La crítica a la actual vida de la Iglesia se vuelve profética cuando nace de la esperanza, no del resentimiento; cuando edifica, no cuando derrumba. La Iglesia necesita renovación, sí, pero que brote de la santidad, no de la nostalgia pasadista. Como alguna vez escribió Joseph Ratzinger: "La Iglesia será reformada por los santos, no por los estrategas." [En la imagen: fragmento de "Capilla del Rosario", óleo sobre madera terciada, obra de Fidel Roig Matóns, colección privada, representando la Capilla Nuestra Señora del Rosario, hoy restaurada, en las Lagunas de Guanacache, Lavalle, provincia de Mendoza].
Iglesia y mundo vistos por Rubén Peretó Rivas
----------El prof. Rubén Peretó Rivas (autor y responsable de lo que se publica en los blogs Caminante-Wanderer y El Wanderer) ha publicado el pasado 23 de junio en el segundo de sus blogs un artículo titulado "La adaptación de la Iglesia al mundo", que puede ser de alguna utilidad que comentemos aquí. Remito al lector a la lectura del artículo de este publicista mendocino, y por mi parte sólo me limitaré a explicitar, analizar y valorar sus principales conceptos, pero sin transcribir pasajes del artículo, pues en cualquier caso el lector comprobará fácilmente a qué párrafos del artículo me refiero en mi examen.
----------El artículo que analizaremos presenta una tesis clara y provocadora: la Iglesia, al intentar adaptarse al mundo contemporáneo desde el Concilio Vaticano II, terminó siendo absorbida por él.
----------Aunque en el texto de Peretó existen puntos valiosos en cuanto a su análisis histórico, también es pasible de objeciones que pueden formularse tanto desde un punto de vista teológico como filosófico. Tras la lectura del artículo, formulo cinco objeciones, y las someto a la consideración del lector. Adelanto en señalar que mis objeciones al artículo no sólo se relacionan con la crítica a la modernidad, sino que revelan una tensión interna en cómo se la aborda desde ciertos sectores eclesiales, afines a la postura manifestada por Peretó. Trataré de explicar este entrelazamiento en cada una de mis cinco objeciones.
----------Lo que intento hacer es ayudar al lector a considerar el articulo de Pereto desde una visión católica auténtica, fiel al Magisterio perenne y al Papa, sin caer en ideologizaciones restauracionistas ni en relativismos eclesiológicos. Por eso, y la adelanto con mi completa franqueza, la crítica de fondo que hago a este artículo puede sintetizarse en la tensión entre una legítima adaptación pastoral de la Iglesia y una lectura excesivamente pesimista y acusatoria del postconcilio. Para demostrarlo, señalaré los que entiendo son los puntos neurálgicos que deben ser detectados para una crítica objetiva y equilibrada.
----------Peretó Rivas nos presenta una lectura que pretende ser teológica, histórica y pastoral de los procesos de adaptación de la Iglesia católica al mundo contemporáneo, con especial énfasis en el Concilio Vaticano II [1962-1965] y su aplicación hasta ahora, tras sólo seis décadas. El tono del artículo, como he dicho, es apasionado e incluso provocador. Pero desde la mirada de la fe católica en comunión plena con el Magisterio, no podemos pasar por alto que este texto consta de elementos que merecen discernimiento, crítica y redirección, y esto no por simple censura (que a mí no me corresponde), sino por caridad eclesial.
Confusión entre adaptación y secularización
----------Es notorio el riesgo de la ambigüedad entre adaptación legítima y secularización o mundanización. Peretó sostiene que la Iglesia siempre se ha adaptado a los contextos históricos, y esto es completamente cierto, pero Peretó parece sugerir que cualquier adaptación reciente (para Peretó: desde el Concilio Vaticano II en adelante) ha sido esencialmente una rendición. Esta visión podría pecar de anacrónica, al no distinguir entre adaptación pastoral legítima y claudicación doctrinal.
----------A decir verdad, el desafío eclesial debe ser más matizado: ¿cómo diferenciar una legítima inculturación pastoral de una mundanización doctrinal? Peretó, de modo francamente simplista, parece plantear el dilema moderno en meros términos de "adaptación vs secularización".
----------Ahora bien, la crítica que Peretó hace a la adaptación eclesial que termina en mundanización refleja o deja entrever una preocupación central que consiste en la crítica a la modernidad, que no tengo dificultad en compartir, como es la pérdida del sentido de lo sagrado y la disolución de las formas tradicionales. Eso es válido, pero el problema radica en que si no se distingue entre inculturación legítima y secularización, se corre el riesgo de caer en una crítica reactiva, más nostálgica que filosófica. Esto empobrece el diagnóstico del fenómeno moderno, que no es sólo "el mundo" sino una transformación ontológica del modo de habitarlo.
----------El autor del artículo que examinamos parte de un principio válido: la Iglesia, en su expresión pastoral y estructural, ha sabido adaptarse a las épocas sin traicionar su identidad. Sin embargo, luego Peretó cae en un juicio sumamente negativo y poco matizado sobre el Concilio Vaticano II, presentándolo como la causa principal de decadencia, lo cual no se sostiene a la luz del Magisterio posterior, especialmente el de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, que han afirmado con claridad su continuidad con la Tradición, y el del papa Francisco, quien afirmó en estilo llano y simple: "Quien no sigue el Concilio no está con la Iglesia".
----------Esta primera constatación me lleva a pedirle a Peretó que sepa distinguir entre adaptación y mimetismo. La Iglesia, para anunciar el Evangelio, necesariamente debe adaptarse a las culturas, a los lenguajes, a los modos de decir del mundo, para que el mundo la entienda a la Iglesia y entienda su mensaje; pero esto no quiere decir que la Iglesia deba mimetizarse con el mundo. Adaptación sí, mimetismo no.
----------Que quede bien claro una vez más que a Peretó le asiste toda la razón al criticar la tentación de una Iglesia que copia los modos del mundo. Sin embargo, el problema de Peretó radica en que sugiere que todo esfuerzo pastoral contemporáneo lleva necesariamente a la mundanización. Esto es totalmente injusto. Muchos pastores, religiosos y fieles intentan hoy vivir el Evangelio con autenticidad, incluso en estructuras nuevas, más personales y menos territoriales. La misión es llegar a todos, no atrincherarse, no encerrarse en una burbuja de incienso, latines, cantos gregorianos y polifonías clásicas. Si la Iglesia en un momento de su historia supo renunciar al griego para asumir el latín, lengua vernácula de aquel momento, también hoy debe asumir otras lenguas, otras culturas, otros modos de decir, para que pueda ser entendida por los hombres de nuestro tiempo. "Probadlo todo y quedaos con lo bueno", nos dice el apóstol san Pablo.
Visión reduccionista del Concilio Vaticano II
----------Una segunda observación que me surge tras la lectura del artículo de Peretó, es su reduccionismo respecto del Concilio Vaticano II. Aunque el Autor reconoce que los documentos conciliares son ortodoxos (¿acaso podrían no serlo?), sin embargo parece adoptar la tesis de que su actuación o implementación fue deliberadamente desviada por sectores eclesiales con fines destructivos.
