----------En conclusión, al ir finalizando nuestra rápida revisión de este artículo del profesor Roberto de Mattei, identificamos varios errores que distorsionan la doctrina católica. A continuación señalamos las principales falsedades y ofrecemos la corrección teológica que ellas requieren.
----------1. Conflación anacrónica entre Nicea y Vaticano II. El pasaje clave está en el primer párrafo del artículo, donde Mattei retoma la carta de Pablo VI a Lefebvre y parangona sin matices, directamente, el peso histórico y doctrinal de Nicea con el del Vaticano II. Concretamente escribe: “Pablo VI afirmó que el Concilio Vaticano II no tenía menos autoridad que el Nicea, y que incluso en ciertos aspectos era aún más importante. Esta afirmación causaba estupor. El Concilio de Nicea nos transmitió verdades fundamentales de la Fe católica… El Concilio Vaticano II no definió ninguna verdad ni condenó error alguno, sino que se presentó como un concilio pastoral y no dogmático. ¿Cómo se puede atribuir a un polémico concilio pastoral más importancia de la que atribuye la Iglesia a su primer concilio ecuménico?”. Es en ese contraste —Nicea como concilio definitorio vs. Vaticano II puramente pastoral— donde arraiga nuestra crítica de conflación anacrónica.
----------Mattei equipara el Concilio de Nicea (325) con el Vaticano II como si sus contextos teológicos y pastorales fueran idénticos. Olvida que cada Concilio responde a retos distintos: Nicea definió la divinidad de Cristo frente al arrianismo, mientras que el Vaticano II busca actualizar la expresión de la misma fe en un mundo globalizado. La continuidad no exige repetición literal, sino fidelidad al depósito de la fe en cada época.
----------2. Aplicación de la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”. El pasaje clave se encuentra en el párrafo inicial donde Mattei compara directamente Nicea y Vaticano II. Concretamente escribe: “A diferencia de Nicea, de Trento y del Vaticano I, el Concilio Vaticano II se presentó como un concilio pastoral, pero no puede haber un concilio pastoral que no sea también dogmático. El Vaticano II no quiso definir nuevos dogmas, pero dogmatizó la pastoral, haciendo suya la filosofía contemporánea, según la cual la verdad del pensamiento se verifica en la acción. La teología pastoral del Concilio Vaticano II representa una ruptura con la teología dogmática del Concilio de Nicea, precisamente por su pretensión de adaptarse al inmanentismo de la filosofía moderna.” Es esa afirmación explícita de “ruptura” la que ancla nuestra crítica sobre la “hermenéutica de la discontinuidad”. Estas sentencias de Mattei son explícitamente contrarias al Magisterio de los últimos Papas acerca del modo cómo se debe interpretar el Vaticano II:
----------El autor acusa al Vaticano II de romper con la Tradición, adoptando una perspectiva rupturista. Sin embargo, el magisterio de san Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco y León XIV ha subrayado la hermenéutica de la continuidad: el Concilio preserva y expone las mismas verdades de siempre de la divina Revelación y de la sana razón, pero bajo un estilo renovado, más accesible y comprensible para el mundo contemporáneo. Ahora bien, téngase en cuenta que quien, en el ámbito de la doctrina de fe, vale decir en el ámbito de la Sagrada Tradición, acusa al propio Magisterio de la Iglesia (en este caso al Magisterio del Concilio Vaticano II) de "romper con la Tradición", está en definitiva acusando de error en la fe al Concilio, lo cual es en si mismo sospechoso de herejía. Es lo mismo que le ocurrió a Marcel Lefebvre y ocurre a los actuales lefebvrianos: al acusar al Vaticano II de herejías modernistas, caen por eso mismo bajo sospecha de herejía.
----------3. Evaluación reduccionista del éxito conciliar. El pasaje clave es el siguiente: “Para entenderlo, no hay más que fijarse en cuántos van a misa los domingos y en qué cosa creen”. Mattei reduce el juicio sobre el Concilio Vaticano II a un indicador meramente cuantitativo (asistencia dominical y grado de creencias), como si el fruto de una reforma pastoral pudiera medirse únicamente en cifras estadísticas.
----------Omite considerar parámetros cualitativos y permanentes, tales como el crecimiento en la vida sacramental, la profundización doctrinal de los fieles o el compromiso laical en la misión de la Iglesia. Al privilegiar la mera “fotografía” (por otra parte discutible) de la práctica dominical, descuida el dinamismo catequético y comunitario que el Concilio buscó fomentar mediante la reforma litúrgica, el fortalecimiento del sacerdocio común y la eclesiología de comunión. Este enfoque parcial y subjetivo no capta la riqueza y diversidad de transformaciones promovidas por el Vaticano II, que trascienden el mero dato estadístico.
