jueves, 12 de noviembre de 2020

Una Iglesia para este mundo

De las dos infiltraciones que hoy envenenan y dividen a la Iglesia terrena, la infiltración modernista y la pasadista (lefebvriana), sin duda la más grave es la primera, entre otras cosas porque la segunda depende de la primera y le es funcional, ya que ha nacido como falsa respuesta a la primera. De ahí que un constante recordatorio del perfil de la verdadera eclesiología del Concilio Vaticano II, claramente distinta de la deformada eclesiología modernista que es propuesta falsamente como conciliar, siempre es de vital necesidad.

----------Son muchos los malentendidos que el modernismo ha generado y propagado sobre el Concilio Vaticano II, y para repasar todas las características del neo-modernismo postconciliar y del rahnerismo, que es una de sus más insidiosas mutaciones, deberíamos ofrecer un prolongado curso, que nos obligaría a recorrer todos los campos de la teología sistemática. Por supuesto, esa tarea debe ser hoy de obligado cumplimiento para todo profesor de dogmática en un seminario o en un instituto religioso para laicos, pero no es posible cumplirla de modo eficiente en un blog, aunque intentemos ofrecer aquí teología, en lugar de cotilleo eclesial o, peor aún, de trasnochado devaneo gnóstico sobre la actual situación de la Iglesia y su futuro.
----------Uno de los malentendidos, de los equívocos, y de las torcidas interpretaciones modernistas más graves acerca de la doctrina del Concilio Vaticano II se refiere al concepto de Iglesia, sobre todo en sus relaciones con el mundo. Como bien sabemos, el Concilio nos ofrece dos grandes documentos sobre la Iglesia: uno, de carácter dogmático, la Lumen gentium y otro de carácter pastoral, la Gaudium et Spes.
----------La Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, promulgada el 21 de noviembre de 1964, nos hace conocer la Iglesia de siempre en una visión nueva, enriquecida respecto a la visión precedente, a tal punto que aquel gran eclesiólogo que fuera el cardenal Charles Journet [1891-1975], amigo del papa san Pablo VI [1963-1978] y de Jacques Maritain [1882-1973], que poco antes del Concilio había publicado un monumental tratado sobre la Iglesia en dos grandes volúmenes, obra ya de por sí valiosísima, L'Eglise du Verbe Incarné, sintió la necesidad, persona humilde y fiel a la Iglesia como era, de añadir, siendo ya anciano, un tercer volumen a su obra, para retomar e ilustrar los aportes doctrinales del Vaticano II.
----------En cambio, la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, promulgada el 7 de diciembre de 1965, como todos saben, ofrece una riquísima doctrina pastoral sobre cómo hoy la Iglesia, en sus diversos aspectos, en sus diversas estructuras y miembros componentes, debe relacionarse con el mundo contemporáneo, para contribuir al crecimiento de la civilización, para la promoción de la persona humana y del bien común, de la justicia y de la paz, y sobre todo para anunciar convenientemente el Evangelio, tarea, esta, que constituye la esencia propia e insustituible de su misión.
----------La Gaudium et spes es el documento más famoso del Vaticano II, el que mayormente ha atraído la atención y el interés no solo del mundo católico, sino también de otras religiones y de todo el mundo cultural y político internacional, también de los no creyentes e incluso de los ateos.
----------No hay duda que la Gaudium et spes se ha convertido así casi en el símbolo del Concilio Vaticano II en su aspecto innovador, en su vertiente renovadora, de diálogo con la modernidad. Y a tal punto es así que desde diversas partes, al interior y al exterior de la Iglesia, también se ha llegado a exagerar su importancia, poniendo injustamente en la sombra a otros documentos comenzando por la propia Lumen Gentium, que ha quedado en gran medida eclipsada. Y lo que digo es un dato en el que debemos reparar con atención si queremos advertir las dimensiones de la traición neo-modernista y rahneriana al Concilio.
----------Efectivamente, la constitución Lumen gentium terminó siendo vista por los neo-modernistas con una cierta antipatía, a causa de la repetición y la confirmación que ella hace de las enseñanzas tradicionales, como el aspecto sobrenatural de la Iglesia, la referencia a la Iglesia celestial ("aspecto escatológico"), la jerarquía, el primado pontificio, la devoción mariana; aunque, por supuesto, la Lumen gentium es un documento que no está en absoluto privado de novedades doctrinales, como por ejemplo un mejor y más profundo conocimiento del concepto de "tradición", o de "revelación" o de la Iglesia misma.
----------A tal punto las corrientes neo-modernistas fueron dejando de lado la Lumen gentium, a la vez acentuando la importancia de la Gaudium et spes, que el caso fue que con el pretexto de la "pastoralidad" del Concilio y de la más exacta correspondencia de la Gaudium et Spes a los votos que el papa san Juan XXIII [1958-1963] había formulado en la apertura del Concilio acerca de cuáles debían ser sus objetivos, ya en los años inmediatamente siguientes al Concilio surgió en los ambientes modernistas una nueva eclesiología, cercana a la concepción protestante, una Iglesia en ruptura con la eclesiología del pasado, una Iglesia como puro y simple "pueblo de Dios", fundada sobre un equívoco democraticismo ("Iglesia desde abajo"), donde la jerarquía deviene un simple elemento coreográfico, la Iglesia ultraterrena se desvanece en la mitología, mientras que la relación con el mundo se invierte con respecto a su impostación tradicional: por lo que la Iglesia no es ya la Iglesia "luz del mundo" (Lumen gentium), sino al revés, es el mundo el que debe ser considerado como forma y modelo de la Iglesia, tanto que algún eclesiólogo ha llegado a afirmar la pura y simple identidad de Iglesia y mundo, en conjunción con la absorción de lo sagrado en lo profano, algo que fue notoriamente notado por los sociólogos de la religión, por ejemplo Gian Franco Morra, desde los años sesenta del siglo pasado.
