sábado, 25 de octubre de 2025

Meditación sobre el Misterio Eucarístico (7/8)

¿Participamos en la Santa Misa como espectadores… o como ofrenda viva unida al sacrificio de Cristo? La doble consagración: ¿mero símbolo… o verdadera separación sacramental del Cuerpo y de la Sangre? Si la Eucaristía es adoración, acción de gracias, súplica y expiación, ¿cuál de estos cuatro fines olvidamos más fácilmente? “Nimm mich mir, und gib mich dir”: ¿nos dejamos arrancar de nosotros mismos para ser entregados del todo a Dios ¿Qué significa que en cada Hostia está entero el Señor, más allá del tiempo y del espacio? [En la imagen: fragmento de "Iglesia San Ponciano", acuarela sobre papel, 2024, obra de P.F., colección privada, representando la Basílica y Santuario Arquidiocesano de San Ponciano, Arquidiócesis de La Plata, Argentina].

“Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía,
y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar”
San Ireneo de Lyon, Adversus haereses IV, 18, 5
   
----------Esta es nuestra última meditación acerca del Misterio Eucarístico, y la queremos dedicar enteramente a este tema: cómo concretamente participar nosotros mismos en la Santa Misa. Ya hemos visto qué cosa es la Santa Misa. Hemos dicho que es la re-proposición o también se puede decir reactualización o representación, sacramental, sustancial e incruenta del único sacrificio de nuestro Señor y Salvador, ofrecido una vez para siempre en la cruz al Padre. Este único sacrificio, que se ha históricamente cumplido en aquel determinado momento, es re-propuesto en cada otro momento en la celebración de la Santa Misa.
----------Es el mismo sacrificio, con el mismo Sacerdote principal, Jesucristo nuestro Señor. Es diverso solo el modo de sacrificar, el modo de ofrecer este sacrificio. Fue un modo cruento en el Gólgota. Es un modo incruento en el sacrificio de la Santa Misa. Hemos visto también cómo Jesús se hace presente sobre el altar precisamente en el estado en que actualmente se encuentra en la gloria del Padre, pero se hace presente de manera sustancial, o sea en virtud de la transustanciación, es decir, cambio sustancial, después del cual permanecen las especies del pan y del vino, las apariencias, las cualidades, las propiedades, los accidentes como se suele decir, mientras la sustancia no permanece. La sustancia del pan y del vino ha sido cambiada enteramente, materia y forma, toda la sustancia ha sido cambiada pasando a sustancia del cuerpo y de la sangre del Señor.
----------Hemos visto también cómo la presencia de Jesús se realiza precisamente en virtud de la sustancia y no ya en virtud del lugar o de las realidades accidentales que revisten justamente la sustancia del cuerpo del Señor. Hemos visto cómo puede suceder este prodigio de la elevación por así decir de Cristo sacramentado, de Cristo presente en la eucaristía, más allá, como dice el padre Garrigou-Lagrange, de las leyes del espacio y del tiempo. Por lo tanto, Jesús está presente según su lugar celestial, no según el lugar terrestre.
----------Es por esto que se hace posible que el cuerpo del Señor esté encerrado todo entero en aquella pequeña partícula, en aquel pequeño fragmento de la Hostia. Se hace posible también que en virtud de esto nuestro Señor Jesucristo esté, esté presente, por encima de las leyes del tiempo y del espacio, es decir, que se encuentre contemporáneamente y simultáneamente en lugares diversos.
----------Hemos visto finalmente cómo la presencia sacramental del Señor comporta un doble tipo de hacerse presente. Uno, en virtud del sacramento mismo. Es decir, Jesús se hace presente precisamente en virtud del signo sagrado. Retorna la definición agustiniana signum rei sacrae, signo de una realidad sagrada. La Eucaristía representa bajo la especie del pan el cuerpo del Señor, bajo la especie del vino la sangre del Señor.
----------Por lo tanto, esto acontece en virtud del sacramento. Y, nótese bien —y esto no debe nunca olvidarse— que en la Nueva Alianza los sacramentos no solo significan, sino que producen aquello que significan. Por eso, en virtud de la causalidad productiva, precisamente realmente eficaz del sacramento, se hace presente Nuestro Señor, separadamente, como cuerpo y como sangre.
