La crítica a la actual vida de la Iglesia se vuelve profética cuando nace de la esperanza, no del resentimiento; cuando edifica, no cuando derrumba. La Iglesia necesita renovación, sí, pero que brote de la santidad, no de la nostalgia pasadista. Como alguna vez escribió Joseph Ratzinger: "La Iglesia será reformada por los santos, no por los estrategas." [En la imagen: fragmento de "Capilla del Rosario", óleo sobre madera terciada, obra de Fidel Roig Matóns, colección privada, representando la Capilla Nuestra Señora del Rosario, hoy restaurada, en las Lagunas de Guanacache, Lavalle, provincia de Mendoza].
Iglesia y mundo vistos por Rubén Peretó Rivas
----------El prof. Rubén Peretó Rivas (autor y responsable de lo que se publica en los blogs Caminante-Wanderer y El Wanderer) ha publicado el pasado 23 de junio en el segundo de sus blogs un artículo titulado "La adaptación de la Iglesia al mundo", que puede ser de alguna utilidad que comentemos aquí. Remito al lector a la lectura del artículo de este publicista mendocino, y por mi parte sólo me limitaré a explicitar, analizar y valorar sus principales conceptos, pero sin transcribir pasajes del artículo, pues en cualquier caso el lector comprobará fácilmente a qué párrafos del artículo me refiero en mi examen.
----------El artículo que analizaremos presenta una tesis clara y provocadora: la Iglesia, al intentar adaptarse al mundo contemporáneo desde el Concilio Vaticano II, terminó siendo absorbida por él.
----------Aunque en el texto de Peretó existen puntos valiosos en cuanto a su análisis histórico, también es pasible de objeciones que pueden formularse tanto desde un punto de vista teológico como filosófico. Tras la lectura del artículo, formulo cinco objeciones, y las someto a la consideración del lector. Adelanto en señalar que mis objeciones al artículo no sólo se relacionan con la crítica a la modernidad, sino que revelan una tensión interna en cómo se la aborda desde ciertos sectores eclesiales, afines a la postura manifestada por Peretó. Trataré de explicar este entrelazamiento en cada una de mis cinco objeciones.
----------Lo que intento hacer es ayudar al lector a considerar el articulo de Pereto desde una visión católica auténtica, fiel al Magisterio perenne y al Papa, sin caer en ideologizaciones restauracionistas ni en relativismos eclesiológicos. Por eso, y la adelanto con mi completa franqueza, la crítica de fondo que hago a este artículo puede sintetizarse en la tensión entre una legítima adaptación pastoral de la Iglesia y una lectura excesivamente pesimista y acusatoria del postconcilio. Para demostrarlo, señalaré los que entiendo son los puntos neurálgicos que deben ser detectados para una crítica objetiva y equilibrada.
----------Peretó Rivas nos presenta una lectura que pretende ser teológica, histórica y pastoral de los procesos de adaptación de la Iglesia católica al mundo contemporáneo, con especial énfasis en el Concilio Vaticano II [1962-1965] y su aplicación hasta ahora, tras sólo seis décadas. El tono del artículo, como he dicho, es apasionado e incluso provocador. Pero desde la mirada de la fe católica en comunión plena con el Magisterio, no podemos pasar por alto que este texto consta de elementos que merecen discernimiento, crítica y redirección, y esto no por simple censura (que a mí no me corresponde), sino por caridad eclesial.
Confusión entre adaptación y secularización
----------Es notorio el riesgo de la ambigüedad entre adaptación legítima y secularización o mundanización. Peretó sostiene que la Iglesia siempre se ha adaptado a los contextos históricos, y esto es completamente cierto, pero Peretó parece sugerir que cualquier adaptación reciente (para Peretó: desde el Concilio Vaticano II en adelante) ha sido esencialmente una rendición. Esta visión podría pecar de anacrónica, al no distinguir entre adaptación pastoral legítima y claudicación doctrinal.
----------A decir verdad, el desafío eclesial debe ser más matizado: ¿cómo diferenciar una legítima inculturación pastoral de una mundanización doctrinal? Peretó, de modo francamente simplista, parece plantear el dilema moderno en meros términos de "adaptación vs secularización".
