Un artículo reciente del prof. Rubén Peretó Rivas sobre el movimiento Hakuna merece nuestra reflexión. Esta respuesta no busca defender lo indefendible ni canonizar lo discutible, sino discernir desde la Tradición viva de la Iglesia. Entre la sospecha farisaica y el entusiasmo ingenuo, hay un camino más católico: el del barro, la gracia y la paciencia. [En la imagen: fotografía de mons. Robert Francis Prevost, Obispo de Chiclayo, ahora papa León XIV, ayudando en 2023 durante el desastre del ciclón Yaku en el distrito de Illimo-Chiclayo, Perú].
"La verdadera fidelidad a la Tradición consiste en mantener
vivo el fuego, no en adorar las cenizas" (Benedicto XVI)
Entre la sospecha y la caridad
----------En su blog siempre provocador, Rubén Peretó Rivas ha publicado ayer, 7 de julio, un artículo titulado Hakuna et aliis: ¿Una gran estafa?, en el que lanza una crítica severa, aunque no exenta de matices, contra el movimiento Hakuna y otros "retiros de conversión" contemporáneos. Como es habitual en su estilo, la pluma es ágil, el juicio es tajante, y la ironía, afilada. No faltan las referencias cultas, las anécdotas personales ni las sospechas teológicas. Por desgracia, tampoco falta esa mirada que observa desde cierta altura, como quien contempla el campo de batalla desde una torre de marfil, con una mezcla de desdén y resignación.
----------El artículo de Peretó comienza con una advertencia de equilibrio: "creo que es necesario hacer algunas distinciones, no sea que tiremos al bebé junto al agua sucia de la tina". Pero este atisbo de equilibrio es fugaz, pues pronto el tono se endurece. El autor describe a los jóvenes que participan en estos retiros como "material humano que […] era ya en buena medida in-hábil para la vida cristiana", y afirma que, en muchos casos, "los retiros de conversión terminaban formalizándolos en el pecado; no dándoles una solución sino mostrándoles un problema para el que no tenían solución". Más adelante, sugiere que Hakuna, a diferencia de otros grupos, ni siquiera se atreve a mostrar el problema: "a éstos no les importa demasiado mostrarles el problema a fin de no formalizarles el pecado. Ojos que no ven, corazón que no siente".
----------Pero quizás la frase que mejor resume el espíritu del artículo sea ésta: "Mucho me temo que no es la misma [vida sexual sana] que tenían por tal Pier Giorgio Frassati o Santa María Goretti". La comparación, aunque retóricamente eficaz, revela una lógica que no es simplemente doctrinal, sino estética, nostálgica y -me atrevo a decir- reductiva. Como si la santidad solo pudiera expresarse en los moldes de una época idealizada, y como si toda forma contemporánea de espiritualidad juvenil fuera, por definición, sospechosa.
----------Sin embargo, más allá del estilo, lo que interesa aquí es el fondo. ¿Tiene razón Peretó Rivas al denunciar el emocionalismo, la banalización de la adoración, el riesgo de una pastoral "cool" que no llama a la conversión? En parte, sí. Su crítica toca puntos sensibles y reales. Y sin embargo, algo en su planteo chirría. Algo en su tono que no disimula altanería, en sus presupuestos, en su visión de la Iglesia y de la Tradición, parece más movido por la nostalgia que por la esperanza, más por la sospecha que por la caridad.
----------Esta réplica que aquí hago no busca defender a Hakuna ni canonizar sus métodos. Tampoco pretende desautorizar toda crítica. Lo que busca es algo más difícil: busca pensar desde la Tradición viva de la Iglesia, con fidelidad al Magisterio y con equilibrio pastoral, cómo discernir los signos de los tiempos sin caer ni en el populismo espiritual ni en el fariseísmo restauracionista. Porque entre el "Hakuna Matata" perpetuo y el Syllabus como programa pastoral, hay un camino más católico, más encarnado, más evangélico.
El acierto: cuando la emoción suplanta a la virtud
----------Sería injusto de mi parte -y por cierto poco católico- desechar en bloque el artículo del prof. Peretó Rivas, pues hay en su crítica una intuición válida que merece ser reconocida: la advertencia contra una espiritualidad basada exclusivamente en la emoción, sin arraigo en la verdad, en la voluntad y en la gracia. En efecto, el autor señala que muchos de estos "retiros de conversión" contemporáneos "se trataba[n] de un grupo humano que podía tener, en el mejor de los casos, un impacto emocional que podía provocar un movimiento hacia la conversión, pero que ésta, sin una acción milagrosa y portentosa de la gracia, era imposible". Y añade que, en muchos casos, "la experiencia para ellos era tremendamente cruel".
----------Esta crítica de Peretó no es nueva, pero sigue siendo pertinente. El Magisterio ha advertido en múltiples ocasiones que la fe no puede reducirse a una experiencia sensible, por intensa que sea. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que "los sentimientos no son ni buenos ni malos en sí mismos. Son morales cuando contribuyen o se oponen a una acción buena o mala" (n.1767), y que "la vida moral supone el esfuerzo de crecer en la virtud" (n.1803). La conversión no es un fogonazo emocional, sino un camino de renuncias, decisiones, caídas y levantadas, sostenido por la gracia y por una comunidad que acompaña.
----------En este sentido, Peretó Rivas acierta al recordar que "la virtud no se edifica sobre las emociones. Ellas son repetidos actos de la voluntad que requiere esfuerzos, renuncias y sacrificios y que raras veces en la vida del cristiano todo es hakuna matata". La frase, aunque irónica, toca un punto real: la tentación de presentar la vida cristiana como una experiencia placentera, sin exigencias, sin lucha, sin cruz.
----------También es legítima su preocupación por una pastoral que, por miedo a incomodar, evita nombrar el pecado. Cuando afirma que a algunos grupos "no les importa demasiado mostrarles el problema a fin de no formalizarles el pecado", está señalando un riesgo real: el de una misericordia mal entendida, que no sana porque no se atreve a diagnosticar. Como ha advertido el papa Francisco, "una pastoral misionera no puede dejar de ser una pastoral de conversión" (Evangelii Gaudium, n.25). El publicista mendocino está denunciando, con toda razón, el buenismo y el misericordismo a los que tantas veces he hecho referencia en este blog (herejías que incluso tienen peores presupuestos y consecuencias que las aquí citadas).
----------Hasta aquí, entonces, hay que reconocer que la crítica de Peretó Rivas toca una fibra verdadera. No toda emoción es gracia, no toda experiencia es conversión, y no todo acompañamiento es pastoral. La Iglesia no puede renunciar a llamar al pecado por su nombre, ni a proponer el camino arduo, aunque a la vez gozoso, de la santidad. Pero como veremos en el próximo apartado, el problema del prof. Peretó no está tanto en lo que aquí denuncia, sino en el modo como lo denuncia.
El desliz: cuando la crítica se vuelve farisaica
----------Si el artículo de Rubén Peretó Rivas acierta al advertir sobre el emocionalismo y la banalización de la vida cristiana, yerra -y gravemente- en el modo en que formula esa crítica. Porque no se trata sólo de lo que se dice, sino de cómo se dice y desde dónde se dice. Y aquí es donde el tono, las categorías y los supuestos del autor revelan una actitud que recuerda más al fariseísmo que los Evangelios nos presentan como uno de los grandes enemigos de Jesús que al discernimiento evangélico.
----------Uno de los pasajes más reveladores es aquel en el que Peretó describe a los jóvenes que participan en los retiros de conversion como "material humano que recibían [que] era ya en buena medida in-hábil para la vida cristiana". Esta expresión, que es más propia de una oficina de reclutamiento que de una comunidad eclesial, no sólo es despectiva, sino que es teológicamente inaceptable. Porque si algo enseña el Evangelio -y la historia de la Iglesia- es que no hay nadie "inhábil" para la gracia. Ni la samaritana, ni Zaqueo, ni Agustín de Hipona, ni el buen ladrón. La gracia no selecciona candidatos ideales: transforma corazones heridos.
----------Más adelante, el bloguero mendocino afirma que "los retiros de conversión terminaban formalizándolos en el pecado; no dándoles una solución sino mostrándoles un problema para el que no tenían solución". Y aunque ciertamente la frase apunta a denunciar una pastoral sin acompañamiento, su formulación termina transmitiendo la idea de que hay situaciones humanas sin salida, a menos que ocurra una "acción milagrosa y portentosa de la gracia". Pero ¿no es precisamente eso lo que la Iglesia cree y proclama? ¿Que la gracia es siempre milagrosa y portentosa, aunque actúe en lo ordinario?