----------4. Acusación al Concilio de primacía de la praxis sobre la dogmática. El pasaje clave es el siguiente: “El Concilio Vaticano II no quiso definir nuevos dogmas, pero dogmatizó la pastoral, haciendo suya la filosofía contemporánea, según la cual la verdad del pensamiento se verifica en la acción. La teología dogmática tradicional fue arrinconada y sustituida por una filosofía de la acción, que acarrea inevitablemente consigo el subjetivismo y el relativismo”. Vale decir, para Mattei el Vaticano II asumió la "filosofía de la acción" de Blondel, que pone la verdad al servicio de la praxis pastoral; así la fe sólo "vale" si se traduce en resultados y dinámicas comunitarias, dejando al dogma como un mero adorno funcional.
----------Frente a ello, debemos repetir aquí lo dicho acerca de que cae bajo sospecha de herejía aquel que acusa de herejía al Magisterio de la Iglesia. Pero además, vale aclarar que Maurice Blondel nunca equiparó la verdad con la simple eficacia práctica. Su “filosofía de la acción” busca la unidad entre pensamiento, acción y trascendencia: la praxis cristiana muestra la fecundidad de la revelación, pero sin anular la validez objetiva del dogma. El Concilio Vaticano II, en documentos como Dei Verbum y Lumen Gentium, reafirmó la inmutabilidad del depósito de la fe y al mismo tiempo destacó que la palabra de Dios se encarna y se hace vida en la comunidad. En los Padres conciliares no hubo en absoluto primacía pragmática por sobre la verdad divinamente revelada, sino complementariedad entre kerygma y cultura, entre doctrina y evangelización. Lejos de relativizar el dogma, los Padres conciliares subrayaron la necesidad de un sólido fundamento teológico previo a toda acción pastoral (Presbyterorum Ordinis n.4; Optatam Totius n.4).
----------En conclusión, estos cuatro puntos muestran cómo la lectura que Mattei hace del Concilio deforma el alcance y la continuidad de los documentos conciliares. Al corregir estos errores, reafirmamos que el Vaticano II, lejos de vaciar la doctrina, profundizó sus raíces y renovó la misión de la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo.
Conclusiones
----------Al disponerme ahora a cerrar esta reflexión, no dejo de reconocer los aportes valiosos del profesor Roberto de Mattei: su llamado al discernimiento según el distinto grado de autoridad de cada texto conciliar, que evita atribuir infalibilidad automática a todo pasaje; y su empeño por rescate histórico riguroso, que estimula una revisión honesta de los procesos eclesiales.
----------Sin embargo, su énfasis en la ruptura absoluta con la Tradición es inaceptable pues contrasta con la hermenéutica de la continuidad enseñada por el Magisterio posconciliar. Tal como recordó Benedicto XVI a los lefebvrianos, para retornar a la plena comunión con la Iglesia es preciso aceptar sin recortes las nuevas explicitaciones doctrinales del Concilio, mientras que las directrices pastorales pueden y deben ser objeto de atento y respetuoso debate. Este principio hermenéutico nos invita a: 1. Afirmar la plena validez doctrinal de las enseñanzas conciliares que explicitan contenidos de fe y moral. 2. Mantener viva la discusión y adaptación de las normas pastorales, modos de aplicación y prácticas litúrgicas contingentes, conforme a las circunstancias de cada comunidad y a la propia cultura de cada Iglesia local.
----------Frente a tales tensiones y posturas alejadas de la comunión eclesial, la caridad intelectual resulta indispensable. La búsqueda de la verdad es un servicio de amor, y la caridad vivida abre los corazones a una comprensión más profunda de la realidad divina. Solo desde el respeto mutuo, la humildad y la escucha atenta (particularmente al Sucesor de Pedro y a los demás Sucesores de los Apóstoles) puede el debate teológico enriquecer al Cuerpo eclesial sin convertirse en arma de división.
----------Finalmente, la unidad de la Iglesia, cimentada en el vínculo sacramental del bautismo y en el compromiso común de la misma fe en la Palabra de Cristo, reclama un renovado empeño de comunión. La experiencia conciliar la define como un “vínculo sacramental de unidad” que trasciende o más bien prohíbe rivalidades y nos impulsa hacia la reconciliación. Pastores y fieles están invitados a cultivar un espíritu de sinodalidad que haga de la legítima diversidad de carismas y expresiones un motivo de fortaleza. Esta conclusión no cierra el debate, sino que es un estímulo a proseguir con generosidad intelectual y a sostener la comunión eclesial, convencidos de que la verdad crece cuando se la aborda en caridad y unidad.
