Continuando con nuestra serie de artículos dedicados a la "buena batalla" del fiel cristiano, es decir, el combate contra la acción demoníaca siempre presente en nuestra vida, detengámonos esta vez en el análisis del rol que cumple el sacerdote como ayuda nuestra en esta batalla. [En la imagen: fragmento de "Las tentaciones de San Antonio Abad", óleo sobre tabla de roble, h.1510-1515, obra de Hieronymus Bosch o Jeroen van Aken, conservada y expuesta en el Museo Nacional del Prado, Madrid, España].
El sacerdocio en la lucha contra el tentador
----------Uno de los propósitos por los cuales nuestro Señor Jesucristo ha instituido el sacerdocio ministerial es el de permitir al hombre vencer a Satanás, tanto en el poder que este ejerce sobre los cuerpos (obsesiones y maleficios), como en el que tiene sobre las almas (instigación al pecado).
----------En esta primera parte del estudio que estamos desarrollando, analizamos cuál es el poder del sacerdocio por cuanto se refiere al problema de liberar a las almas de la tentación demoníaca o, en todo caso, de una sujeción voluntaria (aunque sea implícita o inconsciente) al dominio de Satanás.
----------El ministerio sacerdotal comunica a las almas una fuerza decisiva en la lucha contra Satanás. ¿En qué consiste, en efecto, dicho ministerio? Sustancialmente en tres cosas: 1. en el anuncio del Evangelio, 2. en la administración de los sacramentos, 3. en el gobierno o cuidado de las almas.
----------1. En primer lugar, mediante el anuncio del Evangelio, el sacerdote dona a las almas esa luz de verdad que es la Palabra de Dios, palabra que es "viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de doble filo" (Heb 4, 12) y que sirve para derrotar las maquinaciones del enemigo.
----------La Palabra de Dios es también una defensa poderosa: ella es "el escudo de la fe, con el cual se pueden apagar todos los dardos incendiarios del maligno" (Ef 6,16), dado que el combate del cristiano "no es contra criaturas hechas de sangre y de carne, sino contra los Principados y las Potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos que habitan en las regiones celestiales" (Ef 6,12).
----------2. En segundo lugar, mediante la administración de los sacramentos, el sacerdote proporciona a las almas aquella vida y aquella fuerza sobrenaturales que les permiten resistir los gérmenes de muerte que el demonio intenta instilar, así como los golpes que él inflige. El poder satánico es, de por sí, superior a las fuerzas naturales de la razón y de la voluntad del hombre. Por lo cual, la naturaleza humana, sin el auxilio de la luz de la fe y de la fuerza de la gracia, es incapaz de desenmascarar las astucias del demonio y de liberarse de su tiranía. Los sacramentos, comenzando por el fundamental del Bautismo, ponen al hombre en el camino que conduce a la total liberación del poder de Satanás.
----------Sin embargo, este proceso de liberación respecto de las insidias demoníacas nunca se completa del todo en la vida presente. Mientras estemos aquí abajo, las victorias sobre Satanás son siempre parciales, y aunque logremos transitoriamente períodos de tranquilidad, nunca debemos bajar la guardia. "Nuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, siempre anda alrededor nuestro buscando a quién devorar: es necesario resistirle firmes en la fe" (1 Pe 5,8). Es necesario aprovechar los momentos de tranquilidad para reforzar las defensas, manteniéndose preparados para enfrentar nuevos ataques, que generalmente ocurren cuando menos lo esperamos y en los momentos en que disminuimos la vigilancia.
----------El sacramento de la Unción de los enfermos es muy importante en la lucha contra Satanás. Cuando el alma está por concluir su camino terrenal, el demonio sabe que le queda poco tiempo y, por ello, intenta todo lo posible para impedir su salvación. La gracia del sacramento sirve entonces para sostener al alma en la batalla final: si vence esta batalla, será liberada para siempre; si la pierde, será para siempre esclava del demonio en el infierno. La lucha decisiva contra Satanás se juega, por tanto, en el momento de la muerte. Un alma puede haber vivido bien toda su vida, pero si cede al final, no se salva. Por el contrario, otra puede haber vivido mal, pero si en el momento de la muerte se arrepiente sinceramente de todo y rechaza el yugo de Satanás, se salva.