----------Ahora bien, la crítica que Peretó hace a la adaptación eclesial que termina en mundanización refleja o deja entrever una preocupación central que consiste en la crítica a la modernidad, que no tengo dificultad en compartir, como es la pérdida del sentido de lo sagrado y la disolución de las formas tradicionales. Eso es válido, pero el problema radica en que si no se distingue entre inculturación legítima y secularización, se corre el riesgo de caer en una crítica reactiva, más nostálgica que filosófica. Esto empobrece el diagnóstico del fenómeno moderno, que no es sólo "el mundo" sino una transformación ontológica del modo de habitarlo.
----------El autor del artículo que examinamos parte de un principio válido: la Iglesia, en su expresión pastoral y estructural, ha sabido adaptarse a las épocas sin traicionar su identidad. Sin embargo, luego Peretó cae en un juicio sumamente negativo y poco matizado sobre el Concilio Vaticano II, presentándolo como la causa principal de decadencia, lo cual no se sostiene a la luz del Magisterio posterior, especialmente el de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, que han afirmado con claridad su continuidad con la Tradición, y el del papa Francisco, quien afirmó en estilo llano y simple: "Quien no sigue el Concilio no está con la Iglesia".
----------Esta primera constatación me lleva a pedirle a Peretó que sepa distinguir entre adaptación y mimetismo. La Iglesia, para anunciar el Evangelio, necesariamente debe adaptarse a las culturas, a los lenguajes, a los modos de decir del mundo, para que el mundo la entienda a la Iglesia y entienda su mensaje; pero esto no quiere decir que la Iglesia deba mimetizarse con el mundo. Adaptación sí, mimetismo no.
----------Que quede bien claro una vez más que a Peretó le asiste toda la razón al criticar la tentación de una Iglesia que copia los modos del mundo. Sin embargo, el problema de Peretó radica en que sugiere que todo esfuerzo pastoral contemporáneo lleva necesariamente a la mundanización. Esto es totalmente injusto. Muchos pastores, religiosos y fieles intentan hoy vivir el Evangelio con autenticidad, incluso en estructuras nuevas, más personales y menos territoriales. La misión es llegar a todos, no atrincherarse, no encerrarse en una burbuja de incienso, latines, cantos gregorianos y polifonías clásicas. Si la Iglesia en un momento de su historia supo renunciar al griego para asumir el latín, lengua vernácula de aquel momento, también hoy debe asumir otras lenguas, otras culturas, otros modos de decir, para que pueda ser entendida por los hombres de nuestro tiempo. "Probadlo todo y quedaos con lo bueno", nos dice el apóstol san Pablo.
Visión reduccionista del Concilio Vaticano II
----------Una segunda observación que me surge tras la lectura del artículo de Peretó, es su reduccionismo respecto del Concilio Vaticano II. Aunque el Autor reconoce que los documentos conciliares son ortodoxos (¿acaso podrían no serlo?), sin embargo parece adoptar la tesis de que su actuación o implementación fue deliberadamente desviada por sectores eclesiales con fines destructivos.
----------Ahora bien, sin negar que han existido y todavía existen hoy abusos en la implementación que hasta ahora (apenas seis décadas) se ha hecho del Vaticano II, la visión que Peretó manifiesta nutre evidentemente una narrativa de conspiración que no contempla en absoluto los muchos frutos pastorales positivos del Concilio en distintos contextos, como por ejemplo, la renovación litúrgica, la revalorización del laicado, la apertura ecuménica, el impulso al diálogo interreligioso, la libertad religiosa, la eclesiología de comunión o sinodalidad, el compromiso con el mundo contemporáneo, la revalorización de la Sagrada Escritura, el impulso a la vida consagrada, la reforma de la formación sacerdotal, etc.
----------En este punto, se advierte el reduccionismo histórico, el cual le es común a Peretó y a otros exponentes (también argentinos) de su misma línea de pensamiento. Se trata, en definitiva, de un reduccionismo histórico que presenta a la modernidad como un totum sin matices. Por cierto, también les es común a estos exponentes la dificultad para distinguir modernidad de modernismo (el cual es la idolatría de la modernidad).