"Calamum quassatum non conteret, et linum fumigans non extinguet" (Is 42,3). Blog de filosofía y teología católicas, análisis de la actualidad eclesial y de cuestiones de la cultura católica y del diálogo con el mundo.
lunes, 28 de julio de 2025
Las tesis lefebvrianas de Roberto de Mattei (2/2)
Quien, en el ámbito de la doctrina de fe, vale decir en el ámbito de la Tradición, acusa al propio Magisterio de la Iglesia (en este caso al Magisterio del Concilio Vaticano II) de "romper con la Tradición", está en definitiva acusando de error en la fe al Concilio, lo cual es en si mismo sospechoso de herejía. Es lo mismo que le ocurrió a Marcel Lefebvre y les ocurre a los actuales lefebvrianos: al acusar al Vaticano II de herejías modernistas, caen por eso mismo bajo sospecha de herejía. [En la imagen: fragmento de "La Basílica de San Pedro y el Vaticano desde los jardines de la Villa Barberini", acuarela sobre papel, 1819, obra de Joseph Mallord William Turner].
Los “frutos” negativos del Concilio: asistencia y creencias
----------El profesor Roberto de Mattei, en su artículo El Concilio de Nicea y el Vaticano II, resume la relevancia histórica del Concilio Vaticano II en sus consecuencias cuantitativas y cualitativas para la fe del pueblo cristiano, diciendo: “Bastaría preguntarse cuántos son los que van a la iglesia el domingo, y en qué cosa ellos creen, para comprenderlo”. El pasaje completo que contextualiza tal afirmación es el siguiente: "La teología pastoral del Vaticano II representa una ruptura con la teología dogmática del Concilio de Nicea, justamente por su pretensión de adaptarse al inmanentismo de la filosofía moderna. Para entrar en consonancia con el mundo, la Iglesia debe aparcar su doctrina y confiar a la historia el criterio de verificación de su verdad. Pero han sido los resultados de la nueva teología pastoral los que han demostrado su fracaso. Bastaría preguntarse cuántos son los que van a la iglesia el domingo, y en qué cosa ellos creen, para comprenderlo".
----------Por lo tanto, según piensa Mattei, el descenso en la práctica sacramental, por ejemplo en la asistencia a Misa, y la vacilación doctrinal de muchos católicos son señales directas del “espíritu” del Concilio y de su énfasis pastoral antes que dogmático. Sin embargo, un examen más matizado muestra que tales fenómenos obedecen a factores multifacéticos, y me limito a mencionar solamente tres:
----------1. La avasallante secularización sociocultural. Tengamos en cuenta que desde mediados del siglo XX, Europa y gran parte del mundo experimentan un proceso de descristianización vinculado a la modernidad, el pluralismo religioso y la revolución cultural de los años 1960s del siglo pasado, más que a un texto conciliar concreto. La caída de la asistencia a Misa no es homogénea, pues en algunos países de África y Asia la práctica sacramental ha crecido o se mantiene estable.
----------2. Separación entre renovación litúrgica y declive moral. Téngase presente que el Concilio Vaticano II impulsó reformas litúrgicas y un mayor protagonismo del laicado, pero el uso –o abuso– de esas reformas litúrgicas y pastorales no explica por sí solo la pérdida de fe; pues intervienen también fenómenos como el relativismo cultural y la influencia de los medios de comunicación.
----------3. Causas internas de la Iglesia. Por ejemplo: falta de formación doctrinal permanente, escasos instrumentos catequéticos actualizados y crisis vocacional preexistente al Vaticano II. Son problemas de transmisión generacional de la fe, evidentes incluso antes de 1965 en datos de Francia o Bélgica.
----------Ciertamente, el Magisterio de la Iglesia reconoce la gravedad de la crisis, pero sin atribuir su origen principal al Concilio Vaticano II. Al respecto, ya en el inmediato postconcilio san Paulo VI en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, exhorta a los pastores a “conocer las causas de la pérdida de fe y de la práctica religiosa” y propone “una nueva evangelización” que abarque todas las dimensiones de la cultura (n.44).
----------San Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Ecclesia in Europa, analizaba la “desafección hacia la Iglesia” en Europa como resultado de “factores históricos y culturales” complejos, e invitaba a una reevangelización que combine doctrina sólida y acción pastoral renovada (nn. 9–10).