----------El problema de fondo es que Peretó Rivas parece juzgar desde una torre de cristal, o sea, desde una posición de pureza doctrinal y estética que observa el barro pastoral con desdén, como si la Iglesia fuera un club de virtuosos y no un hospital de campaña. Su crítica no parte del dolor compartido, sino de la sospecha. No busca comprender, sino desenmascarar. No acompaña, sino que sentencia.
----------Y lo más preocupante es que esta actitud no es un accidente retórico, sino la lógica interna de todo su discurso. Cuando afirma que Hakuna promueve "ese estilo de vida cool propio de chico bien de colegio católico, que sabe más o menos lo que está bien y lo que está mal, y que sabe que su estilo de vida no está muy bien, pero que sus amigos del nuevo grupo de conversión le dicen: Hakuna matata, no hay drama; no te preocupes y divertite", no está simplemente describiendo una estética: está descalificando una búsqueda. Está insinuando que todo lo que no se parezca a su ideal de santidad tradicional es una farsa.
----------Pero la Iglesia no puede permitirse ese lujo pastoral. La Iglesia no puede mirar con desprecio a los jóvenes que llegan heridos o confundidos o incluso viviendo en abrumadora superficialidad. Porque la gracia no actúa sólo en los preparados para ella, sino también -y sobre todo- en los que no lo están. Y porque el juicio sin misericordia no es fidelidad, sino caricatura de la verdad.
----------Como recordaba el papa Francisco: "La Iglesia no es una aduana; es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas " (Evangelii Gaudium, n.47). Y como enseñaba san Agustín de Hipona: "No desesperes de un hombre mientras viva, porque aquel que hoy es pecador, mañana puede ser justo". El fariseo, en cambio, ya ha decidido quién es justo y quién no. Y desde esa torre de pureza, no evangeliza: excomulga.
Tradición viva vs tradicionalismo estético
----------Uno de los hilos subterráneos -pero constantes- en el artículo de Peretó es su identificación implícita entre fidelidad doctrinal y formas preconciliares de espiritualidad. No lo afirma de forma explícita, pero sugiere esa equivalencia en cada giro retórico, en cada sospecha lanzada contra lo contemporáneo, en cada guiño nostálgico hacia una Iglesia que, si alguna vez existió, no fue sin manchas ni arrugas.
----------La crítica a Hakuna no se limita a sus eventuales errores doctrinales o desvíos pastorales. Lo que parece molestarle, en el fondo, es su estética. Su lenguaje. Su música. Su manera de estar en el mundo. "Es cuestión de buscar en Youtube algunas de sus canciones tan características, de ver parte de sus shows […] y de visitar la sección del Shop en su página web para enterarse del enorme marketing, y negocios, montado en torno a los hakunos", escribe con visible fastidio. Y más adelante remata: "Yo creo que no es tan fácil el camino de la virtud, pero no sería demasiado grave si estos jóvenes entendieran su participación en el movimiento como un camino de conversión. El problema está en que, según dicen muchos testimonios, la propuesta no es la conversión hacia una vida de virtud sino a divertirse y no preocuparse".
----------La sospecha no se dirige solo al contenido, sino al continente. Como si la sola presencia de una guitarra acústica, una sonrisa juvenil o una remera con logo bastara para invalidar toda posibilidad de gracia. Como si la santidad tuviera un código de vestimenta, un tono de voz y una paleta cromática preaprobada.
----------Claro que esta incomodidad no es nueva en este publicista mendocino, como ha dejado entrever en otros textos recientes, en los cuales su desconfianza hacia todo lo que no huela a latín, incienso o solemnidad preconciliar no es un accidente retórico, sino una constante hermenéutica. Y en esa clave, todo lo que no se parezca a Trento es sospechoso de modernismo.
----------Pero aquí se vuelve necesario hacer una distinción que Peretó parece ignorar, o por lo menos no explicitar como debería, y que consiste en la diferencia entre la Tradición viva de la Iglesia y el tradicionalismo estético. La Tradición, con mayúscula, es el depósito de la fe transmitido por los apóstoles, custodiado por el Magisterio y actualizado por el Espíritu Santo en cada época. El tradicionalismo estético, en cambio, es una ideología que confunde la fidelidad con la repetición, y la verdad con la forma.
----------Como bien lo expresó Benedicto XVI: "La Tradición no es la transmisión de cosas o palabras, una colección de cosas muertas. La Tradición es el río vivo que nos conecta con los orígenes, el río en el que siempre brota la vida nueva" (Audiencia general, 26 de abril de 2006). Y en otro lugar, con su habitual precisión: "No se puede congelar la Iglesia en una forma del pasado. La verdadera fidelidad a la Tradición consiste en mantener vivo el fuego, no en adorar las cenizas" (entrevista con Peter Seewald, Luz del mundo).
----------El problema de fondo es que Peretó Rivas parece más interesado en las cenizas que en el fuego. Su crítica no distingue entre lo esencial y lo accidental, entre el dogma y el estilo, entre la fe y su expresión cultural, entre el pelo y el rulo. Todo lo que no se parezca a su ideal de catolicismo -que parece detenido en algún punto entre 1954 y 1962- es sospechoso, superficial o directamente herético.
----------Pero la Iglesia no es un museo de formas muertas. La Iglesia es un cuerpo vivo, que respira en cada cultura, que habla en cada lengua, que canta con cada generación. La inculturación no es una concesión al mundo, sino una exigencia del Evangelio. San Pablo no predicó igual en Jerusalén que en el Areópago. Y los misioneros que evangelizaron América no llevaron el gregoriano a los pueblos originarios: aprendieron sus lenguas, sus ritmos, sus símbolos, y los transfiguraron desde dentro.
----------Confundir la Tradición con una estética es, en el fondo, una forma de idolatría. Y como toda idolatría, termina por encerrar a Dios en un molde humano, por más sacro que parezca.
La inculturación no es claudicación
----------Uno de los aspectos más reveladores de este artículo de Peretó que estamos examinando, es su incomodidad -no siempre explícita, pero sí constante- ante cualquier intento de inculturación. No se trata sólo de una crítica a ciertos excesos estéticos o a una pastoral superficial. Lo que parece molestarle, en el fondo, es que el Evangelio se exprese en lenguajes que no le resultan familiares. Como si la verdad católica sólo pudiera vestirse con gregoriano, latín y sotana negra.
----------La sospecha se manifiesta ya en el análisis del nombre del movimiento: "La palabra 'Hakuna' proviene del suajili, y es conocida por la frase 'Hakuna Matata', popularizada por la película El Rey León, que se traduce como 'sin preocupaciones'. En este contexto, el grupo Hakuna promueve un estilo de vida cristiano despreocupado y con actitud positiva ante la vida." La conclusión es inmediata: si el nombre suena a Disney, entonces el contenido debe ser mundano. No importa si el grupo promueve la adoración eucarística, la vida comunitaria o el compromiso misionero. El solo hecho de usar una palabra suajili ya lo convierte en sospechoso.
----------Más adelante, Peretó viene a describir con indisimulable desdén el estilo del movimiento: "ese estilo de vida cool propio de chico bien de colegio católico, que sabe más o menos lo que está bien y lo que está mal, y que sabe que su estilo de vida no está muy bien, pero que sus amigos del nuevo grupo de conversión le dicen: Hakuna matata, no hay drama; no te preocupes y divertite." Su crítica no apunta a una herejía doctrinal, sino simplemente a una estética juvenil, a una moda, a una forma de estar en el mundo que no encaja con su ideal de catolicismo sobrio, grave y -digámoslo de este modo- monocromático.
----------Esta incomodidad, como insinué antes, no es nueva en este publicista mendocino. En otro artículo reciente, titulado La adaptación de la Iglesia al mundo (del cual la semana pasada presenté un análisis en mi artículo titulado Peretó Rivas: una adaptación sin espíritu) el publicista mendocino sostiene que "la Iglesia, en su afán de hacerse comprensible al hombre moderno, ha terminado por hablar su lenguaje, asumir sus categorías y compartir sus presupuestos", lo cual, a juicio de Peretó, equivale sin más ni más a una traición de la identidad de la Iglesia. La inculturación, en esta lógica, no es encarnación, sino contaminación. Y todo lo que no huela a latín, incienso o solemnidad preconciliar es sospechoso de modernismo.
----------Pero llegados a este punto, se vuelve necesario recordar que la inculturación no es para la Iglesia una concesión al mundo, sino una exigencia del Evangelio. El Verbo no se hizo idea, ni rito, ni código moral: se hizo carne. Y esa carne tiene acento, ritmo, color, lenguaje. San Pablo Apóstol no predicó igual en el Areópago que en la sinagoga. Los Padres de la Iglesia no escribieron igual en Alejandría que en Cartago. Y los misioneros que evangelizaron América no impusieron el latín a los pueblos originarios, sino que aprendieron sus lenguas, tradujeron la fe, y dejaron que el Evangelio floreciera en tierra nueva.
