sábado, 21 de noviembre de 2020

La génesis de la actual crisis en la Iglesia, y sus atributos (1/2)

¿Cómo ha sucedido que a seis décadas de inaugurado el Concilio Vaticano II la Iglesia viva hoy la crisis de la que todos somos testigos? ¿Cuál fue su génesis, tras la gracia del Espíritu Santo que supone todo Concilio Ecuménico en la Iglesia? ¿Cuáles son las características distintivas de la crisis que hoy afecta a la Iglesia tras más de cinco décadas de postconcilio? Intentaré dar respuesta a estos interrogantes en esta nota y la de mañana, reformulando algunas ideas ya publicadas, pero más maduradas al calor de la oración y la reflexión, acerca de la génesis de la presente crisis y los atributos que la caracterizan.

----------Cuando el jueves 11 de octubre de 1962 se realizaba la solemne apertura del Concilio Vaticano II, el papa san Juan XXIII [1958-1963], en su célebre discurso Gaudet Mater Ecclesia, solicitó a los padres conciliares que el propósito de la asamblea ecuménica no que fuera tanto el de condenar específicos errores de aquella hora, sino más bien y ante todo el de proponer el mensaje cristiano en un estilo y en un lenguaje modernos, adaptados al hombre de nuestro tiempo, renovando así el rostro de la Iglesia ante el mundo.
----------En aquella ocasión, el Santo Papa expresó con claridad y precisión que ya existían las condenas de los errores que bullían en el mundo; que las condenas estaban presupuestas y que no debían ser olvidadas; pero que en el Concilio se trataba, en cambio, de dar la prevalencia al tono propositivo, sin por esto excluir totalmente la condena de los errores, lo que no habría tenido sentido precisamente por el carácter pastoral del Concilio. De hecho, la condena de los errores de la época efectivamente existió, aunque el Concilio se limitara a denuncias genéricas sin entrar en detalles y sin citar los nombres de los autores. Por otra parte, el Concilio decidió abandonar, como bien se sabe, la fórmula tradicional del canon y del anathema sit, lo que de ninguna manera significaba que las condenas conciliares pudieran ser tomadas a la ligera.
----------Quienes afirman, por cierto a la ligera y muy sueltos de cuerpo, que en el Concilio Vaticano II no existen condenas de ningún tipo, se olvidan que los padres conciliares se preocuparon muy bien de hacer constar en sus textos finales la condena del ateísmo, del materialismo, del individualismo, del secularismo, del antropocentrismo, del liberalismo, del relativismo dogmático y del relativismo moral, de la explotación de los trabajadores, del desprecio por los pobres y los débiles, del delito político, de la carrera armamentista, de la guerra de agresión, del aborto, de las dictaduras, del totalitarismo estatal, del racismo, de la explotación de la mujer y de los menores, de la injusticia social, de las desigualdades económicas, etc., y podríamos seguir.
----------Ahora bien, puestos en la tarea de describir la probable génesis de la actual crisis, no podemos pasar por alto un dato importante: el Concilio se preocupó mucho, abocado en su intención de reforma de la Curia Romana, por abolir el Dicasterio encargado de la vigilancia doctrinal y de la defensa de la fe, que hasta entonces había sido llamado "Santo Oficio". Este oficio, en cambio, con el nuevo nombre más claro de "Congregación para la Doctrina de la Fe", fue adaptado al espíritu de la renovación conciliar, perdiendo su antiguo carácter de exclusiva y excesiva intervención represiva y sancionadora, y adquiriendo un enfoque y un estilo más humano y evangélico, por los cuales la refutación razonada y motivada del error pasó a tener como objetivo la valoración de los aspectos positivos de las doctrinas erróneas y de las cualidades humanas y culturales de quienes estaban en el error, mediante el uso de procedimientos interpretativos y correctivos más actualizados, y el darle seguridad, a quien estaba equivocado, de una mayor posibilidad de defenderse y de explicar sus posiciones. Las sanciones, después, se mitigaron. Al mismo tiempo, se abolió el Índice de los libros prohibidos. Se trató de decisiones pastorales, cuya eficacia o ineficacia en orden a la consecución de los fines propuestos, quedaba sometida a la prueba del tiempo: "así que, por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,20).
----------Fue un sabio enfoque de los padres conciliares. Sin embargo, debería haberse asumido en el post-concilio con aquel equilibrio que el propio Concilio sugería. En lugar de ello, lamentablemente, a menudo en los ambientes del episcopado y de las instituciones académicas, bajo la presión de los así llamados "progresistas" (que, como ya hemos explicado repetidamente, usufructuaron maliciosamente ese nombre, pues en realidad eran cripto-modernistas), comenzó la moda, agravándose en estas últimas décadas, de tolerar el resurgimiento larvado o explícito de viejos errores junto al surgimiento de nuevos, tolerancia de los pastores y académicos (profesores de universidades y seminarios) debida al temor a ser tratados como pastores preconciliares, y en la convicción de estar reconociendo así el pluralismo y la libertad de expresión.