----------Al presentar el Concilio Vaticano II como un punto de quiebre negativo sin matices, se incurre en una visión de la modernidad como un bloque homogéneo y maligno. Es una crítica simplista y superficial. La crítica más profunda que es necesario hacer, no se contenta con señalar culpables históricos, sino que busca las raíces filosóficas, y ellas son: el nominalismo, el cartesianismo, el olvido del ser, la tecnificación del mundo. Sin esa profundidad, la crítica se vuelve más política que metafísica.
----------Me estoy refiriendo a cómo Peretó y otros publicistas de su corriente ideológica, abordan críticamente la modernidad, más que al Concilio Vaticano II en sí. Lo que intento decir es que, cuando se presenta el Vaticano II exclusivamente como una cesura o un error sin matices, se corre el riesgo de empobrecer el análisis, porque se coloca al Concilio como chivo expiatorio de una crisis mucho más profunda.
----------La verdadera crítica -la más fecunda desde un punto de vista teológico y filosófico- no se agota en buscar responsables históricos (como si los problemas eclesiales actuales hubieran comenzado en 1962 cuando dio inicio el Concilio), sino que se remonta a raíces ontológicas y gnoseológicas más hondas: la pérdida del sentido del ser, el auge del pensamiento técnico, la subjetivación radical del conocimiento, etc. Entonces, la advertencia que hay que hacer a Peretó es doble: por un lado, no reducir el análisis del Vaticano II a una lectura política o sociológica, sino abrirlo a una comprensión más metafísica del contexto en el que se da. Y por otro, no tratar la modernidad como un bloque homogéneo y maligno, porque eso impide discernir sus verdaderas fisuras internas, algunas de las cuales el propio Concilio intentó iluminar desde dentro.
----------Por ende, existe también en el artículo de Peretó reduccionismo en el comprender lo que ha sucedido después del Concilio. Si bien hay que reconocer que es cierto que se han producido abusos bajo el pretexto del llamado "espíritu del Concilio Vaticano II", Peretó incurre en una generalización que descalifica todo el proceso de aplicación del Vaticano II hasta ahora (por cierto, repito, apenas seis décadas, un tiempo demasiado breve como para sacar conclusiones). Peretó no considera los frutos espirituales, teológicos y pastorales que muchos fieles, comunidades y santos del postconcilio han encarnado.----------En lo que acabo de decir salta a la vista que Peretó se mantiene obstinadamente apegado a la misma postura lefebvriana de considerar al Concilio Vaticano II viciado de modernismo, aunque afirme que el Vaticano II no fue problemático en sí, sino en su implementación. Es indudablemente cierto que hubo desviaciones y ambigüedades aprovechadas para mal por los neo-modernistas; pero reducir el Concilio a una traición táctica de ciertos grupos no rinde honor al sensus Ecclesiae. Los documentos conciliares, promulgados por el papa san Paulo VI son Magisterio en el preciso sentido del término, y gozan por tanto de inerrancia en lo doctrinal, aún cuando en lo pastoral pueden ser objeto de respetuosa y prudente crítica (como afirmó en varias ocasiones el papa Benedicto XVI), y entonces, cualificados en su doctrina de intachable ortodoxia, por consiguiente, su lectura exige hermenéutica de continuidad, no sospecha ideológica.
Nostalgia pasadista como criterio implícito
----------La tercera observación, no es nada difícil de advertir y formular. El artículo de Peretó sufre de una contradicción que luce infantil: por un lado rechaza explícitamente el "restauracionismo integral", pero al mismo tiempo idealiza épocas anteriores como si en ellas no hubiesen existido distorsiones, herejías o negligencias pastorales. Esa contradicción se manifiesta especialmente en la comparación con el Concilio de Trento, cuya implementación -si bien más disciplinada que la del Concilio Vaticano II- también fue problemática en algunas regiones. Peretó, que además de profesor de filosofía es aficionado a la historia, debería saber de sobra que la historia de la Iglesia nunca fue una línea recta y pura de ortodoxia triunfante.
----------Lo cierto es que mi experiencia en las ultimas seis décadas me dice que nostalgia y anti-modernismo se han convertido para muchos en una trampa recurrente. Y ese parece ser también el caso de Peretó (y en este punto, el mendocino se emparenta también con otros publicistas argentinos).