----------Conviene también recordar una vez más aquí lo que enseña el Concilio Vaticano II: "La Iglesia, al enviar mensajeros del Evangelio a los pueblos, procura que en cada nación se arraiguen las semillas de la fe, y que se desarrollen en las culturas propias de cada pueblo." (decreto Ad Gentes, n.22). Y como recordaba san Juan Pablo II: "Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida." (Discurso al Congreso de la diócesis de Roma, 1992).
----------La inculturación no es relativismo. No es adaptar la fe a los gustos del mercado. Es permitir que la fe se encarne en las formas culturales de un pueblo, sin traicionar su contenido. Es lo que hizo la Iglesia en cada siglo, en cada continente, en cada lengua. Rechazar la inculturación por principio no es fidelidad: es arqueologismo. Es confundir la forma con la sustancia, el molde con el misterio.
----------Por eso, cuando Peretó Rivas ironiza sobre las canciones de Hakuna, sus "shows" y su "Shop", no está simplemente criticando un exceso. Está descalificando toda forma de expresión contemporánea de la fe. Está diciendo, en el fondo, que si no se parece a Trento, no puede ser católico. Pero la Iglesia no es un museo. Es un cuerpo vivo. Y el Espíritu Santo no se jubiló en 1962.
La pastoral como mediación de la gracia
----------Para ir finalizando esta reflexión, debo decir que uno de los errores más persistentes -y más peligrosos- en ciertos sectores eclesiales es la falsa dicotomía entre doctrina y pastoral. Como si la primera fuera el depósito puro e inmutable de la verdad, y la segunda una concesión blanda a las debilidades del mundo. Como si enseñar la verdad exigiera prescindir de la paciencia, y acompañar al pecador implicara traicionar el dogma. Esta falsa lógica, que ha sido corregida una y otra vez por el Magisterio, reaparece con fuerza en el artículo de Peretó Rivas, no tanto por lo que afirma, sino por la estructura de su diagnóstico.
----------El autor describe con crudeza -y sin matices- la situación de muchos jóvenes que llegan a los retiros de conversión: "los jóvenes llegaban con una vida muy desordenada, desde el uso de drogas hasta el desbarajuste sexual, y los que eran más grandes, conviviendo con sus parejas sin posibilidad en muchos casos de poder regularizar esa situación". Hasta aquí, nada que objetar: el diagnóstico puede ser realista. Pero lo que sigue es más problemático: "lo que mis amigos encontraban […] es que se trataba de un grupo humano que podía tener, en el mejor de los casos, un impacto emocional que podía provocar un movimiento hacia la conversión, pero que ésta, sin una acción milagrosa y portentosa de la gracia, era imposible".
----------Esta frase de Peretó, que ya antes habíamos citado, es muy reveladora. Porque si bien es cierto que toda conversión es obra de la gracia, lo que aquí se insinúa es que, en ausencia de una transformación inmediata y radical, no hay nada que hacer. Que si el joven no abandona su pecado de forma fulminante o inmediata, entonces el retiro ha fracasado. Que si no hay virtud al final del fin de esa semana, entonces no hubo gracia. Y que si no se puede regularizar la situación, entonces mejor no tocar el tema.
----------Pero esta visión no es católica. Es jansenista. Es pelagiana al revés. Porque exige al pecador una perfección previa para poder recibir la gracia. Porque olvida que la pastoral no es una estrategia humana, sino una mediación concreta de la misericordia divina. Y porque ignora que el camino de la conversión es, casi siempre, un proceso lento, accidentado, lleno de retrocesos y de avances apenas perceptibles.
----------Como enseñaba el papa Francisco: "La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas. […] Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades." (Evangelii Gaudium, nn. 47-49). Y como recordaba Benedicto XVI: "La pastoral no es una aplicación secundaria de la doctrina, sino su forma concreta de hacerse vida." (Discurso a la Curia Romana, 2005).
----------Separar doctrina y pastoral es mutilar la catolicidad. Es convertir la verdad en un peso insoportable, en lugar de en una promesa de plenitud. Es olvidar que la verdad no se impone, sino que se propone, se acompaña, se encarna. Y que el Buen Pastor no exige primero la conversión para luego cargar al hombro a la oveja, sino que la carga primero, herida y sucia, y solo después la conduce a pastos seguros.
----------Por eso, cuando Peretó afirma que "los retiros de conversión terminaban formalizándolos en el pecado; no dándoles una solución sino mostrándoles un problema para el que no tenían solución", el efecto de su planteo es claro: si no hay solución inmediata, entonces mejor no mostrar el problema. Pero esa no es la lógica del Evangelio. Esa es la lógica del moralismo desesperado, que no cree en la pedagogía de la gracia, ni en la paciencia de Dios, ni en la potencia transformadora del acompañamiento. La pastoral no es una estrategia blanda. Es la forma concreta en que la verdad se hace carne. Y si no se encarna, no salva.
Conclusión: Ni Hakuna Matata ni Syllabus de errores
----------Llegados a este punto, conviene volver al principio. El artículo de Peretó Rivas no es irrelevante. Su crítica al emocionalismo, a la banalización de la vida cristiana y a la falta de exigencia moral en ciertos movimientos juveniles toca puntos reales, y en algunos casos, urgentes. Pero el problema no está en lo que denuncia, sino en cómo lo denuncia. Y sobre todo, en lo que presupone.
----------Porque lo que subyace a su análisis no es simplemente una preocupación doctrinal, sino una visión de Iglesia que parece añorar un orden perdido, una época idealizada, una forma única de ser católico. Una Iglesia sin grietas, sin confusión, sin jóvenes con remeras de colores ni canciones con estribillos pegadizos. Una Iglesia que, para ser fiel, debería parecerse lo más posible a la de su infancia -o a la de su imaginación.
----------Pero esa Iglesia no existe. Nunca existió. La Iglesia real es la que peregrina en medio del mundo, con sus luces y sus sombras, con sus santos y sus pecadores, con sus liturgias solemnes y sus guitarras desafinadas. Es la Iglesia que carga con la historia, con la cultura, con las heridas de su tiempo. Y que, sin embargo, sigue siendo santa, porque es amada por Cristo y sostenida por su Espíritu.
----------Por eso, entre el Hakuna Matata perpetuo -que trivializa la cruz y convierte la fe en eslogan de bienestar- y el Syllabus como programa pastoral -que reduce la Tradición a una lista de anatemas- hay un camino más católico. Un camino que no renuncia a la verdad, pero que no la convierte en garrote. Que no disuelve la doctrina, pero que la encarna en procesos reales. Que no canoniza la cultura, pero que tampoco la demoniza.
----------Ese camino es el de la Tradición viva, la verdadera Tradición, la que viene transmitiendo y enseñando desde hace dos milenios la Iglesia, y cada vez más claramente desde el Concilio Vaticano II. Esa noción de Tradición viva que tanto fastidio causa al lefebvrismo cismático del cual Peretó repetidamente dice no pertenecer. Es el camino de la Iglesia que discierne, que acompaña, que corrige, que espera. El de los santos que supieron hablar el lenguaje de su tiempo sin traicionar el Evangelio. El de los pastores que no se escandalizan del barro, porque saben que la gracia no se derrama sobre vitrinas, sino sobre heridas.
----------Quizás Hakuna tenga mucho que purificar, no puedo juzgarlo con absoluta certeza. Quizás su estética distraiga, su lenguaje confunda, su propuesta necesite madurar. Pero también es posible -y necesario- que haya en Hakuna semillas de bien, de búsqueda sincera, de apertura a la gracia. Y quizás Peretó Rivas tenga algo que enseñar. Pero también algo que escuchar. Porque la verdad no se defiende desde la torre de marfil, sino desde la cruz. Y la cruz no se lleva con desprecio, sino con amor.
----------Como el pastor que camina con botas por el barro -como en la imagen que encabeza este texto-, la Iglesia está llamada a pisar la tierra mojada de su tiempo, no para ensuciarse sin más, sino para acompañar, levantar y sanar. Porque solo el barro tocado por la gracia puede volverse tierra fértil.
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 8 de julio de 2025
Ay, Fray Filemón, qué bien hace al alma leer una réplica que no se atrinchera en el mármol doctrinal... sino que se deja manchar por el barro de la vida eclesial... He leído al profesor Peretó Rivas con el respeto que merece quien ha dedicado su vida al estudio, pero también con la inquietud de quien ve en su nostalgia una suerte de refugio: el consuelo de un orden que ya no responde a las heridas de este tiempo...