----------En cambio, en virtud de la llamada real concomitancia, es decir, en virtud de toda aquella realidad que acompaña realmente la presencia del cuerpo y de la sangre, está presente Nuestro Señor entero bajo las dos especies, bajo la una y bajo la otra especie. En efecto, la expresión “concomitancia” no es fácil de traducir en español; ella significa acompañamiento.
----------Para nosotros esto es significativo para la constitución del sacrificio y por lo tanto también para la fructuosa participación en la Santa Misa. Es necesario individuar el momento central de la Santa Misa, vale decir, el momento en que se cumple el sacrificio: el aniquilamiento de la víctima. Este aniquilamiento acontece precisamente en la doble consagración. He aquí la tesis que ya hemos de algún modo anunciado y que ahora retomaremos para decir cómo participar en la Santa Misa.
----------Es el momento de la doble consagración, precisamente porque en ella se separa la sangre del cuerpo del Señor. Hay dos fórmulas de consagración, dos actos sacrificiales. Se requieren ambos y solo ambos. No basta uno solo. Solamente en su integridad, en su dualidad, estos dos actos consagratorios integran el único sacrificio.
----------Por lo tanto, se pone sobre el altar el cuerpo del Salvador y, separadamente del cuerpo del Salvador, se pone sobre el altar también su sangre. Y repito que esta separación, por cuanto sea sacramental, no es un puro símbolo. Nosotros hoy frecuentemente pensamos el concepto de sacramento como un buen signo. Y sí, es también eso, pero no es sólo eso, porque es un signo eficaz, un signo que produce.
----------Por lo tanto, si verdaderamente esta doble consagración significa la separación del cuerpo y de la sangre, ella no solo la significa, sino que también la produce. La produce, sin embargo, de manera sacramental y sustancial. Lo cual nos explica que esta separación o efusión -digámoslo así- de la sangre del cuerpo de Cristo aconteció en la cruz cruentamente, así de manera incruenta acontece precisamente sobre el altar.
----------Por eso no hay duda de que el momento más solemne, más sublime y más grande de la Santa Misa, aquel sobre el cual todo el resto del rito de la Santa Misa está concentrado, es el momento de la consagración del pan y del vino, que entonces se convierte en el cuerpo y en la sangre del Señor.
----------Ahora bien, recapitulemos. Hemos visto anteriormente, y nos hemos detenido un poco, sobre el modo particular en que la Santísima Virgen ha sido asociada a los misterios de su Hijo, al misterio de su nacimiento, de su vida, pero también de su pasión y muerte. Recordemos la profecía de Simeón. Los Santos Padres dicen que la Santísima Virgen delante de la cruz del Señor con dolor nos ha dado a luz a nosotros pecadores a la vida nueva, mientras con gozo ha dado a luz al Salvador en Belén.
----------Precisamente con esta su asociación al sacrificio de Cristo, con este desgarrador dolor, que debía sufrir en aquel momento, claramente este dolor de manera extremadamente significativa es descrito por Simeón como una espada que traspasará su alma. Precisamente la Virgen con este dolor que ha sufrido bajo la cruz, nos ha dado la vida a nosotros pecadores, vida de Cristo, vida de aquellos que están destinados a morir juntamente con Cristo para resucitar juntamente con él.
----------Entonces hemos visto, sin embargo, cómo en la Virgen no está este aspecto de la necesidad de expiar por ella misma, porque ella era efectivamente perfectamente libre de toda mancha de pecado desde sus orígenes, y por esta su extraordinaria pureza y santidad, la Virgen era apta precisamente para unirse inmediatamente de manera plena y perfecta al sacrificio de Cristo sobre la cruz. Por eso ella, junto con Jesús, ofrecía este sacrificio de su hijo. Y como el sacrificio del Señor, el Cordero inocente, era grato al Padre, así también el sacrificio de la Virgen le fue grato.
