¿Es la Santa Misa solo rito o también combate real contra las potencias del mal? ¿Qué significa ser no solo sacerdotes de la Víctima, sino también víctimas de nuestro sacerdocio? ¿Cómo vivimos personalmente la Pascua: como alegría sin cruz, o como alegría que ha atravesado la muerte? ¿Cómo se hace fecunda la Redención de Cristo en nosotros: basta asistir, o es preciso ofrecernos? ¿Qué arma queda al cristiano frente al maligno, sino la unión eucarística al Crucificado y Resucitado? [En la imagen: fragmento de "Catedral de Salta", acuarela sobre papel, 2022, obra de P.F., colección privada, representando la Catedral Basílica de Salta y Santuario del Señor y la Virgen del Milagro, Arquidiócesis de Salta, Argentina].
----------Pero es justo que los fieles estén atentos a aquello que se cumple sobre el altar, precisamente porque esta acción es una acción sacramental, es decir, un signo que significa algo. Pero sería exagerado y absolutamente equivocado poner casi en contraposición estas dos devociones. Hay algunos que han así malentendido el Concilio Vaticano II, como de costumbre sucede. Entonces, no es que el Santo Rosario sea un algo que oscurezca la Santa Misa. No. Todo al contrario.
----------Precisamente en esta nuestra unión a nuestro Señor Jesucristo, a aquel Jesús que está presente allí sobre el altar eucarístico, Jesús está presente, lo hemos visto, en y con aquella gloria de la cual actualmente goza junto al Padre. Pues bien, todo esto nos une a la cruz de nuestro Salvador, al dolor que nos ha salvado. Y por lo tanto estos dos géneros de misterios gozosos y dolorosos deben ser vividos también eucarísticamente en espera de que se cumplan también en nosotros los misterios gloriosos, que nos esperan en la patria celestial y que por lo tanto poseemos en la esperanza.
----------Pero es extremadamente importante vivir precisamente la Eucaristía en esta clave mariana. Hemos visto cómo Nuestra Señora es la Virgen sacerdotal por excelencia; es aquella que más perfectamente que cualquier otro cristiano se ha unido al sacrificio de Jesús sobre la cruz; es aquella que de la Santa Misa, como sacrificio de Cristo, entiende mucho más de cuanto nosotros mismos podemos entender. Vemos entonces cómo es importante dejarnos adoctrinar por la Santísima Virgen, Madre del Salvador, precisamente para vivir bien nuestra unión eucarística a Cristo, en sus misterios gozosos y dolorosos, en espera de los misterios gloriosos.
----------Luego, otra cosa muy importante, que el padre Garrigou-Lagrange, como buen tomista, calurosamente recomienda, es una fructuosa Comunión. Es evidente, porque el sacrificio del Señor es un sacrificio tanto de ofrenda al Padre, como de comunión, con el Padre y con los hermanos.
----------Como en la Antigua Alianza estaban estos sacrificios donde la víctima no era totalmente devorada por el fuego; había algunas partes que eran quemadas y otras eran distribuidas entre sacerdotes y pueblo, de modo que prácticamente todos se sentían unidos en esta única celebración.
----------Así también el sacrificio del Salvador es un sacrificio de comunión. Por lo tanto, debemos pensar en esto, que en cada santa Comunión nuestra, Jesús, verdaderamente y realmente presente, viene a habitar, establece su morada en nosotros. Y no es una cosa pequeña. Porque viene a establecer una morada verdaderamente objetiva, real, física, sustancial, dentro del hombre. De modo que el hombre, apenas después de haber comulgado, es verdaderamente como un ostensorio viviente, como se decía en otros tiempos. Este es un piadoso pensamiento para animar a los cristianos a agradecer al Señor por la Santa Comunión. Es necesario sentirnos así. Precisamente saber que el Señor mora en nosotros.