----------Naturalmente, no hay duda que permanece hoy la Iglesia, permanecen la jerarquía y el pueblo de Dios, permanecen las organizaciones esenciales, comunitarias e institucionales; y no podría ser de otra manera; permanecen la Santa Sede, las diócesis, parroquias, instituciones religiosas, asociaciones, movimientos, y las enormes y múltiples actividades de individuos, de grupos y de comunidades: viajes pontificios, peregrinaciones, actividades ecuménicas, prácticas sacramentales y litúrgicas, católicos en la política, congresos, comunicaciones mediáticas, publicaciones, institutos académicos y escolásticos, catequesis y misiones, arte sacro, nuevos edificios de culto, producción teológica, cursos y ejercicios espirituales, obras de caridad y de promoción social, cultura católica, todo esto permanece, por supuesto.
----------Sin embargo, todo este conjunto a menudo está de variada manera y en diverso grado y medida, obstaculizado, contaminado o debilitado por aquella visión eclesiológica modernista, sustancialmente secularista, politizante, carrerista, laxista, mundana, modernista, filo-protestante y encima funcionarista-empresarial, hasta el punto de no poder ocultar ya las señales de la corrupción mundana. Sin duda, en más de cinco décadas, éste ha sido un gran trabajo por parte de las corrientes modernistas. Pero, me pregunto: ¿con qué ánimo, con qué espíritu? ¿para qué? ¿para cuáles fines? ¿Sobre la base de qué concepción de Iglesia?
----------Se trata, como he dicho, de una grave mala comprensión de la eclesiología postulada por el Concilio Vaticano II, un malentendido, un satánico equívoco, y en gran medida una intencional deformación y traición a las enseñanzas del Concilio, las cuales, si bien indudablemente nos presentan la relación de la Iglesia con el mundo moderno en una perspectiva excesivamente positiva (tal vez un error pastoral), no esconden sin embargo los aspectos de oposición, y si hablan de la ayuda que la Iglesia puede recibir del mundo, no ignoran para nada la más importante responsabilidad que la Iglesia ha recibido de Nuestro Señor Jesucristo de guiar al mundo a la salvación, y si ven en la Iglesia las primicias del Reino de Dios ya en esta tierra, no cierran el Reino en los límites de este mundo, y no descuidan en absoluto hablar de la Parusía y del Reino de los Cielos, antes bien, de hecho, ofrecen una rica enseñanza sobre la doctrina tradicional de la tensión de la Iglesia en la tierra hacia la del cielo, ilustrando aquello que el Concilio llama la "índole escatológica de la Iglesia".
----------Varias veces el papa Benedicto XVI, hoy papa emérito, como gran eclesiólogo que es, se ha referido a este tema de la verdadera interpretación de la eclesiología conciliar, advirtiendo que ella resulta no sólo de una correcta conexión entre Lumen Gentium y Gaudium et Spes, sino también con la eclesiología enseñada por el Magisterio precedente, en particular la visión interior, sobrenatural y mística de la Iglesia como "Cuerpo Místico" y "Esposa" de Cristo, templo de la Santísima Trinidad, alimentada por la gracia santificante, contempladora del Misterio, ciertamente comunidad humana con su propia energías y dinámicas y no privada, aquí abajo, de las miserias del hombre pecador, pero sobre todo comunión espiritual y sacramental, cuya actividad no termina en absoluto en la planificación y en los recursos del ingenio humano, sino que alcanza su vértice en la liturgia, "fons et culmen totius vitae christianae", en la caridad recíproca, en la respuesta de los fieles a los impulsos del Espíritu y a las exigencias de la Palabra de Dios.
----------Contrariamente a ello, la interpretación modernista de la Iglesia, falsamente conciliar, nos propone una Iglesia que, además de estar en el mundo, es también del mundo. Pero la verdad no es esa. Por el contrario, la verdadera Iglesia, aquella Iglesia de siempre que permanece intacta en el Concilio y de hecho resplandece con nueva juventud, nuevas fuerzas y nuevas esperanzas, está ciertamente (es justamente la indicación de Cristo) en el mundo, pero no es del mundo; trabaja en el mundo, pero para liberarlo de Satanás; ama al mundo, pero odia el pecado; es, sí, para el mundo, pero porque es sobre todo para Dios; está, sí, con el mundo, pero porque quiere curarlo y liberarlo de sus males; está con el mundo, pero ama más la soledad con Dios; da alegría al mundo, pero para ayudarlo a llevar la cruz; disfruta del mundo, pero como creación de Dios; asume ciertamente en sí misma cuanto de bueno existe en el mundo, pero para llevarlo más allá de sí mismo, purificado del mal, a la tierra de los resucitados y en la plenitud de la vida eterna.

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