jueves, 2 de octubre de 2025

La "Misa de siempre": anatomía de un eslogan

¿Existe realmente una “Misa de siempre o sólo un eslogan convertido en bandera? ¿Puede la tradición reducirse a una fotografía fija de 1962? Cuando la liturgia se transforma en consigna, ¿qué se pierde de la comunión eclesial? ¿Es la fidelidad apego a un rito, u obediencia al Magisterio vivo? La Tradición y también la tradición litúrgica: ¿es río que fluye o museo de formas? [En la imagen: fragmento de "Misa de Ramos en la Basílica de N.S. de Luján", en Luján de Cuyo, Mendoza, acuarela sobre papel, 2025, obra de P.F., colección privada].

“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.”
(Hebreos 13,8)
   
----------La expresión “Misa de siempre” no tiene un origen magisterial ni litúrgico oficial. Es, más bien, un eslogan devocional y polémico que fue tomando cuerpo en ciertos ambientes tradicionalistas a partir de mediados del siglo XX, especialmente después de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
----------Desde aquellas primeras expresiones tradicionalistas más o menos innocuas, hoy se ha pasado -en los ámbitos pasadistas o indietristas filo-lefebvrianos- a ser utilizada como estandarte de combate contra el Novus Ordo Missae, el magisterio del Concilio Vaticano II y el magisterio de los Papas del postconcilio. Y eso, como bien sabemos, lo ha señalado con carácter de constatación de evidencia el papa Francisco en 2021, en su Carta a los Obispos, adjunta al motu proprio Traditionis custodes.
----------Por consiguiente, considero interesante indagar acerca de los posibles orígenes y evolución del término, pues este esclarecimiento podría ayudar a tales confundidos pasadistas a no tener una visión fundamentalista de una modalidad determinada del rito romano; también podría encauzar mejor el diálogo con ellos, e incluso, por qué no, podría también ayudar a los actuales poderosos y arrogantes neo-modernistas a reconocer sus propios errores y a comprender mejor las válidas instancias de los pasadistas.
   
La evolución de la liturgia romana antes del Concilio Vaticano II
   
----------La liturgia romana (tanto el rito eucarístico como el ritual de los demás sacramentos) nunca fue una realidad inmóvil. Desde los primeros siglos, fue asimilando elementos de las comunidades locales, de la tradición patrística y de la praxis de la Iglesia de Roma, hasta consolidarse como rito de referencia en Occidente. Lo que hoy llamamos “rito romano” es fruto de un proceso de siglos, no de una fijación súbita.
----------Ya en la Antigüedad tardía, bajo san Gregorio Magno [†604], se produjo una primera gran sistematización del rito romano, que luego se expandió por Europa gracias a la misión de los monjes y al influjo carolingio. Pero incluso entonces coexistían múltiples usos locales, con variantes en oraciones, cantos y rúbricas.
----------Durante el Medioevo, la llamada “Misa romana” conoció una pluralidad de adaptaciones: usos monásticos (benedictinos, cartujos, dominicos), variantes diocesanas, además de añadidos píos y devocionales. La liturgia era reconociblemente romana, pero no era uniforme.
----------El Misal de san Pío V [1570], fruto del impulso renovador del Concilio de Trento, no inventó una imposible “Misa de siempre”. Lo que hizo, en realidad de verdad, fue codificar y unificar una tradición litúrgica ya existente, eliminando excesos y variantes, y estableciendo un texto normativo para toda la Iglesia latina. Fue una reforma con sentido de continuidad progresiva, no una congelación definitiva.
----------A lo largo de los siglos siguientes, como no podía suceder de otra manera, la liturgia siguió reformándose. Urbano VIII introdujo cambios en los himnos; Benedicto XIV en el calendario; san Pío X reformó profundamente el Breviario y la distribución del Salterio; Pío XII simplificó las rúbricas y reformó la liturgia de la Semana Santa. De modo que cada generación heredó una liturgia viva, no una pieza de museo.
----------Por estos y otros motivos, hablar de una “Misa de siempre” es históricamente inexacto. Lo que existió fue una continuidad litúrgica orgánica, con cambios prudentes y reformas sucesivas, siempre bajo la autoridad de la Iglesia. La tradición litúrgica romana es un río que fluye, no una fotografía fija.
----------Ciertamente no podemos desconocer que en la piedad popular, de modo habitual se hablaba usando expresiones tales como “la Misa de toda la vida” o “la Misa de nuestros padres”. Pero eran meras expresiones coloquiales, no categorías teológicas y menos doctrinales. Designaban simplemente la misa en latín, que era la única forma conocida en Occidente, sin pretensión de absolutizarla ni de contraponerla a otra.
----------Sólo más tarde, en el contexto de la reforma litúrgica del Vaticano II, esas expresiones populares fueron reinterpretadas y convertidas en consignas ideológicas. Pero antes del Concilio, nadie pensaba en la “Misa de siempre” como un estandarte de combate, sino como la normalidad cultual de la Iglesia latina.
   