----------Ahora bien, sin negar que han existido y todavía existen hoy abusos en la implementación que hasta ahora (apenas seis décadas) se ha hecho del Vaticano II, la visión que Peretó manifiesta nutre evidentemente una narrativa de conspiración que no contempla en absoluto los muchos frutos pastorales positivos del Concilio en distintos contextos, como por ejemplo, la renovación litúrgica, la revalorización del laicado, la apertura ecuménica, el impulso al diálogo interreligioso, la libertad religiosa, la eclesiología de comunión o sinodalidad, el compromiso con el mundo contemporáneo, la revalorización de la Sagrada Escritura, el impulso a la vida consagrada, la reforma de la formación sacerdotal, etc.
----------En este punto, se advierte el reduccionismo histórico, el cual le es común a Peretó y a otros exponentes (también argentinos) de su misma línea de pensamiento. Se trata, en definitiva, de un reduccionismo histórico que presenta a la modernidad como un totum sin matices. Por cierto, también les es común a estos exponentes la dificultad para distinguir modernidad de modernismo (el cual es la idolatría de la modernidad).
----------Al presentar el Concilio Vaticano II como un punto de quiebre negativo sin matices, se incurre en una visión de la modernidad como un bloque homogéneo y maligno. Es una crítica simplista y superficial. La crítica más profunda que es necesario hacer, no se contenta con señalar culpables históricos, sino que busca las raíces filosóficas, y ellas son: el nominalismo, el cartesianismo, el olvido del ser, la tecnificación del mundo. Sin esa profundidad, la crítica se vuelve más política que metafísica.
----------Me estoy refiriendo a cómo Peretó y otros publicistas de su corriente ideológica, abordan críticamente la modernidad, más que al Concilio Vaticano II en sí. Lo que intento decir es que, cuando se presenta el Vaticano II exclusivamente como una cesura o un error sin matices, se corre el riesgo de empobrecer el análisis, porque se coloca al Concilio como chivo expiatorio de una crisis mucho más profunda.
----------La verdadera crítica -la más fecunda desde un punto de vista teológico y filosófico- no se agota en buscar responsables históricos (como si los problemas eclesiales actuales hubieran comenzado en 1962 cuando dio inicio el Concilio), sino que se remonta a raíces ontológicas y gnoseológicas más hondas: la pérdida del sentido del ser, el auge del pensamiento técnico, la subjetivación radical del conocimiento, etc. Entonces, la advertencia que hay que hacer a Peretó es doble: por un lado, no reducir el análisis del Vaticano II a una lectura política o sociológica, sino abrirlo a una comprensión más metafísica del contexto en el que se da. Y por otro, no tratar la modernidad como un bloque homogéneo y maligno, porque eso impide discernir sus verdaderas fisuras internas, algunas de las cuales el propio Concilio intentó iluminar desde dentro.
----------Por ende, existe también en el artículo de Peretó reduccionismo en el comprender lo que ha sucedido después del Concilio. Si bien hay que reconocer que es cierto que se han producido abusos bajo el pretexto del llamado "espíritu del Concilio Vaticano II", Peretó incurre en una generalización que descalifica todo el proceso de aplicación del Vaticano II hasta ahora (por cierto, repito, apenas seis décadas, un tiempo demasiado breve como para sacar conclusiones). Peretó no considera los frutos espirituales, teológicos y pastorales que muchos fieles, comunidades y santos del postconcilio han encarnado.----------En lo que acabo de decir salta a la vista que Peretó se mantiene obstinadamente apegado a la misma postura lefebvriana de considerar al Concilio Vaticano II viciado de modernismo, aunque afirme que el Vaticano II no fue problemático en sí, sino en su implementación. Es indudablemente cierto que hubo desviaciones y ambigüedades aprovechadas para mal por los neo-modernistas; pero reducir el Concilio a una traición táctica de ciertos grupos no rinde honor al sensus Ecclesiae. Los documentos conciliares, promulgados por el papa san Paulo VI son Magisterio en el preciso sentido del término, y gozan por tanto de inerrancia en lo doctrinal, aún cuando en lo pastoral pueden ser objeto de respetuosa y prudente crítica (como afirmó en varias ocasiones el papa Benedicto XVI), y entonces, cualificados en su doctrina de intachable ortodoxia, por consiguiente, su lectura exige hermenéutica de continuidad, no sospecha ideológica.
Nostalgia pasadista como criterio implícito
----------La tercera observación, no es nada difícil de advertir y formular. El artículo de Peretó sufre de una contradicción que luce infantil: por un lado rechaza explícitamente el "restauracionismo integral", pero al mismo tiempo idealiza épocas anteriores como si en ellas no hubiesen existido distorsiones, herejías o negligencias pastorales. Esa contradicción se manifiesta especialmente en la comparación con el Concilio de Trento, cuya implementación -si bien más disciplinada que la del Concilio Vaticano II- también fue problemática en algunas regiones. Peretó, que además de profesor de filosofía es aficionado a la historia, debería saber de sobra que la historia de la Iglesia nunca fue una línea recta y pura de ortodoxia triunfante.
----------Lo cierto es que mi experiencia en las ultimas seis décadas me dice que nostalgia y anti-modernismo se han convertido para muchos en una trampa recurrente. Y ese parece ser también el caso de Peretó (y en este punto, el mendocino se emparenta también con otros publicistas argentinos).
----------La nostalgia por un orden anterior puede ser una forma de anti-modernismo, pero no necesariamente una crítica a la modernidad. Como bien sabemos, criticar la modernidad no es desear volver al pasado, sino discernir qué se ha perdido y qué se ha ganado en la modernidad, y cómo recuperar lo esencial en nuevas condiciones. La crítica auténtica a la modernidad no es regresiva, sino profética, es decir, progresista; pero con ello tocamos una fibra nerviosa: para estos publicistas, el progreso parece ser una mala palabra.
----------En otras palabras, el artículo de Peretó manifiesta a las claras la contraposición entre una nostalgia paralizante y la Tradición viva de la Iglesia. El texto parece añorar estructuras y formas eclesiales de otros siglos, sin discernir entre lo esencial y lo accesorio. Parece que Peretó aún no sabe que la Tradición no es una repetición mecánica del pasado, sino la transmisión viva del Evangelio bajo la guía del Espíritu Santo.----------Peretó debería darse cuenta de una vez por todas, que la Tradición católica no es museo, sino fermento de vida, y vida en continuo progreso. Si Peretó es incapaz de llegar a comprender esto, sus esfuerzos por distanciarse de las posturas lefebvrianas (y, al respecto, Peretó siempre se manifiesta muy preocupado para que no lo consideren un seguidor de Marcel Lefebvre) serán inútiles, pues estaría siempre a la vista, como lo está ahora que su concepto de Tradición es exactamente el mismo que el de los lefebvrianos.
----------Peretó, en este artículo (como siempre cuando toca el tema), presenta una noción de Tradición más arqueológica que viviente. Como bien recordaba el papa Benedicto XVI, la Tradición es el sujeto viviente que crece con la Iglesia, fiel al depósito revelado pero en continuo desarrollo. El lamento de Peretó por una Iglesia de antaño, revestida de certezas y estructuras, deja sin voz a los nuevos carismas que han brotado en el postconcilio, a las nuevas comunidades y movimientos, y a las nuevas formas de santidad.
