viernes, 5 de septiembre de 2025

El buenismo ante la severidad, modalidad de la justicia (2/3)

Una invitación a una serena reflexión, que partiendo del concepto tomista de “justa ira” y fortaleza, nos muestra cómo la justa severidad puede moderar la indulgencia contemporánea que aquí llamamos buenismo, y restituir la exigencia moral auténtica en la vida personal y social. [En la imagen: frente de la iglesia Nuestra Señora de la Merced, en Mendoza, templo perteneciente a los Padres Mercedarios, en jurisdicción de la Parroquia Nuestra Señora de Loreto, arquidiócesis de Mendoza, acuarela sobre papel, 2023, obra de P.F., colección privada].

La virtud de la fortaleza: agredir y soportar
   
----------Sin embargo, santo Tomás observa que “el soportar es más difícil que el agredir” (Summa Theologiae, II-II, q.123, a.6) y lo motiva con varios argumentos. Es mayor fortaleza el soportar y el resistir que el agredir y el vengarse. Requiere, por tanto, una mayor virtud, que muestra la elevación y la nobleza de la ética cristiana. Como es sabido, de hecho, Cristo ordena a sus discípulos practicar una justicia superior a la de los escribas y fariseos, los cuales, sin embargo, se remitían al código de la Alianza mosaica contenido en el libro del Éxodo. En la ética cristiana emerge, por tanto, en primer plano la virtud de la mansedumbre, de la docilidad y de la paciencia respecto al espíritu vengativo y rigorista veterotestamentario.
----------Sin embargo, santo Tomás hace notar que, si Cristo ordena, como mayor perfección, tolerar las ofensas personales, mantiene el deber mosaico de vengar las ofensas hechas a Dios y al prójimo, sobre todo si está constituido en autoridad (Summa Theologiae, II-II, q.108, a.1). Es por tanto importante esta distinción entre las ofensas personales y los delitos contra el Estado o la Iglesia o el bien común. Sobre todo es necesario vengar -y esto compete ante todo a la autoridad- el honor de Dios, que puede ser puesto en juego indirectamente, tanto en la ofensa al privado como en aquella ofensa al bien público.
----------A propósito de la mayor perfección que exige la ética cristiana, el Evangelio no prohíbe en absoluto, en línea de principio, como atestiguan el derecho canónico y civil, exigir al ofensor la reparación de una injuria personal, especialmente si es grave. Sin embargo, Cristo exige una mayor perfección para quienes desean ser perfectos, que, cuando es posible, es el perdón. Esto, sin embargo, presupone que el ofensor esté arrepentido. En el caso que no lo esté, no puede ser perdonado.
----------Nuestro Señor Jesucristo, ciertamente, por su celo por el honor de Dios, se ha airado contra los pecadores impenitentes, amenazándolos con el castigo divino; en cambio ha sido misericordioso con los arrepentidos, asegurándoles el perdón y la salvación. Sin embargo, durante su vida terrena, no ha pedido reparación y no se ha vengado por las ofensas sufridas. Dice san Pedro: “sufriendo no amenazaba venganza” (1 Pe 2,23). De este modo, Jesús no se opuso al malvado, aunque lo haya advertido severamente (Mt 5,38), y ha amado a sus enemigos (Mt 5,44), por los cuales se ofreció en sacrificio.
----------Nuestro Señor Jesucristo ha puesto su causa en las manos del Padre, pagando en nuestro lugar nuestra deuda con el Padre. Él hace justicia a los oprimidos (Ap 6,10). La fortaleza de Jesús en esta vida ha sido el soportar la oposición que le vino de los pecadores, hasta el martirio y el sacrificio de sí mismo, mientras que la manifestación de su fortaleza escatológica será en la Parusía su victoria guerrera contra todos los poderes del mal, tal como está representada en el Apocalipsis.
----------Cristo ha vencido por medio de la cruz a las potencias del mundo y al poder de Satanás, transformando las penas de nuestra vida en medios de expiación y de santificación. Pero su victoria final en su segunda Venida será manifestación de potencia invencible y resolutiva.
----------Cristo es el Caballero apocalíptico de ojos llameantes sobre blanco destrero, en el combate escatológico contra las fuerzas del mal, el “Fiel” y el “Veraz”, el Verbo de Dios, con el manto empapado de sangre, al frente de las huestes celestiales, “de cuya boca sale una espada afilada, para herir con ella a las naciones. Él las regirá con cetro de hierro y pisará en el lagar el vino de la furiosa ira del Dios Omnipotente. Un nombre lleva escrito en el manto y en el fémur: Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19,11-16).
----------Es necesario tener presente que al término cristiano “Redentor” corresponde, en hebreo, a un término para designar al Mesías, un término de significado distinto, es decir go’el, que significa “vengador”. Tenemos por tanto una referencia escatológica, que nosotros los cristianos tenemos en común con el judaísmo: el Mesías es el Juez final de los vivos y de los muertos.
----------Por esto, para tener una visión completa del misterio de Cristo, es bueno acompañar la dulce imagen de Jesús misericordioso difundida por sante Faustina Kowalska con la imagen solemne, grandiosa e impresionante del Cristo Pantokrator de los ábsides de las iglesias bizantinas. Lutero ha falsificado la confianza en la divina misericordia, cuando ha excluido el santo temor de Dios de la espiritualidad cristiana.
   