----------La nostalgia por un orden anterior puede ser una forma de anti-modernismo, pero no necesariamente una crítica a la modernidad. Como bien sabemos, criticar la modernidad no es desear volver al pasado, sino discernir qué se ha perdido y qué se ha ganado en la modernidad, y cómo recuperar lo esencial en nuevas condiciones. La crítica auténtica a la modernidad no es regresiva, sino profética, es decir, progresista; pero con ello tocamos una fibra nerviosa: para estos publicistas, el progreso parece ser una mala palabra.
----------En otras palabras, el artículo de Peretó manifiesta a las claras la contraposición entre una nostalgia paralizante y la Tradición viva de la Iglesia. El texto parece añorar estructuras y formas eclesiales de otros siglos, sin discernir entre lo esencial y lo accesorio. Parece que Peretó aún no sabe que la Tradición no es una repetición mecánica del pasado, sino la transmisión viva del Evangelio bajo la guía del Espíritu Santo.----------Peretó debería darse cuenta de una vez por todas, que la Tradición católica no es museo, sino fermento de vida, y vida en continuo progreso. Si Peretó es incapaz de llegar a comprender esto, sus esfuerzos por distanciarse de las posturas lefebvrianas (y, al respecto, Peretó siempre se manifiesta muy preocupado para que no lo consideren un seguidor de Marcel Lefebvre) serán inútiles, pues estaría siempre a la vista, como lo está ahora que su concepto de Tradición es exactamente el mismo que el de los lefebvrianos.
----------Peretó, en este artículo (como siempre cuando toca el tema), presenta una noción de Tradición más arqueológica que viviente. Como bien recordaba el papa Benedicto XVI, la Tradición es el sujeto viviente que crece con la Iglesia, fiel al depósito revelado pero en continuo desarrollo. El lamento de Peretó por una Iglesia de antaño, revestida de certezas y estructuras, deja sin voz a los nuevos carismas que han brotado en el postconcilio, a las nuevas comunidades y movimientos, y a las nuevas formas de santidad.
Descalificación y tono
----------La cuarta y más que obvia observación tiene que ver con las descalificaciones y el tono, vicios habituales en Peretó. La crítica que el artículo de Peretó dirige al estado actual de la Iglesia incluye expresiones sumamente despectivas ("papirusas y manfloros", "zopenco", y otras que me dicen ha usado cuando ha intervenido en el foro de este blog), que si bien apelan a un estilo satírico o provocador, pueden ensombrecer el análisis y desviar la atención de las cuestiones sustantivas. Además, caricaturizan un fenómeno complejo como la crisis de identidad eclesial, reduciéndolo a malas intenciones o incompetencia.
----------Este habitual estilo "borde" o antipático de Peretó (del cual él tantas veces culpó al papa Francisco) y sus recurrentes descalificaciones, que podrían juzgarse no un estilo literario sino brotes de mala educación o de algún trastorno, en realidad son síntomas de una modernidad mal digerida.
----------En otras palabras: el uso de un lenguaje arrabalero, despectivo y caricaturesco puede ser visto como un síntoma de la misma modernidad que precisamente Peretó intenta criticar, cuyo principal vicio es la pérdida del logos como mediador del diálogo. En este sentido, Peretó podría ser calificado como un excelente ejemplo del hombre moderno (en el mal sentido), o sea, individualista, egocéntrico, carente de sentido social y comunitario. En lugar de una crítica sapiencial, Peretó cae en la lógica del meme o del sarcasmo, que es profundamente moderna en su superficialidad. Es decir, Peretó combate la modernidad con sus propias armas.
----------Paradojicamente Peretó se ha preocupado por autodefinirse como "un cristiano en comunión con Roma" (¿otra vez más el mismo juego de esconder la mano al arrojar la piedra?), pero ¿hace falta decir que salta a la vista que su alardeada "comunión con Roma" se ha devaluado como se ha venido devaluando la moneda argentina, hasta el punto de llegar a ponerse personalmente en riesgo de cisma y excomunión? La verdadera comunión con Pedro se vive aún en la tormenta. ¿O acaso se debe pensar que la "Roma" a la que se refiere es aquella "Roma de siempre" con la que fantaseaba Marcel Lefebvre? ¿Otro punto de contacto de Peretó con los lefebvrianos? Da esa clara impresión.
