Terminábamos la primera parte de este artículo afirmando que nuestra decisión moral no puede orientarse sólo según la situación concreta en la que estamos llamados a actuar. Sino que ante todo hay que hacer bajar, en la concretez de la situación en la cual se actúa, la Ley santa del Señor. Y guay de nosotros, si perdemos de vista esto, porque sería una cosa verdaderamente trágica. Y a esto se lo ve, se lo advierte precisamente a nuestro alrededor, que el gran olvidado -no digo en el mundo, donde esto es obvio, sino en la cristiandad-, el gran olvidado es Dios mismo. Esto es aterrador. [En la imagen: fragmento de "Yendo a Misa a Montserrat", acuarela y témpera, obra de Léonie Matthis, de principios del siglo XX].
La moral de situación
----------Esa es la ética de la situación. Incluso existen hoy moralistas cristianos y también católicos que dicen: mi acto es bueno si yo me he esforzado por actuar en la concretez de la situación. No. Mi acto es bueno sólo cuando yo he logrado traducir en la concretez de mi actuar, la santidad eterna inmutable de la Ley de Dios. Espero que el amable lector lea bien lo que acabo de expresar. Se dice muy a menudo: todo cambia, todo evoluciona continuamente, nada permanece. Sin embargo, "Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" dice nuestro Señor Jesucristo. Y nosotros le hemos creído y le seguimos creyendo. Porque si no creyéramos en eso que ha dicho Nuestro Señor, guay de nosotros; en tal caso ya no tenemos la fe católica, la fe sobrenatural. Por tanto, nosotros creemos en la eternidad de la Ley de Dios.
----------La ética de la situación es una tendencia herética que ya había sido condenada por el Santo Oficio (hoy llamado Dicasterio para la Doctrina de la Fe) el 2 de febrero de 1956 (Denz. 3918-3921). Aquí el problema es el de saber regular la relación entre lo abstracto y lo concreto. La ley moral viene necesariamente concebida, en cuanto ley universal, de modo abstracto. La concretez no se refiere por consiguiente a la ley, que no cambia y es igual para todos, sino que concierne a la acción, la cual, para ser eficaz, no puede no ser concreta, como lo es la situación en la cual es necesario aplicarla. Sin embargo, la situación no es la norma de la acción, sino que es solo una circunstancia en la cual debe ser aplicada la ley.
----------Ahora bien, esta Ley del Señor no puede venir a menos, no puede ser irrelevante, no puede no ser tenida en cuenta por el hombre; porque es ley eterna, y a ella debemos referirnos continuamente. Pero las cosas no van a la par. Lo que quiero decir es que la ley humana no es igual a la divina, como si de tal modo que el hombre pudiera tener facultad o derecho de regatear en igualdad con Él en la determinación del contenido de la ley. Nada de eso, porque la ley es fijada por Dios y el hombre debe simplemente obedecer.
----------Esa es precisamente la soberbia típica del hombre contemporáneo, quien se atreve a decir: yo, así, diálogo con la Ley de Dios. No. Lo que debe decir es: yo me someto a la Ley de Dios. Ciertamente que me someto con lúcida racionalidad y con deliberada elección, pero me someto, porque la Ley del Señor es superior a mis opiniones y a mis convicciones. Entonces, es cosa sumamente importante que nuestro acto libre tenga la plenitud debida, que es traducir en la concretez del actuar la Ley del Señor, sus Mandamientos.
----------Ahora bien, santo Tomás de Aquino dice que esta norma de nuestro actuar, esta ley, es doble. Una es la ley natural, que en el fondo está constituida por la racionalidad de nuestra naturaleza humana, es decir, por el hecho de que Dios, en su inefable bondad, ha querido por encima de todas las creaturas materiales, ya dotadas de estupendas perfecciones, dotar al hombre de su capacidad de pensar. En cambio, las plantas solamente viven, los animales solamente sienten. Es solamente esta capacidad la que hace al hombre "poco inferiores a los ángeles", para usar las palabras de la Sagrada Escritura del Salmo 8, que todos conocen.