----------En cambio nosotros, pobres pecadores, no solo debemos ofrecer sacrificios por los otros, sino que debemos en primer lugar buscar expiar nuestros propios pecados. Vemos así la importancia de nuestra participación en la Santa Misa para nuestra misma santificación, para obtener el perdón de nuestros pecados.
----------Y entonces es necesario tener bien presente el cuádruple fin de la Santa Misa, la cual es la oración más sublime que existe, es decir, una oración, que junto con ser oración es también un sacrificio, y que es presentada como oración y sacrificio al Padre por el mismo Cristo, cuya oración no puede ser vana. Vemos así la eficacia de esta oración. El Padre siempre escucha a su Hijo. Nosotros no merecemos ser escuchados. Pero cuando es Jesús quien ora, no hay nada que el Padre pueda rehusarle.
----------Por lo tanto, la Santa Misa es la oración más grande que existe. Y es por esto que en la Santa Misa nosotros encontramos todos los elementos de la oración. Por lo tanto, participar en la Santa Misa significa sobre todo orar bien. Y orar bien significa elevar nuestra mente al Señor, por lo tanto, precisamente estar presentes espiritualmente a aquello que acontece sobre el altar, estar presentes en este momento en que Jesús mismo se hace presente. Debe ser un verdadero y propio encuentro nuestro con el Salvador.
----------El Salvador viene en medio de nosotros, el Logos que se ha encarnado establece su morada eucarística y sacramental en medio de nosotros, y nosotros nos acercamos espiritualmente a Él. Este encuentro con el Señor es esencial. Y como toda oración, también ésta asume su cuádruple momento. El primero es sobre todo la oración de adoración. Puesto que la forma más alta de oración es la adoración, también en la Santa Misa sobre todo es necesario adorar a la Trinidad Santísima por el misterio de su inefable amor.
----------Dios no podía hacer más que así por el hombre. Como dice santo Tomás, conmovido justamente por este gran amor de Dios por nosotros: “No hay otro pueblo que tenga a Dios tan cercano a sí”. Dios que precisamente ha venido lo más cerca posible con su presencia eucarística. Adoremos, por lo tanto, este misterio de la bondad divina, que se manifiesta en Cristo y en particular en Cristo eucarístico.
----------Y luego en esta adoración está sobre todo -por así decir- la entera sumisión del hombre entero a Dios. Es por esto que, también para la adoración vale esta definición, que santo Tomás de Aquino da de la oración, es decir, una elevatio mentis ad Deum, en la cual de algún modo se verifica una ordenación del hombre respecto a Dios, es decir, el hombre ordena alguna cosa a Dios.
----------Se podría decir que esta es la característica de la oración de impetración. Nosotros pedimos, en efecto, alguna cosa al Señor, o sea que Él haga algo a nuestro favor. Pero no se trata solo de ordenar con la inteligencia práctica, de ordenar en la petición o en la impetración que alguna cosa sea hecha. Sino que se trata también de ordenar alguna cosa más profunda. Es decir, se trata incluso de ordenarnos a nosotros mismos, a todos nosotros mismos. ¿Ordenarnos a quién? Ordenarnos a Dios. ¿De qué modo? Sometiéndonos a Él. Y esta sumisión del hombre entero a Dios se llama adoración.
----------Por lo tanto, vemos cómo también en la oración de adoración está este aspecto de la elevatio mentis ad Deum, más aún, cómo precisamente la adoración realiza en pleno esta definición, esta misma esencia de la oración. Por lo tanto, el primer momento es aquel de la adoración.
----------El segundo momento es el momento del agradecimiento. Eucaristía quiere decir precisamente esto: bendecir, agradecer al Padre por los beneficios que nos ha otorgado. Por lo tanto, agradecer al Señor por su bondad. Agradecerle precisamente para merecer ser escuchados otra vez. Porque, si somos ingratos, no debemos pensar que el Señor vaya todavía a tener piedad de nosotros. Ciertamente, la bondad de Dios es siempre más grande que nuestra descortesía con Dios, llamémosla así. Pero es una cosa muy importante para la vida espiritual tener esta delicadeza del agradecimiento en nuestra relación con el Señor, estar atentos a aquel bien que Él nos otorga y agradecerLe precisamente de corazón. Vemos, por lo tanto, que el elemento del agradecimiento es sin duda extremadamente importante.