----------Ambos textos subrayan que la Iglesia asume su responsabilidad pastoral ante el declive de la fe, pero no señala al Vaticano II como causa exclusiva. Antes bien, reclaman un esfuerzo conjunto –doctrinal, litúrgico y cultural– para restablecer la transmisión viva del Evangelio.
----------Todos los Papas del postconcilio han negado que el Concilio Vaticano II haya causado la actual crisis de fe y desafección eclesial, y lo han argumentado suficientemente. Ninguno de estos Pontífices identifica al Concilio como origen legítimo de la caída de la práctica sacramental o la desafección eclesial; antes bien, todos ellos presentan al Vaticano II como respuesta a la secularización y como brújula para reavivar la fe.
----------San Paulo VI, en su homilía de clausura del Concilio, el 7 de diciembre de 1965, expresaba: “Para valorar bien este acontecimiento, se lo debe mirar en el tiempo en el cual se ha verificado. En efecto, tuvo lugar en un tiempo […] en el cual el olvido de Dios se hace habitual, casi lo sugiere el progreso científico… En este tiempo se ha celebrado nuestro Concilio para gloria de Dios”.
----------Benedicto XVI, en su audiencia a la Curia romana, el 22 de diciembre de 2005, decía: “En el Concilio no hay causa de crisis, sino el anuncio del Evangelio en toda su grandeza y pureza. Hay que rechazar toda hermenéutica de la ruptura que pretenda ver en el Concilio Vaticano II el origen de la debilidad de la Iglesia”. Y en la audiencia general (Catequesis sobre el Vaticano II, del 10 de octubre de 2012), expresaba: “El Concilio se nos presenta como un gran fresco, liberando sus textos de interpretaciones parciales. Es una brújula que permite a la Iglesia avanzar, no un factor de debilitamiento de la fe. [...] “hay que rechazar la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, para acoger la hermenéutica de la reforma en la continuidad con la Tradición. De esta manera se podrá leer el Concilio con criterio de fe y de comunión, rechazando toda lectura rupturista”.
----------Por su parte, el papa Francisco, en su intervención durante la ceremonia de entrega del Premio Ratzinger, el 2 de diciembre de 2022, retomó expresamente la distinción formulada por Benedicto XVI, alabando “la hermenéutica de reforma y continuidad” como clave para interpretar el Concilio Vaticano II. En tal ocasión, Francisco expresó: “Nos ayudó a leer los documentos conciliares en profundidad, proponiéndonos una hermenéutica de reforma y continuidad y mostrando su función crucial para reformular la naturaleza y misión de la Iglesia en nuestro tiempo”. No faltaron otras ocasiones en que el papa Francisco subrayó de modo recurrente la idea de continuidad con la Tradición. De tal modo, en varias catequesis de la Audiencia General de los miércoles, al explicar el Concilio Vaticano II, insistió en leerlo “en comunión con la Tradición viviente”, y también en varios discursos a Obispos y a la Curia Romana, ha invitado a evitar “interpretaciones rupturistas” y a mantener el hilo que conecta todas las etapas de la vida de la Iglesia.
----------Esta lucidez también histórica de los Papas del postconcilio al examinar las causas de la crisis contrastan con la visión prejuiciada precisamente de un historiador como Mattei, quien no advierte que la crisis de fe y desafección eclesial había comenzado décadas antes del Concilio, y que, entre otras cosas, por eso mismo san Juan XXIII convocó el Concilio. Esta prejuiciosa ceguera histórica de Mattei es idéntica a la igualmente prejuiciosa ceguera histórica de los pasadistas que critican la reforma litúrgica, viendo en ella la causa de la crisis eclesial. Esto ya lo hemos explicado en varios artículos de este blog, en los que hemos distinguido: 1. cuestión litúrgica, 2. movimiento litúrgico y 3. reforma litúrgica, esta última muy posterior en el tiempo a los dos primeros elementos, o sea, la cuestión (crisis) litúrgica, ha precedido a la reforma litúrgica.
Los “frutos” positivos: participación, renovación litúrgica y compromiso social
----------Aqui debo señalar un punto que en el artículo del profesor Roberto de Mattei que estamos analizando brilla esplendorosamente por su ausencia. La dinámica conciliar no sólo generó sombras, sino también brotes de vida para la Iglesia. Incluso quienes critican sus excesos reconocen que el Concilio Vaticano II impulsó una conciencia más viva de la comunión eclesial y reavivó el sentido de pertenencia a una comunidad universal. La reforma de la liturgia abrió las puertas a una participación activa y consciente de los fieles. La celebración en lengua vernácula permitió entender mejor las plegarias y las lecturas, promovió la música sacra en las parroquias y alentó la incursión de los distintos carismas locales en la oración comunitaria.