----------¡Qué dignidad la nuestra! ¡Nosotros somos creados a imagen y semejanza de Dios! Por tanto un reflejo de Dios en nosotros es la Ley de Dios en nosotros. Dice san Pablo: "También los paganos son inexcusables". San Pablo es severo. De hecho, los paganos podrían decir: "¿qué culpa tenemos nosotros? Los judíos, está bien. Ellos no han aceptado al Señor, aunque tenían la Ley, la Torah, han tenido la revelación. Nosotros, ¿qué tenemos que ver? Nosotros somos inocentes, porque uno solo puede someterse a la ley si la conoce".
----------No, dice el apóstol san Pablo, también ustedes los paganos tienen una ley de Dios. ¿Qué ley tenemos? La que está escrita en vuestro corazón. Hay una ley de Dios escrita en nuestro corazón. Es como si el Señor, antes de esculpir el Decálogo sobre las Tablas de piedra, hubiera esculpido en nuestro corazón esas mismas Palabras, las diez Palabras como las llaman los Hebreos.
----------Y el caso es que, por desgracia, esas diez Palabras se alejan demasiado fácilmente del corazón del pueblo. Es por eso que el Señor debe reescribirlas entonces en Tablas de piedra y volverlas a proponer a los israelitas, y ciertamente también a nosotros, porque esa Ley nunca puede venir a menos, nunca puede dejar de ser observada. Nosotros tenemos en nuestro corazón las Palabras del Señor, escritas no sobre Tablas de piedra, sino sobre tablas del corazón, un corazón circunciso, un corazón que el Señor ha dotado de la capacidad de amarlo a Él, nuestro Fin Último y nuestro Sumo Bien.
----------Luego santo Tomás dice que, sin embargo, más allá de esa regla, que es nuestra propia naturaleza humana, en el esplendor de su racionalidad y de su divina similitud, más allá de esta regla próxima, cercana a nosotros está la regla humana, creada, pero que viene de Dios, se entiende. Pero está como impresa en el hombre. Sin embargo, hay otra regla de nuestro actuar, que es Dios mismo. Pensémoslo.
----------Existen algunas acciones, obviamente buenas de una bondad superior a aquellas acciones naturales, que son buenas de una bondad sobrenatural. Son acciones, que en su plenitud conciernen a una norma, que ya no es humana, sino que es inmediatamente divina.
----------Por lo tanto, si una persona actúa de un modo justo, de un modo correcto, temperado, prudente, según las virtudes morales, esa persona ciertamente alaba al Señor con su misma vida. De eso no hay duda. Pero lo alaba -esto debemos entenderlo bien-, de un modo mediato. Porque primero realiza su dignidad humana y realizándola da alabanza al Señor, porque ¿qué quiere Él sino nuestra dignidad humana? Quiere esto ante todo. Así es como nos ha creado. Nos ha hecho poco inferiores a los ángeles.
La esperanza tiene por objeto a Dios
----------Por lo tanto, si nosotros nos respetamos a nosotros mismos, si respetamos nuestra verdad de hombres, como solía decir a menudo el papa san Juan Pablo II, es decir, si respetamos la verdad del hombre, entonces hay acciones en las que damos alabanza a Dios inmediatamente, como si alcanzáramos a Dios mismo como norma o ley de nuestro actuar, sin mediaciones interpuestas. Sé que esto no es fácil de entender. Pero espero que al avanzar en el discurso lo lleguemos a profundizar un poco.
----------Santo Tomás de Aquino nos dice que la esperanza alcanza a Dios mismo. Ella tiene por objeto a Dios mismo; vale decir, la esperanza no se refiere a algo humano, a algo creado; sino que su norma es Dios mismo. Por eso se dice que es virtud teologal. La diferencia entre las virtudes morales y las virtudes teologales es precisamente ésta: si bien las unas y las otras dan alabanza a Dios, las virtudes morales lo hacen realizando un bien humano, mediatamente, mientras que las virtudes teologales dan alabanza a Dios inmediatamente, realizando un bien sobrehumano, un bien divino. Es un maravilloso misterio.