ResponderEliminarUsted, en cambio, no niega la tradición, pero la deja respirar. La deja dolerse, incluso. Y eso es lo que más me conmueve: que no teme a la sospecha cuando nace del amor a la Iglesia y no del resentimiento...
Desde mi parroquia en el conurbano —donde la doctrina se encarna en ollas populares, en abrazos a madres solas y en la paciencia con los que llegan rotos— le agradezco esta palabra que no baja línea, sino que acompaña...
Siga escribiendo, por favor. Algunos necesitamos saber que no estamos solos en este barro...
Estimada Rosa Luisa,
Eliminarle agradezco por sus buenas palabras, que no solo alientan, sino que también recuerdan desde dónde y hacia dónde se escribe: no desde la teoría aislada, sino desde la comunión con quienes viven la fe en lo concreto, en lo herido, en lo esperanzado. Si algo de lo dicho en mi artículo ha resonado en su experiencia parroquial, entonces la reflexión no ha sido estéril. Que el Señor nos conceda seguir anunciando con verdad, sin dureza, y acompañando sin diluir la Palabra de Cristo.
A mi modesto entender, ambos artículos, el del Wanderer y el suyo adolecen de anfibología, no tanto por sus expresiones, sino por la realidad que intentan delimitar. En un caso, un grupo entusiasta que se reúne bajo una consigna de Disney y que no se describe demasiado; en su caso, por una exaltada llamada a la evangelización y la inculturación que nadie niega, en la medida en que no se rebaje ni se agúe el Evangelio. El asunto, que ninguno de los dos trata, es justamente la "medida".
ResponderEliminarPor descontado, eso sí, que ningún hombre es impermeable a la gracia, y que Dios actúa en las peores situaciones y a diez segundos del infierno, pero eso no quiere decir que cualquier metodología o medio de evangelización es legítimo o conveniente.
Estimado Anónimo:
Eliminarle agradezco su comentario. Le responderé siguiendo el orden de su intervención.
Por cuanto respecta lo que usted juzga como anfibología, permítame hacer una distinción. Si por anfibología se entiende una ambigüedad formal en el lenguaje, no me reconozco en tal defecto, pues he procurado expresarme con la claridad que permite la materia. Si, en cambio, se refiere a la dificultad de delimitar con precisión ciertos fenómenos pastorales contemporáneos, concedo que la realidad excede muchas veces nuestras categorías, sin que ello implique confusión doctrinal.
Por cuanto respecta a la “medida” de la inculturación, coincido en que es cuestión central. Pero no creo que se resuelva mediante una restauración de formas culturales pretéritas, como propone el profesor Peretó Rivas. La Tradición no se identifica con un estilo histórico determinado, sino con la transmisión viva del depósito de la fe. La fidelidad no exige inmovilismo, sino discernimiento.
Finalmente, comparto su advertencia: no todo medio es legítimo. Pero tampoco todo lo nuevo es sospechoso. El juicio prudencial debe guiarse por la regla de la fe, la recta intención y la caridad pastoral.
Gracias por este artículo, Padre. Me ha interpelado profundamente la manera en que articula la tensión entre fidelidad pastoral y la sospecha que a veces nubla el discernimiento. En tiempos de tanto ruido, se agradece una voz que invita a mirar con hondura y caridad.
ResponderEliminarPedro Hidalgo
Estimado Pedro,
Eliminarle agradezco su comentario. Me alegra saber que el artículo ha contribuido a iluminar, aunque sea parcialmente, la tensión entre la solicitud pastoral y ciertas formas de sospecha que, bajo apariencia de celo doctrinal, terminan por oscurecer el juicio prudencial. En efecto, como he intentado mostrar, la propuesta del profesor Peretó Rivas incurre en una identificación indebida entre Tradición y formas culturales pretéritas, lo cual no solo empobrece la noción teológica y magisterial de Tradición, sino que dificulta el ejercicio concreto de la caridad pastoral.
La fidelidad no consiste en replicar estructuras del pasado, sino en custodiar el depósito de la fe con discernimiento, es decir, con recta razón iluminada por la fe y atenta a las circunstancias concretas. Si algo de lo escrito ha servido para clarificar este punto, me doy por satisfecho.
Estimado padre Filemón: Le agradezco su texto, que como siempre invita a pensar desde una sensibilidad pastoral genuina. Me permito, sin embargo, plantear una inquietud desde otro ángulo.
ResponderEliminarUsted propone una lectura crítica de la “nostalgia doctrinal” que detecta en el profesor Peretó Rivas, y lo hace desde una teología que se deja afectar por la experiencia concreta del pueblo de Dios. Esta opción hermenéutica, aunque legítima, plantea a mi juicio una tensión no resuelta: ¿cómo evitar que la praxis pastoral, en su afán de responder a lo inmediato, termine por debilitar los marcos doctrinales que le dan sentido y orientación?
La tradición, en su dimensión viva, no es un archivo inerte, pero tampoco puede reducirse a una reserva simbólica disponible a demanda. Me pregunto si no sería más fecundo pensar la relación entre doctrina y pastoral no como una dialéctica de sospecha, sino como una reciprocidad crítica, donde ambas se interrogan y se purifican mutuamente.
Seguramente usted podrá disolver mis dudas en su respuesta.
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Estimado Sergio,
Eliminarle agradezco su lectura atenta y su objeción formulada con rigor y respeto. Coincido plenamente en que la relación entre doctrina y praxis pastoral no debe plantearse como una dialéctica de oposición, sino como una reciprocidad ordenada, en la que ambas se iluminan y se purifican mutuamente. En ese sentido, su expresión “reciprocidad crítica” me parece justa, siempre que se entienda que la doctrina —en cuanto expresión normativa del *depositum fidei*— posee una prioridad formal respecto de la praxis, sin que por ello esta última quede reducida a mera aplicación mecánica.
Mi crítica a la postura del profesor Peretó Rivas no pretende debilitar los marcos doctrinales, sino precisamente evitar que se los absolutice en su formulación histórica concreta, como si toda actualización pastoral implicara una traición. La Tradición, como usted bien señala, no es un archivo ni una reserva simbólica, pero tampoco es una estructura cerrada. Es, en sentido estricto, la transmisión viva de la fe apostólica bajo la guía del Espíritu Santo (Dei Verbum 8), y por tanto exige una recepción que no es pasiva, sino discerniente.
El riesgo que usted menciona —el de una praxis que, en su afán de responder a lo inmediato, erosione la doctrina— es real. Pero también lo es el riesgo inverso: el de una doctrina que, desvinculada de la vida concreta del pueblo de Dios, se vuelva estéril o incluso ideológica. El punto de equilibrio no está en una síntesis artificial, sino en una fidelidad dinámica, que sepa distinguir entre el contenido inmutable de la fe y las mediaciones históricas de su transmisión.
Padre Filemón, lo leo con respeto, aunque no sin creciente perplejidad. Usted insiste en hablar de “comunión” y “tradición viva”, pero lo hace en un lenguaje que, a fuerza de querer tender puentes, termina por diluir las fronteras. ¿No ve usted que esa “pastoralidad” que tanto defiende ha servido, en la práctica, para justificar toda clase de ambigüedades doctrinales? ¿No es acaso esa misma lógica la que ha llevado a bendecir lo que la Iglesia siempre condenó, a silenciar lo que antes se proclamaba con claridad, y a sustituir la verdad por el consenso?
ResponderEliminarUsted cita a san Vicente de Lérins, pero olvida que él mismo advertía contra las novedades disfrazadas de desarrollo. ¿Dónde queda el *depositum fidei* en medio de tanta “escucha” y tanto “discernimiento”? ¿No será que, en nombre de una sinodalidad mal entendida, se está socavando la misma estructura jerárquica y doctrinal de la Iglesia?
Le ruego que no vea en estas palabras un ataque personal, sino el clamor de muchos fieles que, como yo, no encontramos ya en el lenguaje oficial de la Iglesia el eco de la fe que nos fue transmitida. Y si eso no es motivo de seria preocupación, entonces no sé qué lo será.
Estimado Don Benja,
Eliminaragradezco su comentario. Usted expresa con claridad sus inquietudes, y también lo hace con tono respetuoso, lo que hoy se debe valorar. Créame que no me son ajenas las preocupaciones que usted plantea: también yo he sentido, en más de una ocasión, el peso de ciertas ambigüedades, la confusión de algunos discursos, y la tentación de pensar que todo lo anterior ha sido dejado de lado. Providencialmente, con la ayuda de la gracia, he podido eludir tales tentaciones. Precisamente por eso es que insisto en hablar de comunión, no como consigna, sino como exigencia evangélica.
