viernes, 7 de junio de 2024

Sesenta años después (1/2)

El año próximo, más precisamente el 8 de diciembre de 2025, se cumplirán sesenta años de la finalización del Concilio Vaticano II, y se habrán cumplido así sesenta años de post-concilio. Los historiadores probablemente opinen que todavía es demasiado pronto para ver siquiera en parte cumplidas las reformas y las esperanzas alentadas por la gran Asamblea Sinodal de nuestro tiempo, pero el hecho es que, para nosotros, pasajeras creaturas humanas, el usual curso de dos generaciones ya significa mucho tiempo. Aún así, a pesar de las seis décadas transcurridas, todavía sigue siendo arduo para algunos comprender que el único modo de ver el Concilio, la única exégesis válida para los católicos es la de la "continuidad en la reforma", como lo expresó explícitamente Benedicto XVI y nos lo han enseñado implícitamente todos los Papas del post-concilio hasta el Papa actual. [En la imagen: una de las sesiones públicas del Concilio Vaticano II].

La única mirada católica hacia el Concilio Vaticano II
   
----------La tensión actual entre la interpretación modernista y la interpretación pasadista del Concilio Vaticano II la siento completamente extraña a mi modo de ver el Concilio, por lo cual no tengo ninguna dificultad para hacer del más reciente Concilio Ecuménico de la historia de la Iglesia esa exégesis de "continuidad en la reforma" que fue la recomendada por el recordado papa Benedicto XVI y que fue también la enseñada por el papa que llevó el Concilio a su culminación: san Paulo VI. En otros términos: en lo que a mi respecta, no me produce ninguna dificultad, sino, por el contrario, me resulta absolutamente natural, realizar esa hermenéutica de la continuidad de la que ha hablado explícitamente el papa Ratzinger, y a la que se han referido implícitamente todos los papas del post-concilio hasta el Papa actual, Francisco; lo cual me conduce a ver claramente los sofismas, contradicciones y aporías, en los que cae tanto la interpretación modernista (o rahneriana o schillebeeckxiana o küngiana...) como la pasadista (o indietrista o lefebvriana o viganoiana...) del Concilio.
----------El hecho es que desde cuando se inició el post-concilio hacia finales del ya lejano 1965 (por entonces tenía yo veinticuatro años) siempre he tenido esa convicción, que se ha reforzado con el paso del tiempo, y mi firme certeza es que el Concilio Vaticano II había sabiamente puesto de acuerdo (como por lo demás es lo que siempre ha sucedido en la historia de la doctrina católica) progreso y tradición, conservación y reforma, fidelidad y renovación, pasado y futuro de la Iglesia.
----------Esta mirada espontánea y natural al Vaticano II, me vino -como ya he contado en repetidas ocasiones- por la fortuna que tuve de recibir un reforzamiento en mi fe de un santo y docto sacerdote, mi profesor de religión cuando cursaba mi escuela secundaria, un tomista maritainiano, perfectamente obediente al Magisterio de la Iglesia, pero también verdadero fiel cristiano que disfrutaba de la "libertad de los hijos de Dios" y educaba a los jóvenes que éramos sus discípulos en esa santa libertad. Providencialmente no fue el único que fortaleció mi camino de fe durante mi adolescencia y juventud, pues tuve la fortuna de trabar contacto con otros sacerdotes, hombres de gran virtud, gloria y honra del sacerdocio católico.
----------Aquellos sacerdotes que guiaron mi fe en aquellos tiempos, eran ciertamente progresistas, como lo fue Jacques Maritain y como lo fue también santo Tomás de Aquino respecto a su tiempo, pero del todo ajenos a ese modernismo que el mismo Maritain, ya en su famoso libro Le Paysan de la Garonne, de 1966, denunciaba como falsa interpretación del Concilio Vaticano II, modernismo que sin embargo estaba en esa época haciendo pie entre los fieles, teólogos y prelados, y que se habría de reforzar de más en más en las décadas posteriores hasta llegar a la difícil situación hodierna (acerca del modernismo y del actual neo-modernismo, me viene ahora a la mente un recomendable librito de Claude Tresmontant, La crise moderniste, de las Editions du Seuil, Paris 1979; edición en español: La crisis modernista, editorial Herder, Barcelona 1981).
----------A decir verdad, ya en los tiempos de la crisis modernista Maritain escribía en 1914 un libro provocativo, Antimoderne (traducción española para la Editorial UCALP, La Plata 2019), asumiendo con una sutil ironía la palabra "moderno" en ese sentido negativo que por entonces estaba en el uso de los anti-modernistas (la "filosofía moderna"). Pero ya en ese libro Maritain, que no se dejaba engañar por las palabras y aplicaba la regla de oro del distingue frequenter, defendiendo la Pascendi de san Pío X y la actualidad del pensamiento de santo Tomás, afirmaba vigorosamente que estos estímulos abren la puerta a un catolicismo "ultramoderno". Tenemos ya aquí, cincuenta años antes, el tomismo actualizado propuesto por el Vaticano II.
----------El contacto con las obras de Jacques Maritain (todas las comencé a leer y releer, sin descanso) me llevó a descubrir a santo Tomás de Aquino, cuya filosofía y teología comencé a asimilar en sus mismos textos; pero también a un conjunto de tomistas, tanto dominicos como no dominicos, que venían citados en los libros de Maritain, como por ejemplo el cardenal Gaetano, Juan de Santo Tomás, Garrigou-Lagrange, Gilson, Journet, Hugon, Gardeil, Spiazzi, De Tonquédec, Derisi y otros.
----------Mientras tanto, sin embargo, se debe recordar que la tendencia progresista de "izquierda" (digámoslo así) está en el ADN de muchos de nosotros, los argentinos que somos descendientes de la inmigración sobre todo de españoles e italianos, a menudo anticlericales o anarquistas o socialistas o incluso comunistas o liberales y fascistas, que han hecho de inevitable polo dialéctico en la formación de nuestro ser nacional. Por esto mismo no pude dejar de oír hablar con fuerte antipatía y tono de burla, por lo demás solo años después, de la reacción de los lefebvrianos, sin que tuviera por entonces la posibilidad de contactarlos en persona.
   