----------Luego está también el elemento impetrativo, la petición. En la Santa Misa nosotros debemos presentar al Señor todo aquello que está en nuestro corazón. Debemos precisamente pedirLe todo aquello de lo que tenemos necesidad. Por lo tanto, también este elemento impetrativo es muy importante. No nos desanimemos. No pensemos no poder pedir nada delante de una presencia tan grande. Ciertamente que la presencia es grande, grandísima, pero es una presencia de misericordia y de bondad.
----------El Señor quiere que nosotros le supliquemos. Nuestro mismo Señor Jesucristo nos pide pedir a su Padre cualquier cosa en Su Nombre y nos promete otorgarnos todo aquello de lo que tenemos necesidad. Por lo tanto, es necesario insistir con el Señor también en las oraciones imperativas. Ciertamente, la oración de impetración debe sobre todo salvaguardar todos estos cuidados de delicadeza. Es cosa evidente. Es necesario pedir cosas buenas. Pero esto es una cosa natural.
----------Pero es necesario luego pedir también cosas serias, realmente importantes. Aunque pidamos cosas digamos un poco particulares, es necesario siempre pedirlas en vista de cosas más grandes y sobre todo de aquello que es el objeto principal de nuestra esperanza, en vista de la salvación de nuestra alma. Es necesario pedir con reverencia y con paciencia, no con prepotencia.
----------Con Dios, no es necesario hacer un pacto en estos términos: “Oh Dios, o Tú me escuchas o yo no te rezo más”. Esto no se debe nunca hacer. ¿Por qué? Porque naturalmente invierte la situación del hombre delante de Dios. Es como si el hombre osara mandar alguna cosa al Señor. Y esto en verdad sería una cosa impía.
----------Por lo tanto, es necesario efectivamente dejar que el Señor sea respetado en su soberanía divina y por lo tanto dejar a Él también —cosa ésta importantísima— el tiempo y el modo en que quiera escucharnos y cómo quiera escucharnos, porque el Señor sabe mejor que nosotros qué cosa verdaderamente nos conviene. Es por esto que san Pablo dice que nosotros no sabemos qué cosa debemos pedir, pero por fortuna es el Espíritu que intercede por nosotros con gemidos inefables. Así, con esta actitud de un cierto no saber o de una cierta total ignorancia, es necesario acercarse a esta oración de impetración.
----------Y luego finalmente la Santa Misa en sí misma, toda entera en el hecho de que el Salvador se hace presente de nuevo en su sacrificio sacramentalmente, es un sacrificio de expiación por nuestros pecados. Y por lo tanto obtiene un aumento de la gloria de Dios. Y entonces la bondad de Dios se dilata sobre toda la tierra. Y el Hijo, en su sacrificio, también en el eucarístico, glorifica al Padre y es glorificado a su vez por el Padre.
----------Está este intercambio de gloria entre el Padre y el Hijo. Jesús que pide al Padre: “Padre, glorifica Tu nombre”. Como bien recordamos. Y el Padre responde: “Lo he glorificado y lo glorificaré todavía”. Por lo tanto, tenemos esta clara cum laude notitia, esta manifestación de la grandeza, de la bondad y de la santidad del Señor; y el aumento, por lo tanto, de la gloria extrínseca de Dios.
----------Y luego también este sacrificio, cada vez que es celebrado, obtiene una ulterior reconciliación entre el hombre y Dios. Este sacrificio aplaca siempre a Dios respecto a nosotros pecadores. Cuántas gracias han pasado ya a través de la Santa Misa. Cuánta ira de Dios, que nosotros hemos merecido, nos ha sido ahorrada por la Santa Misa, por el hecho de que el Señor ha presentado a su Padre sus llagas.