----------Ciertamente, muy lejos de desdibujar el rito, como piensan los pasadistas, este proceso recuperó su valor catequético y facilitó el verdadero “cuerpo y sangre” de la Iglesia local. En otro ámbito, el Concilio también restableció el protagonismo del laicado, expresado en el llamado “sacerdocio común”.
----------Mi anterior expresión "cuerpo y sangre" de la Iglesia local, tal vez necesite ser mejor explicada. Tal expresión funciona como una metáfora que me parece que evoca bien dos realidades entrelazadas: 1. la Iglesia como Cuerpo de Cristo, pues ya en Lumen Gentium n.7 se define a la Iglesia como el Cuerpo místico de Cristo, del cual Él es la Cabeza y nosotros, los fieles, sus miembros. 2. La experiencia eucarística hecha vida, pues la reforma litúrgica del Vaticano II buscó que el Pueblo de Dios participara activamente en la Eucaristía, no como espectador, sino como protagonista, haciéndose así "cuerpo y sangre" del banquete. El rito en lengua vernácula, la música inculturada y los carismas locales palpan la presencia real de Cristo en la comunidad: los gestos y cantos dejan de ser simples fórmulas y se vuelven la materia viviente que alimenta la fe. Por lo tanto, cuando digo “verdadero cuerpo y sangre de la Iglesia local” me refiero a la comunidad de bautizados (cuerpo) que se reúne y ofrece su vida en el altar, y al sacrificio eucarístico (sangre) que, encarnado en la historia y la cultura de cada pueblo, se hace motor de comunión y misión.
----------Por otra parte, al proclamar la llamada universal a la santidad y al servicio, la constitución dogmática Lumen gentium despojó al cristiano de la pasividad que le impedía asumir iniciativas apostólicas. De ese impulso nacieron nuevos movimientos eclesiales, asociaciones de fieles y comunidades carismáticas que renovaron la vida parroquial y ampliaron los horizontes de la evangelización. Ha apenas mes y medio, el pasado 7 de junio, el papa León expresaba durante el Jubileo de los Movimientos y Vigilia de Pentecostés: "Esta Plaza de San Pedro, que es como un abrazo abierto y acogedor, expresa magníficamente la comunión de la Iglesia, experimentada por cada uno de ustedes en las distintas experiencias asociativas y comunitarias, muchas de las cuales representan frutos del Concilio Vaticano II".
----------La apertura al diálogo con los hermanos cristianos separados (cismáticos) y con las otras religiones, culminó en documentos como Unitatis Redintegratio y Nostra Aetate, que trazaron un camino de reconciliación y de mutuo respeto. Simultáneamente, la constitución Gaudium et Spes encomendó a la Iglesia el compromiso con la dignidad humana, la promoción de la justicia social y el diálogo con la variadas culturas contemporáneas. Estas orientaciones alentaron numerosas obras de caridad, proyectos de desarrollo y redes de colaboración interconfesional en favor de los más necesitados.
----------El Magisterio postconciliar alentó esta cosecha de energías renovadas. San Juan Pablo II, en Novo Millennio Ineunte, invitó a caminar juntos en la “nueva evangelización”, mientras que Benedicto XVI, en Sacramentum Caritatis, insistió en que la liturgia reformada debía alimentar una vida transformada. El papa Francisco, en Evangelii Gaudium, redescubrió el fervor misionero de los primeros cristianos y dinamizó la conversión pastoral de toda la comunidad. Evaluar estos frutos positivos exige reconocer que nunca dependen solo de las reformas textuales, sino de la fidelidad que las comunidades locales ponen en diálogo vivo con las verdades perennes. Así, la renovación litúrgica, la responsabilidad laical y el compromiso social se entrelazan para revitalizar la vida de la Iglesia en todos sus niveles.
----------Pero nada de todo esto existe en el análisis del profesor Roberto de Mattei, para quien el Concilio Vaticano II ha generado solamente gravísimos daños en la vida de la Iglesia, haciendo al Concilio históricamente relevante, pero sólo por sus consecuencias negativas y no por sus beneficios.
Contra-argumentos del Magisterio pontificio
----------Para el profesor Roberto de Mattei, si tenemos no sólo en cuenta el artículo que estamos examinando, sino otros firmados por él, el Concilio Vaticano II se caracterizó por un marcado énfasis pastoral y celebrativo en detrimento de la solidez dogmática, al punto de responsabilizarlo de una ambigüedad que, según él, arrastró a la Iglesia hacia la relajación litúrgica y la dispersión jerárquica diluida en el sinodalismo. Mattei repetidamente reprocha, por ejemplo, que la reforma litúrgica sustituyera la sacralidad del rito por una participación lúdica, y acusa al impulso del sacerdocio común de haber difuminado la autoridad del clero.