Descalificación y tono
----------La cuarta y más que obvia observación tiene que ver con las descalificaciones y el tono, vicios habituales en Peretó. La crítica que el artículo de Peretó dirige al estado actual de la Iglesia incluye expresiones sumamente despectivas ("papirusas y manfloros", "zopenco", y otras que me dicen ha usado cuando ha intervenido en el foro de este blog), que si bien apelan a un estilo satírico o provocador, pueden ensombrecer el análisis y desviar la atención de las cuestiones sustantivas. Además, caricaturizan un fenómeno complejo como la crisis de identidad eclesial, reduciéndolo a malas intenciones o incompetencia.
----------Este habitual estilo "borde" o antipático de Peretó (del cual él tantas veces culpó al papa Francisco) y sus recurrentes descalificaciones, que podrían juzgarse no un estilo literario sino brotes de mala educación o de algún trastorno, en realidad son síntomas de una modernidad mal digerida.
----------En otras palabras: el uso de un lenguaje arrabalero, despectivo y caricaturesco puede ser visto como un síntoma de la misma modernidad que precisamente Peretó intenta criticar, cuyo principal vicio es la pérdida del logos como mediador del diálogo. En este sentido, Peretó podría ser calificado como un excelente ejemplo del hombre moderno (en el mal sentido), o sea, individualista, egocéntrico, carente de sentido social y comunitario. En lugar de una crítica sapiencial, Peretó cae en la lógica del meme o del sarcasmo, que es profundamente moderna en su superficialidad. Es decir, Peretó combate la modernidad con sus propias armas.
----------Paradojicamente Peretó se ha preocupado por autodefinirse como "un cristiano en comunión con Roma" (¿otra vez más el mismo juego de esconder la mano al arrojar la piedra?), pero ¿hace falta decir que salta a la vista que su alardeada "comunión con Roma" se ha devaluado como se ha venido devaluando la moneda argentina, hasta el punto de llegar a ponerse personalmente en riesgo de cisma y excomunión? La verdadera comunión con Pedro se vive aún en la tormenta. ¿O acaso se debe pensar que la "Roma" a la que se refiere es aquella "Roma de siempre" con la que fantaseaba Marcel Lefebvre? ¿Otro punto de contacto de Peretó con los lefebvrianos? Da esa clara impresión.
----------Mencionar al papa Francisco o al papa san Paulo VI como lo hace Peretó, en términos tan despectivos, o hacer rankings de "peores pontificados", rompe la comunión eclesial. Es cierto que el Papa no es impecable en el ámbito de lo pastoral-gubernativo-disciplinar, pero en cuanto Maestro infalible de la fe sigue siendo principio de unidad y roca visible, incluso cuando, como he dicho, sus decisiones en el campo de lo pastoral-gubernativo-disciplinar sean en ocasiones discutibles, y en este campo (no en el doctrinal, como lo pretenden los Burke, los Schneider, y otros remedos de Lefebvre) puede darse la corrección fraterna, la cual sin embargo nunca debe perder el tono filial. En cambio, el tono empleado por Peretó daña la fe de los sencillos.
Diagnóstico superficial sin salida teologal
----------Una última observación que se detecta enseguida tras una primera lectura de su artículo, es el silencio de Peretó acerca de las profundas causas culturales de la crisis. Aunque Peretó señala el cambio civilizacional como irreversible, por desgracia su análisis no profundiza filosóficamente -como era previsible- en las causas de esa transformación, por ejemplo: pérdida del sentido del ser, debilitamiento de la noción de verdad y bien, triunfo del individualismo, etc. La crítica de Peretó al aggiornamento eclesial sería más robusta si se apoyara en una crítica más explícita a la modernidad en sus fundamentos ontológicos y antropológicos.
----------Efectivamente, la falta de crítica metafísica a la modernidad es el núcleo ausente por lo general en los textos de Peretó, y también en el artículo que analizamos. No se menciona la crisis de la metafísica, la fragmentación del sujeto, ni la disolución del lenguaje como mediador de verdad. Sin esa crítica ontológica, la denuncia eclesial queda en el plano institucional o moral, sin tocar el corazón del problema. Una superficialidad sorprendente en alguien que tiene por oficio ser profesor de filosofía.
----------Cuando digo diagnóstico sin salida teologal, quiero decir que si bien Peretó denuncia problemas que son indudablemente reales (como liturgias irreverentes, confusión doctrinal, pérdida de identidad), el tono se desliza hacia la desesperanza o el sarcasmo. Esto significa que le falta una mirada providencial y pascual: la certeza de que Jesucristo es el Señor de la historia y sigue guiando a su Iglesia incluso en estos tiempos oscuros.
----------En resumen y fundamentalmente, el artículo bajo examen nos ofrece una crítica dura a ciertos desarrollos contemporáneos de la Iglesia, pero del modo como Peretó lo hace corre el riesgo de una visión eclesial parcial y de superficie, poco confiada en la acción del Espíritu Santo y centrada más en lo estructural o institucional humano o sociológico de la Iglesia, que en lo sacramental y misionero.
----------Frente al pesimismo estructural puesto de manifiesto en este artículo, debemos contraponer nuestra esperanza pascual. Y ello porque si bien es cierto que Peretó ofrece una visión por momentos lúcida en cuanto al colapso de ciertas formas tradicionales de parroquia o autoridad eclesial territorial, y también acierta en señalar abusos litúrgicos y doctrinales que han debilitado la identidad católica, sin embargo, su diagnóstico cae en una melancolía paralizante y en un lenguaje corrosivo que desconoce la acción del Espíritu en medio de la fragilidad. La lectura profética y de fe del devenir de la Iglesia en este mundo no consiste en lamentar los escombros, siempre frutos del pecado, sino en encender las luces que brotan de la acción del Espíritu, alma de la Iglesia.----------En conclusión, la crítica a la actual vida de la Iglesia se vuelve profética cuando nace de la esperanza, no del resentimiento; cuando edifica, no cuando derrumba. La Iglesia necesita renovación, sí, pero que brote de la santidad, no de la nostalgia pasadista. Como alguna vez escribió Joseph Ratzinger: "La Iglesia será reformada por los santos, no por los estrategas."
Gracias, padre Filemón, por esta reflexión tan serena y valiente. Me hizo recordar esas palabras del Prefacio II: “en cada época envías pastores que cuidan de tu pueblo con amor”, ... y me surge rezar por esos pastores de hoy que, sin estridencias ni nostalgia, se dejan guiar por el Espíritu... Creo que su análisis del artículo de Peretó es muy acertado, especialmente en la distinción entre adaptación eclesial y secularización. A veces pareciera que criticar la modernidad fuera sinónimo de querer volver atrás, y eso es un error. Como dice san Agustín —y usted lo cita oportunamente—: “Ama a la Iglesia, si quieres tener al Espíritu”... Me preocupa cuando algunos usan el tono del sarcasmo, incluso con los papas, como si el dolor por las heridas de la Iglesia los autorizara a perder la caridad... Gracias por ayudarme a mirar con más amplitud y esperanza. Necesitamos sabiduría para discernir sin desamor. La Tradición no se embalsama; se celebra y se encarna... Y eso, lo encontramos cada vez que el Evangelio se vuelve vida. Que no nos falte la humildad ni el coraje... 😉😉😉😉😉
ResponderEliminarEstimada Rosa Luisa,
Eliminarle agradezco por su lectura atenta y por esa oración silenciosa que intuyo entrelíneas. El mayor consuelo para mí, que intento servir desde este pequeño rincón de internet, es comprobar que aún hay corazones que leen no sólo con los ojos, sino también con esperanza.