----------Esto quiere decir que el Señor no se contenta con llamarnos a una beatitud humana, sino que quiere que seamos beatos de su divina beatitud, y más aún, que no podamos ser plenamente hombres si no nos trascendemos en Él, Dios Omnipotente, nuestro Creador y nuestra eterna beatitud.
----------Y entonces, en la esperanza, el acto de esperar alcanza a Dios mismo. Vale decir, la esperanza, como las otras dos virtudes teologales, llega a Dios y está referida ciertamente a Dios, pero desde el punto de vista de lo que nos promete y por tanto no a Dios como tal, que es objeto de la contemplación y de la visión beatífica. Por tanto, es un acto bueno, o mejor dicho, óptimo, porque es un acto de bondad divina y, por lo tanto, es un acto de virtud. La esperanza, tengamos esto presente, alcanza a Dios mismo. Lo que nosotros esperamos es Dios y la razón por la cual esperamos es también Dios.
----------Intentaremos explicarlo mejor más adelante, pero ahora digamos al menos que en la esperanza teologal de la contemplación y de la visión beatifica, es necesario distinguir un aspecto objetivo de un aspecto subjetivo. El primero es Dios mismo, Bien eterno, del cual espero el cielo; el segundo es mi bien personal, que consiste en la visión beatífica, que todavía no poseo. Por eso la esperanza tiene como objeto un bien futuro.
----------Ahora bien, como dice también santo Tomás, el objeto propio de la esperanza no puede ser más que uno solo, es decir, la beatitud eterna. Si alguien espera otras cosas, no tiene esperanza en el sentido cristiano de la palabra. Hay que tener cuidado de no bajar el nivel de la meta a la que aspiramos y esperamos alcanzar.
----------Ciertamente, es posible esperar en muchas cosas, entiéndase bien. No es que uno peque en ello. Tomemos el ejemplo del estudiante que dice: yo espero hacer un buen examen. Por supuesto, pobrecito, él está en su derecho de esperar eso. O el enfermo que dice: yo espero que esa difícil operación, a la cual debo someterme, tenga éxito. Buena esperanza, también esta. No hay ninguna duda.
----------Pero la verdadera esperanza teologal, la esperanza virtud infusa teologal, no es ni la del estudiante, que quiere tener una buena nota en el examen, ni la del enfermo que quiere someterse a una operación sin traumas., sino que es la esperanza del cristiano, que espera, más allá de todo bien creado, una sola cosa: la vida eterna en Dios, o mejor dicho, esa eternidad, que es Dios mismo.
----------Es necesario tenerlo siempre presente, porque a menudo nosotros confundimos las palabras. Nosotros decimos: yo tengo esperanza; espero que mañana haya un buen día, que no sople el Zonda. Ciertamente, es una buena esperanza también esa. Pero no es la esperanza teologal, a menos que ese mañana sea el mañana de la eternidad; entonces sí es una esperanza teologal. Por lo tanto, el objeto propio que define la esperanza como virtud teologal es solo el bien sobrenatural de la beatitud eterna. Nada menos que eso.
----------Pero notemos: una cosa muy simpática en este nuestro ilustre hermano santo Tomás de Aquino, cuando trata de las virtudes, es que precisamente para elevarse a las cosas más sublimes, parte de las cosas más humanas y más obvias. Comienza por cosas ínfimas. Es interesante entonces que, hablando de la esperanza, el santo de Aquino no comienza inmediatamente por la virtud teologal, sino que parte precisamente de las pasiones del alma humana. Pensémoslo: de las pasiones de nuestra alma.