----------Y al mismo tiempo, Jesús quiere con esta su presencia en nosotros, transformarnos en Sí. Recordemos aquello que Jesús dijo a san Agustín, que cuando él comía el cuerpo del Salvador, no era él hombre que asimilaba a sí a Jesús, sino que era Jesús que asimilaba a Sí, santificándolo, al hombre.
----------Por lo tanto, el padre Garrigou-Lagrange dice que es necesario tender a este continuo progreso de nuestra vida eucarística. Cada santa comunión debería ser un poquito más fervorosa que la de antes. Les confieso que no es una cosa fácil de realizar. Pero no se asusten. Tiendan verdaderamente también a esto, sobre todo con una buena preparación a la Santa Misa, con una fructuosa participación en la misma y con un agradecimiento después de haber recibido la Eucaristía.
----------Es necesario decir esto que estoy diciendo. Algunos a veces se sienten un poco turbados por el hecho de que en el mismo momento de la Comunión no sienten nada de particular. Esto no es grave. Es grave si la Eucaristía, a la cual comulgamos, no lleva justamente ninguna mejora en nuestra vida moral y en nuestra vida espiritual. Pero el hecho de la sensibilidad implicada o no, no es decisivo.
----------El sentir espiritual depende de la voluntad iluminada por el intelecto; no es como el sentir físico y emocional que, si falta el órgano, no funciona. Aquí evidentemente el acto de la voluntad no puede hacer nada. Pero las alegrías del espíritu nacen necesariamente cuando la voluntad realiza un acto de amor hacia el objeto adecuadamente conocido. Por ejemplo, como dice santo Tomás, la eucaristía es un bien espiritual muy delicioso, omne delectamentum in se habentem. Por eso, para gozar de esta alegría es suficiente aplicar el pensamiento a aquel alimento divino que ha entrado en nosotros. Si Dios quiere, puede conceder un deleite especial de tipo sobrenatural místico. Pero si la Comunión está bien hecha, no hace falta pretender estos estados excepcionales para poder saborear la inefable alegría que procura la Eucaristía.
----------Y no hay tampoco necesidad de que este progreso se vea en el mismo momento de la Comunión. Si está, es mejor. Pero si no está, no es una tragedia, porque a menudo el Señor estas gracias las otorga también a la distancia del tiempo. Por lo tanto, ya está presente en el momento en que comulgamos, pero a menudo sin embargo esta su gracia se hace visible de algún modo también después.
----------Por lo tanto, no pensemos que nuestras Comuniones sean inútiles, cuando en aquel momento no nos sentimos particularmente ligados al Señor. Pero es justo prepararse bien a la Santa Comunión y luego cuidar también bien nuestro agradecimiento y toda la piedad eucarística, las visitas al Santísimo, etc.
----------Es cosa importante también ésta: sentirnos sacerdotes, en el sentido equilibrado. Naturalmente también en este campo, de nuevo como de costumbre ha habido abominables exageraciones en la interpretación no siempre justa del Concilio. Es necesario sentirnos sacerdotes de la Nueva Alianza. Discurso muy justo. El Concilio lo hace con mucho coraje, pero también con mucha sabiduría.
----------Por lo tanto, es necesario que también nosotros seamos valientes, pero igualmente prudentes y sabios en esto. El Concilio mismo dice que el sacerdocio de los fieles es el sacerdocio común, que se distingue de aquel ministerial no sólo de grado, sino por su misma esencia. Hay un algo de analógico, no un algo de unívoco.
----------Sin embargo, este sacerdocio, sea que se diga del sacerdocio común de los fieles, sea que se diga de aquel ministerial de los sacerdotes sacramentalmente consagrados, es siempre una sacra potestas, un poder sagrado de ofrecer sacrificios al Señor. Y no solo, sino también de ser ofrecidos sacramentalmente y realmente. Está también este aspecto, de ser ofrecidos al Señor.
