Considero que un punto en el que quizás pudiéramos cumplir un pequeño pero importante aporte para intentar eliminar los obstáculos que impiden la plena comunión eclesial a aquellos cristianos más o menos intoxicados por un obstinado pasadismo (particularmente por la fobia que manifiestan a todo lo que tenga que ver con las lenguas vernáculas en la liturgia), es el de ofrecer una palabra clara, fundamentada y bien articulada acerca de la historia del latín en la liturgia del Occidente cristiano. Intentaré hacerlo en este artículo.
----------Vuelvo a referirme a un problema que ha surgido, en el ámbito de la tradición litúrgica del rito romano, hace veintidos años, cuando, el 28 de marzo de 2001 la Congregación (hoy Dicasterio) para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos emitió la V Instrucción para la implementación de la Reforma litúrgica, que lleva por título: Liturgiam authenticam. Esta instrucción trata esencialmente de una cuestión referente al dictado del n.36 de la constitución Sacrosanctum Concilium: a saber, establecer los criterios para una traducción desde el latín a las diversas lenguas habladas en la Iglesia católica.
----------En varias publicaciones recientes, me he referido a esa instrucción Liturgiam authenticam, la cual, al fin de cuentas, no es más que el último documento de una serie de textos pontificios que se ha referido a la práctica de la traducción en lo interno de la Iglesia. Pero también en este caso ciertamente se deben hacer excepciones, para que el debate no se detenga una vez más sobre el cómo traducir, sino que la discusión pueda redescubrir cómo la Iglesia ha hecho una virtud de una necesidad.
----------El primer paso que considero que debemos dar es el de evaluar cómo la Iglesia, en la parte occidental del imperio, llegó a usar el latín en la liturgia, y cómo esa utilización de una nueva lengua pudo haber dado origen y lugar para el desarrollo de una tradición litúrgica autónoma. Naturalmente, en la brevedad de esta nota sólo resumiré los puntos principales, y si compruebo que el interés de los lectores me convoca a mayores detalles sobre el tema, entonces me referiré con mayor extensión en alguna futura publicación.
----------La liturgia cristiana en el Imperio de Occidente ha debido cambiar repentinamente de registro lingüístico bajo el emperador Decio (que estuvo en su cargo desde 249 a 251), quien continuó la reforma de la dinastía de los Severo, reforma con la cual a la recuperación de la cultura latina autóctona correspondió, siempre en la parte occidental del Imperio, el retorno al lema tradicional latino, de hecho socavando y poniendo en crisis el bilingüismo cultural que había caracterizado a la época precedente.
----------La nueva lengua litúrgica (vale decir, el latín) en el Occidente cristiano se estabilizó de este modo ya bajo el papa Dámaso en el año 380. En este caso, la traducción, que se volvió necesaria, desde la lengua griega a la lengua latina, fue también la ocasión para que una tradición litúrgica encontrara una de esas, sus muchas formas, que se han producido a lo largo de la historia. En efecto, para llegar a lo que el diácono y escritor Floro de Lyon [800-860] llamó ritus Romanus, hubo múltiples y variados pasos, tal como su latín, que a menudo transparenta y revela, en las formas gramaticales corruptas, una lengua de origen vulgar o lengua de partida vernácula, o al menos una nueva forma mentis a la cual corresponde un latín vulgar.
----------Ni siquiera es posible pensar que las tensiones entre san Jerónimo [374-420] y Rufino de Aquilea [340-410], o cuando en ellas también interviniera san Agustín de Hipona [354-430], puedan ser equiparadas a la actual preocupación por mantener inalterada una presunta tradición textual ligada a una lengua igualmente particular, el latín (al fin de cuentas, lengua de traducción), cuando sus problemas son muchas veces de orden doctrinal, como la licitud de traducir a Orígenes (polémica Jerónimo-Rufino), o de orden pastoral, como la de no desorientar a la asamblea con una nueva lección del texto bíblico (polémica Agustín-Jerónimo). Dado que todos nos situamos más o menos al final del proceso de latinización de la Iglesia, la práctica de la traducción se convierte en el vehículo principal para el desarrollo del pensamiento teológico latino.