Del uso polémico al estandarte lefebvriano
   
----------Con la promulgación del Novus Ordo Missae en 1969, comenzaron a surgir grupos refractarios a la reforma litúrgica. Para tales fieles, habituados durante décadas a la misa en latín y finalmente al misal de 1962, el cambio les pareció desconcertante. En ese contexto, la expresión “Misa de siempre” empezó a usarse de modo polémico, como contraposición ideológica a la llamada “Misa nueva” o “Misa de Paulo VI”.
----------La fórmula “Misa de siempre” tenía una fuerza retórica inmediata: sugería que lo anterior era lo auténtico, lo inmutable, lo eterno; mientras que lo nuevo era percibido como ruptura o innovación sospechosa. Así, un término coloquial y nostálgico se transformó en un eslogan de resistencia y combate.
----------Fue precisamente en este clima donde desgraciadamente el obispo Marcel Lefebvre y sus primeros seguidores encontraron un recurso eficaz para su prédica. En sus panfletos, sus homilías y sus publicaciones, “la Misa de siempre” se convirtió en sinónimo de “la verdadera Misa católica”, en oposición a la reforma litúrgica impulsada por san Paulo VI en fidelidad a las directrices del Concilio Vaticano II.  
----------De tal modo, la expresión “Misa de siempre”, cargada de emotividad, funcionaba como bandera de identidad. No designaba un rito en sentido técnico, sino un modo de situarse frente a la Iglesia postconciliar: quienes celebraban el vetus ordo eran presentados como los guardianes de la tradición, mientras que quienes acogían la reforma eran vistos como innovadores o incluso traidores. Ese fue el originario discurso lefebvriano, en el fondo no litúrgico, sino eclesiológico: oposición a la llamada "Iglesia conciliar".
----------De este modo, lo que había nacido como un apego devocional se transformó en un signo de combate. La “Misa de siempre” ya no era simplemente la misa en latín de los padres y abuelos, sino el estandarte de una resistencia organizada contra el magisterio conciliar y contra la autoridad de los Papas del postconcilio.
----------En los años siguientes, esta retórica se consolidó en los ambientes lefebvrianos y en sectores pasadistas afines a sus ideas, vale decir, filo-lefebvrianos, y que el papa Francisco denominó indietristas. De tal modo, tanto en las comunidades cismáticas lefebvrianas, como en los grupos católicos filo-lefebvrianos, la expresión “Misa de siempre” se convirtió en consigna, repetida casi como un dogma paralelo, cargada de nostalgia y de crítica. Su fuerza no estaba en la precisión doctrinal, sino en la carga emocional y simbólica que transmitía.
----------Así, a seis décadas de la finalización del Concilio, seguimos encontrando en ciertos ámbitos alejados de la plena comunión eclesial la misma fórmula: “la Misa de siempre” como identidad ideológica, como garantía de ortodoxia frente a una Iglesia acusada de modernista o apóstata. Pero lo que en realidad se defiende no es la tradición viva de la Iglesia, sino una fotografía fija de 1962, convertida en bandera de oposición.
   
Problemas doctrinales y discernimiento actual
   
----------Tras seis décadas de debates, la expresión “Misa de siempre” sigue circulando en ambientes pasadistas y filolefebvrianos. Allí funciona como un signo de identidad, cargado de nostalgia y de crítica al Vaticano II y a los Papas del postconcilio. No designa un rito en sentido técnico, sino una bandera ideológica.
----------El primer problema de esta expresión es su inexactitud histórica. La liturgia romana nunca fue estática. Desde san Gregorio Magno hasta Pío XII, pasando por Trento, Pío X y las reformas intermedias, la misa conoció ajustes, simplificaciones y desarrollos. Hablar de una “Misa de siempre” es desconocer que la tradición litúrgica es un proceso vivo, no un bloque inmutable.
----------El segundo problema es su reduccionismo conceptual. Identificar la tradición con una fotografía fija de 1962 es un error. La tradición no se conserva congelando una forma, sino transmitiendo un principio vital que se actualiza en cada época bajo la guía del Magisterio.
----------El tercer problema de la expresión “la Misa de siempre” es su carácter divisivo. Al contraponer “la Misa de siempre” a “la Misa nueva”, se sugiere que la Iglesia habría producido en 1969 una ruptura con su propia fe. Esa insinuación contradice el principio dogmático de continuidad del Magisterio, que asegura que la Iglesia no se desdice de sí misma, sino que crece en fidelidad al depósito recibido.
----------Un cuarto problema es la confusión entre disciplina y doctrina. Las cartas apostólicas Summorum Pontificum y Traditionis Custodes no se contradicen doctrinalmente: ambos reconocen la validez del rito de 1962. Lo que cambia es el marco disciplinar y pastoral. SP ofreció una concesión amplia; TC la restringió en función de la unidad litúrgica. La doctrina permanece, la disciplina se adapta.
----------Un quinto problema es la instrumentalización ideológica. En los enclaves pasadistas, la expresión “Misa de siempre” se enarbola como arma contra el Concilio Vaticano II y contra los Papas del postconcilio. Se convierte así en un estandarte de oposición, más que en una referencia litúrgica.
----------Ahora bien, desde el punto de vista pastoral, conviene distinguir, pues no todos los que usan esa expresión lo hacen con constatable intención polémica. Algunos la repiten simplemente por apego afectivo, otros por confusión, y sólo algunos la convierten en bandera ideológica. El discernimiento pastoral debe ser paciente y prudente, evitando tanto la ingenuidad como la condena indiscriminada.
----------Por otra parte, desde el punto de vista magisterial, es necesario recordar con claridad que la lex orandi de la Iglesia (lex orandi ecclesiae) es solamente una. El rito romano vigente es el Novus Ordo Missae, promulgado por san Paulo VI y confirmado por sus sucesores. El Misal de 1962 puede ser utilizado en ciertos casos, pero siempre como concesión pastoral o indulto de excepción, no como forma paralela.
----------Por último, desde el punto de vista eclesiológico, la comunión católica no se mide por la forma celebrada, sino por la obediencia de fe al Magisterio vivo cuya cabeza visible y autoridad suprema es el Papa. Quien celebra el rito de 1962 en obediencia a las normas actuales vive en comunión; quien lo celebra en oposición al Magisterio, rompe la comunión aunque invoque la tradición.
----------En síntesis, la expresión “Misa de siempre” no es una categoría litúrgica ni doctrinal, sino un eslogan de resistencia. Su fuerza no está en la precisión teológica, sino en la carga emocional y simbólica que transmite.
----------La Sagrada Tradición, y también la tradición litúrgica, en cambio, no son un eslogan. Son un río vivo que fluye a través de los siglos, guiado por el Espíritu y custodiado por el Magisterio indefectible. No se conserva repitiendo consignas, sino obedeciendo a la Iglesia que hoy nos da la liturgia como expresión de la fe.
----------Por consiguiente, la verdadera y auténtica fidelidad católica no consiste en atrincherarse en lo que ayer fue permitido, sino en acoger lo que hoy la Iglesia propone como único camino común. Sólo así la liturgia es católica, y sólo así la comunión se hace posible.
   