----------Frente a este tipo de crítica, que subyace a veces implícita en este articulo y a veces se explicita, el Magisterio posconciliar ha insistido una y otra vez en leer el Vaticano II como parte inseparable de la Tradición viva de la Iglesia. Como hemos visto, san Paulo VI, en Evangelii Nuntiandi, subrayó que para comprender la crisis de fe y de práctica religiosa no bastaba una simple hermenéutica, sino que era preciso “clamar por una nueva evangelización que irrumpa en todas las dimensiones de la sociedad” (n.44). San Juan Pablo II, en Ecclesia in Europa, describió la desafección hacia la Iglesia como fruto de complejos factores culturales e históricos, y reclamó una reevangelización que aunara “doctrina sólida” y “acción pastoral renovada” (nn. 9–10). Benedicto XVI reforzó este enfoque tejiendo el Concilio dentro de los dos mil años de Tradición eclesial: “La única manera de hacer creíble el Vaticano II es presentarlo como parte inseparable de la Tradición viva de la Iglesia, rechazando toda lógica de ruptura”, afirmaba en su famoso discurso a la Curia Romana. El papa Francisco, por su parte, ha invitado en Evangelii Gaudium a una “conversión pastoral” que no cierre puertas ni relativice verdades, sino que proclame con caridad y firmeza la Buena Nueva (nn. 25, 259).
----------En este mismo horizonte se sitúa el magisterio de León XIV. Al dirigirse al colegio cardenalicio recordó: “Recojamos esta valiosa herencia y retomemos ese camino animados por la misma esperanza que nos viene de la fe”, subrayando que el Concilio no supuso un corte con el pasado, sino la profundización de la misión evangelizadora de la Iglesia. Más aún, en su encuentro posterior con los purpurados instó a “nuestra plena adhesión a ese camino que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”, defendiendo la actualización que de sus enseñanzas hizo Francisco en Evangelii Gaudium y destacando seis notas fundamentales: la primacía de Cristo en el anuncio, la conversión misionera, el crecimiento en colegialidad y sinodalidad, el sensus fidei, la atención a los pobres y el diálogo confiado con el mundo contemporáneo, considerándolos los ejes indispensables para revitalizar la vida eclesial.
----------De tal modo, donde Roberto de Mattei ve solamente fuentes de error y de dispersión, el Magisterio papal contrapone la plena validez doctrinal de los textos conciliares, la riqueza catequética de la liturgia reformada y la complementariedad entre ministerio ordenado y sacerdocio común. A la luz de estas enseñanzas, el Concilio Vaticano II deja de ser para la Iglesia un problema a resolver para convertirse en un horizonte de comunión, conversión y compromiso con el mundo, vale decir, en un remedio para la crisis.
Detección de errores doctrinales
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 10 de julio de 2025
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Estimado Padre Filemón: He leído con atención su segunda parte sobre las tesis lefebvrianas de Roberto de Mattei y, pese a mi cariño por la Misa de siempre, me siento obligado a cuestionar dos puntos clave de su argumentación.
ResponderEliminarUsted califica de herejía las posiciones del arzobispo Lefebvre y de los lefebvrianos actuales. En mi modesta opinión, aquí hay una confusión entre denuncia de errores y negación formal del depósito de la fe. Mons. Lefebvre fue, ante todo, un defensor de la doctrina contra el modernismo rampante, pero jamás negó verdades fundamentales; tildar de “herejía” toda crítica suya me parece un juicio desproporcionado que cierra vías de diálogo y resta mérito a su intachable intención de purificar la Iglesia.
Asimismo, sostiene que la lex orandi del Rito Romano debe ser una sola, sin matices ni coexistencias. Comprendo el anhelo de unidad litúrgica, pero imponer rígidamente un único uso descuida la realidad de tantos fieles que, sin mala fe, han sido formados en el Novus Ordo. No sería más prudente permitir una diversidad ordenada —con el dogma intacto— antes que forzar a muchos a una ruptura que puede alejarles para siempre?
Le ruego considere estas objeciones con la caridad que ha caracterizado siempre su labor. Defender la Tradición exige firmeza, sí, pero también un espíritu capaz de acoger legítimas variaciones pastorales sin caer en condenas tan tajantes.