----------Mencionar al papa Francisco o al papa san Paulo VI como lo hace Peretó, en términos tan despectivos, o hacer rankings de "peores pontificados", rompe la comunión eclesial. Es cierto que el Papa no es impecable en el ámbito de lo pastoral-gubernativo-disciplinar, pero en cuanto Maestro infalible de la fe sigue siendo principio de unidad y roca visible, incluso cuando, como he dicho, sus decisiones en el campo de lo pastoral-gubernativo-disciplinar sean en ocasiones discutibles, y en este campo (no en el doctrinal, como lo pretenden los Burke, los Schneider, y otros remedos de Lefebvre) puede darse la corrección fraterna, la cual sin embargo nunca debe perder el tono filial. En cambio, el tono empleado por Peretó daña la fe de los sencillos.
Diagnóstico superficial sin salida teologal
----------Una última observación que se detecta enseguida tras una primera lectura de su artículo, es el silencio de Peretó acerca de las profundas causas culturales de la crisis. Aunque Peretó señala el cambio civilizacional como irreversible, por desgracia su análisis no profundiza filosóficamente -como era previsible- en las causas de esa transformación, por ejemplo: pérdida del sentido del ser, debilitamiento de la noción de verdad y bien, triunfo del individualismo, etc. La crítica de Peretó al aggiornamento eclesial sería más robusta si se apoyara en una crítica más explícita a la modernidad en sus fundamentos ontológicos y antropológicos.
----------Efectivamente, la falta de crítica metafísica a la modernidad es el núcleo ausente por lo general en los textos de Peretó, y también en el artículo que analizamos. No se menciona la crisis de la metafísica, la fragmentación del sujeto, ni la disolución del lenguaje como mediador de verdad. Sin esa crítica ontológica, la denuncia eclesial queda en el plano institucional o moral, sin tocar el corazón del problema. Una superficialidad sorprendente en alguien que tiene por oficio ser profesor de filosofía.
----------Cuando digo diagnóstico sin salida teologal, quiero decir que si bien Peretó denuncia problemas que son indudablemente reales (como liturgias irreverentes, confusión doctrinal, pérdida de identidad), el tono se desliza hacia la desesperanza o el sarcasmo. Esto significa que le falta una mirada providencial y pascual: la certeza de que Jesucristo es el Señor de la historia y sigue guiando a su Iglesia incluso en estos tiempos oscuros.
----------En resumen y fundamentalmente, el artículo bajo examen nos ofrece una crítica dura a ciertos desarrollos contemporáneos de la Iglesia, pero del modo como Peretó lo hace corre el riesgo de una visión eclesial parcial y de superficie, poco confiada en la acción del Espíritu Santo y centrada más en lo estructural o institucional humano o sociológico de la Iglesia, que en lo sacramental y misionero.
----------Frente al pesimismo estructural puesto de manifiesto en este artículo, debemos contraponer nuestra esperanza pascual. Y ello porque si bien es cierto que Peretó ofrece una visión por momentos lúcida en cuanto al colapso de ciertas formas tradicionales de parroquia o autoridad eclesial territorial, y también acierta en señalar abusos litúrgicos y doctrinales que han debilitado la identidad católica, sin embargo, su diagnóstico cae en una melancolía paralizante y en un lenguaje corrosivo que desconoce la acción del Espíritu en medio de la fragilidad. La lectura profética y de fe del devenir de la Iglesia en este mundo no consiste en lamentar los escombros, siempre frutos del pecado, sino en encender las luces que brotan de la acción del Espíritu, alma de la Iglesia.----------En conclusión, la crítica a la actual vida de la Iglesia se vuelve profética cuando nace de la esperanza, no del resentimiento; cuando edifica, no cuando derrumba. La Iglesia necesita renovación, sí, pero que brote de la santidad, no de la nostalgia pasadista. Como alguna vez escribió Joseph Ratzinger: "La Iglesia será reformada por los santos, no por los estrategas."