Superar el eslogan para entrar en la comunión
   
----------Concluyamos. La expresión “Misa de siempre” nació como consigna, no como categoría litúrgica. Su fuerza no está en la precisión doctrinal (de la que carece), sino en la carga emocional que transmite. Por eso, más que iluminar, confunde: convierte en bandera lo que debería ser comunión.
----------La verdadera tradición de la Iglesia no se conserva congelando una forma, sino obedeciendo al Magisterio vivo que custodia la lex orandi divina et ecclesiae. La liturgia romana ha cambiado muchas veces, y siempre lo ha hecho para expresar con mayor claridad la misma fe.
----------En este sentido, la fidelidad no consiste en atrincherarse en lo que ayer fue permitido, ni en despreciar lo que edificó a generaciones anteriores. Consiste en acoger lo que hoy la Iglesia propone como camino común, sabiendo que en ello actúa el mismo Espíritu que guió a los Padres y a los Papas de todos los tiempos.
----------Superar el falso eslogan de la “Misa de siempre” es, en definitiva, un acto de madurez eclesial. Significa dejar de lado consignas para entrar en la lógica de la comunión: una sola fe, una sola Iglesia, una sola lex orandi. Sólo así la liturgia será, de verdad, católica.
   
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 22 de septiembre de 2025

24 comentarios:

  1. Gracias, padre, por el artículo. Se nota el esfuerzo paciente y riguroso por explicar lo que, en el fondo, es una obviedad: que la tradición litúrgica no se reduce a un eslogan. Y que el eslogan ni es doctrina ni da derechos, sino que simplemente es publicidad. ¡Mire que hay que esforzarse para demostrar irrefutablemente lo que debería ser evidente! Pero ya ve: en tiempos de consignas, hasta lo más claro necesita ser dicho con toda la fuerza de la razón y de la historia.

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    1. Estimada Domna Mencía,
      le agradezco su intervención. Justamente ése es el desafío, pues cuando lo evidente se oscurece bajo consignas, toca volver a mostrarlo con paciencia y con pruebas. La tradición litúrgica no se defiende con esloganes, sino con la fidelidad al Magisterio y con la comunión viva de la Iglesia.

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  2. Padre, me parece una falta de respeto llamar “eslogan” a la Misa de siempre. Para nosotros no es una consigna vacía, sino la fe de nuestros padres, la tradición viva que nos sostuvo toda la vida. Reducirla a un eslogan es insultar nuestra devoción y nuestra fidelidad. ¿Acaso la Iglesia de siglos se equivocó y recién ahora se descubre la verdad?

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    1. Esto se resuelve con el paso del tiempo.
      Cuando mueran los progresistas que sienten todo el desarrollo de la reforma litúrgica como parte de su vida.

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    2. Estimado Anónimo,
      comprendo su reacción y valoro la devoción que expresa. Nadie aquí pretende insultar la fe de nuestros padres ni la tradición que nos sostuvo. Precisamente porque esa tradición es viva y preciosa, conviene distinguirla de los eslóganes que la reducen a consigna.
      Lo que digo que es un eslogan es la expresión “Misa de siempre”, no el Misal de 1962, que en cuanto expresión de la lex orandi divina sigue siendo, como dijo Benedicto XVI, algo sagrado, aunque ya no sea la vigente lex orandi Ecclesiae.
      Ahora bien, como he señalado en mi artículo, la expresión “Misa de siempre” no es una categoría litúrgica ni doctrinal, sino un rótulo polémico acuñado en tiempos recientes y, en tal sentido, un eslogan que sirve a fines proselitistas de grupos pasadistas. Y como todo eslogan, simplifica y empobrece lo que nombra, incapaz de hacer justicia a la riqueza de la tradición litúrgica.
      La tradición de la Iglesia, en cambio, es mucho más rica y compleja: ha conocido desarrollos, reformas y adaptaciones a lo largo de los siglos, siempre bajo la guía del Espíritu y la autoridad del Magisterio.
      Decir que “la Misa de siempre” es un eslogan no significa negar la continuidad de la fe, sino recordar que la tradición no se conserva con etiquetas, sino con obediencia al Magisterio vivo. La Iglesia de siglos no se equivocó: al contrario, fue ella misma la que, en cada época, discernió y condujo la evolución de la liturgia.
      Por eso, la fidelidad de la Iglesia nunca se sostuvo en consignas, sino en la comunión viva con el Magisterio que celebra hoy en continuidad con ayer y en apertura al mañana.

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    3. Estimado Anónimo,
      su comentario expresa un deseo de que el tiempo “resuelva” las tensiones eliminando a quienes piensan distinto. Permítame señalar que la Iglesia no se edifica sobre la desaparición de unos para que prevalezcan otros, sino sobre la comunión de todos en Cristo.
      La tradición viva no se transmite por eliminación generacional, sino por fidelidad al Evangelio y obediencia al Magisterio. La reforma litúrgica no es propiedad de un grupo “progresista”, sino fruto de un Concilio ecuménico y de la autoridad de los Papas.
      El paso del tiempo, ciertamente, hace progresar a la Iglesia, la purifica y decanta y explicita las verdades de fe y las normas del vivir cristiano, pero no porque mueran unos y queden otros, sino porque el Espíritu guía a la Iglesia hacia la verdad plena. Esa es la verdadera esperanza católica: no la victoria de una facción, sino la comunión de todos en la misma fe y en la misma lex orandi.

