lunes, 3 de noviembre de 2025

El morir para el cristiano

En el umbral de la muerte todo se decide: ¿amar a Dios con un corazón indiviso o seguir arrastrando el fango del mundo?, ¿nombrar al Creador con otros nombres —justicia, verdad, conciencia— sin saber que en ellos se oculta Cristo, o confesarlo abiertamente como Señor?, ¿atreverse a la tibieza que demora la visión o abrazar la misericordia que purifica?, ¿reclamar la distancia altiva del odio o rendirse a la luz que salva?; allí el alma, liberada de máscaras, descubre que su destino eterno no es un azar, sino la consecuencia desnuda de cada acto de amor, de cada renuncia y de cada silencio vivido en el tiempo. [En la imagen: fragmento de "Exorcismo en la sinagoga de Cafarnaúm", fresco del siglo XI, Abadía de Lusthaus de Lambach, Austria].

Requiem aeternam dona eis, Domine
et lux perpetua luceat eis.
Requiescant in pace.
   
Del ars moriendi al ars oblivionis
   
----------En las sociedades actuales, incluso en aquellas que han nacido de matriz católica, la muerte ha sido desplazada del horizonte vital. Aunque todavía se celebran ritos religiosos —bautismos, matrimonios, funerales—, éstos se viven con frecuencia como gestos culturales o sociales, desligados de una fe que ilumine la existencia. La muerte, antaño acontecimiento central de la vida comunitaria, se ha convertido en un hecho incómodo, relegado a los márgenes de la conciencia y escondido tras los muros de hospitales y clínicas.
----------Desde la perspectiva sociológica, se constata un proceso de medicalización y privatización del morir. La muerte ya no acontece en el seno de la familia, rodeada de los suyos, sino en instituciones sanitarias, bajo protocolos técnicos que buscan prolongar la vida biológica más que acompañar espiritualmente el tránsito. La comunidad, que antes se reunía en torno al lecho del moribundo, queda sustituida por un equipo médico; el rito compartido se convierte en trámite administrativo. La sociedad del bienestar, obsesionada con la juventud y la productividad, no sabe qué hacer con la fragilidad, la vejez y la agonía: las oculta, las aparta, las silencia.
----------En el plano psicológico, predomina una evasión sistemática del pensamiento de la muerte. Se evita hablar de ella en las conversaciones cotidianas, se la disfraza con eufemismos (“partida”, “despedida”, “irse”), se la reduce a un dato estadístico o a un espectáculo mediático. La cultura contemporánea, que exalta la autonomía y el control, no tolera la experiencia límite que desarma toda autosuficiencia. El miedo al sufrimiento y a la dependencia alimenta la demanda de eutanasia, presentada como “muerte digna”, pero que en realidad revela la dificultad de integrar la finitud en el horizonte de sentido.
----------Este fenómeno configura lo que algunos autores llaman el tabú moderno de la muerte. Si en la Edad Media se cultivaba el ars moriendi, hoy se practica el ars oblivionis: el arte de olvidar. La muerte se convierte en un acontecimiento extraño, ajeno, casi irreal. Se la consume en películas, series y videojuegos, pero se la expulsa de la experiencia personal y comunitaria. Nunca se ha hablado tanto de la muerte en los medios, y nunca se la ha vivido tan poco en la intimidad del corazón.
----------La consecuencia es una escandalosa paradoja cultural, dado que hoy la mayoría de las sociedades proclaman la dignidad de la persona humana, pero rehúyen acompañar al moribundo en su fragilidad; existen así sociedades que multiplican discursos sobre derechos y libertades, pero que no saben qué hacer con el límite absoluto de la existencia. En este contexto, la muerte sorprende a muchos sin preparación espiritual ni simbólica, como un acontecimiento que irrumpe sin sentido y sin horizonte.
----------Frente a esta evasión, la tradición cristiana se alza como una voz contracultural: no oculta la muerte, sino que la asume como momento de verdad, de revelación y de elección definitiva. Allí donde la sociedad contemporánea huye, el cristiano está llamado a mirar de frente, con la esperanza puesta en Aquel que venció la muerte y abrió el camino de la vida eterna.  
   