----------Por lo tanto, nuestro sacerdocio común debe ser vivido precisamente de esa manera, como una actitud de disposición nuestra a ser ofrecidos a Dios, a ofrecernos nosotros mismos como sacrificio grato a Dios. Es en este sentido que san Pedro lo dice en su Primera Carta. Cito el pasaje, porque es muy claro, y porque nos ayuda precisamente mucho a identificarnos como sacerdotes de la Nueva Alianza en el sacrificio del Salvador. Dice justamente san Pedro en la Primera Carta: “Acercándoos a Él”, es decir, a Cristo, “piedra viva, rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa delante de Dios, también vosotros sois edificados como piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Jesucristo”. Es explícito y claro, ¿no?
----------Todos nosotros somos piedras vivas de este Templo Santo del Señor, que no es un templo construido por mano de hombre, sino que es Dios mismo. Es Dios, que por participación, se hace presente en nuestra alma. Es así que nos convertimos nosotros en piedras vivas de esta oikonomia, de esta construcción del templo del Señor.
----------Y este nuestro ser empleados como piedras vivas no es solo una presencia nuestra en el templo del Señor, sino que es también una presencia sacerdotal. No es una presencia cualquiera, un solo estar allí en el lugar sagrado. Es un estar allí como sacerdotes. Nos es dada una potestad sacerdotal. Es decir, como dice san Pedro, una potestad de sacrificar, de ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Jesucristo. Y esto porque para él era todavía muy claro este nexo sacerdocio-sacrificio.
----------Vemos, por lo tanto, nuestra habilitación a participar en la Santa Misa uniéndonos al sacrificio del Salvador. Y para todos nosotros sacerdotes, sea sacerdotes en el sentido del sacerdocio común, es decir, los bautizados y los confirmados, sea los ministros, para todos nosotros debe haber esta profunda convicción de que debemos ser no solo sacerdotes de nuestra Víctima, sino también víctimas de nuestro sacerdocio.
----------Pensemos entonces siempre en estas bellísimas palabras, que, si no me equivoco, son atribuidas a san Ambrosio de Milán, es decir, ser sacerdotes de nuestra Víctima, poner a nuestro Señor Jesucristo sobre el altar. Es toda la Iglesia. El sacerdote en el sentido común junto con el sacerdote ministro, son todo el pueblo, toda la Iglesia que pone la víctima sacrificial sobre el altar.
----------Por lo tanto, somos todos sacerdotes de nuestra Víctima. Sintamos ser también víctimas de nuestro sacerdocio, es decir, sacrificados, ofrecidos junto con Jesús. Es en este sentido que los Padres de la Iglesia recomiendan, para una fructuosa participación en la Santa Misa, sobre todo meditar estas palabras del Señor: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”.
----------Cuando nos acercamos a la Santa Misa es como si nosotros encontráramos verdaderamente a Jesús sobre la cruz. Y para encontrarlo espiritualmente y no solo exteriormente, es necesario precisamente decir: “Jesús, por amor de Ti, también yo quiero seguirTe sobre la cruz”, es decir, es necesario adherir precisamente a este precepto del Señor, que quien quiere seguirLo debe negarse a sí mismo día tras día, cargarse con su cruz y solo así, portador de una cruz, debe seguirLo.
----------Así también san Pablo hace una ofrenda de sí precisamente para completar, como dice en la Carta a los Filipenses, aquello que falta a los padecimientos de Cristo. Y lo hace. Es cosa interesantísima, y muy importante para la vida de cada sacerdote, sea para los sacerdotes ministros que para los sacerdotes en el sentido del sacerdocio común. Pues bien, es este aspecto, que es importante sobre todo para nosotros que queremos ser católicos auténticos. Es por esto que insisto en este aspecto.
----------Es el vínculo estrechísimo entre la participación sacramental en la cruz del Salvador y el apostolado. No hay nada que pueda hacer fructuoso el apostolado fuera de la cruz del Señor. Jesús mismo hace bien a las almas con su palabra, pero su palabra está sostenida por el sacrificio, no sólo por la referencia finalística al sacrificio futuro, que ofrecerá al Padre sobre la cruz, sino también en cada momento, por todas las adversidades que Jesús sufre. Pensemos: Él, el Hijo de Dios, en su humanidad, Jesús revela el misterio del Padre, el misterio del amor, el misterio de la redención del hombre. Y el hombre —cosa terrible solo con pensarlo— el hombre rechaza la revelación de esta verdad, de esta única verdad que puede liberarlo.