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    1. Estimado Ludovicus,
      le agradezco su comentario, que me permite precisar con calma algunos puntos. Usted afirma que en mi artículo hay una “falacia”: sostener que la misa ha evolucionado a lo largo del tiempo y, al mismo tiempo, reconocer que el Novus Ordo Missae fue promulgado tras el trabajo de una comisión. Permítame responder con serenidad y fundamento.
      1. Lo que yo digo es un hecho histórico, no una falacia. La evolución de la liturgia romana no es una falaz opinión mía, sino un hecho documentado. Desde san Gregorio Magno hasta Pío XII, pasando por Trento, Pío X y las reformas intermedias, el misal conoció cambios y desarrollos. Negar esa evolución es desconocer la evidencia. Llamar “falacia” a este dato no lo convierte en tal: es simplemente su opinión (errónea) frente a un hecho.
      2. En segundo lugar, le hago presente que el Concilio Vaticano II pidió la reforma. La Constitución Sacrosanctum Concilium, aprobada por la casi totalidad de los padres conciliares, ordenó revisar y adaptar la liturgia. El Novus Ordo no nació de un “experimento malhadado” como dice usted, sino de la obediencia a un Concilio ecuménico y de la autoridad pontificia que lo promulgó.
      3. En tercer lugar, le hago presente que en la Sede Apostólica, todos los organismos intermedios no actúan por cuenta propia, sino como representantes del Sucesor de Pedro. El responsable es el Papa, y es él quien asume bajo su autoría y responsabilidad el trabajo de sus organismos colaboradores. Así, por ejemplo, quien firma una Encíclica y es su autor, es el Papa, hayan sido quienes hayan sido los que redactaron los borradores. Por eso, la comisión litúrgica que trabajó para dar lugar al Novus Ordo Missae no actuó por cuenta propia.
      El Consilium trabajó bajo mandato del papa san Paulo VI, quien revisó, corrigió y finalmente promulgó el nuevo misal en 1969. No se trató de un experimento autónomo, sino de un acto de gobierno litúrgico del Papa, en continuidad con el Concilio.
      4. Noto que debo explicarle la noción de evolución orgánica. El desarrollo orgánico no significa inmovilidad. También san Pío V, tras Trento, codificó el misal, suprimiendo usos locales y unificando la liturgia romana. Nadie acusó entonces a Pío V de “truncar” la tradición: se entendió como un acto legítimo de conducción de la evolución litúrgica. Lo mismo vale para la obra litúrgica de san Paulo VI.
      5. Es sorprendente que usted cometa el error de hablar de “rito fijo y estático”, frente a los hechos evidentes que señalan lo contrario a cualquier honesta mirada.
      Usted sostiene que el rito romano sería “fijo y estático”. Esa afirmación es insostenible: la historia muestra lo contrario. Incluso el Misal de 1962, que algunos presentan como “la Misa de siempre”, fue en realidad una forma provisoria dentro de un proceso continuo de ajustes y reformas. No fue un bloque inmutable, sino la última etapa de una evolución que el Concilio Vaticano II quiso continuar bajo la guía del Espíritu y la autoridad de la Iglesia.

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    2. 6. En sexto lugar, le hago presente que el misal de san Paulo VI, pese a lo que sigan diciendo los lefebvrianos y algunos filolefebvrianos, es legítimo y válido.
      El magisterio de los Papas posteriores —san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco— ha confirmado reiteradamente la validez y legitimidad del Novus Ordo Missae, y lo mismo el Papa actual, cuyas Misas públicas han sido celebradas todas según el Novus Ordo Missae.
      Quien niega la legitimidad y validez del Novus Ordo Missae, en realidad, no discute con una comisión de notables, sino con el magisterio pontificio y conciliar.
      7. En séptimo lugar, permítame indicarle donde existe una verdadera falacia.
      La falacia está en contraponer un supuesto “rito milenario” a un “rito nuevo”. El misal de 1962 no es más milenario que el de 1970: ambos son fruto de reformas sucesivas. Lo que garantiza la continuidad no es la inmovilidad de las formas, sino la autoridad de la Iglesia que custodia la lex orandi divina y la hace vivir en la Iglesia a través de diversas lex orandi ecclesiae, cada una de ellas vigente en un determinado período histórico.
      8. Finalmente, señalo la validez de la tesis de mi artículo: el eslogan pasadista de "la Misa de siempre". Y por eso insisto: la expresión “La Misa de siempre” no es una categoría litúrgica, sino un eslogan pasadista. Funciona como consigna de resistencia, no como descripción teológica. La tradición auténtica no se conserva con eslóganes, sino obedeciendo al Magisterio vivo que interpreta y custodia la liturgia.

      En síntesis:
      - La evolución litúrgica es un hecho, no una falacia.
      - El Novus Ordo nace del Vaticano II y de la autoridad pontificia, no de un experimento arbitrario.
      - El rito romano nunca fue fijo ni estático: incluso el Misal de 1962 fue una etapa provisoria, no definitiva.
      - La continuidad de la Iglesia se mide por la comunión con el Magisterio, no por la fijación en una forma.
      - “La Misa de siempre” es un eslogan pasadista, no la tradición viva.

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    3. El lector Ludovicus (un personaje recurrente, de identidad bien conocida, y publicista en otros blogs) había escrito lo siguiente:

      “La falacia que late en todo el artículo es sostener que la Misa ha evolucionado y desarrollado a lo largo de mucho tiempo, por lo que no se puede hablar de un rito fijo y estático, y al mismo tiempo fingir ignorar que el Novus Ordo Missae nació del experimento malhadado de una comisión de notables, truncando la evolución orgánica de ese rito milenario.”