Tiene razón: la Tradición, cuando es verdadera, no se embalsama. Respira, arde y guía. Que el Espíritu nos conceda seguir cuidando de ella con firmeza, y sin perder la mansedumbre.
Interesante análisis. Celebro que se señale la diferencia entre adaptación pastoral y secularización: es una distinción tan necesaria como olvidada. En cuanto a Peretó, no niego su agudeza diagnóstica, pero echo en falta la virtud de la esperanza. Sin ella, toda crítica se vuelve estéril. Y sin caridad, peligra la comunión. Dicho esto, me sigue pareciendo saludable que el blog ponga en diálogo estas voces, para que también nosotros aprendamos a discernir y no solo a reaccionar.
ResponderEliminarEstimado Julio,
Eliminaragradezco sinceramente su comentario, que con lucidez y equilibrio nos recuerda que la verdad, para ser plenamente fecunda, debe estar habitada por la esperanza y sostenida por la caridad.
Concuerdo con usted plenamente en que toda crítica -incluso la más fundada- pierde fuerza si no deja entrar al Espíritu que anima, consuela y renueva. Y que la comunión no se cultiva en la uniformidad, sino en el diálogo humilde entre quienes buscan, con fidelidad, discernir el paso de Dios por nuestra historia.
Gracias por ayudarme y ayudarnos a pensar, sin cerrar el corazón.
Cinco objeciones con olor a sacristía postmoderna. Peretó habla desde las ruinas; Filemón, desde el decanato de urbanismo eclesial.
ResponderEliminar— Pseudo
Querido Pseudo, te leo y no puedo evitar imaginarte entre las ruinas del Sábado Santo, habitando ese silencio espeso de cuando todo parece perdido… Y sin embargo, aun allí, ¿no es donde más crece la esperanza?... Decís que el padre Filemón habla desde un “decanato de urbanismo eclesial”, y tal vez sí: desde un lugar donde se procura, entre escombros, trazar caminos que no nieguen los derrumbes, pero tampoco se regodeen en ellos. Porque a veces, mirar tanto las ruinas nos impide ver los brotes. Y los hay, aunque callados, aunque no entren en titulares ni se exhiban en gestos ampulosos...
EliminarNo creo que el padre Filemón niegue el dolor —yo tampoco lo niego—, pero elijo, como nos enseña la liturgia, que “en medio de la tribulación ha brillado la luz pascual”. No para cerrar los ojos al sufrimiento, sino para no ceder al cinismo. Porque si perdemos la fe en que el Espíritu sigue obrando incluso en lo débil, lo torcido y lo ambiguo… ¿en qué Dios estamos creyendo?...
Querido hermano, tu voz también tiene lugar en esta conversación de la Iglesia. ... Pero te invito a no quedarte solo en el lamento, sino a ayudar a reconstruir desde lo pequeño y verdadero. Como dice el profeta: “no apagará el pábilo vacilante”… Tal vez allí, en lo que humea sin brillo, todavía arde el Espíritu.
Estimado Pseudo,
Eliminarsu comentario, el cual es afilado y con evidente destreza retórica, no deja de evocarme aquella imagen evangélica del perfume derramado: uno percibe el olor, pero no siempre sabe si viene del agradecimiento o de la herida.
Hablar "desde las ruinas" puede ser un acto profético, como bien lo mostró Jeremías. Hablar "desde un decanato de urbanismo eclesial", como usted sugiere, no implica negar las ruinas, sino intentar con fidelidad, trazar caminos que no se conformen ni con la demolición ni con el repliegue romántico.
Las objeciones que yo he planteado en mi artículo al texto de Peretó Rivas no aspiran a clausurar el debate, sino a abrirlo sin ceder al cinismo. Si huelen a "sacristía postmoderna", lo lamento por la nariz; a mí me basta con que no desprecien el incienso de la comunión y el aroma de la esperanza.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminarsus palabras merecen mi agradecimiento. Sus expresiones no sólo reconfortan, sino que resisten al desencanto con una delicadeza que pocos se atreven a sostener. Su lectura del “Sábado Santo” como figura de nuestra hora es de una hondura que debemos subrayar, y su llamado sin estridencias a reconocer los brotes entre las ruinas, me recuerda que la verdadera esperanza no se grita: se encarna.
Le agradezco sinceramente, porque en medio de voces que a veces se crispan, la suya no alza el volumen: alza el alma.
Estimadísimo Padre Filemón, le agradezco este post, que me ha llevado a dirigirme al artículo de Peretó Rivas, y leerlo con atención. En efecto, he comprobado que la crítica que usted hace responde exactamente las falencias del texto de Peretó. Pero también me han interesado las intervenciones de Peretó frente a los variados comentaristas de su artículo, y las he analizado con detenimiento.
ResponderEliminarPues bien, tras revisar cuidadosamente las intervenciones de "elwanderer" en el foro de comentarios de este artículo, concluyo que si bien su estilo es provocador, a menudo irónico, y se mueve en los márgenes de la crítica eclesial dura, no llega sin embargo a traspasar con claridad los límites formales del magisterio, al menos en mi opinión. Aun así, hay algunas afirmaciones que pueden interpretarse como cercanas a posiciones cismáticas o sospechosas de heterodoxia, según cómo se lean. A continuación, le señalo las que me parecen las más significativas:
1. Críticas reiteradas y despectivas hacia los Papas recientes: “El Vaticano II en sí no es un problema; el problema fue su aplicación tramposa, avalada por los papas posteriores, incluido Juan Pablo II, hay que decirlo aunque a muchos le incomode [...] deplorable pontificado [de Pablo VI] sólo superado por el de Francisco.” Observación: Si bien criticar la gestión de un pontificado no es en sí cismático, el tono despectivo y el desprecio hacia la autoridad papal pueden rayar en una actitud de rechazo práctico de la obediencia debida al Romano Pontífice, algo que el CIC (can. 751) considera una forma de “rechazo de la sujeción al Papa”.
2. Comparación burlesca de la Iglesia postconciliar: “Fueron engullidos por el mundo y buena parte de sus obispos y sacerdotes, como casquivanas de cabaret de pueblo, se despojaron alegremente de los ropajes que había acumulado una tradición milenaria…” Observación: Este tipo de lenguaje puede considerarse no solo ofensivo sino revelador de un desprecio sistemático hacia el cuerpo eclesiástico. No constituye herejía formal, pero sí podría interpretarse como una fractura interna grave de comunión eclesial si se interpreta como rechazo práctico del episcopado vigente.
3. Acusaciones de manipulación en el Vaticano II: “Fue el malhadado Concilio Vaticano II [...] manipulado por un grupo de estrategas [...] como fueron manipulados otros concilios ecuménicos.” Observación: Aunque hace un esfuerzo por aclarar que el contenido doctrinal no fue herético, al sugerir una manipulación sistemática del Concilio puede alimentar una actitud sospechosa hacia su legitimidad, lo cual es cercano a algunas posiciones indietristas extremas que rozan el cisma práctico.
