viernes, 25 de abril de 2025

Por una nueva concepción del infierno (2/2)

No es fácil imaginar la psicología del condenado. Y sin embargo, si somos humildes y sinceros, debemos reconocer que en nosotros, mientras estemos aquí abajo y seamos incluso grandes santos, seguimos siendo siempre un potencial condenado. Por eso los santos tienen un fuerte temor de Dios, aunque junto a un pleno abandono en las manos de su misericordia. [En la imagen: fragmento de "Buenos Aires", c-print digital, de la serie "Postales de ningún lugar", obra de Vik Muniz, 2015, colección privada].

El condenado tiene lo que ha querido
   
----------En segundo lugar -y esta consideración está vinculada a la primera- es necesario tener presente el hecho que el condenado en el infierno tiene sustancialmente lo que ha querido: mantener para siempre su querer en oposición al querer divino, habiendo preferido para siempre el propio querer a la voluntad divina.
----------Ahora bien, nosotros, en cualquier caso, cuando tenemos lo que queremos, estamos de todos modos y siempre subjetivamente satisfechos, incluso si lo que hemos querido, como en el caso del infierno, está en contraste con lo que objetivamente y realmente nos hace felices. Si nosotros queremos algo, es porque nos complace; de otro modo no lo querríamos, ya se trate de un bien o se trate de un mal.
----------Por eso se impone la conclusión, aunque aparentemente paradojal, que el condenado en el infierno en un cierto sentido se encuentra bien, y no quisiera para nada ir a ese paraíso del cielo que conscientemente ha rechazado para siempre rebelándose a la ley divina. Indudablemente no se trata de la sana satisfacción propia del bienaventurado, sino de una satisfacción perversa, dictada por un obstinado orgullo y por el gusto de hacer el mal, gusto típico del pecador.
----------¿Acaso no experimentamos esto mismo, ya desde la vida presente, cuando pecamos? ¡Seamos sinceros! Es sólo después del acto del pecado que -gracias a Dios- interviene la consciencia para reprocharnos, por lo cual nos arrepentimos: pero en el momento en el cual pecamos ¡estamos muy contentos de lo que hacemos! Oh, ciertamente es posible pecar porque nos vemos arrastrados por una pasión o por una tentación: pero entonces no existe verdadera culpa y nuestra acción es excusable; pero no ha sido hecha ni siquiera voluntariamente.
----------El condenado, por lo tanto, no se lamenta ni se arrepiente de su elección contra Dios. El condenado sabía en vida lo que al final de su vida se iba a encontrar (la pena eterna), y no obstante ello se ha obstinado en el rechazar la divina misericordia. Ciertamente la pena le es odiosa; pero en definitiva él la acepta como condición de su rebelión a Dios. Para él es mejor la pena infernal manteniéndose contra Dios, que las delicias del paraíso del cielo pero sometido a Dios. Sin embargo, Dios, por su parte, gobierna también la ciudad infernal, aunque por medio de los demonios, que son como los carceleros.
----------Dios, por tanto, no se ensaña con nadie en la cárcel infernal, como podría suceder en la prisión situada en un país oprimido por una cruel dictadura. Debemos por consiguiente imaginar el infierno sobre la analogía de una cárcel situada en un lugar donde rige un sistema democrático de respeto de los derechos de la persona, aunque ella sea encarcelada y severamente castigada. Por eso se debe decir, respondiendo a Schillebeeckx, que el infierno no chirría con el paraíso, sino que permanece en armonía con él, ya que el uno y el otro están bajo el gobierno sapientísimo del Creador. Por eso, en el universo escatológico, fruto de la final recapitulación operada por la Redención, no se deben al fin de cuentas ver fallas, desarmonías, lagunas o contrastes. Aquí está la parte de validez de la exigencia origenista de la recapitulación, lamentablemente mal concebida por Orígenes con su famosa doctrina de la apocatástasis.
----------Es cierto que Jesús habla del infierno como un vertedero, como un muladar o un basurero de deshechos (gehenna). Sin embargo, así como el infierno, como precedentemente he dicho, forma parte de la creación, y la creación está toda sapientísima ordenada y gobernada por Dios, también en el infierno no debemos encontrar algo que fuera desordenado, defectuoso, caótico o inarmónico, casi como si estuviera sustraído al gobierno divino sobre el universo. También el infierno tiene su belleza, su organización, su completitud, su ordenamiento, que consisten sobre todo en la actuación de la justicia sin eludir una cierta medida de misericordia.
----------Sólo la voluntad del condenado, en virtud de una falsa libertad por él querida, está totalmente sustraída al gobierno de Dios: y de aquí depende la pena y la fealdad del infierno. Pero el condenado goza, aunque sea perversamente, de tal voluntad, porque la ha querido él mismo, y por tanto no se arrepiente en absoluto de su elección. En el infierno obviamente permanecen el desorden, la fealdad, el fracaso, el mal de pena, consecuencia del pecado y de la rebelión a Dios. De lo contrario correríamos el riesgo de confundirlo con el paraíso del cielo. Sin embargo, todo ello se encuadra en una superior y de hecho suprema positividad requerida y organizada por la divina justicia. Lo negativo presenta un significado positivo.
----------Permítaseme aquí un brevísimo paréntesis. Precisamente aquí, tal vez, tiene su verdad la dialéctica hegeliana de lo negativo conservado y elevado, aunque "eliminado" en lo positivo, la famosa Aufhebung, que es la conclusión del círculo dialéctico (el en sí para sí, an sich für sich). A la inversa, en el paraíso del cielo lo negativo está simplemente ausente, como en la primera fase de la dialéctica hegeliana: el en si (an sich). Sin embargo, la paradoja sería que ¡el infierno supera al paraíso!
----------Mientras en el paraíso del cielo lo negativo está ausente, en el infierno lo negativo está ordenado a lo positivo. En este último no existe ya el pecado, existe sin embargo el mal de pena: pero esta bien que así sea, porque ésta es la exigencia de la justicia, también aquí no sin que sea mitigada por la misericordia.
----------El infierno no testimonia, como algunos piensan, un fracaso parcial de la obra de la Redención, siempre y cuando entendamos esta obra a la luz del respeto de las elecciones del hombre. En tal sentido, la Redención está plenamente alcanzada en cuanto todos han hecho y pueden hacer según su voluntad. Por tanto, una cosa es cierta: todos tendremos aquello que hemos querido, sea para quien se salva, sea para quien se condena. Dios quiere en tal manera que cada uno haga su elección, que prefiere, delante de quien lo rechaza, apartarse, antes que obligarlo a ir al paraíso del cielo. En este sentido podemos decir que Dios contenta a todos, incluso a los condenados, incluso si les dice: "Te contento…". O bien se podría decir que el condenado se contenta de sí, independientemente de Dios. El condenado, sin embargo, no se lamenta con Dios de las consecuencias, ya que tampoco Dios podría evitárselas, sino que el mismo se las ha procurado. Como dice el proverbio: "El que es causa de su mal, llora consigo mismo".
   