Las ambigüedades de la reacción progresista al Concilio
   
----------Cuando el Concilio Vaticano II inició sus labores, los acontecimientos que le preocupaban a la gran Asamblea Sinodal que había sido convocada por san Juan XXIII devinieron el argumento principal, en realidad casi el único tema, de una vasta propaganda mediática que presentaba al Concilio como el advenimiento de liberación de un pasado secular rígidamente esclerotizado y antiliberal (la llamada "era constantiniana") y como una poderosa y oxigenada ráfaga del Espíritu Santo que debía crear una nueva humanidad y una nueva Iglesia, como gran evento de conciliación de la Iglesia con el mundo moderno.
----------El Concilio se convirtió en tema de portada de los diarios, y en la prensa más influyente venían exaltados con tono de mística veneración algunos nombres de teólogos y cardenales presentados en esta epopeya como exponentes de una corriente que se comenzó a llamar "progresista", adornada con otros adjetivos elogiosos como los de "hombres de punta", con posiciones de "apertura", "profetas", personas "avanzadas" o "audaces", descriptas a veces -para no exagerar- con un fingido escándalo y una mal disimulada admiración, por lo cual el común fiel católico se preguntaba hasta qué punto estos personajes representaban verdaderamente o no a servidores de la Iglesia y expresaban verdadero progreso, o, por el contrario, hasta qué punto jugaba en ellos un cierto exhibicionismo y deseo de aparecer como originales e incluso revolucionarios.
----------En suma, este mal llamado "progresismo" era un movimiento en primer lugar compuesto, una mescolanza de cosas no siempre ni del todo compatibles, confuso, inflado y, llevado a su límite en las posiciones extremas, contradictorio: registraba una vasta gama de posiciones, desde las más serias y vinculadas a la tradición, hasta las más abiertamente subversivas y contestatarias. Pero incluso en el clero más liberal que pude conocer en aquellos primeros años del postconcilio, creaba aquí y allá la preocupante sospecha de que con la excusa de la renovación se terminara por destruir y deformar.
----------Una cosa que comenzó a crearme perplejidad en aquel alardeado "progresismo" era que en él no figuraba Maritain. Nunca era nombrado Maritain, quien por el contrario entre todos era el más sabio y equilibrado, capaz de conciliar -como se debía- tradición y progreso. Algunos lo juzgaban "superado". De hecho, vine a saber más tarde que Maritain no fue tampoco convocado entre los peritos del Concilio, cosa que nunca he llegado a explicarme, ¡precisamente Maritain!, quien acerca de muchos puntos fue verdadero profeta y precursor de las doctrinas conciliares, como por ejemplo sobre el "humanismo de la Encarnación", el humanisme intégral, sobre la libertad religiosa, sobre el ecumenismo, sobre el judaísmo, sobre la democracia, sobre el laicado, sobre el tomismo, sobre el diálogo con el mundo moderno, sobre el llamado universal a la santidad, sobre el valor contemplativo de la liturgia, sobre el proyecto de una nueva cristiandad...
----------Mientras aquel venerado profesor y confesor, que tuve a mis dieciséis años por gracia particular de la divina Providencia, sabiamente me había educado, precisamente a través de Maritain, para no ver un contraste entre el pensamiento de Tomás y las enseñanzas conciliares, estos auto-proclamados "progresistas" pretendían que Tomás estuviera superado y de hecho dejado de lado en nombre de una "modernidad" que cada vez más apestaba a historicismo, kantismo, relativismo y existencialismo.
----------Entonces me di cuenta que los así llamados "progresistas" provenían sobre todo del centro-norte de Europa, mientras que los así llamados "conservadores" eran sobre todo contados entre los fieles de la Europa del sur. El resto de los Padres del Concilio rotaban en torno a estas dos formaciones. Ahora bien, ¿por qué motivo esta división geográfica? Me di cuenta posteriormente que ella no era extraña a la tradición protestante, fideista-racionalista de los primeros, y a la tradición católica y tomista de los segundos.
----------Leyendo a Le Paysan de la Garonne obtuve una dirección hermenéutica clara, equilibrada y persuasiva, que ya no he abandonado y que he visto siempre confirmada por todos los Papas del post-concilio y por los buenos teólogos de décadas recientes. Por eso no encuentro dificultad para mediar entre las dos alas extremas del modernismo y del lefebvrismo, no me es difícil comprender sus razones, las cuales están hechas para complementarse recíprocamente, y para ver sus defectos, que las conducen fuera de la ortodoxia.
   