      Tras recibir mi respuesta, el propio autor decidió borrar su intervención. Esto nos deja algunas preguntas inevitables: ¿Por qué la borró? ¿Reconoció en su interior los errores de su planteo? ¿Se dio cuenta, quizá avergonzado, de los disparates que había escrito? ¿Por qué no tuvo la humildad de reconocerlo abiertamente?
      Sea como fuere, el hecho mismo de que la objeción desaparezca mientras la respuesta queda publicada es ya elocuente. Y nos recuerda que, en este espacio, no buscamos ganar discusiones, sino iluminar con paciencia y verdad.

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    4. Lo borré con la esperanza de que no siguiera haciendo papelones. No entendió mi posteo, lo que denota falta de comprensión. Se lo reitero, ahora a su bajo nivel de entendederas.
      Le dije que su planteo contiene una falacia, porque usted atribuye a los que sostienen a la misa tradicional un paradigma fijista y estático, contrario a un supuesto evolucionismo que caracterizaría a los partidarios del novus ordo. Pues bien, eso es falso. Justamente lo que reivindicamos los que sotenemos el misal de 1962 es justamente el desarrollo orgánico, vivo, de la liturgia a lo largo de los siglos. El Novus Ordo, al que no le negamos validez, fue de factura deficiente, artificial y fijista: lo armó una comisión de iluminados, cuya máxima autoridad, cubierto de verguenza, tuvo que ser despedido a Persia como nuncio cuando salieron a la luz informaciones lamentables y el propio Pablo VI se dio cuenta del desmanejo de esa comisión.
      Como dijo Ratzinger en su momento, la reforma de 1969 fue inédita en la historia de la liturgia. Una cosa es limpiar, podar, agregar al arbol milenario y otra cosa es tirarlo abajo y plantar otro. El rito de 1969 no es el mismo rito romano, es otra cosa. Nadie niega que sea valido y legítimo. Pero es otra cosa. Si lo quiere llamar rito romano llámelo rito romano, estamos en la era de la autopercepción.

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    5. Estimado Ludovicus,
      antes de entrar en el fondo de su nueva intervención, debo señalar dos aspectos formales que no ayudan a la comunión ni al rigor intelectual: su tono despectivo (“papelones”, “bajo nivel de entendederas”) y su autojustificación por haber borrado su intervención previa. La retirada del comentario no constituye un argumento, y el desdén tampoco lo suple; son actitudes que no favorecen el diálogo sereno ni la búsqueda de la verdad.
      A pesar de estos obstáculos, procuraré mostrar con claridad cómo están realmente las cosas. Dicho esto, vayamos a lo importante: aquí intentaré, sin responder al agravio, clarificar los puntos doctrinales e históricos con la mayor precisión posible.
      Dejando de lado lo accesorio, y resumiendo su planteo para ordenar las cuestiones a considerar, usted me dice que:
      “Lo borré con la esperanza de que no siguiera haciendo papelones… Le dije que su planteo contiene una falacia… Justamente lo que reivindicamos… es el desarrollo orgánico… El Novus Ordo… fue de factura deficiente, artificial y fijista… lo armó una comisión… cuya máxima autoridad… tuvo que ser despedido a Persia… Como dijo Ratzinger… la reforma de 1969 fue inédita… El rito de 1969 no es el mismo rito romano, es otra cosa… Nadie niega que sea válido y legítimo. Pero es otra cosa.”
      Es claro que aquí hay cuestiones de tono y de método: descalificar no constituye refutación. La corrección fraterna exige respeto, y el rigor doctrinal requiere distinguir entre datos, interpretaciones y juicios de valor.
      Ordenemos entonces el debate: separemos lo histórico (evolución ritual, comisión, promulgación), lo doctrinal (magisterio y continuidad), y las interpretaciones atribuidas a Ratzinger y a las decisiones pontificias. Con este orden, podremos examinar cada punto con la serenidad y el rigor que merece.

      1. Por cuanto respecta a la historia y la normativa, nos debemos preguntar: ¿qué es hecho y qué es opinión? Usted acusa a mi artículo de contener una falacia. Conviene precisar: en sentido estricto, falacia es un razonamiento engañoso, un artificio retórico que induce a error. Tal calificación puede aplicarse a un argumento, pero no a un hecho. Y el caso es que yo no le he respondido con opiniones, sino con hechos comprobados.
      El primer hecho es la evolución orgánica real de la liturgia romana, que ha conocido desarrollos continuos (codificaciones, simplificaciones, integraciones) desde la antigüedad hasta la época moderna: san Gregorio Magno, la reforma tridentina (Misal de 1570), los ajustes sucesivos hasta el Misal provisorio de 1962, las reformas de san Pío X y Pío XII. Negar estos cambios es desconocer la historia.
      Un hecho clave: el Misal de 1962, que algunos llaman “la Misa de siempre”, no fue un bloque definitivo, sino una etapa provisoria dentro de una línea evolutiva. Presentarlo como “fijo y estático” es un error histórico.
      Otro hecho: el mandato conciliar explícito. La constitución Sacrosanctum Concilium pide (resumiendo) “participación plena, consciente y activa” (SC 14), el “noble carácter de la liturgia” con “fiel conservación y desarrollo legítimo” (SC 23), la “simplificación de los ritos” conservando la sustancia (SC 50), y regula el uso de la lengua (SC 36). El misal posterior no nace de una ocurrencia, sino de la recepción obediente del Concilio.
      Finalmente, otro hecho: la promulgación pontificia. El Ordo y el Misal reformado fueron promulgados por san Paulo VI mediante la constitución apostólica Missale Romanum (1969). No hubo “experimento” autónomo: hubo trabajos del Consilium bajo mandato, y la forma promulgada es un acto de autoridad pontificia. Llamar “artificial” a un acto de magisterio de gobierno litúrgico no lo invalida; es un juicio suyo, no un hecho. Si aplicáramos su mismo criterio, deberíamos llamarlo “falacia”; pero prefiero llamarlo lo que es: una opinión.