¿Por qué una pena eterna?
   
----------¿Cómo aceptar el hecho de la eternidad de la pena? ¿El infierno constituye un fracaso, al menos parcial, de la obra de la salvación? ¿Cómo es posible que un hombre voluntariamente cometa un acto que sabe que será castigado con el infierno? Es, diría Pablo, el mysterium iniquitatis. El hombre sabe que el acto no es conforme a su verdadera felicidad, a los verdaderos fines de su naturaleza, a la ley moral, a la voluntad de Dios. Y sin embargo voluntariamente lo realiza igualmente.
----------Sabe que irá al infierno. Sabe que, compareciendo ante el tribunal de Cristo, Él lo pondrá a su izquierda y le dirá: "¡Aléjate de mí, maldito, al fuego eterno!". Y sin embargo elige igualmente el mal con gusto y satisfacción, sin arrepentirse, porque considera bueno que sea así: ¿por qué debería arrepentirse de lo que él considera bueno? De lo contrario no lo realizaría. No le importa la ley divina: quiere decidir él. ¿Pero cómo es esto posible? ¿Por qué? Hagamos un examen de conciencia: ¿nosotros por que pecamos? Tal vez también un pecado venial. Porque nos complace así. No nos importa la verdad sobre nuestros verdaderos fines. Queremos decidir nosotros acerca de nuestros fines. No queremos la verdad, sino aquello que nos parece a nosotros. Queremos ser ley para nosotros mismos. Determinar nuestra misma naturaleza, no considerarla como un presupuesto, una cosa ya dada, creada por Dios, algo a lo cual deberíamos adecuarnos. Queremos ser Dios para nosotros mismos, autocrearnos, "autoponernos" como decía Fichte.
----------¿Que iremos al infierno? ¡Qué importa eso! ¡Vayamos también al infierno! Lo importante es hacer nuestra voluntad, ser libres de todo, también de Dios, más bien, sobre todo de Dios. No queremos ya verlo. Si Cristo nos expulsa, pues bien, también nosotros queremos alejarnos de Él. Estamos nosotros más decididos en rechazarlo a Él, a pesar de todo, que Él en rechazarnos a nosotros. Sabemos que Él, no obstante todo, continúa amándonos; pero nosotros Lo odiamos y nos será insoportable el recuerdo que tendrá de nosotros durante toda la eternidad en la eternidad de nuestras penas, y sin embargo estamos contentos así. Sabemos que continuará tomando cuidado de nosotros con su providencia y su justicia. Debemos resignarnos. En definitiva, sin embargo, esto no nos desagrada. Entonces: ¿estamos contentos o descontentos? Contentos, porque continuamos existiendo; descontentos, porque todavía lo tenemos entre nosotros.
----------No es fácil imaginar la psicología del condenado. Y sin embargo, si somos humildes y sinceros, debemos reconocer que en nosotros, mientras estemos aquí abajo y seamos incluso grandes santos, seguimos siendo siempre un potencial condenado. Por eso los santos tienen un fuerte temor de Dios, aunque junto a un pleno abandono en las manos de su misericordia.

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