----------Si a la anterior lista añadimos también a san Gregorio Magno [540-604], el escritor eclesiástico que actuó entre dos épocas, entre la Baja Antigüedad y la Alta Edad Media, entonces descubrimos que Gregorio ha estado en el origen de una doble polémica, aquella polémica con los traductores del griego al latín y viceversa, y una polémica aún más singular sobre el latín en uso en la Iglesia, el cual habría debido diferenciarse del latín literario, por una necesidad de mayor fidelidad a la traducción bíblica del griego.
----------Gregorio está entre los primeros que piensan en una gramática cristiana para un latín verdaderamente cristiano, y esa gramática se trata de una que pueda acercarse a la gramática de las Escrituras. Evidentemente la operación tiene también algún interés para nuestro debate, porque también en este caso la traducción está en el origen de una nueva y esperada lengua de fe, que se presupone ligada a las Escrituras bíblicas, como fuente de su propia tradición, Escrituras que, sin embargo, están muy lejos del amor por el original hebreo, o por la más común traducción griega. Es precisamente Gregorio quien elenca un gran número de traducciones de la Biblia en las cuales él se basaba para su exégesis, y es él quien relata el gran clamor que había surgido en la Iglesia latina por la invocación Kyrie eleison, considerada por la mayoría como incomprensible.
----------Pero precisamente con san Gregorio Magno surge otra importante problemática ligada, en particular, a la evangelización de los Anglos y. en general, a la inculturación de la fe cristiana en sociedades ya estructuradas. Uno de los testimonios más significativos, en el panorama de la Iglesia de la Alta Edad, que estaba ya fuertemente comprometida con la misión, es el relato de la defensa del eslavo antiguo por parte de Cirilo y Metodio (s.IX), cuando se enfrentaron dos posiciones, la que sostenía la posibilidad de que la Iglesia hablara sólo las lenguas sagradas, que eran consideradas aquellas utilizadas para la inscripción colocada sobre la cabeza de Cristo en la cruz (vale decir, el hebreo, el griego, y el latín), y aquella que consideraba útil, a fin de introducir a los pueblos eslavos en el conocimiento del misterio celebrado en la liturgia, la traducción a la lengua hablada por esas sociedades, de los textos litúrgicos y de la Escritura.
----------Uno de los textos que entonces fueron invocados para apoyar la postura de la necesidad de la traducción fue el de Mc 16,15-17, a saber, el don de hablar nuevas lenguas. La glosolalia viene interpretada como un don del Espíritu para llevar el Evangelio al mundo: la liturgia, en una más amplia visión dictada por la misión, es interpretada antes como anuncio y luego como alabanza. En el siglo XI el problema se presenta nuevamente bajo el impulso misionero hacia Oriente, ligado a la política de los Otón, lo cual vuelve a plantear el problema de la traducción de los textos litúrgicos y de la Sagrada Escritura a las lenguas habladas. A esto hay que añadir el problema de las traducciones paralitúrgicas que se acompañaban a los ritos en latín para uso del pueblo o del clero menos culto, a las cuales Gregorio VII quiso poner fin, sin mucha eficacia.
----------El cuadro histórico que acabo de presentar es tan sólo aproximativo y, como ya he dicho, sumamente sintetizado, pero ubica en el primer plano dos problemáticas ligadas a la lengua litúrgica: el hecho de que los textos de nuestra tradición litúrgica nazcan de una traducción; y que a un renovado interés por el latín litúrgico del renacimiento carolingio, corresponda la necesidad de traducir estos textos a las lenguas locales, habladas por los pueblos a los que había llegado el nuevo impulso misionero.
----------Ahora bien, habiendo repasado sintéticamente la historia del latín litúrgico, vengamos ahora a tratar acerca de la esencia de ese lenguaje cultual. Se trata de una cuestión que aún permanece abierta, y se refiere a la naturaleza del latín litúrgico, o del latín eclesiástico en general, como la lengua de la Iglesia. Del latín litúrgico, como por otra parte del latín eclesiástico, se puede afirmar que se trate de una lengua concluída, que no debe confundirse con una lengua muerta. ¿Por qué lengua concluída o acabada?