Estimado José,
Eliminarte agradezco por leer con detenimiento el segundo tramo de mi artículo. Te diré que no logro entender bien tu postura, pero aún así, intentaré responder a tus dos objeciones, aunque, como he dicho, no sé si te has explicado acabadamente, y si logro entenderte bien en su sentido.
1. Sobre el uso del término “herejía”: Comprendo que pueda sonar duro tildar de herejía todo cuestionamiento al Vaticano II. Mi intención no es cerrar el diálogo ni desconocer la buena fe de Mons. Lefebvre, sino subrayar que acusar formalmente al Magisterio de propagar “errores en la fe” incurre —según el mismo Derecho Canónico— en sospecha de herejía. Distingamos, empero, entre sospecha material y herejía formal: muchos lefebvrianos quizá no desean negar los dogmas, pero al presentar al Concilio como fuente de falsedad doctrinal, crean una disyuntiva de fe que exige una aclaración.
Al mismo tiempo debo aclarar que, en cuanto teólogo, lo que aquí hago no es condenar personas, sino errores contra la fe, tratando de poner en evidencia la gravedad eclesiológica de la postura lefebvriana. Por lo demas, también en cuanto teólogo que soy, estoy en mi derecha en sospechar de herejía, cuando existen las condiciones para ello, aportando los debidos argumentos, como en el artículo lo hago. Otra cosa es la declaración formal de herejía, que no compete a los teólogos, sino a la autoridad eclesiástica competente.
2. Acerca de la unidad de la lex orandi: No puedo sino estar de acuerdo en que la Iglesia ha de acoger legítimas variaciones pastorales, que eso implica la inculturación de la fe y el culto, siempre que se inscriban en una única tradición litúrgica romana. La “unitas” no implica uniformidad, un monolitismo estéril, sino una diversidad ordenada que brote del mismo tronco sacramental. El Novus Ordo y el Usus Antiquior pueden coexistir y de hecho coexisten, pero siempre en circunstancias especiales, como es lo que ocurre en la actualidad. La disciplina establecida por Benedicto XVI era muy laxa, a mi parecer, imprudente al permitir la libertad que se permitía a los presbíteros para usar el Misal de 1962. La disciplina inaugurada por el papa Francisco es más estricta, pero, de hecho, no ha anulado la coexistencia de ambas modalidades del rito romano.
Pero cuando decimos que la lex orandi eclesialis ha de ser una, afirmamos que las variaciones no pueden contraponerse entre sí ni derivar en facciones irreconciliables. A este respecto, te invito a pensar en algo que surge del buen sentido común. Tanto san Juan XXIII como san Paulo VI invitaron a los Padres Conciliares a una reforma integral del rito romano, y de hecho los Padre del Concilio Vaticano II así la impulsaron, y los Papas del postconcilio la han venido implementando. Ahora bien, la reforma integral del rito romano ha acontecido precisamente por la necesidad de remediar carencias pastorales del antiguo rito. Por lo tanto, surge evidente que la obstinación en seguir celebrando con el Misal de 1962, rechazando celebrar con el Novus Ordo Missae, que precisamente ha querido reformar el viejo Misal, implica oponerse a lo establecido por el Concilio y por los Papas del postconcilio en algo que está lejos de ser una mera modalidad pastoral.
Estimado Padre Filemón,
ResponderEliminarGracias por su defensa de la continuidad. Me surgen cuatro preguntas para profundizar:
- ¿Qué parámetros cualitativos podríamos usar en nuestra parroquia para medir la vivencia sacramental más allá de la asistencia?
- ¿Cómo promover la encarnación cultural de la liturgia sin caer en el folklore o la teatralidad?
- ¿Qué dinámicas prácticas ayudan a distinguir entre cuestión litúrgica, movimiento litúrgico y reforma litúrgica?
- ¿Cómo acompañar con respeto a quienes se sienten más cómodos con las formas previas al Concilio al tiempo que afirmamos la liturgia reformada?
Un saludo cordial, y mis oraciones.
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Estimado Sergio,
Eliminarte agradezco tus preguntas, aunque para responder a algunas no soy tan competente como para otras. Seguiré el orden de tus propuestas.
1. Podemos valorar la vivencia sacramental atendiendo al recogimiento y reverencia antes y después de la Misa, a la calidad y belleza de la música y el canto y la participación de la asamblea en ellos, al aumento de confesiones y catequesis, y sobre todo a la presencia de obras de caridad y testimonios de conversión en la comunidad.