Gracias, padre Filemón, por esta reflexión tan serena y valiente. Me hizo recordar esas palabras del Prefacio II: “en cada época envías pastores que cuidan de tu pueblo con amor”, ... y me surge rezar por esos pastores de hoy que, sin estridencias ni nostalgia, se dejan guiar por el Espíritu... Creo que su análisis del artículo de Peretó es muy acertado, especialmente en la distinción entre adaptación eclesial y secularización. A veces pareciera que criticar la modernidad fuera sinónimo de querer volver atrás, y eso es un error. Como dice san Agustín —y usted lo cita oportunamente—: “Ama a la Iglesia, si quieres tener al Espíritu”... Me preocupa cuando algunos usan el tono del sarcasmo, incluso con los papas, como si el dolor por las heridas de la Iglesia los autorizara a perder la caridad... Gracias por ayudarme a mirar con más amplitud y esperanza. Necesitamos sabiduría para discernir sin desamor. La Tradición no se embalsama; se celebra y se encarna... Y eso, lo encontramos cada vez que el Evangelio se vuelve vida. Que no nos falte la humildad ni el coraje... 😉😉😉😉😉
ResponderEliminarInteresante análisis. Celebro que se señale la diferencia entre adaptación pastoral y secularización: es una distinción tan necesaria como olvidada. En cuanto a Peretó, no niego su agudeza diagnóstica, pero echo en falta la virtud de la esperanza. Sin ella, toda crítica se vuelve estéril. Y sin caridad, peligra la comunión. Dicho esto, me sigue pareciendo saludable que el blog ponga en diálogo estas voces, para que también nosotros aprendamos a discernir y no solo a reaccionar.
ResponderEliminarCinco objeciones con olor a sacristía postmoderna. Peretó habla desde las ruinas; Filemón, desde el decanato de urbanismo eclesial.
ResponderEliminar— Pseudo
Querido Pseudo, te leo y no puedo evitar imaginarte entre las ruinas del Sábado Santo, habitando ese silencio espeso de cuando todo parece perdido… Y sin embargo, aun allí, ¿no es donde más crece la esperanza?... Decís que el padre Filemón habla desde un “decanato de urbanismo eclesial”, y tal vez sí: desde un lugar donde se procura, entre escombros, trazar caminos que no nieguen los derrumbes, pero tampoco se regodeen en ellos. Porque a veces, mirar tanto las ruinas nos impide ver los brotes. Y los hay, aunque callados, aunque no entren en titulares ni se exhiban en gestos ampulosos...
EliminarNo creo que el padre Filemón niegue el dolor —yo tampoco lo niego—, pero elijo, como nos enseña la liturgia, que “en medio de la tribulación ha brillado la luz pascual”. No para cerrar los ojos al sufrimiento, sino para no ceder al cinismo. Porque si perdemos la fe en que el Espíritu sigue obrando incluso en lo débil, lo torcido y lo ambiguo… ¿en qué Dios estamos creyendo?...
Querido hermano, tu voz también tiene lugar en esta conversación de la Iglesia. ... Pero te invito a no quedarte solo en el lamento, sino a ayudar a reconstruir desde lo pequeño y verdadero. Como dice el profeta: “no apagará el pábilo vacilante”… Tal vez allí, en lo que humea sin brillo, todavía arde el Espíritu.
Estimadísimo Padre Filemón, le agradezco este post, que me ha llevado a dirigirme al artículo de Peretó Rivas, y leerlo con atención. En efecto, he comprobado que la crítica que usted hace responde exactamente las falencias del texto de Peretó. Pero también me han interesado las intervenciones de Peretó frente a los variados comentaristas de su artículo, y las he analizado con detenimiento.
ResponderEliminarPues bien, tras revisar cuidadosamente las intervenciones de "elwanderer" en el foro de comentarios de este artículo, concluyo que si bien su estilo es provocador, a menudo irónico, y se mueve en los márgenes de la crítica eclesial dura, no llega sin embargo a traspasar con claridad los límites formales del magisterio, al menos en mi opinión. Aun así, hay algunas afirmaciones que pueden interpretarse como cercanas a posiciones cismáticas o sospechosas de heterodoxia, según cómo se lean. A continuación, le señalo las que me parecen las más significativas:
1. Críticas reiteradas y despectivas hacia los Papas recientes: “El Vaticano II en sí no es un problema; el problema fue su aplicación tramposa, avalada por los papas posteriores, incluido Juan Pablo II, hay que decirlo aunque a muchos le incomode [...] deplorable pontificado [de Pablo VI] sólo superado por el de Francisco.” Observación: Si bien criticar la gestión de un pontificado no es en sí cismático, el tono despectivo y el desprecio hacia la autoridad papal pueden rayar en una actitud de rechazo práctico de la obediencia debida al Romano Pontífice, algo que el CIC (can. 751) considera una forma de “rechazo de la sujeción al Papa”.