----------Para responder, manteniéndonos fieles a la presunta tradición eclesial invocada por algunos, debemos distinguir entre las traducciones de la Baja Antigüedad y las traducciones de la Alta Edad Media, tomadas aquí en consideración: en la Baja Antigüedad, al menos en muchos casos, el latín era todavía una lengua con locutores no sólo vivientes sino también hablantes nativos, es decir, crecidos en una sociedad que todavía hablaba esa lengua en sus diversas formas (bajo latín, es decir, coloquial, latín medio en hombres cultos, y alto latín, es decir, latín literario); mientras que a principios de la Edad Media (la llamada Alta Edad Media), el latín comienza lentamente a configurarse como la lengua de las escuelas palatinas y de las escuelas monásticas, es decir, una lengua utilizada prevalentemente como lengua especializada, para la corte o para la curia, lengua que podía ser aprendida, sí, pero que ya no pertenecía al mundo de la vida cotidiana. Este último pasaje sugiere que el latín litúrgico, tal como se ha desarrollado desde la Alta Edad Media hasta el presente, se ha convertido en una lengua cerrada (concluída, acabada), por los siguientes tres motivos:
----------1. Por una extinción desde abajo hacia arriba (bottom-to-top), que se verifica cuando el cambio lingüístico parte desde un ambiente como la casa (un ejemplo es el surgimiento del sermo provincialis, sobre todo en la Alta Edad Media; otro ejemplo son los intentos de reforma de la Iglesia antes de Lutero, tentativas de reforma que siempre contemplaban la traducción de la liturgia y de las Sagradas Escrituras a la lengua vernácula o vulgar; la primera Biblia en lengua vernácula o vulgar fue impresa en Venecia en 1471).
----------2. El latín eclesiástico luego también se ve afectado por una extinción de arriba hacia abajo (top-to-bottom), que se verifica cuando el cambio lingüístico afecta a entidades con funciones normativas o culturales, en este caso el abandono de la lengua latina en la enseñanza de las disciplinas teológicas y en la reflexión teológica, y a veces también en la producción de documentos magisteriales.
----------De hecho, no todos los documentos del magisterio pontificio, por ejemplo, están retranscritos en latín, es decir, redactados en la lengua materna y luego traducidos al latín, sino que algunos, por estar dirigidos a una porción particular del pueblo de Dios, y en situaciones aún más particulares, han sido redactados en lengua corriente, para que el mensaje pudieran ser entendidos inmediatamente.
----------Es el caso de las encíclicas en lengua italiana, ya desde hace dos siglos atrás, por ejemplo: Il Trionfo de 1814 de Pío VII; Quel Dio de 1831 y Le Armi Valorose de 1831 de Gregorio XVI; Vi è ben noto de 1887 y Dall'alto dell'Apostolico Seggio de 1890 de León XIII; Il fermo proposito de 1905 y Pieni l'Animo de 1906 de Pío X; Non abbiamo bisogno de 1931 y la encíclica en lengua alemana Mit brennender Sorge de 1937 de Pío XI. ¡Nótese que en estos casos particulares el interlocutor es el pueblo mismo! Por consiguiente, se trata de un remedio al vicio del clericalismo, el cual, como se ve, ya se combatía a inicios del siglo XIX.
----------3. Por último, el redescubrimiento de una Iglesia en misión también en el Occidente ya cristianizado (una "Iglesia en salida", exige pues un sistema lingüístico abierto). Este tercer punto es el más empeñativo en la actualidad, dado el estado de descristianización de las sociedades de nuestro tiempo, que los últimos Romanos Pontífices han advertido, reclamando a todos los miembros de la Iglesia un nuevo compromiso evangelizador. De hecho, en lo que se refiere concretamente al papa Francisco, la evangelización es leit motiv de su pontificado, ya preanunciado en el discurso del cardenal Jorge Mario Bergoglio a las Congregaciones Generales, el 9 de marzo de 2013, pocos días antes que lo eligieran como nuevo Papa. Sabemos que el papa Francisco ha traducido esa necesidad de re-evangelización con las categorías metafóricas de una Iglesia "en salida", "hospital de campaña" para el mundo, saliendo de la auto-referencialidad y del clericalismo.