----------También el sacramento de la Confirmación desempeña un papel muy particular en la lucha contra el demonio. Con este sacramento, el Bautismo fructifica en el alma, creando en ella aquella madurez espiritual que le permite al fiel cristiano testimoniar valientemente el Evangelio ante su prójimo, ante el mundo, difundir la fe y combatir victoriosamente al maligno y a sus acólitos. El sacramento de la Confirmación es un sacramento de gran potencia espiritual: está en el origen de todas las cualidades particulares del alma que provienen del Espíritu Santo, sobre todo de los carismas ministeriales (gratiae gratis datae), tanto de los carismas ordinarios como de los extraordinarios, y por tanto también de la propia vocación.
----------También con el sacramento de la Penitencia el sacerdote proporciona a las almas una poderosa ayuda contra Satanás. Lo que mantiene al alma sometida al demonio, en efecto, es fundamentalmente el pecado. Por el contrario, el alma liberada de la culpa gracias al perdón divino es sustancialmente libre del poder satánico.
----------3. El sacramento de la Penitencia, especialmente cuando este sacramento se realiza en la forma de la dirección espiritual, es el particular y preciosísimo momento en el que el ministerio pastoral del sacerdote se desarrolla en su forma más específica, más importante y más insustituible.
----------Durante la confesión, el sacerdote puede ser de gran ayuda para iluminar a las almas y guiarlas eficazmente en el descubrimiento y neutralización de las insidias del demonio. Y para poder dar consejos válidos, es conveniente que el confesor sea experto en la manera en que el demonio tienta a las almas. Las debe saber ayudar a descubrir su presencia y revelar sus tentaciones con miras a ganar la batalla.
----------El penitente, por su parte, sobre todo como hijo espiritual, consciente del problema de la lucha contra Satanás, debe acostumbrarse a tratar con el confesor o el director espiritual sobre aquello que pueda tener relación con dicho problema, escuchando con confianza el parecer del confesor.
----------Las profundas perturbaciones del alma, las dudas sobre la fe y sobre la propia vocación, ciertas sensaciones íntimas y casi indefinibles de desorientación o de angustia, ciertos impulsos sutiles e inexplicables de orgullo, de rencor, de envidia, de rebelión, de desánimo o de desesperación, ciertas impresiones de sentirse falso o hipócrita: todos estos estados de ánimo pueden ciertamente tener causas meramente intrínsecas al yo del penitente. Pero a veces pueden ser, de alguna manera, inducidos por el demonio sin que el penitente mismo tenga clara conciencia de ello.
----------He aquí entonces la importancia de tratar el asunto con el confesor, quien, precisamente del Espíritu Santo, tiene la responsabilidad de ofrecer un parecer, una indicación, una solución. De hecho, los procedimientos para liberarse de tales disturbios serán diferentes según provengan del propio yo (de la "carne") o del demonio.
----------Al considerar la obra sacerdotal de la dirección espiritual estamos, de hecho, considerando ya esa tercera eficacia del sacerdote como ayuda en la batalla del fiel cristiano contra el demonio, que consiste en el gobierno o cuidado de las almas. Detengámonos un poco más detenidamente en este ámbito, que abarca, entre otros aspectos importantes, el discernimiento de los espíritus y el descubrimiento y guía de los diversos carismas.
Función de los carismas en la lucha contra el tentador
----------Los dones del Espíritu Santo son fundamentalmente de dos tipos: dones santificantes ("siete dones") y dones ministeriales. Estos últimos pueden ser ordinarios o extraordinarios. Los dones ordinarios son aquellos que atienden necesidades comunes o institucionales de la Iglesia, como, por ejemplo, el sacerdocio, la vida religiosa, el matrimonio, la asistencia común a pobres, enfermos, necesitados, etc.
----------Los dones extraordinarios son aquellos que se presentan para ayudar a necesidades excepcionales o particularmente graves de la Iglesia y de las almas, como por ejemplo pueden ser períodos de grave y difundida desorientación, necesidad de profunda renovación, enfrentamientos particularmente fuertes con el demonio, peligros gravísimos para la Iglesia, conversión de pecadores muy peligrosos y obstinados, y cosas semejantes. Estos carismas son numerosos y variados. Los principales son los de la profecía y los de las curaciones. Los dones extraordinarios son tradicionalmente llamados "Carismas" en sentido estricto.
