Sabemos cómo la praxis de la Iglesia invita siempre y de todos modos a celebrar Misas por los difuntos, incluso por aquellos que han muerto en concepto de santidad. Sabemos que la misericordia de Dios es infinita, pero también sabemos que su justicia es rigurosa. Como dice la Sagrada Escritura, Él encuentra manchas también en los ángeles. Sin embargo, esto no debe hacernos caer en el escrúpulo. Debemos responder sólo de los pecados -también de los mínimos- de los cuales estemos ciertos y conscientes. [En la imagen: fragmento de una acuarela de paisaje urbano de la ciudad de Mendoza, obra de Pablo Acosta, colección privada].
Cristo responde
----------Sabemos con certeza que en el infierno están los demonios, aunque ellos también tienen el permiso de Dios para operar en esta tierra para tentar a los pecadores y probar a los justos. Este mundo, como dice el Nuevo Testamento, está bajo el poder del diablo, y Cristo llama a Satanás "príncipe de este mundo", aunque Él le vea ya perder su poder gracias al poder de la Cruz.
----------Jesús expulsa los demonios de los obsesos, pero no por ello los demonios precipitan en el infierno. Sin embargo, la prospectiva apocalíptica y escatológica es que todos los demonios, que actualmente ad perditionem animarum in hoc mundo vagantur, sean expulsados para siempre en el infierno.
----------La Iglesia nunca ha hecho nombre de ninguna creatura humana que se encuentre en el infierno. Sabemos que hay, pero no sabemos cuáles y cuántas. Por cuanto respecta eventualmente a la delicadísima cuestión de Judas, de ella ya he tratado precedentemente, expresando mi opinión. No está prohibido suponer que ciertas personas están en el infierno. La Iglesia nunca ha condenado la Divina Comedia de Dante Alighieri, de hecho ella siempre ha gozado de la máxima estima en el mundo católico.
----------El imaginar que alguna persona real, responsable de horrendos y graves delitos, pueda estar en el infierno, nace de una necesidad de justicia, así cuando la magistratura prueba con certeza que un imputado es culpable, sentimos el deseo de que la justicia haga su curso y que el reo sea castigado con una pena proporcionada a su delito. Justamente nos indignamos cuando sabemos de grandes delincuentes que consiguen quedar en libertad o sufren una pena bastante inferior a la que merecerían. Si un delincuente impenitente escapa a la justicia humana esperamos -justamente- que no escape a la divina.
----------Ciertamente, el justo castigo es un acto de justicia, y así como debemos complacernos de la actuación de la justicia, así también es lícito complacerse moderadamente y no sin un cierto malestar por la suerte que le ha tocado al condenado por la justicia, o sea por el hecho de que éste sea sometido a un justo castigo. Esto vale tanto para la justicia humana como vale también para la justicia divina, aún cuando no sabemos con certeza cuáles seres humanos hayan sido castigados con la pena del infierno.
¿Puede ser de utilidad saber quiénes están?
----------¿Qué alcance salvífico puede tener el saber que alguien esté en el infierno, por ejemplo Judas? Jesús quiere recordarnos que es muy grave traicionarlo después de haberlo conocido y escuchado, frecuentado desde cerca, haber sido favorecidos por él de modo especial y haber sido preelegidos por él para una noble misión. Y por lo demás, ello es una cosa lógica, que cualquier hombre dotado de sentido de justicia puede comprender y aprobar. El castigo de Judas es una lección divina para todos aquellos que, de diferentes modos y medidas, se han encontrado en las condiciones del traidor. Pensemos sobre todo en los sacerdotes, en los obispos, en los papas, en los religiosos, en fin, en las personas humanamente dotadas, particularmente favorecidas por Dios por los más variados motivos y en vista de los propósitos más diversos.