----------Lo sabemos bien: es la única cosa que nos salva. De otro modo verdaderamente el Padre Eterno debería ya habernos aniquilado en su ira. Pero por fortuna tenemos un abogado en el cielo, nuestro Señor Jesucristo, que está siempre allí para interceder por nosotros. Entonces, a fin de participar bien precisamente en esta acción suprema de la Iglesia, es necesario darnos cuenta de esta cuádruple función de la Santa Misa, vale decir, que es una oración de adoración, de agradecimiento, de impetración y sacrificio de expiación. Claro que hay que decir que propiamente hablando, aquí no se trata de diferentes formas de oración, sino de diferentes fines de la Misa. La adoración, el agradecimiento y el sacrificio son todos actos religiosos, pero distintos de la oración. Esta, en cambio, propiamente hablando, no es otra cosa que una petición de ayuda o de socorro propia del necesitado, es decir es una impetración.
----------Luego está el momento extremadamente importante de la consagración. En el momento de la consagración es necesario que todos los fieles, junto con el sacerdote, todos aquellos que justamente están allí alrededor del altar, conformando la asamblea celebrante, realicen una ofrenda a Jesús eucarístico. Jesús, lo hemos visto, quiere ofrecer, está animado por esta obediencia toda a su vez encendida de caridad. Es necesario ver bien cómo la obediencia del Señor, que lo lleva al sacrificio, esta obediencia es imperante, dice santo Tomás de Aquino. En efecto, las virtudes más grandes imperan sobre las virtudes más modestas. Así la virtud de la caridad impera sobre todas las otras virtudes, manda a todas las otras virtudes.
----------La obediencia del Señor está toda sometida a este mandato de la caridad. El Señor obedece por amor del Padre y por amor de la humanidad a salvar. Y esta obediencia es usque ad mortem, hasta el sacrificio. Pero el Señor tiene una caridad expansiva, quiere abrazar en su amor. Y no es cosa pequeña.
----------Nosotros decimos: “Sí, Señor, abrázanos también”. Solo que, el amor del Señor es muy exigente, porque el Señor, si nos abraza en su caridad, quiere que nosotros lo sigamos allí donde está Él mismo. Es necesario precisamente ser amigos del Señor y siervos del Señor al mismo tiempo. Y el Señor nos dice: “Allí, donde estoy Yo, allí estará también mi servidor”. Y por lo tanto, puesto que el Señor ha subido a la cruz, quiere que también nosotros estemos con Él en la cruz. Y esto lo debemos comprender bien: que el amor de Jesús es una cosa que nos responsabiliza al máximo. Pero es necesario precisamente en este momento hacer esto con mucha atención, cosa útil, pero muy delicada y bajo un cierto aspecto también arriesgada.
----------Por lo tanto, es necesario precisamente ofrecernos con toda nuestra vida a Dios, en el momento de la ofrenda sacrificial de Jesús, por lo tanto unirnos a este sacrificio crucificante. Es decir, precisamente que lo queremos nosotros mismos. Y aquello de lo que Jesús tiene necesidad, aquello que Jesús desea es nuestro consentimiento, quiere nuestro sí libre, sentido, dictado por la caridad, como su sacrificio estaba todo dictado por la caridad. Quiere nuestro sí dictado por el amor, nuestro sí de adhesión a su sacrificio.
----------En efecto, Jesús quiere ofrecerse al Padre a Sí mismo, pero junto con Sí quiere ofrecer a toda la Iglesia, a todos aquellos que le pertenecen. Cada uno a su modo, es ofrecido junto con Jesús. Vemos entonces que es muy importante que nosotros demos este nuestro pleno consentimiento bien advertido y fuertemente querido a este sacrificio, que es un sacrificio cuya víctima es al mismo tiempo Jesús y la Iglesia, la cual es como Jesús en el misterio, el Cuerpo místico de Cristo, como el Cristo místico. Es cosa importantísima.
----------Por lo tanto, desprendimiento de nosotros mismos. La caridad es este separarnos de nosotros para adherir a Dios. Los Autores antiguos, tengo en mente sobre todo al Pseudo-Dionisio, en tantas cosas no son fiables, pero en esto él dice cosas muy bellas. Dice precisamente que la caridad, el amor de Dios, como todo amor en un cierto sentido, es una adhesión a la persona amada de manera tal casi de destruirnos a nosotros mismos. Y de hecho, en general, esta es una cosa muy interesante. Es decir, en general todo tipo de amor está en sí connotado por un cierto sacrificio, y lleva en sí la señal de un cierto sacrificio. Está en esta adhesión al otro, al que se quiere bien, también un renunciar a nosotros mismos.