La Tradición —usted lo sabe bien— no es un museo de fórmulas inmutables, sino la vida misma de la Iglesia en su fidelidad al Señor. San Vicente de Lérins, a quien ambos apreciamos, hablaba de un desarrollo “según el mismo sentido y la misma intención” (eodem sensu eademque sententia), no de una repetición literal. Y si bien es cierto que no todo lo nuevo es fiel, también lo es que no todo lo antiguo es garantía de verdad. La fidelidad no se mide por la nostalgia, sino por la docilidad al Espíritu que guía a la Iglesia a través del tiempo. ¿Y cuál es el criterio de verdad? El Magisterio perenne de la Iglesia que llega al Magisterio actual. Eso y nada más.
Usted me pregunta dónde queda el depositum fidei en medio de tanto discernimiento. Yo le respondería: queda allí donde siempre ha estado, custodiado por los Pastores en comunión con el Sucesor de Pedro, iluminado por la oración de los santos, y vivido —a veces con dificultad— por el Pueblo fiel. El discernimiento no sustituye la doctrina: la purifica de adherencias ideológicas, la encarna en nuevas circunstancias, la hace fecunda.
No le pido que renuncie a sus convicciones, Don Benja. Solo le pido que no cierre el oído a lo que el Espíritu pueda estar diciendo hoy a la Iglesia. A veces, el verdadero acto de fidelidad no es repetir lo que ya sabemos, sino disponernos a comprenderlo más profundamente. Y eso, créame, no es traición, sino obediencia.
Me pregunto si no estamos llamando “tradición pastoral” a lo que en otro tiempo se habría llamado simplemente adaptación. Y ya sabemos adónde suelen conducir las adaptaciones.
ResponderEliminar¿No será que, en el afán de salvar la comunión, terminamos por vaciarla de contenido?
Dino, con todo respeto: ¿no será que a veces confundimos el contenido de la comunión con nuestras propias formas de expresarla?...
EliminarLa Tradición no se agota en lo que nos resulta familiar... También puede hablarnos desde lo que aún no comprendemos del todo, pero que la Iglesia... —en su discernimiento legítimo— nos propone vivir...
Estimado Dino,
Eliminarcomprendo su inquietud. Pero convendría distinguir: la adaptación pastoral, cuando es fiel al principio de la encarnación y al discernimiento eclesial, no equivale a relativismo.
La comunión no se vacía cuando se ensancha para acoger legítimas diversidades; se vacía, en cambio, cuando se absolutiza una forma histórica particular como si fuera la única expresión posible de la verdad.
Estimada Rosa Luisa,
Eliminarle agradezco, pues ha dicho en pocas palabras lo que muchos necesitamos recordar: que la comunión no se mide por la familiaridad, sino por la fidelidad.
Y que la Tradición, cuando es viva, no teme hablar con acentos nuevos, siempre que conserve la voz del Pastor.
A veces me pregunto si no estamos discutiendo sobre la Iglesia como si fuera una idea, y no una madre. Yo no conocí la fe en tratados, sino en la vida concreta de una comunidad que rezaba, discernía y caminaba junta, con sus luces y sombras.
EliminarLa sinodalidad, para mí, no es una teoría: es lo que viví cuando mi parroquia aprendió a escucharse, cuando el párroco dejó de decidir todo solo, y cuando los más pobres empezaron a tener voz. Eso también es Tradición, aunque no venga en latín.
Padre, lo suyo es elegante, como siempre. Pero ¿no será que al querer “comprender” a Peretó Rivas, termina usted por suavizar lo que es, en el fondo, una negación de la fe?
EliminarA veces, la caridad mal entendida se convierte en una forma de complicidad.
Rosa Luisa, usted habla de comunidad y experiencia, pero ¿qué hacemos cuando esa experiencia se construye sobre errores doctrinales?
EliminarNo todo lo que se vive en la Iglesia es necesariamente católico. Y eso también hay que saber decirlo.
Dino, no todo lo que se vive en la Iglesia es perfecto, es cierto... Pero tampoco todo lo que se desvía se corrige con condenas...
EliminarA veces, lo más católico que podemos hacer es acompañar con paciencia, enseñar con humildad y confiar en que la verdad —cuando se vive con caridad— tiene más fuerza que cualquier error...
Estimada Rosa,
Eliminarle agradezco profundamente su testimonio, que devuelve a la reflexión teológica su necesaria carne histórica. La imagen de la Iglesia como madre nos interpela siempre con fuerza cualquier intento de reducir la Tradición a formulaciones abstractas.
La sinodalidad que usted ha experimentado, donde el ministerio ordenado se abrió al diálogo y los pobres encontraron voz, es expresión genuina de una Tradición viva: aquella que, lejos de contraponerse a la doctrina, la encarna y la fecunda.
Gracias por recordarnos que la Iglesia no solo se piensa: se vive, se escucha y se sirve. En ese barro eclesial, la Tradición sigue hablándonos.
Estimado Dino,
Eliminarle agradezco su observación, que nace de una legítima preocupación por la verdad de la fe. Comprender no es justificar, y la caridad, cuando es evangélica, no suaviza la verdad: la sostiene. Mi intento no fue atenuar una posible negación, sino evitar que el juicio se vuelva impugnación personal. La caridad no es complicidad, pero tampoco es condena precipitada.
Estimado Dino,
Eliminartiene usted razón en recordar que no toda vivencia eclesial es necesariamente fiel a la fe católica. Pero también es cierto que la experiencia, cuando es humilde y comunitaria, puede ser lugar de discernimiento y no de extravío. La Tradición no se opone a la vida: la ilumina. Y el juicio doctrinal, para ser fecundo, debe nacer del encuentro, no del recelo.
Estimada Rosa,
Eliminarestoy completamente de acuerdo con su observación a Dino.
Padre Filemón, disculpe, pero, a mi parecer —y francamente hablando— lo que Peretó Rivas escribe en su blog Wanderer no merece ni siquiera ser leído. No lo digo tanto por el artículo al que usted hace referencia aquí, sino por la tónica general de sus publicaciones, que oscilan entre la prensa amarilla y el chusmerío eclesiástico. Basta con ver lo que ha escrito hoy: un texto que, más que informar o edificar, parece buscar el efecto fácil de la burla, el apodo y la insinuación.
ResponderEliminarLo que se advierte, más allá del contenido, es una necesidad constante de ridiculizar, de mostrarse como quien “sabe más que los demás”, y de alimentar una narrativa de exclusividad y resentimiento. No hay en sus líneas una preocupación pastoral ni un deseo de comprender, sino una especie de goce en la demolición. Y eso, a mi juicio, dice mucho más del autor que de sus blancos.
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Estimado Sergio,
Eliminarle agradezco su comentario, que expresa con claridad una preocupación legítima por el tono y el espíritu de ciertas publicaciones. Coincido en que la crítica, para ser fecunda, debe nacer del deseo de edificar, no de ridiculizar, como hace siempre Peretó, sobre todo en la mayoria de las notas de su blog y en sus comentarios: burlas, desprecios, ridiculizaciones, etc. Y cuando el estilo eclipsa el contenido, se corre el riesgo de perder la caridad y la verdad.
Mi réplica a Peretó no pretendía validar una retórica hiriente, sino responder a una tesis que, más allá de su envoltura, merece ser discutida. Porque incluso en textos ásperos y en sí mismos despreciables puede haber preguntas que interpelan, y la tarea pastoral consiste en discernir sin contagiarse.
Gracias por su franqueza, que ayuda a mantener el tono que la Iglesia merece.
En su blog Wanderer, Rubén Peretó Rivas (Ludovicus, Eck y otros), revela una personalidad marcada por una fascinante combinación de añoranza y beligerancia, como si en cada post buscara exorcizar los espectros de una vocación no asumida, una madurez disputada o un rol eclesial nunca plenamente integrado. Escribe como quien decora una celda con tapices doctrinales, sin notar que la puerta nunca estuvo cerrada.
EliminarSu tono, por momentos exaltado y por otros rebuscadamente sobrio, parece el de alguien más ocupado en ajustar cuentas con lo femenino, lo pastoral y lo clerical, que en ofrecer pan al peregrino fatigado. La insistencia con que aborda ciertos temas y figuras sugiere más bien el monólogo de quien conversa ante un espejo demasiado familiar, no para verse sino para interrogarse. Lo que se presenta como fidelidad, a menudo se lee como un peculiar drama interior donde conviven el barniz académico con un corazón asediado por lo que no fue, y quizá por lo que nunca pudo ser.