----------Todos los dones del Espíritu, de cualquier género o especie que ellos fueren, son necesarios y decisivos en la lucha contra Satanás, considerando dicha lucha en su conjunto. Los dones que son universalmente necesarios son los santificantes, porque sin ellos es absolutamente imposible vencer al demonio y, por tanto, es imposible salvarse. Los dones santificantes son los "siete dones del Espíritu Santo": sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios. Estos dones, por los cuales la acción humana es directamente movida por el Espíritu, llevan a perfección nuestro camino de santificación más allá del nivel de las virtudes, virtudes por las cuales nuestra acción es simplemente fruto de nuestro esfuerzo humano, que sigue siendo una condición presupuesta de nuestra santificación.
----------Los dones ministeriales, en cambio, no sirven tanto para la santificación personal del individuo que los posee, cuanto más bien para la edificación, defensa y difusión de la Iglesia. Mientras que con los "siete dones" nos defendemos a nosotros mismos contra la acción demoníaca, con los dones ministeriales (como indica la palabra) defendemos a los demás, es decir, a la comunidad o a la Iglesia, sobre todo a las almas que más necesitan de conversión y de la misericordia del Señor.
----------El servicio sacerdotal y el carismático, en este campo, se complementan mutuamente. Hemos visto de qué modo el sacerdote defiende a la Iglesia de los ataques de Satanás. ¿Cómo actúa, en cambio, el servicio carismático? Actúa simplemente utilizando los dones recibidos: el fiel religioso, por ejemplo, mediante la plena observancia de su Regla; el fiel casado, mediante el cumplimiento íntegro de sus compromisos de esposo y padre; el maestro, desempeñando bien su labor educativa; el profeta, estando siempre a disposición del Espíritu, conservándose humilde, evitando, con la ayuda del sacerdote, insertar elementos humanos en los mensajes recibidos y aceptando los sacrificios que la misión profética conlleva, con la esperanza del premio particular que le espera si se mantiene fiel; el taumaturgo, viviendo en espíritu de gratitud a Dios y procurando subordinar el don recibido a los valores más esenciales de su propia conversión y la conversión de los demás: sana los cuerpos en vista de la sanación del alma propia y de los otros.
----------Mientras el sacerdote ayuda al fiel carismático a discernir lo que en los mensajes proviene de Dios (eventualmente a través de la Santísima Virgen María o de otros Santos, hombres o ángeles) de lo que proviene solamente del hombre o incluso de Satanás (he aquí la obra del "discernimiento de los espíritus"), el carismático, a su vez, desempeña ante el sacerdote una función de estímulo para cumplir cada vez mejor sus deberes sacerdotales, para santificarse y para corregirse de sus defectos.
----------Tengamos en cuenta que la enseñanza sacerdotal tiene un carácter más teórico, pues se trata fundamentalmente de los dogmas de la fe. Por ello, la responsabilidad primaria del sacerdote al controlar la autenticidad de un mensaje que parece provenir del cielo es la primera verificación que debe hacer, vale decir, ver si el contenido del mensaje es o no conforme a los contenidos de la fe. Si es conforme, el primer examen está superado. Pero es necesario hacer otros controles, en particular: a) observar los frutos prácticos del mensaje; b) verificar la eventual existencia de signos sobrenaturales de credibilidad; c) informarse sobre la conducta moral del vidente; d) pedir la opinión de personas expertas y prudentes.
----------Así, en la responsabilidad de guía práctica de las almas (confesión y dirección espiritual), el sacerdote se basa en los principios pastorales que se derivan de las normas comunes de la moral cristiana, de las enseñanzas de la Iglesia y de los doctores espirituales.
----------El carismático, en cambio, fundamenta su actividad de consuelo y de ayuda a las almas en el contenido de los mismos mensajes recibidos. Por esta razón, mientras las normas de la dirección sacerdotal, como tales, se derivan de los principios comunes y universales de la moral evangélica y presentan lo que es universal y comúnmente necesario para alcanzar la salvación y la santidad, las exhortaciones o indicaciones de los mensajes carismáticos, especialmente si provienen de experiencias extraordinarias, inspiran y estimulan a empresas o iniciativas completamente excepcionales y, en ocasiones, verdaderamente heroicas. A primera vista, a veces pueden parecer extrañas o imprudentes, pero luego, bajo el examen de los hechos y después de un atento análisis, se revelan extremadamente fecundas para el bien de la Iglesia y de las almas.