----------Esto se da sobre todo en el amor sobrenatural a Dios, que es en particular un amor sobrenatural a Dios de parte de nosotros pecadores, por lo cual, para adherirnos a Dios, necesitamos santificarnos, es decir, separarnos completamente de aquel hombre viejo que todavía nos aflige. Y este desprendimiento de nuestras malvadas inclinaciones, dado que ellas se han vuelto casi como una segunda naturaleza que nos envuelve, se convierte siempre en un morir a nosotros mismos.
----------Es por esto que Garrigou-Lagrange cita esta bellísima invocación u oración jaculatoria que decía el Beato Nicolás de Flüe, este santo suizo, el cual decía en alemán Nimm mich mir, und gib mich dir, “tómame de mí y dame a Ti”. Vemos entonces este aspecto del desprendimiento de nosotros y de adhesión al Señor. Todo el amor de caridad está en esta fórmula: que el Señor nos separe de nosotros mismos, nos tome, nos quite de nosotros mismos, y nos done completamente a Sí, a través del sacrificio del Señor. Por lo tanto, es necesario unirse al sacrificio de Cristo con esta invocación interior dictada toda por la caridad.
----------Luego está el momento de la elevación, cuando el sacerdote alza la hostia consagrada, que hace apenas instantes ha devenido el cuerpo del Salvador, y luego el cáliz con la sangre de Cristo. Pues bien, en aquel momento es justo que todos los fieles vean precisamente a esta víctima sacrificial. Incluso la Iglesia una vez ligaba indulgencias a este ver al Señor en el momento de su sacrificio.
----------Y esta elevación de las especies sagradas tiene un doble fin. No solamente el de adorar. Ciertamente que está también eso, pues en ese momento es necesario inmediatamente hacer un acto de adoración, en esta simple sumisión de todos nosotros al Señor. Pero hay más. Dice en efecto san Alberto Magno: “Las especies sagradas son elevadas durante la Santa Misa para que todos extiendan las manos y expresen su intención de ofrecerse ahora al Padre por medio de Aquel que se ha ofrecido una vez para siempre Él mismo sobre la cruz”.
----------Por ende, es necesario de algún modo ir al encuentro de la cruz del Señor, que en este momento ha sido puesta delante de nosotros sobre el altar. He aquí este encuentro entre nosotros y Jesús. Jesús se ha ofrecido una vez para siempre por nosotros. Nosotros nos ofrecemos por su medio a la gloria del Padre. En este sentido justamente están estas estupendas palabras del Canon, que concluye así: “Por Cristo, con Cristo y en Cristo”. Y luego se dirige a la gloria precisamente de Dios. Toda esta nuestra acción, nuestro vivir, nuestra existencia, todo aquello que nosotros somos, todo esto debe ser ofrecido al Padre por Cristo, con Cristo y en Cristo. Por lo tanto, en ese momento de la conclusión del canon, inmediatamente antes de la oración del Padre Nuestro, es necesario pensar en esta nuestra asociación, en esta nuestra unión al sacrificio del Salvador.
----------Garrigou-Lagrange hace sobre ello una meditación muy bella, pero que por desgracia no podemos explicar aquí, porque nuestra meditación ya está siendo demasiado extensa. Solamente lo sugiero, entonces, y es el hecho de que la oración en el Santo Rosario, que no es estrictamente oración litúrgica, pero muy cercana a la liturgia, de algún modo explica y hace fructuosa nuestra participación en la Santa Misa.
----------Hoy en día, les recomiendo, es necesario estar atentos. Esto es justo, porque es necesario ver aquello que el sacerdote cumple precisamente para tener presente el signo y a través del signo también el significado, siempre esperando, como ya les he dicho en las primeras meditaciones, que el signo representa verdaderamente el gran significado que debe representar.
   
Aclaración: La presente entrada es continuación de la serie sobre el mismo tema.
Artículos precedentes: 1, 2, 3, 4, 5, 6.

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