Estimado Anselmus,
Eliminaraprecio su agudeza, aunque confieso que el bisturí con que usted retrata ciertas figuras del ámbito católico pasadista corre el riesgo de cortar más allá del tejido enfermo. Hay ironías que iluminan, y otras que velan lo que quizá merece ser comprendido más que caricaturizado.
A veces la vehemencia doctrinal encubre una biografía herida, y otras tantas, simplemente la incomodidad de habitar una Iglesia donde no todo responde a los propios esquemas. No sé si conviene desentrañar esas heridas en público, pero sí reconozco que el barro eclesial exige menos bisturí y más paciencia pastoral.
El tono general suyo, Anselmus, revela una generalidad extática, una brama de sublimidad que no alcanza a plenificar el apeiron, prisionero quizás de una bajura que quiere evitar el absoluto. Tapice nomás la celda, que es posible hoy, con la importación tan barata.
Eliminar¿Así que ahora responde Anselmus Boludens...? Qué curioso: cuando el argumento se agota, aparecen los seudónimos como máscaras en carnaval.
EliminarY esa “brama de sublimidad que no plenifica el apeiron”... ¿es defensa o intento de distracción? Porque si el tapiz doctrinal ya estaba colgado, no hacía falta envolverlo en papel dorado.
Lo más revelador no es el estilo barroco... es el temblor detrás de tanto adorno. Porque cuando alguien se siente leído demasiado bien, suele responder con frases que suenan a enciclopedia... pero no dicen nada.
Y sobre Rosa Luisa... qué raro que te moleste tanto que una mujer hable desde la cocina. ¿No será que lo que incomoda no es el lugar... sino que ella dice lo que vos no te animás a escuchar?
Así que tranquilo, Boludens... que el hilo sigue sin vos, y el archivo de frases huecas ya está completo.
He leído con atención el comentario firmado por “Anselmus Boludens”, y aunque el seudónimo pretende ironía, lo que revela es incomodidad.
EliminarNo me ofende el intento de caricatura —me preocupa lo que dice del autor. Porque cuando la respuesta a una crítica es el disfraz, no hay réplica: hay evasión.
Si el texto que escribí incomodó, celebro que haya tocado algo real. Pero si la reacción es envolverlo en latinajos y sarcasmos, entonces no estamos discutiendo ideas, sino evitando mirarlas.
Y si el recurso es burlarse del tono, del estilo o de la intención, sin entrar en el fondo, entonces el problema no es lo que se dijo… sino que se dijo demasiado claro.
No responderé en el mismo registro. Porque la verdad, cuando se busca, no necesita máscaras. Y el diálogo, cuando es honesto, no se esconde detrás de apodos.
Bueno... por lo visto, Boludens sigue escribiendo, aunque todavía se le nota el mareo.
EliminarPorque después del KO que le dieron —con guantes de cocina y frases sin adjetivos—, lo que queda no es réplica... es verborrea postraumática.
Y si el recurso es envolver la incomodidad en latinajos y sublimidades, entonces no estamos ante una defensa... sino ante un delirio de alta costura teológica.
Lo más revelador no es el seudónimo... es que el golpe fue tan certero que ahora responde como quien no recuerda bien qué lo tumbó.
Así que sí, Boludens... estás de pie, pero todavía groggy. Y eso, aunque no lo digas, se nota en cada frase que intenta sonar firme... y apenas logra sostenerse.
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EliminarLudovicus, si lo mejor que ha podido decir es que se va con la mucama, entonces no estamos ante una retirada: estamos ante una evasión.
EliminarY si cree que descalificar a una mujer por hablar desde la cocina lo deja indemne, le recuerdo que el problema no es el arroz, ni la escoba, ni el delantal. El problema es que alguien habló claro, y usted no supo qué hacer con eso.
Llamarme “Villa Flores” no le da ventaja. Le da nostalgia. Porque cuando el argumento se agota, lo único que queda es el apodo.
Y si su despedida es “Arrivederci”, le deseo buen viaje. Pero no olvide que el equipaje que lleva —el tono, el desprecio, la evasión— no lo exime de haber sido leído.
Así que sí, váyase si quiere. Pero sepa que acá, mientras tanto, seguimos pensando. Y eso, aunque no lo diga, es lo que más le incomoda.
Estimado Ludovicus,
Eliminarme veo en la obligación de dirigirle unas breves palabras, no en tono de disputa, sino como quien advierte que se ha cruzado un umbral que ya no es propio del diálogo, sino del agravio.
Sus últimas intervenciones, en esta entrada y en otras de estos dias, han causado escándalo por la violencia de sus palabras, por el desprecio que ha mostrado hacia las mujeres, y por las ofensas directas no digo a la ética cristiana, sino incluso a la más básica ética humana y natural, advirtiéndose en usted la lamentable carencia de las mínimas normas educativas y de trato con los demás. Lamento que la administración del blog no haya actuado con más prontitud. Aun así, confío en que comprenda usted que este espacio no puede ser instrumento de burla, ni de provocación vacía.
Le invito sinceramente a reflexionar sobre lo ocurrido. No somos enemigos; buscamos juntos la verdad. Pero ella no se impone con golpes, ni con sarcasmo. Si alguna vez desea volver a dialogar, será necesario un cambio real de actitud, no solo para respetar a los demás, sino para honrar lo que aquí intentamos custodiar.
Y permítame agregar, señor "Ludovicus" —o como prefiera nombrarse: "Wanderer", "Poroto", "Paseador de perros", entre otros alias que ha utilizado aqui y en diversos espacios, ocultando su verdadera identidad—: en lo que toca a un hecho pasado, bien conocido por usted y por nosotros, le expreso humildemente una disculpa en nombre de mi sobrino Paolo Fitzimons, quien colabora conmigo en la moderación de este blog, si alguna actitud suya le causó molestia u ofensa en sus blogs "Wanderer". No he participado de aquella situación, ni la he consentido, y ni siquiera la conocía en su momento, pero la lamento sinceramente. Que este gesto sirva también para abrir un espacio donde se atisbe la misericordia.
Lamentablemente, no se ha advertido de su parte ni la humildad para reconocer que sus interlocutores le han dejado sin respuestas válidas, ni siquiera la honestidad de admitir que sus propios argumentos eran vacíos de contenido. El silencio puede ser ocasión de aprendizaje, pero no si se llena con burlas y desdén.
Por lo demás, es importante que sepa que sus mensajes —así como aquellos que se identifiquen como suyos bajo otros nombres— no volverán a ser publicados en este blog, a menos que en ellos se advierta una actitud distinta: sin ofensas, sin burlas, sin desprecios hacia la mujer, y con verdadera voluntad de dialogar. Hasta ahora, lamentablemente, tal disposición no ha sido visible.
Que el Señor le conceda la luz que transforme el corazón, y lo guíe por caminos de verdad y misericordia.
Estimado padre Filemón: Acabo de leer y volver a leer su respuesta a Ludovicus y el comentario que hace el padre Serafín Savelloni, y sólo puedo decir que me sumo sin matices a su gratitud, ante todo por el estilo de este blog que usted lleva adelante. Porque si algo distingue a Linum Fumigans, es que aquí no se responde desde la bronca, sino desde una porfiada fidelidad al Evangelio, hasta podría decir parafraseando el título de este artículo, "con el barro todavía fresco en las sandalias".
EliminarNo deja de asombrarme cómo usted logra ese equilibrio imposible entre la teología seria y el tono confesional del que sigue fregando los bancos de iglesia. Le habla a todos como si fueran sus vecinos, aunque estén a miles de kilómetros o vivan en rincones digitales que ya ni parecen comunidades de fe.
En cuanto al artículo de Rubén Peretó Rivas —el profesor, el autor, el ideólogo de Wanderer, según el alias en que le toque vestirse— me permito también una reflexión. No es sólo su pensamiento lo que inquieta, sino el aura que proyecta su blog: una atmósfera de restauración sin pueblo, de dignidad litúrgica sin parroquia. Como bien ha señalado el padre Serafín, ese universo filolefebvriano vive como si aún estuviera esperando que lo convoquen a una misa del pasado donde todo era claro, ordenado y sin sorpresas (en la cabeza y en los sueños de Peretó/Ludovicus o el alias que use o usen sus misóginos amigos). Pero la vida parroquial, la pastoral real, no cabe en ese molde.
Peretó escribe —o comentan sus alias— como quien repite un conjuro para que el mundo vuelva a ser lo que fue. A veces parece que no le habla a los fieles sino a sus propios reflejos: una conversación sin riesgo, sin cuerpo, sin contradicción. ¿Quién lo escucha más allá del club de nombres que lo citan, lo comentan, lo celebran? ¿Dónde está el otro, el que no le pertenece? Yo no lo veo. Y no sólo yo: nadie lo ve.