----------En fin, llegados al término de nuestro breve recorrido, quedan una serie de preguntas: ¿Cómo es posible evaluar la posibilidad de una traducción sin antes haber tomado conciencia de la propia tradición litúrgica o eclesiástica? ¿Qué significa recurrir todavía hoy a lenguas concluidas para luego tener que traducirlas? ¿Qué quiere decir que la lengua litúrgica de una época pasada era también la lengua del pueblo que celebraba, y qué quiere decir que hoy la lengua con la cual algunos quisieran volver a celebrar el culto divino, ya ni siquiera pertenece a la elaboración del pensamiento teológico, que relee e interpreta la tradición en la actualidad y da forma a un lenguaje de fe para el hoy? ¿Qué distancia creemos que existe entre la fidelidad a una tradición (litúrgica) y una tradición (litúrgica) fiel al mandato de evangelizar?
Estimado padre Filemón de la Trinidad:
ResponderEliminarAnte todo, gracias por el artículo. Le escribo para compartir la única vez que -hace unos seis años atrás, y de modo absoluamente casual- he participado en Florencia (Italia) en una misa según el Vetus Ordo (creo que se llama así, ¿no?). No niego que que se advertía la importancia del momento, sobre todo la solemnidad de la Consagración, y eso de una manera particular. Quizás, de hecho en mi caso seguramente, a falta de un mayor entendimiento de lo que sucedía... Además, un amigo de la familia italiana en la que me alojaba aquellos días me confió que amaba la Misa en latín que se celebra (o se celebraba entonces, no sé) cerca de Piazza Farnese (no entendí en qué Iglesia). Esto me hizo reflexionar sobre lo útil que sería, además de hermoso, poder celebrar Misas en todo el mundo en el mismo idioma. En conclusión, razonando como ha hecho usted en su artículo, no le veo contradicción ni encuentro argumentos para oponerme a lo que usted expresa, pero... "pensando con mi barriga" diría que hoy lamento no recordar bien el latín aprendido en mi escuela secundaria.
Con mis cordiales saludos.
Estimado Pedro,
Eliminarle agradezco su confianza por transmitirme su experiencia. Tomo en cuenta y valoro la sensibilidad que usted muestra acerca del tema del uso o no de una determinada lengua en la liturgia. Por ese motivo, sin embargo, me gustaría invitarlo a reflexionar sobre otras tres cuestiones que le podrían ayudar a comprender un poco más la complejidad del problema planteado:
1. Ante todo, la cuestión de si todavía es posible sostener la equivalencia universalidad-reducción a un único modelo lingüístico, o bien, para decirlo en otras palabras, aunque de modo más controvertido, la cuestión de la catolicidad-pluralismo, que en el respeto de las legítimas costumbres de una iglesia local, funda una común pertenencia en el memorial de la "dispensatio Christi" (como decía san Anselmo de Aosta, en el siglo XI), y esto también se refiere a nuestra relación con las otras confesiones cristianas.
2. Otra cuestión está vinculada a la convicción (usual a nivel popular) de que entre el vetus ordo, hoy abrogado, y la celebración eucarística actualmente vigente en la Iglesia romana, la diferencia sustancial es el uso o no de la lengua latina. No es así. En realidad la cuestión es mucho más compleja: para comprender esta cuestión se podría partir de una lectura guiada de la constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, para descubrir también la eclesiología que en ese documento se desarrolla, dado que no existe ninguna forma litúrgica sin que ella establezca también una cierta imagen de la Iglesia ("forma ecclesiae").
3. Un último punto es la convicción, no del todo correcta, de que la reforma tridentina del misal se traduzca en una fidelidad absoluta a la celebración eucarística romana antigua. No es así. También en este caso la cuestión es mucho más compleja y parte de un proceso de renovación de la Iglesia latina que tuvo inicio en el siglo IX en el área franco-alemana.