El morir cristiano
   
----------En el momento de la muerte el alma pierde la conciencia sensible y se agotan las fuerzas físicas, pero el alma ejerce la conciencia espiritual y la fuerza del espíritu, que le permite en plena lucidez y dominio de sí abandonar el cuerpo y cumplir la elección definitiva o por Dios o contra Dios.
----------El alma en gracia, después de haber pregustado en la fe y en la caridad en esta vida mediante las buenas obras, favorecida por la gracia, las primicias de la vida futura, después de haber cumplido en la vida suficiente penitencia de los propios pecados, consciente de la propia inocencia y feliz del perdón recibido, se pone con confianza en las manos de Dios misericordioso.
----------Algunas almas, ciertamente, eligen a Dios, aunque no con plena decisión. Sucede que descuidan hacer penitencia y purificarse. Son tibias y carecen de fervor. Son perezosas y carecen de impulso. Consienten los placeres mundanos y no encuentran su alegría solamente en Dios, sino también en los placeres del mundo. Se preocupan, claro que sí, del honor de Dios, con tal de que sin embargo esto no dañe al propio. A ellas les interesa saber más acerca de las cosas del mundo que indagar los misterios divinos. Llevan consigo un lastre inútil que pesa y ralentiza su camino, por lo cual permanecen inmersas en el mundo sin levantar la mirada hacia Dios. Aman, claro que sí, a Dios y al prójimo, pero también aman al mundo y se aman a sí mismas.
----------Ellas aman al mundo y a Dios no subordinando el mundo a Dios, sino como si estuvieran a la par. Estas almas en el momento de la muerte ciertamente eligen a Dios, pero, manchadas como están del fango del mundo, no se sienten dispuestas para la visión inmediata de Dios, que requiere un ojo del todo limpio, que en el momento de la muerte no tienen. Por eso ellas, para purificar la vista, transcurren un período de tiempo en el purgatorio.
----------Hay luego otras almas, las cuales fingen ser cristianas, pero en realidad están en la Iglesia no por íntima convicción, sino solo por las ventajas temporales que de ello ellas sacan. En el momento de la muerte ellas saben que Dios no puede ser engañado. Por esto delante de Él, si quieren, pueden manifestarle abiertamente su odio y, por tanto, hacen su elección de seguir al demonio en vez de a Dios.
----------En lo que respecta a los ateos, ¿qué es lo que podemos decir? La mejor definición del ateo la ha dado san Juan Pablo II, que había experimentado bien en su patria el ateísmo comunista. Dijo que el ateo «borra voluntariamente a Dios del horizonte de su pensamiento». Su ateísmo está simplemente en el rechazo de reconocerlo y de obedecerle haciendo dios de su propio yo.
----------El ateo, como cada uno de nosotros, sabe muy bien que Dios existe. El ateísmo no es la simple afirmación «Dios no existe». Esta proposición podría pronunciarla también quien niega un concepto falso de Dios. En este caso estamos delante de un teísta y un creyente, que no saben que lo son.
----------De hecho, podría tratarse de una determinada persona que, habiendo constatado los contrastes entre cristianos acerca del concepto de Dios, ha decidido evitar el uso de la palabra «Dios», manteniendo el concepto o noción de Dios, pero nombrándolo con otros nombres, como por ejemplo «justicia», «honestidad», «razón», «conciencia», «verdad» y cosas semejantes. Es posible que esta persona sirva a los pobres sin saber que en ellos se esconde Cristo. Así, ¿qué puede sucederle? Que en el momento de la muerte encuentre a Cristo que le agradece y le admite en su reino (cf. Mt 25,34-40).
----------El alma en el momento de la muerte sabe qué cosa le espera al realizar su elección y cuáles serán las consecuencias de la elección. El alma, que desea ardientemente ver a Dios y habitar en el paraíso, confortada por Dios, está humildemente cierta y segura del premio celestial.
----------Por el contrario, el alma soberbia, altanera, arrogante y de mala voluntad, en estado de pecado, privada de la gracia, odia a Dios, no quiere absolutamente verlo y quiere estar para siempre lejos de Él, junto con el diablo, su señor, a costa de cualquier pena.
----------El alma en gracia, en cambio, rinde cuentas serenamente a Dios de sus propias obras y escucha confiadamente la sentencia del amado Juez divino, que le da el premio celestial, la admite a la beatificante visión inmediata de su Rostro Trinitario, de Jesucristo y de la Bienaventurada Virgen María y le hace entrar en el paraíso del cielo, en su propia Casa en la compañía de los bienaventurados todos, hombres y ángeles. Comprenderá y apreciará el misterio de la divina misericordia que ha salvado a los bienaventurados y de la divina justicia que ha castigado a los condenados.
----------El alma es liberada para siempre del error, del pecado, del sufrimiento, de la muerte, de los enemigos y del diablo. Ella goza de la verdad, de la certeza, de la seguridad, del amor, de la libertad y de la paz, en la compañía gozosa de los ángeles y de las almas santas.
----------En el cielo el alma ejerce la comunión con Dios y con los bienaventurados. Hasta el fin del mundo se ocupa de la salvación de aquellos que han quedado sobre la tierra, acoge sus súplicas e intercede por ellos. Ejerce un progreso continuo en la bienaventuranza. Espera retomar el propio cuerpo en la Parusía. En la resurrección instaurará una nueva relación de dominio de los nuevos cielos y de la nueva tierra. Retomará el ejercicio de la actividad artística junto con los ángeles en el canto y en la alabanza de Dios.
   
