi crítica es que tanto la expresión “Misa tradicional” como el rótulo “tradi” —usado con frecuencia en sentido despectivo por los modernistas, y aquí por usted con un esfuerzo que no convence— funcionan más como marcas identitarias que como categorías doctrinales.
Por eso, más allá de las etiquetas, lo decisivo es discernir si somos fieles a la Tradición viva de la Iglesia o si nos dejamos arrastrar por su caricatura, esto es, por fórmulas que oscurecen la comunión.
Antes que las etiquetas y los nombres autopercibidos o percibidos por otros, parece más importante lo del Papa y lo de los Obispos. Ese reclamo de precisión a ellos es un reclamo justo lo diga quien lo diga.
EliminarEl resto es interesante, pero no dejan de ser frases de una ínfima minoría irrelevante.
Estimado Anónimo,
Eliminarcomprendo su preocupación por la claridad en los pronunciamientos del Papa y de los Obispos. Sin embargo, debo recordarle que para un fiel católico —que procura alejarse tanto de las ideologías modernistas como de las pasadistas— la autoridad del Romano Pontífice en materia de fe, y la de los Obispos en comunión con él, nunca está en discusión. La autoridad del Papa no se mide por la perfección estilística de cada documento, sino por la fidelidad al depósito de la fe que custodia infaliblemente, incluso en su magisterio ordinario.
El reclamo de precisión puede ser legítimo, siempre que se haga con las formas y el respeto debidos; y si usted fuera lector habitual de este blog, constataría que yo mismo lo he reclamado más de una vez. Pero ese reclamo se vuelve injusto cuando degenera en sospecha sistemática hacia quienes tienen la misión de confirmar en la fe, o cuando se les niega la autoridad, como hacen los pasadistas, que se atreven a juzgar al Papa desde una supuesta tradición magisterial autopercibida según su propia ideología.
Por cuanto respecta a los eslóganes pasadistas, usted los considera irrelevantes; sin embargo no lo son, y sé que usted eso lo sabe perfectamente, porque los usa constantemente, precisamente porque su difusión y su carga emotiva han demostrado ser capaces de confundir a muchos fieles y de debilitar la comunión eclesial.
Precisamente por eso los analizo y demuestro su falta de fundamento, y los termino refutando, como en el presente artículo: porque no son inocuos, aunque provengan de una minoría, que es la suya. La historia muestra que las minorías ruidosas, cuando logran imponer un lenguaje, terminan condicionando la percepción de la mayoría.
Por eso insisto: más allá de etiquetas y de reclamos, lo decisivo es discernir si somos fieles a la Tradición viva de la Iglesia, que se transmite bajo la guía del Magisterio, o si nos dejamos arrastrar por su caricatura, esto es, por fórmulas ambiguas que oscurecen la comunión.
Finalmente, respecto a sus intervenciones en este foro, le recuerdo que usted resulta más convincente en las ocasiones en que habla como lo que realmente es —como lo hace habitualmente en este blog desde hace mucho tiempo— y no cuando, como en este hilo, pretende expresarse como lo que en realidad no es, manifestándose en el fondo como lo que realmente es (sin etiquetas de mi parte, como usted prefiere).