Celebro entonces que Linum Fumigans, en la voz de Filemón, no se pliegue al repliegue. Aquí se escribe desde la exposición humilde, desde esa mezcla de barro y promesa que no exige unanimidad pero sí decencia. Porque aquí se puede disentir sin desaparecer (incluso si alguien queda KO en un combate leal que no se ha sabido pelear porque se estuvo a la suficiente altura). Y porque aquí, cuando alguien escribe, no pretende tener la última palabra, sino apenas la próxima.
Sergio Villaflores (Valencia, España)
Querido padre Filemón… Acabo de leer su respuesta a Ludovicus… y también el comentario del padre Serafín Savelloni… y no puedo quedarme en silencio esta vez… aunque ayer, lo haya hecho por necesidad…
EliminarMe sumo con cariño… y sin reservas… a la gratitud que ambos expresan… sobre todo por el estilo de este blog que usted lleva con tanto cuidado… Porque si algo distingue a Linum Fumigans… es que aquí no se responde desde la bronca… sino desde una porfiada fidelidad al Evangelio… diría incluso, como usted escribió en su nota… con el barro todavía fresco en las sandalias…
Me asombra —y me conmueve, lo confieso— cómo usted logra ese equilibrio entre la teología seria… y ese tono confidencial...¡y sobre todo su enorme paciencia!
Ayer guardé silencio… No por miedo… ni por falta de respuesta… sino porque entre tanta pelea y en medio de tanta palabra vacía y actitud altanera de Ludovicus, entendí que las palabras, en ese momento… hubieran sido inútiles o desfiguradas por el tono del que atacaba… No quise responder a Ludovicus… ni a sus burlas misóginas… ni a su desprecio hacia lo sagrado… Lo mismo que sentí frente a los insultos de Ludovicus es lo que he sentido al leer algún que otro artículo de Peretó Rivas, por quien siempre rezo, para que la gracia divina haga lo suyo y se convierta...
Preferí esperar… y dejar que lo que valiera la pena… viniera desde otro lugar… y llegó, gracias a usted…
Gracias por lo que ha escrito… por cada palabra puesta sin rencor… y por ese coraje de responder sin gritar… Usted no defiende personas… defiende el espacio… y a todos nos devuelve la dignidad… aunque a veces sólo hayamos sabido quedarnos callados…
Con afecto profundo… y oración verdadera…
El Padre Filemón, con la serenidad del que ha visto muchas tormentas, ha logrado lo que pocos: poner en evidencia sin estridencias la vacuidad del discurso de Ludovicus/Peretó. Ayer, mientras algunos lectores se debatían entre la indignación y el desconcierto, él ofrecía una brújula pastoral en medio del ruido. No es fácil dialogar con quien confunde nostalgia doctrinal con fidelidad evangélica, pero Filemón lo hizo sin perder la compostura ni la caridad. Aplausos lentos. Y que Ludovicus siga buscando en sus archivos el argumento que aún no ha escrito.
EliminarHe leído con atención el artículo de Rubén Peretó Rivas que motiva esta entrada, y debo decir que, como es habitual en él, se trata de un texto bien escrito, con referencias precisas y una estructura argumentativa clara. Su capacidad para entrelazar elementos doctrinales con observaciones culturales es notable, y en ese sentido, el artículo ofrece una lectura crítica que merece ser considerada.
ResponderEliminarSin embargo, también advierto —y aquí mi objeción es más de fondo que de forma— que Peretó Rivas parece operar desde una premisa que tensiona innecesariamente lo pastoral frente a lo doctrinal, como si la apertura al diálogo y la escucha fuera una amenaza para la fidelidad. Esta sospecha, que atraviesa el texto, corre el riesgo de convertir la tradición en un bastión defensivo, más que en una fuente viva.
No niego que haya excesos en ciertos discursos sinodales, ni que el discernimiento requiera límites. Pero el artículo, en su afán por preservar, parece olvidar que la tradición no se defiende encerrándola, sino dejándola respirar en el presente. Y ahí es donde creo que el texto de Filemón acierta al señalar que la sospecha constante puede volverse una forma de clausura.
Celebro que este diálogo se dé en tono respetuoso, y agradezco que se nos invite a pensar sin trincheras. Porque si algo necesita hoy la Iglesia, es precisamente eso: pensamiento que escuche, y escucha que piense.
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EliminarLudovicus, lo suyo es notable: logra coincidir consigo mismo incluso cuando parece estar respondiendo a otro.
EliminarSi el artículo publicado en Wanderer —firmado por usted, Rubén Peretó Rivas— presenta una tensión entre lo doctrinal y lo pastoral, y Serafín lo señala con claridad, entonces su respuesta no corrige: reafirma. Lo hace con cortesía, sí, pero sin modificar la premisa que se cuestiona.
La afirmación de que la liturgia tradicional es “eminentemente pastoral” puede ser válida, pero no responde a la objeción de fondo: el artículo no acusa desvíos pastorales, sino que parece poner a la escucha bajo sospecha.
Y si la tradición es una “fuente viva” pero también un “bastión defensivo”, convendría explicitar qué se defiende: ¿el depósito revelado o una formulación cerrada ante el mundo? Porque si la escucha debe “tensionarse” para no contaminarse, ya no es escucha: es filtro.
Así que sí, leí su respuesta con atención. Y no puedo evitar notar que, al final, usted no dialoga: se reafirma
Estimado Ludovicus,
Eliminarme veo en la obligación de dirigirle unas breves palabras, no en tono de disputa, sino como quien advierte que se ha cruzado un umbral que ya no es propio del diálogo, sino del agravio.
Sus últimas intervenciones, en esta entrada y en otras de estos dias, han causado escándalo por la violencia de sus palabras, por el desprecio que ha mostrado hacia las mujeres, y por las ofensas directas no digo a la ética cristiana, sino incluso a la más básica ética humana y natural, advirtiéndose en usted la lamentable carencia de las mínimas normas educativas y de trato con los demás. Lamento que la administración del blog no haya actuado con más prontitud. Aun así, confío en que comprenda usted que este espacio no puede ser instrumento de burla, ni de provocación vacía.
Le invito sinceramente a reflexionar sobre lo ocurrido. No somos enemigos; buscamos juntos la verdad. Pero ella no se impone con golpes, ni con sarcasmo. Si alguna vez desea volver a dialogar, será necesario un cambio real de actitud, no solo para respetar a los demás, sino para honrar lo que aquí intentamos custodiar.
Y permítame agregar, señor "Ludovicus" —o como prefiera nombrarse: "Wanderer", "Poroto", "Paseador de perros", entre otros alias que ha utilizado aqui y en diversos espacios, ocultando su verdadera identidad—: en lo que toca a un hecho pasado, bien conocido por usted y por nosotros, le expreso humildemente una disculpa en nombre de mi sobrino Paolo Fitzimons, quien colabora conmigo en la moderación de este blog, si alguna actitud suya le causó molestia u ofensa en sus blogs "Wanderer". No he participado de aquella situación, ni la he consentido, y ni siquiera la conocía en su momento, pero la lamento sinceramente. Que este gesto sirva también para abrir un espacio donde se atisbe la misericordia.
Lamentablemente, no se ha advertido de su parte ni la humildad para reconocer que sus interlocutores le han dejado sin respuestas válidas, ni siquiera la honestidad de admitir que sus propios argumentos eran vacíos de contenido. El silencio puede ser ocasión de aprendizaje, pero no si se llena con burlas y desdén.
Por lo demás, es importante que sepa que sus mensajes —así como aquellos que se identifiquen como suyos bajo otros nombres— no volverán a ser publicados en este blog, a menos que en ellos se advierta una actitud distinta: sin ofensas, sin burlas, sin desprecios hacia la mujer, y con verdadera voluntad de dialogar. Hasta ahora, lamentablemente, tal disposición no ha sido visible.
Que el Señor le conceda la luz que transforme el corazón, y lo guíe por caminos de verdad y misericordia.
Querido padre Serafín,
Eliminargracias por tu reflexión, que ha aportado una brisa fresca —aunque algo inquisitiva— a esta conversación sobre tradición pastoral y sospecha. Como bien señalas, el riesgo de que lo pastoral se convierta en disfraz de una desvinculación con la doctrina es real; y a veces se esconde bajo la retórica del acompañamiento sin exigencias, como si el báculo del pastor debiera pastorear sin dirección alguna.