----------Hoy se toman un poco demasiado a la ligera algunas cuestiones, como las desviaciones doctrinales, en personas que deberían conocer la verdad, la negligencia en el cumplimiento del propio deber en quien está en grado de cumplirlo, la deserción sobre todo entre sacerdotes y religiosos, que conscientemente y libremente han entregado su propia vida a Dios. Es interesante señalar que semejante comportamiento frecuentemente está ligado a una teología que excusa también a Judas y niega la existencia del infierno. En efecto, de todo el contexto parece que Iscariote no se haya equivocado sólo objetivamente, sino que haya sido culpable. De otro modo Jesús, el Misericordioso por excelencia, ¿acaso no habría tenido piedad también por Judas, si él se hubiera arrepentido? ¿Pero cuál es la suerte de quién no se arrepiente?
----------Ciertamente es importante y necesario remitirse al juicio divino. La separación cierta y definitiva del trigo y la cizaña, no corresponde a la justicia humana, sino a la divina. Sin embargo, la primera debe inspirarse en la segunda y ser de ella en cierto modo un inicio y una precursora, siempre en la conciencia de poder equivocarse en sus juicios (véase la revisión de los procesos) o en la irrogación de la pena (penas demasiado leves o demasiado severas). Sin embargo, la conciencia de la limitación del propio juicio o de poder equivocarse, no debe justificar el escepticismo y el escapar de las propias responsabilidades, sobre todo si se es persona constituida en autoridad. Es de viles y de hipócritas remitirse al juicio divino, acaso con discurso piadosos y de falsa humildad, allí donde la justicia humana conoce la verdad y puede juzgar.
----------Allí donde falta la justicia en las sanciones penales, los delincuentes prosperan y los honestos son vejados o viven en el temor (¿qué otra cosa testimonian nuestras ciudades de casas enrejadas, cuando deberían estar los delincuentes entre rejas?), tentados a imitar o admirar a los prepotentes, a los astutos y a los violentos. Si el poder no está en manos de los honestos, la gente común está tentada a ponerse al servicio de los prepotentes, con grave perjuicio para su alma. Es éste, por ejemplo, el fenómeno de la mafia o de las dictaduras en campo político (de las cuales desgraciadamente a veces es cómplice el propio clero?).
----------Podemos, con modestia y prudencia, como Dante y otras personas de recta fe, considerar que ciertas personas de las cuales conocemos con certeza sus maldades, sobre todo si han muerto sin dar signos de arrepentimiento, estén en el infierno. Sin embargo, generalmente no podemos saber qué es lo que ha sucedido en el secreto de aquellas consciencias en punto de muerte en su relación con Dios. Podemos siempre creer como posible que se hayan arrepentido, por lo cual se han salvado, al menos con el purgatorio.
----------No está mal en ciertos casos preguntarse si una persona se haya salvado. Es equivocada y de hecho herética la convicción facilona y hoy difundida que de todos modos todos se salvan. En cambio, el plantearse una pregunta de este tipo, sobre la base de datos objetivos y seguros que impulsen a hacerlo, es sabiduría y caridad hacia el difunto, de modo de tomar las oportunas medidas.
----------¿Consideramos que una persona esté en el infierno? Podemos hacerlo, con toda prudencia y modestia: no estemos del todo seguros; oremos también por ella. Jesús mismo dice que no ora por el "mundo", o sea por los condenados, sino sólo "por aquellos que el Padre e ha dado", es decir, por los predestinados o los "elegidos" (véase la plegaria por los elegidos en el Canon Romano de la Misa), que por lo demás sólo Él conoce.
----------Sabemos cómo la praxis de la Iglesia invita siempre y de todos modos a celebrar Misas por los difuntos, incluso por aquellos muertos en concepto de santidad. La misericordia de Dios es infinita, pero su justicia es rigurosa. Como dice la Sagrada Escritura, Él encuentra manchas también en los ángeles. Sin embargo, esto no debe hacernos caer en el escrúpulo. Debemos responder sólo de los pecados -también de los mínimos- de los cuales estemos ciertos y conscientes.
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