2. Para inculturar la liturgia sin caer en folklore, es clave trabajar con artistas y músicos locales que comprendan el sentido del Misal, emplear símbolos autóctonos con fundamento teológico, explicarlos a los feligreses y recoger luego sus impresiones para ajustar ritual y estética.
3. En cuanto a los tres elementos a los que te refieres, te remito a los diversos artículos que he escrito al respecto. Pero te los resumo refiriénome a situaciones que se pueden dar en cualquiera de nuestras parroquias: la “cuestión litúrgica” se revela cuando debatimos un gesto o texto concreto en el equipo parroquial con asesoría teológica; el “movimiento litúrgico” es el caudal histórico y espiritual que impulsa la renovación desde dentro de la Iglesia; y la “reforma litúrgica” es la serie de disposiciones oficiales —motu proprios, cartas, misales promulgados— que requieren obediencia y estudio atento.
4. Por último, para quienes encuentran todavía consuelo en el Usus Antiquior, ofrezcamos -si es que la autoridad competente lo permite- una celebración fija y bien anunciada (no dominical ni en día de precepto), abramos espacios de diálogo donde expliquen el valor de sus costumbres y compartan lecturas con quienes participan habitualmente en el Novus Ordo. Solo así construiremos unidad litúrgica en la caridad, respetando las legítimas sensibilidades y honrando juntos el único Sacrificio de Cristo.
Afirmar que Monseñor Marcel Lefebvre haya defendido herejías es simplemente una ocurrencia suya, padre Filemón, sin ningún argumento que avale su prejuiciada condena, que jamás la Iglesia ha hecho. Tampoco ha promovido un cisma. Su excomunión tampoco ha sido justificada ni razonable. Jamás Monseñor ha querido fundar otra Iglesia, y jamás se ha apartado de la Iglesia de siempre, la Católica.
ResponderEliminarEstimado padre Jorge,
Eliminarantes que nada, agradezco tu pasión y tu defensa de Monseñor Lefebvre; comparto tu amor por la comunión eclesial. Sin embargo, conviene recordar que mientras la declaración formal de herejía o cisma corresponde exclusivamente a la autoridad suprema de la Iglesia, todo teólogo, movido por el celo de la Verdad, está en su derecho —y hasta en su deber— de sospechar y señalar posibles errores cuando se enfrentan doctrinas que aparentan contradecir el depósito de la fe (Conc. Trento, Dz 1529).
Se trata de un derecho y un deber del teólogo. El teólogo no suplanta al Papa ni a los Obispos, pero sí puede y debe interrogar las propuestas doctrinales que parecen desviarse de la Tradición viva. Además, el formular sospechas de herejía no equivale a una sentencia definitiva, sino a un llamado al discernimiento y a la clarificación pública de argumentos. Así como san Atanasio fue señalado por sus enemigos en Nicea antes de que el Concilio lo definiera doctor de la Iglesia, hoy cabe al magisterio jerárquico confirmar o rectificar las dudas de los teólogos.
Por otra parte, te hago presente tres razonables sospechas de herejía en las tesis lefebvrianas: 1. Rechazo de la validez del Novus Ordo Missae; 2. Calificación del Concilio Vaticano II como “herejía modernista”; 3. Desautorización del Magisterio pontificio post-conciliar. Cada una de estas posturas, al enfrentar frontalmente decretos y documentos magisteriales doctrinales, cae bajo la misma sospecha que precede a toda acusación de error de fe.
En cuanto a los pronunciamientos pontificios: san Pablo VI, promulgó con toda su autoridad pontificia (doctrinal y jurídica) el 3 de abril de 1969 la constitución apostólica Missale Romanum, que introdujo el nuevo rito de la Misa romana, garantizando la validez del nuevo rito, y condenando la negación de su eficacia sacramental. Por otra parte, el mismo obispo Lefebvre ya había sido advertido por el propio san Paulo VI de errores en la fe en su postura y en sus reclamos.
Por su parte, san Juan Pablo II, con el Motu proprio Ecclesia Dei (1988), calificó explícitamente de cismáticos a cuantos se separaban, como Lefebvre y sus seguidores, de la comunión romana.
Benedicto XVI y Francisco han reafirmado la hermenéutica de continuidad y la plena validez del Concilio Vaticano II, instando a todo católico a aceptar sin reservas las expresiones doctrinales definidas y a debatir fraternalmente las cuestiones pastorales. También Benedicto y Francisco han explicitado la condición cismática en la que se encuentran hoy los cristianos lefebvrianos.
Confío en que estos puntos que te transmito para tu personal reflexión, iluminen el diálogo y animen a todos a permanecer en la unidad de la fe y en el afecto filial al Sucesor de Pedro.