4. Minimización de la autoridad magisterial: “Los mismos soporíferos documentos conciliares [...] no fueron más que sarasa ad usum temporis [...], tan católicos como cualquier otro documento anterior.” Observación: Aquí se minimiza el valor magisterial del Vaticano II, reduciéndolo a literatura de circunstancias. Si bien evita negar explícitamente su autoridad, esta forma de relativización puede sembrar confusión en torno a su recepción y obliga a matizar teológicamente su impacto.
5. Postura ambigua frente a la masonería; A pesar de criticar el “conspiracionismo”, deja abierta la posibilidad de infiltración masónica en el Vaticano postconciliar, especialmente al hablar de la Congregación de los Obispos durante el pontificado de Pablo VI. Observación: Esta línea argumental, aunque común en ciertos círculos tradicionalistas, alimenta una visión conspirativa de la historia eclesial que debilita la confianza en la Providencia y en la asistencia divina a la Iglesia.
Me parece que ninguna de estas afirmaciones constituye, en sí misma, una herejía formal ni un cisma canónico; sin embargo, el conjunto del discurso de elwanderer se mueve en un registro peligrosamente ambiguo, donde el desprecio, la ironía amarga y el rechazo visceral de determinadas decisiones eclesiales pueden inducir, en ciertos lectores, una actitud de desafección práctica frente a la Iglesia visible.
Estimado padre Serafín,
Eliminaraprecio hondamente su lectura atenta y su análisis minucioso, que -le confieso- me ha hecho leer algunas de las intervenciones que menciona con mucha atención. De hecho, cuando leí el artículo de Rubén Peretó creo que no contaba todavía con comentarios de los lectores, y, por ende, tampoco con intervenciones posteriores de Peretó.
Coincido con usted en que el estilo de Peretó oscila entre la agudeza satírica y el filo punzante, y que si bien no traspasa de modo inequívoco los umbrales canónicos del cisma o la herejía, sí se aproxima por momentos a una zona de penumbra teológica y afectiva, donde la comunión con la Iglesia corre el riesgo de diluirse en formas de resistencia solapada. No tendria dificultar en llamar a estas zonas cripto-cisma, y un teólogo podría indagar más en sus aserciones para descubrir incluso sospecha de herejía, supongo. Pero deberia ser demostrado.
Usted señala con justicia que no se trata tanto de errores doctrinales explícitos como de un “registro peligrosamente ambiguo”. Y ese registro, cuando se vuelve habitual, acaba modelando una sensibilidad eclesial refractaria, más dispuesta a señalar decadencias que a reconocer la acción del Espíritu en la historia concreta de la Iglesia. Una ortodoxia sin obediencia se vuelve ideología; una fidelidad sin caridad, mera nostalgia herida.
Agradezco especialmente su tono, sereno y preciso, que no cede ni al escándalo ni a la descalificación. Leer su intervención es comprobar que el discernimiento, cuando se ejerce en comunión y con espíritu filial, no divide, sino que purifica y edifica.
Carta abierta a propósito de una crítica floja de espíritu
ResponderEliminarHe leído con la debida paciencia —y confieso, con cierta incredulidad— el artículo que pretende refutar a Peretó Rivas, ese mendocino incandescente que irrita tantas pieles episcopales y sensibilidades teológicas “maduras”. Y digo “pretende” porque lo que se exhibe como refutación rigurosa no es más que una defensa eufemística del aggiornamento constante. Lo llaman “discernimiento eclesial”, pero es la vieja letanía del conformismo elevado a virtud teologal.
Se nos acusa de nostálgicos, como si resistirse al deshielo doctrinal fuera un capricho estético. Se insiste con la distinción entre “adaptación” y “mimetismo”, pero el problema no está en la semántica sino en la praxis: ¿en qué parroquia argentina media se celebra la liturgia sin gestos teatrales y lenguaje de animación escolar? ¿Dónde está esa “adaptación fecunda” que no se haya vuelto parroquia posmoderna con ambientación de retiro carismático?
Del Concilio —oh, palabra sagrada y blindada— se vuelve a decir que no fue culpable sino mal interpretado. Sin embargo, en sesenta años, nadie parece haberlo “interpretado bien” salvo los exégetas del caos que ahora escriben con tono doctoral desde sus blogs. Nos invitan a una “esperanza pascual”, pero olvidan que la Pascua solo llega después de la cruz. Lo que vivimos, más que pascua, es sábado santo perpetuo, con el sepulcro vacío… de fieles.
Y para cerrar, una fraterna pero firme advertencia: vestir la crítica de perfume académico no alcanza para ocultar el fastidio que les provoca una voz como la de Peretó. Él incomoda no porque ofenda la caridad, sino porque desnuda la tibieza.
Estimado Fernando: No deja de conmoverme tu pasión, aunque me preocupa que esté tan próxima al incendio y tan distante de la luz. Comprendo —y hasta comparto— tu desasosiego frente a cierto reformismo sin mística. Pero tu insistencia en declarar Pascua cancelada y sepulcros vacíos me recuerda más a un guion de cine posapocalíptico que al lenguaje de la fe. A veces sospecho que tu teología del Sábado Santo ha perdido el Domingo en el tránsito.
EliminarCriticar las caricaturas litúrgicas —que las hay, y ojalá menos— no autoriza a reducir todo discernimiento pastoral a rendición, ni toda fidelidad al Magisterio a “perfume académico”. Convengamos en que hay maneras de oler el incienso sin asfixiarse en la sacristía.
Y en cuanto a la “voz que incomoda”, no olvides que hay incomodidades que instruyen, y otras que simplemente irritan. El grito no reemplaza al logos. Y la caridad, incluso en tono menor, sigue siendo nota de la profecía.
Un abrazo en la incomodidad compartida.
Estimado Fernando,
Eliminarle agradezco el tono frontal y franco de su carta, así como la paciencia que confiesa haber ejercitado al leerme. No es poca cosa, y menos en tiempos donde las réplicas no se cultivan sino que se disparan como escupitajos, sobre todo aqui en Argentina. Los argentinos no se caracterizan, en general, por la paciencia, por el respeto, por la humildad y por el diálogo. Mi franqueza no tiene por qué ofender.
Su diagnóstico es severo -y en más de un tramo, agudo-, pero permítame hacerle notar que confundir toda distinción pastoral con “conformismo” o toda lectura crítica del pesimismo con “tibieza” es fácil, aunque impropio de quien desea juzgar según el Espíritu. No todo lo que suena templado es tibio. Y no todo lo que inquieta al oyente es necesariamente profético.
Coincido con usted en que la Pascua no llega sin cruz. Pero no olvide que también el Sábado Santo es liturgia. Y que el Espíritu -como decía un viejo teólogo con voz de mármol- sabe brotar aún de la piedra.
Le devuelvo, con gratitud, su fraterna advertencia. La recibo como se recibe la aspereza bienintencionada: con respeto, y con esperanza de que la conversación continúe.
Querido Ernesto,
Eliminargracias por tu intervención, que logra lo más difícil: poner palabras nítidas allí donde el aire parecía espesarse. Has dicho con sabiduría lo que yo apenas bosquejé: que no basta la crítica si no nace de la Pascua, y que la caridad —incluso discreta, incluso herida— sigue siendo el cauce más alto del discernimiento.