La justa ira como expresión de la fortaleza
   
----------Santo Tomás de Aquino demuestra que un uso moderado, motivado y razonable de la ira, aquella que podemos llamar “justa ira”, entra en la virtud de la justicia, llamada precisamente “vindicativa” o “penal” y es también más específicamente un aspecto de la fortaleza.
----------Dice de hecho santo Tomás: “Dado que la fortaleza tiene dos actos, es decir el soportar y el agredir, no asume la ira para soportar, pues basta la sola razón para el cumplimiento de este acto, sino para el acto de agredir. Por esto asume más la ira que las otras pasiones, porque a la ira le corresponde arrojarse contra una cosa que entristece, y así coopera directamente con la fortaleza agrediendo. En cambio la tristeza, según su esencia, sucumbe a lo nocivo, pero accidentalmente coadyuva en el agredir, o en cuanto la tristeza es causa de ira, o en cuanto uno se expone al peligro para huir de la tristeza” (Summa Theologiae, II-II, q.123, a.10).
----------El airarse, por lo tanto, o el agredir o la venganza, para el Aquinate, no son de por sí pecados contra la caridad y el Evangelio, como muchos creen, sino que, en las debidas condiciones que ahora explicaremos, pueden ser actos de virtud.
----------Indudablemente, hoy por hoy la palabra “venganza” tiene mala fama, porque se la asocia al odio, al rencor, a la intemperancia, a la pasionalidad, a la violencia y, por tanto, a la injusticia. Sobre todo a muchos les parece estar en contraste con las grandes virtudes de la caridad, de la mansedumbre, de la misericordia y del perdón. Pero no es así. En este artículo intentaremos aclarar cómo son realmente las cosas desde el punto de vista cristiano, tomando como guía a Santo Tomás de Aquino.
----------Él no tiene problema en hablar de vindicta y vindicatio (Tomás dedica incluso una quaestio entera de la Summa Theologiae, II-II, q.108, al tema de la vindicatio), pero se nota que es plenamente consciente de la delicadeza del tema y del riesgo de perder el debido equilibrio. Pero Tomás, como sabemos, es maestro de un pensamiento equilibrado y también esta vez no nos defrauda.
----------Recurramos a un ejemplo. Como sabemos, los fármacos son de por sí venenos, los cuales, sin embargo, usados en las debidas dosis y en ciertas condiciones, hacen bien. Así es para aquellas virtudes, que de varias maneras tienen que ver con el mal de pena y el sufrimiento.
----------Este mal, como todo mal, naturalmente nos repugna. Y, sin embargo, la sabiduría moral, sobre todo cristiana, nos enseña a utilizar estos males para nuestro bien y el bien ajeno. El vengar o vengarse es una de estas delicadas operaciones, como por ejemplo la autodefensa, la insurrección (se entiende contra un régimen tiránico), el uso de las armas, el sacrificio, la expiación, la paciencia, la renuncia, las cuales, si son bien conducidas, transforman en beneficio el veneno.
----------La moderación de la ira, como demuestra Tomás, es uno de los aspectos de la virtud de la fortaleza. “A la ira le corresponde lanzarse contra algo que entristece, y así ella coopera directamente con la fortaleza agrediendo” (Summa Theologiae, II-II, q.123, a.10). La ira introduce por tanto el concepto de la venganza.