----------Por lo tanto, pensemos en el sufrimiento interior del Salvador, en el sufrimiento al saber ser Él el Salvador del hombre, y en desear la salvación de todos los hombres. Pensemos en la pasión del Señor, pasión en el sentido de deseo ardiente, como cuando dice: “¡Cuánto desearía ya recibir este bautismo!”. Se ve allí toda su ansiedad por la salvación del hombre. Pensemos en su sufrimiento cuando ve que este su mensaje, este su anuncio profético de una pasión, de una muerte y de una resurrección, que liberará al hombre de sus pecados, cuando ve todo este mensaje rechazado por los hombres necios u obtusos.
----------Así se comporta el Señor al aceptar esta humillación, al aceptar este inmenso sufrimiento, porque, para comprender la grandeza de este dolor, es necesario precisamente identificarnos con la mentalidad del Señor, que es toda sacrificial, toda tendida a la salvación del hombre. Jesús, aceptando este sacrificio del rechazo, aceptando este dolor, este inmenso desgarro, Jesús con esto por otra parte hace tanto bien a las almas. El Padre justamente bendice la obra de Jesús, como hombre se sobreentiende, y la hace fructuosa. Así, como ha obrado Jesús, evidentemente deben obrar también sus apóstoles. San Pablo había aprendido bien esta lección. No es que objetivamente falte algo al sacrificio de la cruz. Lo que falta es la aplicación a nosotros.
----------Nuestro Señor Jesucristo, entonces, tiene esta ansiedad de ser aceptado por el hombre. En efecto, esta es la única cosa en la cual Jesús no nos hace ninguna violencia. De esto viene todo lo demás. Nos colma de todo bien. Vale decir, la propuesta de la cruz es una de las propuestas que Jesús nos hace, la que más hace frente a nuestra libre voluntad, pidiendo un consentimiento supremamente libre y con ello supremamente responsable. Pero el bien está allí, en espera de que nosotros nos lo apropiemos, porque el Señor no atropella en ningún modo nuestra libertad. Por lo tanto, no todo depende del Señor. Por otra parte, el Señor ya ha hecho todo. Al mismo tiempo, todo depende de nosotros, de un único pequeño sí de adhesión a estos beneficios de salvación, que ya nos son copiosamente ofrecidos. Y el padre Garrigou-Lagrange dice que si Jesús pudiera sufrir en la gloria de la cual goza actualmente junto al Padre, su más grande sufrimiento sería este: ver todavía hoy, como en sus tiempos los fariseos, a hombres que no quieren aplicar a sí los frutos infinitos de su Redención.
----------Por lo tanto, se trata de esto: hacer fructuosa la pasión del Salvador, que ya en sí es fuerza de vida nueva y eterna, pero que debe ser todavía aplicada vez por vez a nosotros. Y esto acontece precisamente por nuestra participación en el sacrificio de la Santa Misa. Por lo tanto, debemos ser almas unidas al sacrificio eucarístico y así almas apostólicas, porque no hay otro modo de ser fructuosos en el plano apostólico.
----------Esta ofrenda de sí por parte de los sacerdotes y de los fieles debe ser vista también como un momento particularmente significativo en la lucha contra las potencias del mal: otra cosa que nosotros hoy, que nosotros tendemos a ignorar, con este cristianismo, como se dice, “aguado”, un poco superficial y fácil.
----------En cambio, en lo que respecta a las fuerzas del mal, acontece una cosa curiosa: cuando la historia es relativamente serena, la humanidad cree muchísimo en el diablo, por lo cual el diablo puede hacer relativamente poco. Pero cuando los tiempos no van nunca del todo bien, paradójicamente sucede que el maligno se desencadena, y justamente hace lo que le parece.