2. Comparación burlesca de la Iglesia postconciliar: “Fueron engullidos por el mundo y buena parte de sus obispos y sacerdotes, como casquivanas de cabaret de pueblo, se despojaron alegremente de los ropajes que había acumulado una tradición milenaria…” Observación: Este tipo de lenguaje puede considerarse no solo ofensivo sino revelador de un desprecio sistemático hacia el cuerpo eclesiástico. No constituye herejía formal, pero sí podría interpretarse como una fractura interna grave de comunión eclesial si se interpreta como rechazo práctico del episcopado vigente.
3. Acusaciones de manipulación en el Vaticano II: “Fue el malhadado Concilio Vaticano II [...] manipulado por un grupo de estrategas [...] como fueron manipulados otros concilios ecuménicos.” Observación: Aunque hace un esfuerzo por aclarar que el contenido doctrinal no fue herético, al sugerir una manipulación sistemática del Concilio puede alimentar una actitud sospechosa hacia su legitimidad, lo cual es cercano a algunas posiciones indietristas extremas que rozan el cisma práctico.
4. Minimización de la autoridad magisterial: “Los mismos soporíferos documentos conciliares [...] no fueron más que sarasa ad usum temporis [...], tan católicos como cualquier otro documento anterior.” Observación: Aquí se minimiza el valor magisterial del Vaticano II, reduciéndolo a literatura de circunstancias. Si bien evita negar explícitamente su autoridad, esta forma de relativización puede sembrar confusión en torno a su recepción y obliga a matizar teológicamente su impacto.
5. Postura ambigua frente a la masonería; A pesar de criticar el “conspiracionismo”, deja abierta la posibilidad de infiltración masónica en el Vaticano postconciliar, especialmente al hablar de la Congregación de los Obispos durante el pontificado de Pablo VI. Observación: Esta línea argumental, aunque común en ciertos círculos tradicionalistas, alimenta una visión conspirativa de la historia eclesial que debilita la confianza en la Providencia y en la asistencia divina a la Iglesia.
Me parece que ninguna de estas afirmaciones constituye, en sí misma, una herejía formal ni un cisma canónico; sin embargo, el conjunto del discurso de elwanderer se mueve en un registro peligrosamente ambiguo, donde el desprecio, la ironía amarga y el rechazo visceral de determinadas decisiones eclesiales pueden inducir, en ciertos lectores, una actitud de desafección práctica frente a la Iglesia visible.
Carta abierta a propósito de una crítica floja de espíritu
ResponderEliminarHe leído con la debida paciencia —y confieso, con cierta incredulidad— el artículo que pretende refutar a Peretó Rivas, ese mendocino incandescente que irrita tantas pieles episcopales y sensibilidades teológicas “maduras”. Y digo “pretende” porque lo que se exhibe como refutación rigurosa no es más que una defensa eufemística del aggiornamento constante. Lo llaman “discernimiento eclesial”, pero es la vieja letanía del conformismo elevado a virtud teologal.
Se nos acusa de nostálgicos, como si resistirse al deshielo doctrinal fuera un capricho estético. Se insiste con la distinción entre “adaptación” y “mimetismo”, pero el problema no está en la semántica sino en la praxis: ¿en qué parroquia argentina media se celebra la liturgia sin gestos teatrales y lenguaje de animación escolar? ¿Dónde está esa “adaptación fecunda” que no se haya vuelto parroquia posmoderna con ambientación de retiro carismático?
Del Concilio —oh, palabra sagrada y blindada— se vuelve a decir que no fue culpable sino mal interpretado. Sin embargo, en sesenta años, nadie parece haberlo “interpretado bien” salvo los exégetas del caos que ahora escriben con tono doctoral desde sus blogs. Nos invitan a una “esperanza pascual”, pero olvidan que la Pascua solo llega después de la cruz. Lo que vivimos, más que pascua, es sábado santo perpetuo, con el sepulcro vacío… de fieles.
Y para cerrar, una fraterna pero firme advertencia: vestir la crítica de perfume académico no alcanza para ocultar el fastidio que les provoca una voz como la de Peretó. Él incomoda no porque ofenda la caridad, sino porque desnuda la tibieza.