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    6. 2. Por cuanto respecta a la comisión, a Bugnini y a sus insinuaciones, conviene recordar, en primer lugar, lo que se refiere al aspecto de la comisión y la autoridad: el Consilium para la ejecución de la reforma litúrgica no sustituyó la potestad del Romano Pontífice; asesoró y elaboró propuestas revisadas por la autoridad competente. Esto es praxis habitual en las reformas litúrgicas.
      En lo referente a las insinuaciones personales: las narrativas sobre supuestas “vergüenzas” o “despachos” como si fueran reconocimiento oficial de un “desmanejo” son conjeturas extrínsecas al argumento litúrgico. La validez, legitimidad y continuidad del Misal no se deciden por biografías ni rumores, sino por actos magisteriales (promulgación, instrucción, confirmación por los Papas sucesivos).
      Comprendo que en ciertos niveles masivos se esté habituado a insinuaciones, elucubraciones y rumores; pero aquí no estamos en el terreno del chisme, sino en una discusión que pretende ser seria y académica.

      3. Por cuanto respecta a la continuidad y el desarrollo, atendamos a lo que enseñó el Romano Pontífice, en cuanto directriz pastoral que se apoya obviamente en la doctrina:
      En primer lugar, la unidad del rito romano en dos formas (2007). Benedicto XVI, en Summorum Pontificum y en su carta a los obispos, explicó que la forma extraordinaria (1962) y la forma ordinaria (1970) son “dos usos del único rito romano”. Esto desmiente que “sea otra cosa”, como opina usted. Más allá de las críticas teológicas y pastorales a esta decisión, lo que aquí importa es que el Papa reconoce diversidad de formas dentro de la misma tradición ritual (el rito romano), no ruptura.
      En segundo lugar, tengamos en cuenta el principio rector de la hermenéutica de la continuidad (2005). En su discurso a la Curia Romana (22 de diciembre de 2005), Benedicto XVI describió el criterio interpretativo del Concilio Vaticano II como continuidad dentro de la única Iglesia, rechazando la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”. Aplicado a la liturgia, al menos en su función de expresar la lex orandi divina: reforma sí, ruptura no.
      En tercer lugar, la confirmación posterior. San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han confirmado reiteradamente la validez y legitimidad del misal reformado como única lex orandi ordinaria de la Iglesia latina, regulando el uso de la forma de 1962 para custodiar la unidad. Si no me equivoco, León XIV no ha hablado todavía del tema, aunque de hecho él ha celebrado publicamente siempre con el Novus Ordo Missae, como es normal.
      Por lo tanto, podemos formular una conclusión doctrinal: la continuidad no se mide por ausencia de cambios, sino por la identidad sustancial del sacrificio eucarístico y por la autoridad de la Iglesia que custodia la lex orandi divina y determina la lex orandi ecclesiae. Decir que el misal de 1970 es “válido y legítimo, pero otra cosa” equivale a contradecir expresamente lo que el Magisterio pontificio ha afirmado.

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    7. 4. Por cuanto respecta a sus expresiones “fijismo”, “artificialidad” y el uso de eslóganes:
      En primer lugar, el “fijismo” está mal planteado, pues presentar el Misal de 1962 como “orgánico” y el Misal de 1970 como “fijista” invierte los términos. El misal reformado tiene edición típica y desarrollo (GIRM, ediciones sucesivas, ajustes disciplinarios), justamente para evitar fijismo; y el misal de 1962, lejos de ser estático, fue una etapa —además explícitamente señalada como provisoria— de un proceso histórico.
      Usted repite la expresión “Misa de siempre”, que claramente es un eslogan, como ya quedó demostrado (por si hacía falta) en mi artículo: no es categoría litúrgica ni doctrinal. Es una consigna pasadista que simplifica la complejidad de la tradición y la reduce a una marca identitaria de grupo. La tradición viva se custodia en comunión con el Magisterio, no en consignas.
      Por último, Ratzinger no avaló la tesis de “otra cosa”: cuando el entonces cardenal subraya la novedad, habla de la amplitud de la reforma, no de una ruptura ontológica del rito. De hecho, como Papa, en Summorum Pontificum (2007) y en su carta a los obispos, reafirmó la unidad del rito romano en dos formas y la hermenéutica de continuidad. Atribuirle la tesis de “otra cosa” es traicionar sus textos.

      A modo de conclusión breve, reitero ante todo el hecho que no puede ser relativizado por opiniones subjetivas: la liturgia romana evolucionó; el formulario de 1962 es una etapa, no un fósil.
      En segundo lugar, existe el hecho del mandato: el Concilio Vaticano II pidió la reforma, y san Pablo VI la promulgó.
      En tercer lugar, está el hecho de las intervenciones magisteriales pontificias que reafirman lo anterior: Summorum Pontificum y la hermenéutica de la continuidad niegan expresamente la tesis de “otra cosa”.
      Por último, una indicación metodológica: las descalificaciones personales y los rumores, a los que usted parece habituado, no refutan actos magisteriales ni hechos históricos en la vida de la Iglesia.
      De todo ello brota el criterio con el que debemos tratar cuestiones como éstas: fidelidad litúrgica implica comunión con la Iglesia que celebra hoy en continuidad con el ayer.
      Creo que los cuatro puntos en los que he ordenado mis respuestas a su intervención pueden ayudarnos a seguir reflexionando sobre el tema. En éste y en otros asuntos la discusión puede ser ardua, pero no se resuelve por el volumen de la descalificación, sino por la claridad de los hechos y la obediencia al Magisterio vivo. Si desea continuar, mantengamos el tono respetuoso y trabajemos con textos y actos solemnes; ahí se juega la verdad eclesial: en la obediencia al Magisterio y en la caridad de la comunión, no en la puntería de la ironía.