----------En este momento la cristiandad está plana, atada a las cosas terrenas, no cree en ello, está toda llena de estas dudas de tipo iluminista, agnóstico. Se dice: pero, en fin, no es muy moderno hablar de estas cosas. Es Nefas. ¡Ay de nosotros si aludimos a esto, porque entonces los otros qué pensarán! Es una cosa poco elegante aludir a cosas tan feas. No se puede pensar así, en absoluto. Al contrario, hoy en día, debemos precisamente darnos cuenta con mucho coraje de este hecho.
----------En efecto, hay gente que no ha comprendido la enseñanza de la Santa Pascua (porque la Pascua es una victoria contra Satanás), que en el fondo es muy simple, aunque estupenda. Es la enseñanza de una alegría que vence el sufrimiento. Pero este vínculo de la cruz y de la resurrección es un vínculo inseparable. Es decir, Jesús, con su Pascua, nos enseña que no podemos resucitar si no morimos y no podemos morir en el sentido santo de la palabra sino destinados a la resurrección.
----------Estas dos cosas se pertenecen recíprocamente. Y así, de esta manera, nuestra alegría no es auténtica, no es plena, si no es una alegría sufrida. No sería una verdadera vida. Hoy se habla tanto de la vida cristiana, de la vida nueva. Cosas bellas, ciertamente. Pero esta nuestra vida con Cristo, nuestra vida propiamente crística, cristiforme, esta nuestra vida no puede ser verdaderamente vida de Cristo, si no es, como la vida de Cristo, una vida que ha devorado la muerte.
----------Por lo tanto, los cristianos pusilánimes, los cristianos que dicen: “Pero, en fin, yo quiero evitar las neuras o las neurosis, quiero evitar los sentimientos de culpa, por lo tanto en el maligno no pienso, y tampoco en los pecadillos, sin hacer demasiados exámenes de conciencia”, pues bien, son cristianos que no han comprendido esta lección del Señor en su Santa Pascua. Comprended que la situación es trágica.
----------Entonces, el padre Garrigou-Lagrange, siendo aquel cristiano profundo que era y dominico celoso, dice justamente con coraje que es necesario ver nuestra ofrenda sacrificial eucarística en clave de esta lucha contra el maligno desencadenado en el mundo de hoy.
----------Y entonces, comprendemos bien que no hay otra arma que pueda derrotarlo. Él ha sido derrotado ya una vez para siempre. Y nuestra fe en Cristo crucificado y resucitado es precisamente nuestra victoria sobre el mundo, que está bajo el poder del maligno. El maligno ya ha sido precipitado. En efecto, Jesús ve como ya presente esta caída del maligno. Por lo tanto, ya está derrotado una vez para siempre.
----------Ahora, sin embargo, se trata de estrecharnos en torno a esta roca, que nos acompaña en el desierto espiritual, en torno a Jesús, la piedra angular, para combatir esta última y decisiva batalla. Y en esta batalla, es necesario estar de la parte justa, es decir, es necesario adherir a Cristo crucificado y resucitado para derrotar precisamente estas tramas del maligno.
----------Y no pensemos que hoy en día estas potencias de las tinieblas no se manifiesten. Se manifiestan en primer lugar en estas cosas alucinantes, de las cuales también todos estamos al corriente, es decir, esas misas negras, esas profanaciones de la eucaristía, esas cosas horribles que han sucedido y suceden semana a semana, todas cosas espantosas, esos varios ritos mágicos y satánicos, que proliferan continuamente.
----------En segundo lugar, Satanás no es esto lo más poderoso que puede llevar a cabo. Hay aún cosas peores de su parte. Su obrar es mucho peor cuando obra a escondidas, como son en el fondo estos necios, que se abandonan a estas formas externas. Ciertamente cumplen algo horrible. Pero Satanás conoce y tiene modos de obrar mucho más solapados. Y entonces el padre Garrigou-Lagrange, por ejemplo, alude a esta difusión actual del ateísmo y del panteísmo, que son la ruina de las almas.