Estimado Fernando: No deja de conmoverme tu pasión, aunque me preocupa que esté tan próxima al incendio y tan distante de la luz. Comprendo —y hasta comparto— tu desasosiego frente a cierto reformismo sin mística. Pero tu insistencia en declarar Pascua cancelada y sepulcros vacíos me recuerda más a un guion de cine posapocalíptico que al lenguaje de la fe. A veces sospecho que tu teología del Sábado Santo ha perdido el Domingo en el tránsito.
EliminarCriticar las caricaturas litúrgicas —que las hay, y ojalá menos— no autoriza a reducir todo discernimiento pastoral a rendición, ni toda fidelidad al Magisterio a “perfume académico”. Convengamos en que hay maneras de oler el incienso sin asfixiarse en la sacristía.
Y en cuanto a la “voz que incomoda”, no olvides que hay incomodidades que instruyen, y otras que simplemente irritan. El grito no reemplaza al logos. Y la caridad, incluso en tono menor, sigue siendo nota de la profecía.
Un abrazo en la incomodidad compartida.
Gracias, querido padre Filemón. Se lo agradezco como mendocina, que siente vergüenza ajena por tantos despropósitos...
ResponderEliminarEl artículo de Filemón no es una crítica: es un ejercicio de autojustificación clerical. Su defensa del Concilio, envuelta en retórica pastoral y citas previsibles, revela lo de siempre: la negativa a mirar el derrumbe.
ResponderEliminarHabla de “adaptación legítima” como si no estuviéramos rodeados de templos vacíos, seminarios cerrados y liturgias que parecen talleres de autoestima. Habla de “esperanza teologal” mientras bendicen uniones contrarias al Evangelio. Habla de “nostalgia” como si la Tradición fuera un capricho estético y no el cauce de la fe.
No, Filemón. No es nostalgia: es memoria. No es resentimiento: es dolor. Y no es falta de caridad: es celo por la Verdad.
El Espíritu Santo no inspira ambigüedad, ni confusión, ni sínodos interminables que diluyen la fe en sociología. El Espíritu no se contradice. Y donde hay ruptura, no está Él.
La Iglesia será purificada. Pero no por los que escriben desde sacristías climatizadas, sino por los que, como Peretó, hablan desde las ruinas.
He leído reflexiones que, aunque nacidas del celo, corren el riesgo de convertir la fidelidad en sospecha y la Tradición en nostalgia. Como enseña el papa Francisco, "quien no sigue el Concilio, no está con la Iglesia"… La verdad sin caridad deja de ser evangélica. Nuestra diócesis no necesita custodios del museo, sino jardineros del Reino. Quien ama la Iglesia, la sirve desde dentro, sin desfiguraciones ni sarcasmos.
ResponderEliminarEstimado Marcelo Pastor:
EliminarGracias por su comentario. Lo celebro: todavía hay quienes distinguen entre esperanza y autoengaño. En efecto, la confusión entre adaptación eclesial y mimetismo con el mundo no es un desliz casual; es la marca de un proyecto que hace décadas se viene cocinando a fuego bajo. Y no es conspiración: es historia.
Lo suyo me recuerda que no todo está perdido, aunque mucho esté confundido. Y si aún quedan voces que resisten la homilía de lo tibio, entonces, como decía aquel, “el humo de Satanás” no ha conseguido ahogarnos del todo.
En Cristo Rey, P. Jorge H.
Anónimo,
EliminarNo confundamos la fidelidad con la rigidez, ni la comunión con la complacencia. La Iglesia no necesita más diagnósticos apocalípticos, sino testigos que, aun en la noche, sigan creyendo en la aurora.
El argumento de que sólo la esperanza redime la crítica es tan elegante como inocuo. Es como pedirle al vigía que, en vez de sonar la alarma, cante salmos. Lo pasadista no es el amor al pasado, sino la convicción de que el Espíritu ha decidido jubilarse en 1965 con medalla al mérito. Y, con perdón, esa convicción sigue viva entre los expertos del aggiornamento eterno, que nos quieren convencer de que las ruinas son trazos de un futuro evangélico. Decir que la santidad reforma mientras se canoniza la mediocridad pastoral, es jugar a las escondidas con la verdad.
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