Tus líneas no se suman al ruido: lo tamizan. Y en esta hora en que algunos reclaman claridad con tono de trueno, vos la ofrecés con la firmeza serena del cirio encendido. Me honra y me alienta el compartir contigo la incomodidad que no divide, sino que purifica.
Con afecto fraterno en Aquel que nos guía en lo oscuro, y con la promesa segura de mis oraciones.
Gracias, querido padre Filemón. Se lo agradezco como mendocina, que siente vergüenza ajena por tantos despropósitos...
ResponderEliminarQuerida Herminia,
Eliminarrecibo tu mensaje con gratitud y comprensión. No es raro que el amor a la Iglesia, cuando es sincero, pase también por ese rubor silencioso que sentimos ante ciertas heridas. Pero quiero que sepas que no estás sola: muchos oramos, trabajamos y esperamos, sin amargura, para que entre todos cuidemos lo que no nos pertenece, pero nos ha sido confiado.
Con mi estima, que tambien es una estima mendocina.
El artículo de Filemón no es una crítica: es un ejercicio de autojustificación clerical. Su defensa del Concilio, envuelta en retórica pastoral y citas previsibles, revela lo de siempre: la negativa a mirar el derrumbe.
ResponderEliminarHabla de “adaptación legítima” como si no estuviéramos rodeados de templos vacíos, seminarios cerrados y liturgias que parecen talleres de autoestima. Habla de “esperanza teologal” mientras bendicen uniones contrarias al Evangelio. Habla de “nostalgia” como si la Tradición fuera un capricho estético y no el cauce de la fe.
No, Filemón. No es nostalgia: es memoria. No es resentimiento: es dolor. Y no es falta de caridad: es celo por la Verdad.
El Espíritu Santo no inspira ambigüedad, ni confusión, ni sínodos interminables que diluyen la fe en sociología. El Espíritu no se contradice. Y donde hay ruptura, no está Él.
La Iglesia será purificada. Pero no por los que escriben desde sacristías climatizadas, sino por los que, como Peretó, hablan desde las ruinas.
Estimado Alejandro,
Eliminaral escribir mi artículo, no me acordaba de usted concretamente; pero ahora comprendo perfectamente que mi texto no debe ser de su agrado.
Lamento que mis palabras le hayan suscitado más fastidio que luz, pero no desoigo el eco que dejan. Detrás de su tono cortante percibo algo más profundo: una herida que no se resigna al silencio. Y eso, si se deja tocar por la gracia, puede ser principio de conversión o -al menos- de mutua escucha.
No niego que haya signos de derrumbe, ni que muchas liturgias desfiguradas pidan reparación. Pero lo que intento sostener -entre las torpezas de un pobre lenguaje como el mí, pero también entre mis esperanzas- es que la purificación no vendrá por amputación, sino por santidad. El Espíritu, es cierto, no se contradice; pero tampoco se deja encerrar en nuestras certezas airadas. Él sigue soplando, incluso cuando no es desde las ruinas que preferimos.
No defiendo el Concilio Vaticano II como consigna, sino como parte del camino que la Providencia ha querido para esta hora. Y aunque cueste verlo entre escombros y contradicciones, sigo creyendo que la barca es de Pedro, no de los perfectos.
Le agradezco, sinceramente, que no se haya callado. Cuando quiera, seguimos conversando. A veces el regreso empieza por una objeción.
He leído reflexiones que, aunque nacidas del celo, corren el riesgo de convertir la fidelidad en sospecha y la Tradición en nostalgia. Como enseña el papa Francisco, "quien no sigue el Concilio, no está con la Iglesia"… La verdad sin caridad deja de ser evangélica. Nuestra diócesis no necesita custodios del museo, sino jardineros del Reino. Quien ama la Iglesia, la sirve desde dentro, sin desfiguraciones ni sarcasmos.
ResponderEliminarEstimado Marcelo Pastor:
EliminarGracias por su comentario. Lo celebro: todavía hay quienes distinguen entre esperanza y autoengaño. En efecto, la confusión entre adaptación eclesial y mimetismo con el mundo no es un desliz casual; es la marca de un proyecto que hace décadas se viene cocinando a fuego bajo. Y no es conspiración: es historia.
Lo suyo me recuerda que no todo está perdido, aunque mucho esté confundido. Y si aún quedan voces que resisten la homilía de lo tibio, entonces, como decía aquel, “el humo de Satanás” no ha conseguido ahogarnos del todo.
En Cristo Rey, P. Jorge H.
Anónimo,
EliminarNo confundamos la fidelidad con la rigidez, ni la comunión con la complacencia. La Iglesia no necesita más diagnósticos apocalípticos, sino testigos que, aun en la noche, sigan creyendo en la aurora.
El argumento de que sólo la esperanza redime la crítica es tan elegante como inocuo. Es como pedirle al vigía que, en vez de sonar la alarma, cante salmos. Lo pasadista no es el amor al pasado, sino la convicción de que el Espíritu ha decidido jubilarse en 1965 con medalla al mérito. Y, con perdón, esa convicción sigue viva entre los expertos del aggiornamento eterno, que nos quieren convencer de que las ruinas son trazos de un futuro evangélico. Decir que la santidad reforma mientras se canoniza la mediocridad pastoral, es jugar a las escondidas con la verdad.
EliminarEstimado Padre y hermano en el ministerio (y aún más, si -como imagino- escribe usted con seudónimo por discreción pastoral),
Eliminarrecibo su comentario con respeto y gratitud. Es verdad: la fidelidad sin esperanza puede volverse sospecha, y la defensa de la Tradición -si no se vive como entrega viva- corre el riesgo de estancarse en melancolía. Coincido en que la caridad no es ornamento retórico sino condición de toda verdad que aspire a ser evangélica.
Mi intención, al escribir lo que escribí, no fue oponer custodios y jardineros, sino señalar que no todo lo que se presenta como poda es poda del Reino, y no toda crítica, por más aguda que sea, florece en comunión. Hay desfiguraciones que brotan del descuido, pero también hay sarcasmos que -como usted bien dice- desgarran la carne eclesial en nombre de un celo sin ternura.
Agradezco sinceramente su llamada al corazón de lo que somos: servidores de un Evangelio que no se reduce ni a lamento ni a consigna. Ojalá el Señor nos conceda, a usted y a mí, ser -en esta tierra mendocina que tanto amamos- pastores que siembren sin nostalgias y custodien sin rigidez.
Con estima fraterna y filial en el Señor.
Estimado Padre Jorge,
Eliminarle agradezco su comentario en este foro, un comentario que percibo como un gesto de cercanía y aliento, aunque envuelto en un lenguaje que roza —perdóneme la franqueza— cierto dramatismo eclesial tan comprensible como delicado.
Concuerdo en que no debe confundirse esperanza con ingenuidad. Pero tampoco conviene caer en la tentación simétrica: la de disfrazar el desaliento de lucidez. Que haya confusión en la Iglesia, lo reconozco; que esa confusión sea prueba de apostasía, lo dudo. La historia nos enseña que el Espíritu también obra en medio del desorden, y que la fidelidad no siempre se manifiesta en el grito, sino en la perseverancia callada.