La entrada que aquí nos convoca nace de un artículo publicado por Rubén Peretó Rivas en su blog "Wanderer", donde sus observaciones —en habitual tono agudo, sarcástico pero provocador y casi siempre carente de contenido— exponen ciertos deslizamientos del discurso pastoral hacia formas de vaguedad doctrinal. En ese contexto, tu intervención recoge, con justa inquietud, el peligro de que lo pastoral sea manipulado hasta volverse indiferente a la verdad revelada.
Sin embargo, creo que podemos ir más hondo. Cuando hablamos de “tradición pastoral”, no nos referimos a la renuncia al rigor ni al abandono de la claridad doctrinal, sino al ejercicio de esa caridad que sabe esperar, que se inclina sin abdicar, que acompaña sin dejar de señalar el horizonte.
Tu sospecha es saludable si nos previene contra el sentimentalismo que trivializa lo sagrado. Pero también te invito a una mirada menos binaria: lo pastoral no es lo contrario de lo doctrinal, sino su encarnación entre personas concretas, en tiempos reales, con heridas verdaderas. Ser pastor es —si se me permite el juego de palabras— saber pastorear incluso la sospecha.
Estimado padre Filemón, querido amigo,
Eliminarmi gratitud por su respuesta al tal Ludovicus, en la que reconozco no sólo lucidez teológica sino también una delicadeza pastoral que, admito, yo ejerzo con menos temple. Pero hay verdades que no se pueden rodear demasiado sin perder el centro del Evangelio: y en eso, Filemón ha logrado custodiar la caridad sin sacrificar la claridad. Celebro su intervención y me sumo, sin reservas, a sus palabras.
Ahora bien, me permitiré añadir una reflexión que apunta no tanto a los contenidos del artículo del profesor Rubén Peretó Rivas —publicado en su blog Wanderer, donde él firma con otros alias— sino al estilo y la atmósfera que lo rodean, no por indiscreción sino porque tales modos también educan (o deseducan) en la fe. Digo esto con el respeto que merece todo bautizado, aunque también con el sentido crítico que requiere la comunión eclesial.
El blog Wanderer, donde Peretó Rivas escribe o pubica con plena responsabilidad, textos con cierta solemnidad crepuscular, parece ser hoy un eco de un pasadismo doctrinal que ya no tiene comunidad real —ni en la FSSPX ni en sus satélites filolefebvrianos— y que sin embargo sobrevive digitalmente en una especie de nostalgia compartida. Su pensamiento encuentra resonancia en otros círculos virtuales del mismo pelaje, como el blog de Aldo María Valli en Europa, donde el filolefebvrismo católico resuena en tono de museo: no como tradición viva, sino como objeto vitrina.
Lo preocupante no es que estos espacios existan —la Iglesia siempre ha tolerado los márgenes— sino que se autovalidan mutuamente en un circuito cerrado de cita y elogio, generando lo que bien podría llamarse un “club de alias”. Y Peretó Rivas parece jugar allí un rol central, como autor, comentarista, interlocutor y ocasional polemista, él mismo o acompañado de sus “amiges”, como si el magisterio consistiera en repetir entre conocidos las mismas fórmulas. Es un círculo que se autoafirma, pero difícilmente dialogue fuera de sí.
En ese sentido, mi reparo no es sólo doctrinal —que lo es, cuando la tradición se convierte en réplica mecánica sin escucha pastoral— sino también pastoral, cuando el tono da la impresión de resentimiento por no haber sido convocado a esa mesa más amplia donde la Iglesia se pregunta, con temor y temblor, cómo vivir el Evangelio hoy.
Por eso celebro, padre Filemón, que hayas respondido no desde la indignación, sino desde el barro eclesial: ese barro que no huele a encierro, sino a pueblo. Porque es allí donde la tradición respira, no como nostalgia, sino como fidelidad encarnada.
Mire, no entiendo el escándalo. Todo el mundo sabe que ese antro llamado Wanderer lleva años exudando el resentimiento de personajes que no lograron encajar donde querían encajar. Se la pasaban entre escapularios y faldones, citando latines mal declinados y revolviendo chismes clericales como quien remueve las brasas de una vanidad no correspondida.
ResponderEliminarY ahora, ¿qué? ¿Nos vamos a poner solemnes por los artículos que firma Peretó o por los que publica de otros? Da igual. El estilo, la obsesión, la fijación—todo huele al mismo incienso rancio. Si alguien los lee y cree que ahí hay pluralidad, que se lo haga mirar. El único responsable es él, sin cortinas ni intermediarios. Basta ya de ingenuidades.
A ver, ¿qué otra cosa puede esperarse del blog Wanderer sino esa mezcla de cobardía rencorosa con pretensiones de cruzada? Ya lo dijo El Fraile Aldao hace años al inaugurar ese antro gauchipolítico: hay que morder, y fuerte. Y eso implica decir las cosas como son. Mendoza cambió, la Iglesia se tambalea, la Universidad se pudre en su pomposidad, y mientras tanto los Wanderers se entretienen entre sotanas, latines y chismes. No, no somos ovejas. Somos perros pastores. Y este fuego lo encendemos para no seguir callados mientras los disfrazados del tradicionalismo se dedican a reciclar ruinas como si fueran reliquias.
EliminarComo doctora en Historia, he asistido a suficientes encuentros académicos para reconocer cuando un expositor confunde aparato crítico con teatralidad doctrinal. Me crucé con el señor Peretó en una jornada en la que se debatía sobre usos y abusos de la tradición litúrgica. Su participación fue una liturgia sin sentido: latines adornados, referencias sin marco, y una nostalgia recosida como casulla en desuso.
ResponderEliminarLo escuché, claro. Y anoté, no por admiración, sino por estudio. Porque la historia no sólo custodia memorias: también denuncia imposturas.
Desde entonces no me sorprende lo que publica. No es que repita sus obsesiones—es que no ha salido nunca de ellas. El tradicionalismo que encarna no es conservación, sino taxidermia. Y mi oficio no es embalsamar relatos, sino analizarlos hasta que revelan lo que pretenden ocultar.
Estimado padre Filemón de la Trinidad, no se haga problema usted por distinguir entre Wanderer, Peretó Rivas, Ludovicus, Eck, y todo bicho que camina por el wanderismo del blog Wanderer, todo, absolutamente todo es responsabilidad, autoría, coautoría o autoría asociada de Rubén Peretó Rivas. Da lo mismo. Por lo tanto, no hay que perder tiempo en discernimientos nominalistas ni en genealogías digitales: el wandererismo es una sola cosa, y su nombre es Peretó.
ResponderEliminarLo que se llama “wandererismo” —con precisión pastoral— no es sino la manifestación pública de una teología de la sospecha, una espiritualidad de la ironía y una eclesiología del repliegue. Y si hay un arquitecto de ese edificio, un demiurgo de esa estética, un editor invisible de esa narrativa, ese es Rubén Peretó Rivas. No porque lo diga explícitamente, sino porque su estilo, sus obsesiones, sus silencios y sus guiños están en cada rincón del blog Wanderer, como el perfume de un incienso que no se ve pero lo impregna todo.
Hace algun tiempo, un artículo publicado en La Muralla Católica —un bastión de resistencia que usted quizás conoca— lo deja claro: el extra Wanderer nulla salus no es una caricatura, sino una radiografía. Allí se denuncia con lucidez cómo el wandererismo ha convertido la Tradición en un club de lectura, la liturgia en una performance estética, y la comunión eclesial en una guerra de trincheras. Y detrás de esa operación, como un director de orquesta que no aparece en escena pero marca cada compás, está Peretó Rivas.
Su método es el de la dispersión: múltiples pseudónimos, múltiples voces, múltiples estilos. Pero todos convergen en una misma melodía: la crítica constante al magisterio reciente, la nostalgia por una Iglesia idealizada, y la construcción de una identidad católica que se define más por lo que rechaza que por lo que abraza. Es el arte de la negación, elevado a sistema.
Y no se trata solo de ideas, sino de una praxis comunicacional. El wandererismo ha creado una comunidad virtual que se alimenta de la sospecha, que se regocija en la ironía, que se fortalece en la exclusión. Es un fenómeno pastoralmente preocupante, porque seduce a los fieles con una falsa promesa de pureza doctrinal, mientras los aleja del rostro misericordioso de la Iglesia.
Por eso, querido padre Filemón, no se preocupe por los nombres. Wanderer, Ludovicus, Eck, Dom Bux, o cualquier otro alias que aparezca en los comentarios o en los artículos, son máscaras de una misma dramaturgia. Y el dramaturgo, el autor de esta comedia trágica, es Rubén Peretó Rivas.
El Amurallado
Desde la trinchera de la Tradición viva, no museificada.