----------Un cristiano auténtico no puede permanecer insensible delante de hechos de este género, de otro modo seríamos verdaderamente malos hijos y herederos de quienes nos han precedido en la fe. Tenemos que pensar: ¿qué habrían dicho del mundo de hoy, atormentado por el ateísmo, incluso por un ateísmo militante, triunfante, atormentado por el agnosticismo, por el escepticismo, por el criticismo, por el iluminismo en todas sus formas venenosas, dominado por la rebelión, precisamente por el rechazo institucionalizado?
----------Pensemos en estas formas de violencia que proliferan, violencia sobre todo con los compañeros revolucionarios. Pensemos en el fenómeno de la misma masonería. Es una cosa horrible. Pensemos en ello y advirtamos que nuestra lucha es algo que se refiere a nuestra realidad de todos los días, al hoy y no a la Edad Media. Son cosas espantosas. Porque la masonería es lo que siempre ha sido. Y la Iglesia con su autoridad suprema declara aún hoy que la masonería mantiene esta su voluntad satánica de alejar las almas de Cristo, bajo el pretexto de la tolerancia, del pluralismo, etcétera; de alejar las almas de aquella mentalidad sacrificial, que somete toda inteligencia a la obediencia de Cristo, porque la fe es esta: obedecer, es decir, redigere in oboedientiam, someter nuestra inteligencia a Cristo Señor, a la verdad de Cristo, a aquella verdad que es única, la Palabra que no pasa, la única que nos puede salvar.
----------Entonces el padre Garrigou-Lagrange, animándonos a la batalla pascual, bajo la guía de Cristo que es el Dux Vitæ, como dice el himno pascual Dux Vitæ mortuus, regnat vivus, es decir, el Conductor de la Vida, muerto, reina vivo. Entonces es necesario seguir a Jesús precisamente en la muerte para seguirlo también en la vida. Y es necesario combatir esta última batalla precisamente siendo almas sacrificadas, almas que en la Santa Misa se unen a la cruz del Señor, que se ponen a disposición del Señor.
----------Esta ofrenda eucarística debe ser hecha precisamente así. Estar allí, para que el Señor haga de nosotros un instrumento de su amor en beneficio nuestro, porque debemos expiar nuestros pecados, pero también en beneficio, en virtud de la communio sanctorum, de las otras almas. Pensemos cuán importante es esta nuestra adhesión a Cristo en su misterio pascual durante la Santa Misa, precisamente por motivos apostólicos. El apostolado a favor de las almas es derrotar las herejías. No se pueden derrotar las herejías, si no de este modo. Porque, ¿quién las derrota? No ciertamente el hombre. Advirtamos que en esta lucha entre el maligno y el hombre, el maligno tiene siempre la ventaja. El único que nos protege es Dios con su gracia. De otro modo el demonio ya nos habría devorado.
----------Por tanto, es necesario hacernos fuertes en Dios; y lo somos cuando adherimos a Cristo crucificado, cuando ofrecemos nuestra alma como instrumento de expiación a Dios. Es así que entonces el padre Garrigou-Lagrange dice que cuando un alma se une al sacrificio de la Santa Misa, cuando se vuelve alma eucarística, cuando un alma se pone a disposición del Señor para sufrir junto con Jesús por el bien de las almas, con esta motivación apostólica de la dilatación del reino de Cristo en todas las almas, cuando un alma hace así generalmente no tendrá una vida fácil. Y esto es necesario decirlo. Pero es una cosa bellísima, también hay que saberlo. De nuevo se revela este misterio de la Pascua, que es el misterio de la muerte, pero también de la resurrección. Y por lo tanto el hombre es puesto a prueba, cuando se ofrece eucarísticamente al Señor, pero es también sostenido en todas estas pruebas por la fuerza de Dios, que es siempre fiel.
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 2 de octubre de 2025

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