Resistir la “homilía de lo tibio” —como usted bien dice— es tarea diaria. Pero resistirla no exige agravar el juicio sobre el Cuerpo al que pertenecemos. Al contrario, hace falta más fe aún para seguir creyendo en la eficacia de la gracia cuando la barca se inclina pero no se hunde.
Gracias por su franqueza, y más aún si viene acompañada de oración.
Estimado padre Horacio,
Eliminargracias por su intervención, tan breve como certera. En efecto, la fidelidad no teme a la claridad, pero tampoco se disfraza de intransigencia. Y la comunión, para ser verdadera, exige más que asentimientos: exige corazones capaces de esperanza activa, aun cuando el horizonte se nuble.
Sus palabras me recuerdan que los profetas no sólo denuncian la noche: la atraviesan, confiando en la aurora. Que el Señor nos conceda esa misma fe, la que no necesita gritar porque ya está anclada en la promesa.
Con estima fraterna en Cristo
Estimado Rubén,
Eliminarno le niego la intensidad de su metáfora ni la gravedad de su inquietud. Pero si el vigía sólo suena la alarma y nunca canta salmos, entonces no vigila con fe, sino con miedo.
No digo que la esperanza redima toda crítica, sino que "sólo la esperanza puede hacerla fecunda". El Espíritu no se jubiló en 1965, ni se muda al ritmo de nuestras desilusiones: sigue soplando, incluso donde parece ausente. A veces —le aseguro— también entre ruinas se dibujan trazos del Reino.
Estimado Padre. Francamente no conocía nada de Peretó Rivas, ni siquiera lo había sentido nombrar. Su artículo, que leí y releí, me ha hecho indagar algo sobre este autor mendocino, que, no hay dudas que entra dentro de la corriente indietrista, como la llamaba el querido papa Francisco. Nada debo decir sobre su análisis, completamente claro e irrefutable. Sólo me queda alguna duda acerca del título. "Una adaptación sin Espíritu". No logro interpretarlo.
ResponderEliminarEstimado Sergio,
Eliminarle agradezco su lectura atenta y su honestidad al compartir tanto su sorpresa inicial como su interés posterior. Que el artículo haya motivado una búsqueda -aunque fuese sobre alguien desconocido para usted, como Peretó Rivas- ya es fruto suficiente.
En cuanto al título, “Una adaptación sin Espíritu”, intento expresar una inquietud profunda: que ciertas formas de adaptación eclesial, cuando se desligan de la oración, del discernimiento y de la obediencia al Señor vivo, terminan convirtiéndose en puro reflejo del entorno, vale decir, cambio sin dirección, agitación sin alma. No toda novedad es renovación. Y no toda reforma nace del Espíritu.
Gracias nuevamente por leer y por preguntar con sencillez. A veces, una duda bien formulada abre más luz que una certeza apresurada. Quedo siempre a su disposición por cualquier otra consulta.
Padre Filemón, gracias por su extenso y valiente análisis. Me ayudó a pensar desde nuevas coordenadas, especialmente en lo que usted llama una *“Tradición viva”* que no se embalsama.
ResponderEliminarSin embargo, me quedó una duda que quisiera compartirle: cuando usted afirma que la Iglesia debe adaptarse “para que el mundo la entienda”, ¿cuál es, en su opinión, el límite entre el esfuerzo por ser comprensible y el riesgo de diluir el lenguaje teológico hasta hacerlo irreconocible para la fe? Lo pregunto porque he escuchado muchas homilías donde, en nombre de la pastoral, se evita todo conflicto con el mundo... y el resultado no es inculturación, sino confusión.
¿Cree usted que estamos logrando un equilibrio real entre misión y fidelidad, o nos estamos deslizando —aunque sin quererlo— hacia un cristianismo que ya no incomoda a nadie?
Gracias por su paciencia. Lo leo con atención.
Su inquietud es legítima, y revela la buena voluntad de quien aún confía en que exista un justo medio entre misión y fidelidad. Pero permítame disentir en lo que creo es el corazón de su planteo: ¿no estaremos demasiado ocupados buscando equilibrios cuando lo que se diluye es la substancia misma de la fe?
EliminarLa pregunta no es si la adaptación pastoral ha ido “demasiado lejos”, sino si tenía que comenzar. Una fe que se adapta para no incomodar deja de ser levadura y se vuelve aditivo neutro. La dilución no comienza cuando el lenguaje se vuelve blando: empieza cuando se lo ajusta para que sea aceptable.
Yo no veo una “Tradición viva”. Veo un lenguaje que se ha desprendido de su espesor metafísico y dogmático en nombre de una supuesta eficacia pastoral. Usted pregunta por el límite. Yo diría: el límite es que ya no queda nada que incomode, ni que salve.
Carlos, le agradezco su franqueza, aunque confieso que me deja algo inquieta el tono de su respuesta. No tanto por el desacuerdo —que puede ser también saludable—, sino porque me parece que corre el riesgo de suponer que cualquier esfuerzo por hacerse comprensible al mundo es ya una traición.
EliminarNo creo haber defendido una “fe adaptada” ni propongo suavizar el Evangelio para que no incomode. Pero me resisto a pensar que todo intento de dialogar con la cultura contemporánea es dilución o mimetismo. El mismo san Pablo hablaba como griego a los griegos y como judío a los judíos. ¿Eso fue diluir el mensaje?
Me preocupa la posibilidad de que, en nombre de la pureza, nos encerremos en una torre de marfil desde la que se juzga todo lo que suene pastoral. Yo también temo que se pierda la sustancia de la fe. Pero me inquieta igual cuando se desecha todo lo nuevo como si fuera sospechoso por el solo hecho de ser contemporáneo.
Quizás mi pregunta no apuntaba a desconfiar de la Tradición, sino a interrogarme sobre cómo hacerla resonar sin traicionarla. Sigo buscando esa respuesta.
Nadia Márquez
Estimada Nadia,
Eliminarte agradezco tu intervención, tan respetuosa como incisiva, y tus preguntas. Tus palabras me honran, pero sobre todo me interpelan, y eso es lo que más agradezco: que no te hayas limitado a asentir, sino que hayas querido pensar conmigo. Eso es ya un signo del sensus fidelium que tanto necesitamos recuperar.
Tu inquietud es legítima y, también podríamos decirlo, providencial. Porque en efecto, cuando hablo de una Iglesia que se adapta “para que el mundo la entienda”, no me refiero a una Iglesia que se disuelve en el mundo, sino a una Iglesia que, como el Verbo encarnado, asume sin corromperse.
La Tradición viva no es un museo de cera, pero tampoco es plastilina. No se embalsama, pero tampoco se licúa.
El límite que tú señalas -entre la inteligibilidad y la traición- es un límite ciertamente real, y creo que los cristianos lo hemos cruzado demasiadas veces en la historia de la Iglesia. No por malicia, sino por una pastoral mal entendida, que confunde la ternura con la cobardía, y la misericordia con la omisión. Como bien tú dices, hay homilías y anuncios del Evangelio que no incomodan a nadie… y por eso no convierten a nadie. El Evangelio no es un tranquilizante: es una espada.