----------Dice santo Tomás: “El movimiento de la ira surge a causa de alguna tristeza infligida, con la presencia del deseo y de la esperanza de vengarse” (Summa Theologiae, I-II, q.46, a.1). “Quienquiera que se aira, quiere vengarse de alguien. Y así el movimiento de la ira tiende a dos cosas, es decir, a la misma venganza, que él apetece y espera como un cierto bien, por lo cual se deleita en ella; y también tiende hacia aquello de lo cual quiere vengarse, como cosa contraria y nociva, que tiene razón de mal” (Summa Theologiae, I-II, q.46, a.2).
----------A menudo en la vida se presentan ocasiones en las cuales es necesario o puede ser oportuno hacer uso moderado de la ira, ya sea para conservar, recuperar o defender nuestros intereses o los intereses de los demás o derechos, o incluso para salvar nuestra vida o la de otros. La justa ira puede tener finalidades personales, sociales, morales y espirituales. Y en todo caso tiene siempre por fin el restablecimiento, con la persuasión o con la coerción, del orden violado por la injusta agresión.
----------Si, por ejemplo, ocurre que un ladrón en la vía pública intenta arrancarme el portafolio, puedo a mi vez, si me resulta, arrancárselo de las manos. O por ejemplo, si soy públicamente difamado, puedo demostrar públicamente mi inocencia y avergonzar públicamente al difamador.
----------No hay que dejarse sorprender por la ira, porque en este caso la razón difícilmente logra controlarla. Sin embargo, ella no debe ser siempre reprimida; sobre todo no debe ser reprimida de modo violento, como sucede con todas las pasiones, porque ello provoca trastornos psíquicos, como demuestra la psiquiatría.
----------Pero también es erróneo dejar desahogar o dar libre curso a las pasiones, creyendo así que se es espontáneo y libre y que su moderación es imposible. Esta conducta no procura ninguna libertad, sino que hace cada vez más esclavos de las pasiones. El laxismo permisivista freudiano, negador del libre albedrío, no es menos peligroso para la salud psíquica y para la virtud moral que el rigorismo voluntarista estoico y jansenista. El freudismo genera personas embrutecidas como bestias. El rigorismo genera escrupulosos, que caen en las neurosis maníaco-depresivas.
----------Igualmente nefasta es aquella concepción de las pasiones, de marca idealista, que, dejando de lado con suficiencia la naturaleza “animal”, excluye su ejercicio del interés moral, que queda artificialmente encerrado en el horizonte insondable e insindacable de una así llamada “opción fundamental” subjetiva, atemática, incontrolable e inverificable, cómodo pretexto para hacerse pasar como místicos, mientras al mismo tiempo se descuida la observancia de los preceptos morales y el dominio de las pasiones, relegados a la incertidumbre y opinabilidad de lo “categorial” empírico y vulgar.
----------Por tanto, airarse no es siempre y en todo caso pecado, como algunos creen. Es pecado si uno se aira por envidia o por odio o por impiedad o, en todo caso, por mal ánimo. No es pecado si uno se aira contra el mal, contra los escándalos y los pecados que son cometidos. La ira, por otra parte, es ciertamente pecado, si no está moderada por la razón, si faltan motivos justos para airarse, si ella es excesiva, o también demasiado escasa, o si está al margen de las debidas circunstancias (está claro que sería insuficiente airarse por un acto de terrorismo islámico que ha hecho masacre de una comunidad cristiana así como uno se podría airar por la pérdida del portafolio conteniendo 300 dólares).

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