Estimado padre Filemón, gracias por su artículo, que nos ofrece una reflexión teológicamente densa sobre el papel del sacerdocio en la batalla espiritual, destacando no solo su rol litúrgico y sacramental, sino también su tarea de acompañamiento personal en la lucha contra el tentador.
ResponderEliminarMe llama especialmente la atención cómo se articula la interacción entre los dones ministeriales y carismáticos, subrayando tanto su distinción como su complementariedad.
La reflexión que usted hace conjuga con solidez doctrinal la acción pastoral con el discernimiento espiritual, subrayando la importancia del confesor como guía y detector de influencias demoníacas, sin incurrir en un sensacionalismo espiritualista. Más aún, el tratamiento del Sacramento de la Unción como herramienta de batalla final me parece de una profundidad pastoral notable.
Comparto plenamente sus consideraciones.
Espero ansiosamente la continuación de esta serie.
Estimado Ross,
Eliminarte agradezco por tu comentario tan lúcido. Me alegra que también hayas percibido esa complementariedad entre los carismas y el sacerdocio: sin ella, el combate espiritual se vuelve incompleto. La mirada que aportas sobre la Unción como “batalla final” me parece especialmente iluminadora.
Querido Filemón,
ResponderEliminarcomparto plenamente lo que aquí expresas.
Entiendo que el artículo propone un modelo sacerdotal con un perfil claramente más ascético y combativo en comparación con muchas representaciones contemporáneas. Subraya con fuerza que el sacerdocio no solo transmite gracia mediante los sacramentos o enseña la verdad revelada, sino que participa activamente en una batalla espiritual de dimensiones cósmicas.
Esa insistencia en el discernimiento de espíritus, en la necesidad de sacerdotes formados no solo teológicamente sino también espiritualmente para enfrentar tentaciones y disturbios de origen preternatural, refuerza una visión del ministerio como milicia espiritual. La centralidad del sacramento de la Unción en la “batalla final”, así como el papel del confesor como centinela frente a los engaños demoníacos, abonan este enfoque de clara raigambre ascético-mística.
En contraste, el modelo pastoral más difundido hoy en muchos ambientes parece privilegiar lo comunitario, lo acompañativo, lo terapéutico incluso, a veces en desmedro del combate espiritual entendido en clave tradicional.
Estimado Berengario,
Eliminaragradezco profundamente tu lectura tan sintonizada con la intención del artículo. Has sabido captar —y expresar con notable precisión— el eje que articula la reflexión: el sacerdote no como mero funcionario sacramental o acompañante empático, sino como militante espiritual al servicio del Reino. Tus palabras sobre la “milicia espiritual” son especialmente sugerentes y resuenan con fuerza: no hay verdadero ministerio si no está dispuesto a entrar en el combate, y no hay combate sin formación, discernimiento y caridad.
Coincido también en tu observación sobre cierto desplazamiento pastoral de las últimas décadas: a veces se ha privilegiado lo terapéutico o lo relacional en desmedro de la dimensión sobrenatural y combativa del ministerio. No niego el valor de la cercanía ni de la ternura evangélica —al contrario, son esenciales—, pero sin el fundamento ascético y la conciencia del drama espiritual, se corre el riesgo de trivializar la salvación.
Me alegra que señales el rol del confesor como “centinela”. En efecto, en la economía de la gracia, el confesor no solo absuelve: también ilumina, aconseja, previene, y —cuando es necesario— lucha junto al alma asediada. La Unción, por su parte, como bien dices, nos remite al momento más decisivo de todos: aquel en que se sellan, muchas veces de modo definitivo, las opciones más profundas.
Gracias, una vez más, por tu comentario tan fecundo. En cierto modo, lo que aportas prolonga el artículo en otra clave: menos doctrinal, quizá, pero más testimonial y contemplativa.
Un abrazo en Cristo victorioso.