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    8. Vuelve a malentender y malinterpretar mi argumentación. Evidentemente, no le da para leer y comprender. Saludos a Bugnini.

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    9. Estimado Ludovicus,
      lo que está sucediendo en este inexistente “diálogo” entre nosotros —inexistente por responsabilidad suya— puede resumirse en dos puntos:

      1. Permítame una imagen. Supongamos que ambos estamos mirando por la misma ventana la avenida Colón en la ciudad de Mendoza, y yo comento: “¡Cuántos pasajeros bajan de ese colectivo!”. Y usted me replica: “No, ése no es un colectivo, es una nave espacial y de ella están saliendo alienígenas”. Mi primera reacción sería mirar su rostro para ver si se trata de una broma; pero al comprobar que lo dice en serio, me doy cuenta de que usted me narra una fantasía, mientras yo señalo un hecho a la vista de cualquiera. Pues bien, todo el intercambio entre nosotros se reduce a esto: usted me ofrece opiniones y narrativas, mientras yo le señalo hechos. Y sin embargo, usted insiste en llamar “falacias” a esos hechos que están a la vista de todos.

      2. Coincidimos en algo: ambos usamos un alias. Pero hay una diferencia esencial. Bajo el nombre de Fr. Filemón de la Trinidad he dado a mis lectores referencias claras sobre lo que pueden esperar de mí: soy sacerdote, doctor en filosofía y en teología, con más de cinco décadas dedicadas a la docencia. Eso me hace responsable de ofrecerles un nivel de rigor acorde a esos “créditos”. Usted, en cambio, se presenta como “Ludovicus” sin más, sin dar a conocer qué formación respalda sus afirmaciones. Eso me deja en la incertidumbre acerca de qué puedo legítimamente esperar de su comprensión y de su argumentación.

      Un verdadero diálogo supone escuchar al otro, comprender su posición y responderla. Yo he mostrado haberlo leído, he resumido su postura y he respondido en cuatro puntos a su segunda intervención. Usted podría legítimamente decir que no le he entendido, pero sólo si hubiera retomado esos cuatro puntos y me hubiera respondido con argumentos: a) estoy de acuerdo, b) no estoy de acuerdo, por estas razones, o c) estoy de acuerdo en esto, pero no en aquello, por estas razones. Eso hubiera sido un diálogo real.
      Aquí no lo ha habido, y la responsabilidad es exclusivamente suya. La pregunta que queda es: ¿por qué ha sido incapaz de dialogar? ¿Por falta de formación filosófica, teológica o histórica? ¿Por falta de humildad para reconocer errores? ¿Por estar ideologizado en ideas que no son católicas? Esa es una respuesta que usted mismo debe darse.

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  4. Permítaseme una observación lateral, aunque acaso no tan tangencial. Me parece que el recurso a los eslóganes —“la misa de siempre”, “rito milenario”, “otra cosa”— no es un mero accidente retórico, sino la forma popularizada de una nube de pensamiento gnóstico en la que ciertos pasadistas se sienten cómodos.
    El eslogan funciona como categoría cerrada, como fórmula mágica que sustituye al argumento. Es, si se me permite la expresión, la traducción vulgar o categorial de una trascendentalidad gnóstica: en lugar de habitar la historia concreta de la Iglesia, con sus desarrollos, sus crisis y sus reformas, se refugian en un “más allá” intocable, que luego se condensa en una consigna.
    Así, la “Misa de siempre” no es tanto un dato histórico cuanto un mito de pureza originaria, un absoluto que se invoca para escapar de la realidad de la tradición viva. Y como todo mito gnóstico, se sostiene en la oposición binaria: lo puro frente a lo contaminado, lo eterno frente a lo histórico, lo verdadero frente a lo aparente.
    El problema es que la Iglesia no vive de eslóganes, sino de sacramentos; no de mitos gnósticos, sino de la Encarnación. Y la Encarnación, como bien sabemos, se da en la historia, con sus concreciones, sus reformas y sus actos magisteriales.

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    1. Estimado Anselmus,
      agradezco su observación, que enriquece el debate con una clave hermenéutica de gran alcance. En efecto, el recurso al eslogan no es un mero accidente retórico, sino la cristalización de un trasfondo ideológico. Usted lo ha descrito con justeza: el eslogan funciona como categoría cerrada, como fórmula mágica que sustituye al argumento.
      Permítame añadir una precisión teológica. La tentación gnóstica, en sus múltiples metamorfosis, consiste siempre en absolutizar una idea o una forma, colocándola en un “más allá” intocable, y oponerla a la historia concreta de la salvación. En este sentido, el eslogan “Misa de siempre” opera como mito de pureza originaria: no designa un hecho histórico verificable, sino un absoluto imaginario que se invoca para escapar de la tradición viva.
      La Iglesia, sin embargo, no vive de mitos ni de fórmulas cerradas, sino de la Encarnación. Y la Encarnación, como usted bien recuerda, se da en la historia: en la carne, en los sacramentos, en la liturgia que crece y se reforma bajo la custodia del Magisterio. Por eso, la verdadera fidelidad no consiste en refugiarse en un “más allá” intocable, sino en permanecer en comunión con la Iglesia que celebra hoy en continuidad con el ayer.
      Su observación, por tanto, nos ayuda a ver que el pasadismo no es sólo un error histórico o litúrgico, sino también una recaída en la tentación gnóstica: preferir el mito a la historia, la consigna a la tradición viva, la fórmula mágica al sacramento.

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  5. Bueno..., padre Filemón, ya conocemos entonces el apellido de Ludovicus: "el que se borra los comentarios cuando se los refutan"... No le dé más vueltas... lo borró pensando que con eso borraría todas sus puntuales e irrefutables respuestas... Aprovecho para volver a agradecerle su claridad doctrinal..., su fidelidad a la Iglesia..., su generosidad hacia nosotros, sus lectores... Qué Dios le bendiga!