¿Estamos logrando un equilibrio? Me temo que no. En muchos casos, hemos sustituido la misión por la simpatía, y la fidelidad por la estrategia. El resultado es un cristianismo que no escandaliza ni salva, que no hiere ni cura. Un cristianismo que no incomoda es, en el fondo, un cristianismo que no se encarna.
Pero no todo está perdido. Hay voces como la tuya, que preguntan con respeto y con hambre de verdad. Y mientras haya cristianos que se atrevan a formular estas preguntas, la Tradición seguirá viva.
Gracias, además, por leerme con atención.
Estimado Carlos,
Eliminartu intervención en respuesta al mensaje de Nadia, ha sido muy frontal, pero no por ello deja de ser útil, para un debate vivo y respetuoso entre católicos que aman a la Iglesia. Tu disenso, aunque severo, es un signo de que seguimos pensando con la fe y sobre la fe, no contra la fe, la fe de la Iglesia, enseñada por el Magisterio, que es la Iglesia docente, el magisterio que nos guía.
Dices que la dilución no comienza cuando el lenguaje se vuelve blando, sino cuando se lo ajusta para ser aceptable. Coincido substancialmente, lo cual quiere decir que sólo coincid en parte. Porque también es cierto que el Verbo se hizo carne, por lo tanto, el Verbo no se hizo tratado escolástico. Y si bien la carne no anula la Palabra, tampoco la recubre de fórmulas que sólo unos pocos pueden descifrar.
La Tradición no es un fósil que se conserva en formol dogmático, sino un organismo que respira, que sangra, que se deja herir por las preguntas del tiempo sin perder su alma, vale decir, la inmutabilidad del dogma católico supone también un progreso en la intelección de la fe.
Tu crítica a la adaptación pastoral me recuerda a quienes, por temor a la herejía, terminan canonizando la inercia. Pero la Iglesia no es un fuerte atrincherado: es una ciudad en lo alto del monte. Y si su luz (Lumen gentium) no incomoda, es porque tal vez ya no alumbra.
Ahora bien, no confundamos adaptación con claudicación, no confundamos adaptación con mundanización, como evidentemente lo hace Rubén Peretó Rivas.
El problema no es que la Iglesia se adapte, sino que a veces lo hace sin discernimiento, sin raíces, sin Espíritu. En esos casos sí, como tú dices, el lenguaje se vuelve aditivo neutro. Pero la solución no es volver al latín por nostalgia, ni a la escolástica entendida como conjunto de fórmulas rígidas, es decir, volver a la escolástica del siglo XIX por mero reflejo defensivo, sino recuperar el espesor de la fe con palabras que ardan, no que anestesien, o sea, formulando una escolástica adecuada a nuestros tiempos.
Veo claro que tú no ves una Tradición viva. Yo sí. La veo en tu misma crítica, que brota de una conciencia herida por el amor a la verdad. La veo en Nadia, que pregunta sin cinismo. La veo en tantos que, sin renegar del dogma, se niegan a convertirlo en eslogan.
Estimada Nadia,
Eliminarte agradezco el volver a escribir. Tu respuesta no sólo honra el tono del diálogo, sino que lo eleva. Y eso, en estos tiempos de trincheras disfrazadas de certezas, es ya un acto de fe.
Ante todo, tu referencia a san Pablo es luminosa. Él no diluyó el Evangelio: lo encarnó en lenguajes diversos, sin perder la cruz en el centro. Y eso es lo que intento hacer modestamente cuando hablo (junto con el Magisterio de la Iglesia) de una Tradición viva: no una que se acomoda, sino una que se arriesga a hablar en voz alta sin dejar de ser fiel.
En segundo lugar, coincido con tu inquietud: el riesgo no está sólo en la adaptación sin criterio, sino también en el encierro sin compasión. La torre de marfil puede ser tan estéril como el mimetismo. Y la fidelidad, si no se deja interpelar, corre el riesgo de volverse ideología.
"...los Burke, los Schneider, y otros remedos de Lefebvre"
ResponderEliminarUsted no respeta ni a sus padres
Estimado Anónimo,
Eliminarpermítame aclarar y precisar el sentido de mis palabras.
Cuando mencioné a "los Burke, los Schneider y otros remedos de Lefebvre", no lo hice con ánimo de desprecio hacia sus personas, sino como una crítica teológica y pastoral a una actitud que, en nombre de la fidelidad, termina por absolutizar formas históricas y relativizar la comunión.
No cuestiono la intención subjetiva de estos pastores (ni de los cuatro firmantes de los Dubia y los que se le agregaron después, ni de los firmantes de la famosa "correctio filialis" al Papa Francisco), pastores que, como usted bien señala, son padres en la fe para muchos.
Sin embargo, lo que sí me preocupa es el modo en que sus intervenciones públicas, especialmente y en concreto en lo doctrinal, han contribuido a una atmósfera de sospecha hacia el Papa y el Magisterio vivo de la Iglesia.
Respetar a los padres no es repetirlos sin discernimiento, sino honrarlos buscando la verdad que ellos mismos sirvieron. Y si alguna vez me excedí en el tono, le pido disculpas. Pero no me retracto del fondo: la Tradición no se defiende atacando al Sucesor de Pedro, ni se custodia sembrando desconfianza en el Pueblo de Dios, y eso es lo que han hecho (se hayan dado cuenta o no) los firmantes de los Dubia en 2016 y los firmantes de la Correctio filialis, o, en fin, todos los que -como es el caso de Schneider- critican al Romano Pontífice en el ámbito de lo doctrinal, algo que nadie puede hacer.
Esa expresión lo pinta de cuerpo entero, Filemón, y consolida mi dicho de que Filemón es el idiota útil del progresismo.
EliminarEstimado Ludovicus,
Eliminarlamento que mi crítica eclesial haya sido leída como complicidad con posturas ideológicas. Si mis palabras dieron lugar a eso, me apena. No comparto el juicio ofensivo que usted formula, pero prefiero seguir dialogando en el plano de las ideas. Aunque, claro, es comprensible que quien no encuentra argumentos para continuar el diálogo recurra al insulto: es una forma de permanecer en la escena sin entrar al fondo.
Ludovicus: Sus expresiones lo pintan de cuerpo entero... y consolidan mi convicción de que Ludovicus es incapaz de razonar ni de dialogar...
EliminarQué ingeniosa, Rosa Luisa, qué risa
EliminarLudovicus: solo me hice eco de lo que parece una evidencia si se miran sus comentarios aquí... ¿muéstreme algún mensaje suyo que no sea un chiste borde..., una broma despreciativa... o una burla altisonante?... Muéstreme algún mensaje que indique que usted dialoga...
EliminarEstimada Rosa,
Eliminarquisiera agradecerle por sus aportes para que este foro se convierta en la medida de lo posible un ámbito de diálogo en busca de certezas y verdades, alejado de toda discusión de posturas ideológicas en mera competencia.
Efectivamente, como usted bien dice, no han faltado algunos comentaristas de este foro que a los argumentos que se les ofrecen sólo contestan con su silencio (revelador de su incapacidad por contra-argumentar), o con sus diatribas, o sus burlas, o sus insultos (muchas veces impublicables), que revelan su mediocridad y bajeza, además, por supuesto, de su mala educación.