Jacques Maritain: modelo de progresista católico
   
----------Respecto a lo que acabo de decir, es conocida la admiración que san Paulo VI tenía por Jacques Maritain, del cual tradujo, cuando era asesor de la FUCI de Milán, la obra importantísima Tres Reformadores. Lutero, Descartes, Rousseau. El Papa, al término del Concilio, quiso entregarle a él el Mensaje del Concilio a los Intelectuales. En cuanto a san Juan Pablo II, en 1982, en ocasión de un congreso internacional sobre Maritain organizado por la Universidad Católica de Milán, dirigió una carta autógrafa de seis páginas al Rector Giuseppe Lazzati en elogio de Maritain, mientras que en la encíclica Fides et Ratio Maritain es presentado con otros pocos como uno de los grandes maestros de nuestro tiempo.
----------Maritain -no carente de algún defecto obviamente como cualquier pensador humano- se distingue por la capacidad que tuvo de obrar un discernimiento inteligente acerca de los valores y errores del pensamiento moderno sobre la base de los principios del Aquinate, en una total fidelidad al Magisterio de la Iglesia, anticipando así algunos temas del Vaticano II. Indudablemente se profesaba católico "de izquierda", pero el intento por parte de los filomarxistas de apropiárselo (con la consecuencia de que corrientes de derecha, equivocándose, lo consideran un modernista, un secularista o un liberal) ha sido un grueso equívoco considerando sobre todo la crítica cerrada que Maritain llevó a cabo frente a Marx y al comunismo soviético. Desgraciadamente, esta mirada sesgada hacia Maritain se ha mantenido hasta nuestros días en nuestro país en minoritarios enclaves de sedicentes católicos integristas, nacionalistas, filo-lefebvrianos, ideológicamente apegados a la propaganda anti-maritainiana del padre Julio Meinvielle, un intelectual por cierto muy meritorio en otros aspectos. Algunos de estos anti-maritainianos hoy se autodenominan "contra-revolucionarios".
----------En cuanto al supuesto "naturalismo" de Maritain, bastaría con estudiar su teología de la mística para convencerse de su pleno aprecio por la sobrenaturalidad de la vida cristiana. Y también leyendo atentamente su filosofía política nos podemos dar cuenta que él distingue claramente, en plena adhesión a la Doctrina Social de la Iglesia, el fin natural del Estado del fin sobrenatural de la Iglesia. Su proyecto de una nueva cristiandad respetuosa de una sana profanidad o laicidad no tiene nada que ver con no sé qué laicismo secularista, mientras que, por el contrario, está enraizado sobre los grandes principios cristianos que fueron los mismos de la sociedad medieval, y desde los orígenes del cristianismo. Si el pensamiento maritainiano está presente en el Concilio, como por cierto está presente, lo está sólo por estos que son sus grandes méritos.
----------Lo que disgusta es que todavía hoy, después de sesenta años durante los cuales se hubiera podido tener una clarificación y una pacificación, existe el perdurar y en cierto sentido el obstinado agravarse de la facciosidad de estas dos corrientes, la modernista y la pasadista, por lo cual entrambas hoy -salvo unos poco amigos de ambas partes- me mantienen generalmente lejos, porque el caso es que para el lefebvriano quien no es lefebvriano es modernista, y para el modernista quien no es modernista es lefebvriano.
----------Y de tal manera yo que, en cambio, me esfuerzo sintetizando de modo católico fidelidad y progreso, aparezco como modernista para el lefebvriano y lefebvriano para el modernista, por lo cual recibo golpes del uno y del otro, precisamente yo que estoy en cambio por un sano tradicionalismo y por un sano progresismo, los cuales, si están dentro de las fronteras de la ortodoxia, son una bendición para la Iglesia, así como la reciprocidad entre la sístole y la diástole del corazón es indispensable para la vida del hombre.
----------Paradojalmente, en el clero religioso y secular, con el cual trabé profundo contacto a partir de 1971, sobre todo en la Orden dominicana, donde me esperaba encontrar simpatía hacia Maritain, que tanto se había nutrido de la espiritualidad dominicana, comencé a advertir en torno a mí una serie de cosas raras. Por una parte un cierto cerrado conservadurismo ligado a un discipulado tomista pre-conciliar, demasiado polémico con el pensamiento moderno, ese tomismo que Maritain había superado siendo precursor de ese modo moderno de seguir a Tomás que era enseñado por el Concilio; pero por otra parte, me di cuenta de una manía de novedad y una actitud de crítica a la Iglesia en nombre del "Concilio" o del "espíritu del Concilio", un neto anti-tomismo que encontraba una expresión extremista en Schillebeeckx, quien había sido perito del Concilio.
   