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    1. Estimada Rosa Luisa,
      celebro su buen humor, que siempre ayuda a descomprimir tensiones. Pero más allá de las anécdotas, lo que importa es que los lectores puedan contar con argumentos claros y con fundamentos doctrinales sólidos, que no se borran con un clic ni se desvanecen con un silencio, y mucho menos con descalificaciones personales nacidas de la altanería.
      Le agradezco de corazón sus palabras de aliento. La fidelidad a la Iglesia y el servicio a la comunión eclesial son la única razón de este trabajo cotidiano. Que el Señor la bendiga también a usted, y que nos conceda a todos perseverar en la verdad que libera y en la caridad que edifica.

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  6. Gracias Padre por su claridad en la exposición de la historia de la liturgia y el dogma católico.
    Lamento que personas que se autoperciben superiores expongan solamente una colección de eslóganes.

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    1. Estimado lector anónimo,
      le agradezco sinceramente sus palabras de aliento. Lo importante es que, más allá de los eslóganes, podamos todos crecer en la comprensión de la historia de la liturgia y del dogma, siempre en fidelidad a la Iglesia y en comunión con su Magisterio.

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  7. La cita precisa del cardenal Ratzinger es:
    "Lo que ha ocurrido tras el Concilio es algo completamente distinto.: en lugar de una liturgia fruto de un desarrollo continuo, se ha introducido una liturgia fabricada. No se ha querido continuar el devenir y la maduración orgánica de lo que ha existido durante siglos, se la ha sustituido, como si fuese una producción industrial, por una fabricación que es un producto banal del momento. Gamber, con la vigilancia de un auténtico vidente y con la intrepidez de un verdadero testigo".
    Klaus Gamber, como es sabido, sostiene que el Rito Romano (hasta 1969) y el Ritus Modernus (desde 1969) son dos ritos distintos.
    Apoyando esta idea se suele citar la audiencia del 26 de noviembre de 1969 en la que el Papa Paulo VI en dos ocasiones habla del Misal Romano (referido al vetus ordo) y del rito nuevo (referido al novus ordo).

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    1. Estimado Nicolás,
      comprendo su comentario, las citas que refiere del cardenal Ratzinger y del papa san Paulo VI, junto a la referencia a Klaus Gamber. Conviene, sin embargo, precisar algunos puntos que nos ayudan a la comprensión de lo que usted plantea.
      Por cuanto respecta a Klaus Gamber, conviene recordar que fue un liturgista alemán, sacerdote de Ratisbona, autor de un libro de cierta repercusión, La reforma de la liturgia romana (1981), donde sostuvo que el Novus Ordo habría introducido un “rito nuevo” distinto del romano tradicional. Sus obras fueron influyentes en ciertos ambientes críticos de la reforma, pero su tesis es incompatible con la enseñanza del Magisterio. El cardenal Ratzinger lo citó con respeto por su lucidez crítica en otros aspectos de su trabajo, pero no precisamente por su oposición al Magisterio. De modo que lo que tenemos que tener en claro es que Gamber no es Magisterio, sino un autor privado, cuya opinión no puede absolutizarse como si fuera norma de fe o de liturgia. De modo similar, tampoco podemos absolutizar ningún juicio del cardenal Ratzinger, tanto en su vida anterior como posterior a su pontificado.
      En otras palabras, el entonces cardenal Ratzinger valoró en Gamber la capacidad de diagnóstico, pero no asumió su tesis de la ruptura de ritos, lo cual es claramente incompatible con el Magisterio. De hecho, cuando Ratzinger tuvo la autoridad de Papa, afirmó expresamente en Summorum Pontificum (2007) que la modalidad de 1962 y la de 1970 son “dos usos del único rito romano”. Es decir, la lectura de Gamber fue matizada y superada por Benedicto XVI, es decir, por el propio Ratzinger en su magisterio pontificio.
      Por cuanto respecta a la expresión “liturgia fabricada”, el entonces cardenal Ratzinger la emplea en un contexto crítico, subrayando los riesgos de una reforma percibida como demasiado técnica. Pero nunca dedujo de ello que el misal de 1970 careciera de legitimidad o de continuidad. Al contrario, siempre reconoció su validez y su pertenencia a la tradición romana, aunque reclamara una “reforma de la reforma” en clave de mayor organicidad. Como cualquier teólogo, podía expresar opiniones discutibles, pero ninguna de esas opiniones privadas goza de garantía de infalibilidad. Cómo sabemos, sólo el Romano Pontifice, en ejercicio de su pontificado, goza de infalibilidad en su magisterio sobre fe y costumbres: desde los cardenales para abajo, todos los cristianos son falibles, incluso en las más altas cuestiones de la fe.
      Por cuanto respecta a lo expresado por san Paulo VI el 26 de noviembre de 1969, cuando el Santo Pontífice habla de “rito nuevo” frente al “rito romano anterior”, lo hace en un sentido descriptivo y pastoral, no dogmático. Señala la novedad de la reforma, pero no define dos ritos distintos. La promulgación del Missale Romanum en 1969 es un acto de autoridad pontificia que garantiza la continuidad de la lex orandi de la Iglesia.
      En conclusión: ni el cardenal Ratzinger ni san Paulo VI sostienen la tesis de que el misal de 1970 sea “otra cosa” distinta del rito romano. Lo que ambos reconocen es la magnitud de la reforma, pero siempre dentro de la continuidad de la tradición litúrgica de la Iglesia. Y, en cualquier caso, una referencia bibliográfica como el libro de Gamber citado por usted puede ser útil para el debate, pero no sustituye al Magisterio de la Iglesia: la lex orandi se custodia en la obediencia al Magisterio, no en la absolutización de autores privados.

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