----------Ahora bien, la esperanza existe también a nivel pasional. Está incluso en los animales. Como sabemos, también en los animales existe la pasión. Sabemos bien cómo la antropología distingue las pasiones del concupiscible, es decir el amor, el odio, el deseo, la aversión, la alegría y la tristeza, de las pasiones del irascible, el temor, la audacia, la esperanza, la desesperación y la ira. Once pasiones. Ahora no me detengo en esto, pero también es muy bonito ese tratado sobre las pasiones
----------Ahora bien, la esperanza, como hemos dicho, pertenece a la parte irascible del alma. ¿Cómo se define la esperanza pasión? Se define de la siguiente manera: la esperanza es un deseo, pero no solo. El deseo es una pasión de la parte concupiscente del alma. El deseo se refiere a un bien ausente, un bien que no se posee. En cambio, si uno ama algún bien, lo posee y lo disfruta.
----------Así ocurre con los Santos en el cielo. Ellos están en posesión de Dios. La suya es solo una alegría. Por eso ya no hay ni deseo ni esperanza. Y nuestro camino en la tierra es deseo, es esperanza, es un suspirar respecto al cielo, que aún está lejos, aunque lo vivamos ya en la bienaventurada promesa.
----------Entonces, el deseo se diferencia sin embargo de la esperanza, porque la esperanza añade al deseo la dificultad. Notémoslo. Se trata de la dificultad del bien a obtener. El deseo se refiere a bienes ausentes, pero fáciles de obtener. En cambio la esperanza se refiere a bienes, obviamente ausentes (de lo contrario no serían esperados, sino que serían disfrutados), pero dificilísimos de obtener. Es por eso que el estudiante puede decir: yo espero tener una buena nota, si el examen es difícil. Pero no se limita al deseo; porque también puede desearlo, pero si no estudia, entonces no tiene motivo razonable para esperar.
----------Así que de alguna manera la esperanza se refiere a bienes ausentes difíciles de alcanzar. Pero luego hay otro matiz, que es interesante en el objeto de la esperanza. Si ese bien difícil de alcanzar apareciera a nuestra mente como imposible, ¿qué pasaría? Sucede una cosa poco placentera, que la esperanza se transforma en desesperación. Ambas son pasiones del irascible. Esperanza y desesperación.
----------Sin embargo, al respecto, hagamos algunas precisiones. Es necesario distinguir la desesperación del simple cese de la esperanza y de la falta de esperanza. La desesperación es un estado emotivo de desconcierto porque nos damos cuenta de tener que renunciar a un bien que nos importaba mucho. El cese de la esperanza ocurre cuando se ha alcanzado el bien esperado. La falta de esperanza es una culpa moral debida al hecho que uno no quiere esperar, cuando tendría las razones para esperar.
----------De tal modo, si un estudiante se da cuenta de que no ha estudiado lo suficiente, y por tanto sabe que en el examen va a quedar mal, suele ocurrir que no lo afronta. Precisamente porque se desespera. Ese estudiante esperaba sólo para ese examen allí. Entonces es probable que después se vuelva a animar y alimentará la esperanza, para el examen siguiente. Pero en ese momento, al darse cuenta de la imposibilidad de alcanzar ese bien, al darse cuenta de que el bien no solo es difícil, sino imposible, entonces comienza a desesperarse.
----------Entonces, notémoslo bien, de lo que estamos hablando en estas notas no se trata de la esperanza pasión, como es obvio, sino de la esperanza en la eternidad bienaventurada, que nos ha sido prometida por el Señor. Es precisamente lo que, en el Año Litúrgico, esperamos en particular en el sagrado tiempo del Adviento. Publico estas notas en este tiempo de Pascua, pero hubiera sido también muy conveniente el publicarlas en Adviento, y muy en especial sería un tema adecuado para el tercer domingo de Adviento, que es todo tan alegre, pero al mismo tiempo es una alegría aún no plenamente realizada, pues en esencia es la alegría de la espera.
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