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 2 de noviembre de 2025

2 comentarios:

  1. ¿Qué significa progreso continuo de la bienaventuranza? ¿Gloria accidental? ¿La esencial no sacia el apetito por completo? progreso continuo parece que sea algo siempre mejor, como en la tierra, y no fin último que sacia completamente el deseo y eso de la actividad artística en los bienaventurados, ¿qué quiere decir, padre?

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    1. Estimado Anónimo,
      se trata de una opinión de San Gregorio Niseno y no es doctrina de la Iglesia. Por eso no se trata de una doctrina vinculante, sino que se deja a la libre discusión y puede ser asumida o rechazada sin perjudicar en nada a la ortodoxia.
      A mí personalmente me gusta, entendida no como una progresiva adquisición de algo que aún nos falta, porque como dice el Salmo 23: "El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar".
      Se trata de un continuo aumento de la felicidad, causado por un continuo enriquecimiento de los bienes celestiales poseídos, los cuales son infinitos.
      Le doy un ejemplo en lo que se refiere a la comunión de los santos. El alma bienaventurada ya es bienaventurada en la compañía de los Beatos que ha podido conocer ya en esta vida. Ahora bien, es posible que la bondad divina enriquezca continuamente por toda la eternidad el alma bienaventurada de la comunión de siempre nuevos otros beatos.
      Esta cosa no es la satisfacción que viene de comprar algo que constituye una carencia o un vacío, algo que uno necesita. Este es un hecho que solo concierne a la vida presente con sus miserias.
      En el cielo, por el contrario, el aumento del conocimiento y del amor, hacia los Beatos y hacia Dios mismo, debe entenderse como un crecimiento sin fin de un bien ya poseído. El deseo no se refiere a una necesidad, sino a un perfeccionamiento de lo que ya se posee.
      Por cuanto respecta a la actividad artística, creo que se puede hacer un discurso similar. La operatividad humana es ciertamente querida por Dios en el horizonte de la felicidad humana. Por eso podemos imaginar que cada Beato, por gracia de Dios, enriquece indefinidamente sus capacidades operativas en todos los campos de la laboriosidad para su alegría y la de sus compañeros de bienaventuranza.
      También se podría suponer un conocimiento indefiniblemente mejor del mundo material y cada uno desarrollará los dones que ya tenía en esta tierra y recibirá nuevos.

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