Un falso progresismo
   
----------Eran católicos que se calificaban como "progresistas"; pero yo no me reconocía en ese "progresismo". Pienso por ejemplo en la revista Concilium. Sólo muchos años más tarde, hacia finales de los años noventa, me di cuenta que era mejor llamar a estos pseudo-progresistas, "modernistas", para significar que se trata de una especie de progresismo que pone en peligro los mismos datos de fe y los principios de moral.
----------Por lo demás ya Maritain en 1966, en Le Paysan de la Garonne, había hablado de un retorno del modernismo. Pero la gran prensa, los discursos corrientes incluso de las autoridades y la misma producción teológica continuaban hablando genéricamente y confusamente de "progresismo", mientras que yo advertí que no se trataba de un progresismo ortodoxo, no era un progresismo sano y equilibrado, sino que era algo que cada vez más aparecía como una forma de neo-modernismo. Por tanto, se trataba de un fenómeno herético, aunque sus sostenedores se consideraran, y por muchos fueran considerados, católicos.
----------Por otra parte, advertí que eran escasísimas las intervenciones disciplinares de la Santa Sede o de otras autoridades frente a estos que a mí me parecían sospechosos de herejía, por lo cual me quedaba alguna duda de poderme equivocar y de ser demasiado severo hacia ellos. Con este estado de ánimo de dolorosa incerteza he ido adelante algunos años, pero al mismo tiempo tomé la firme decisión de aclarar esta grave cuestión con estudios serios y profundos, valiéndome de los criterios ofrecidos por mi misma fe católica.
----------Me abstuve por varios años de usar ese apelativo de "modernista", sabiendo bien que san Pío X lo había juzgado una herejía, mientras que estas ideas las encontraba inesperadamente con dolor cada vez mayor en sacerdotes del clero regular o secular que eran mis amigos o cohermanos, por ejemplo, como he dicho, en la corriente del teólogo Edward Schillebeeckx, que también recibió varios reclamos de la Santa Sede. Y por lo demás, para producir aún mayor confusión, el término "modernista" era usado en sentido inapropiado por los lefebvrianos, para atacar incluso a Maritain, a Ratzinger, y al mismo Concilio Vaticano II.
----------Yo sentía que estaba en juego la rectitud de la fe, pero no podía ver claro. Me ha llevado mucho tiempo lograr claridad, y he comenzado a obtenerla sólo hacia finales de los años ochenta y principios de los noventa. Logré entender claramente el peligro para la Iglesia constituido por Schillebeeckx, que incluso en 1983 había sido sorprendentemente recomendado como modelo de teólogo por el Capítulo general de la Orden de Predicadores. Desgraciadamente el hecho se ha repetido en el Capítulo general del 2010. Por tanto, es cierto que en esa Orden existía y todavía existe la tendencia schillebbeckxiana, pero al mismo tiempo, para ser enteramente justos, es necesario reconocer que siempre se ha podido encontrar en la misma Orden Dominicana, en sus verdaderos maestros, el modo de refutar sus graves errores y por tanto su falso progresismo.

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