----------Hemos llegado entonces a una primera constatación: a un sabio enfoque conciliar, le ha seguido una inadecuada actitud pastoral en su aplicación por parte de obispos y académicos, clero y laicado. ¿Y qué ha sucedido entonces? Ha ocurrido que han vuelto a surgir en estas décadas numerosos errores ya condenados en el pasado y, al no ser de nuevo explícita y formalmente condenados, eso ha provocado en muchos (miembros tanto del clero como del laicado) la convicción o la impresión de que la precedente condena había sido superada o anulada por el nuevo clima doctrinal y pastoral iniciado por el Concilio.
----------Esa situación eclesial fue acompañada por el resurgimiento de aquellas ideas modernistas que sostenían la mutabilidad de los conceptos dogmáticos, sin que este lamentable fenómeno hubiera sido adecuadamente reprimido, lo que ha generado en muchos una mentalidad historicista, relativista y evolucionista, que ha favorecido el desprecio de las antiguas condenas y la tranquila asunción de los errores modernos, reconocidos por otra parte como tales sólo por los expertos en la historia de las ideas y de las herejías, ya que en realidad muchas doctrinas presentadas como nuevas y avanzadas, a los ojos de los historiadores serios del pensamiento, son casi siempre el retorno, quizás con diferentes términos o matices, de errores de tiempos inmediatamente anteriores al Concilio Vaticano II, o incluso tiempos antiguos o antiquísimos, que se remontan incluso a los filósofos presocráticos, como los aforismos de Heráclito, Anaxágoras, Pitágoras, Epicuro, Demócrito, Parménides o Protágoras o las mitologías de la antigua India o de la China.
----------Podríamos dar muchos ejemplos de estos errores condenados por la Iglesia con anterioridad al Concilio Vaticano II, errores que se remontan a lo largo de los siglos hasta el comienzo del cristianismo. Son errores que nunca han dejado de ser tales, y siguen siendo errores, y que, por lo tanto, el Concilio no ha negado en absoluto, pero que el Concilio sí presupone, al menos implícitamente.
----------He aquí un somero elenco de ellos: la negación de la demostrabilidad racional de la existencia de Dios; la negación de la trascendencia, de la inmutabilidad y de la impasibilidad divinas; la negación de la divinidad de Cristo; la negación de los milagros y de las profecías; la idea de que en Cristo Dios se transforma en hombre; la negación de la Redención y por tanto de la Misa como sacrificio expiatorio y reparador; la negación de la corporeidad sensible de Cristo resucitado; la negación de la jerarquía eclesiástica; la idea de que todos están siempre en gracia; la posibilidad de salvación también para los ateos y para los que están fuera de la Iglesia; la identificación de la Iglesia con el mundo; la idea de que toda religión sea salvífica; la negación de la pareja primitiva y de la transmisión de la culpa original por generación; la idea de que Dios no castiga sino que brinda solo misericordia; la idea de que Dios perdona incluso a los que no se arrepienten; la negación de la existencia de los condenados en el infierno; la negación de la existencia del diablo; la concepción del hombre como ser sobrenatural o divino; la negación de la inmutabilidad del dogma; la concepción de la fe no como verdad sino como experiencia o como praxis, o bien la fe como esencialmente ligada a la duda o a la incredulidad; la negación de la ley moral natural; la exaltación de la homosexualidad; la licitud de la fecundación artificial, de las relaciones sexuales extramatrimoniales y del uso de los anti-fecundantes; el aborto y la eutanasia entendidos como derechos; el sacerdocio de la mujer, etc.
----------Así, de modo similar a ese listado de errores, se cree que la doctrina de las dos naturalezas, formulada en el Concilio de Calcedonia del 451, ya no es actual; se rechaza el dogma del alma humana como forma sustancial del cuerpo, enseñado por el Concilio de Viennes en 1312; se rechaza la condena de Meister Eckhart hecha por Clemente V en 1329; se niega el dogma de la inmortalidad del alma proclamado por el V Concilio de Letrán en 1513; se piensa que la condena de Martín Lutero hecha por el Concilio de Trento es incorrecta; se cree que la condena al liberalismo hecha por el beato Pío IX se ha superado; no se tiene en cuenta la condena al panteísmo hecha por el Concilio Vaticano I y por san Pío X; se desprecia la encíclica Pascendi Dominici Gregis de san Pío X; ya no se tienen en cuenta los errores de Antonio Rosmini condenados por el Santo Oficio en 1887; ya no nos importa la condena de la masonería hecha por León XIII, del comunismo hecha por Pío XI, así como de la excomunión de los comunistas hecha por Pío XII en 1949; no nos importa la condena del espiritismo hecha por el Santo Oficio en 1918; no se presta atención a los peligros de un cierto ecumenismo señalado por Pío XI en la encíclica Mortalium animos; los errores señalados por Pío XII en Humani Generis se han olvidado; se rechaza la advertencia sobre el teilhardismo hecha por el Santo Oficio en 1959, etc.
----------Por ende, no estamos hablando ahora de las nuevas contaminaciones del catolicismo que surgen del hecho de mezclarlo con el pensamiento del Renacimiento italiano, de Descartes, de Lutero, del iluminismo, del empirismo, de Kant, de Fichte, de Schelling, de Hegel, de Marx, de Freud, del existencialismo, de Husserl, de Heidegger, de Severino, del historicismo de Bonhöffer, del pensamiento indio, del budismo, etc.
----------El caso fue, y es, que la falta de intervenciones correctivas o críticas por parte de obispos o institutos académicos u hombres de cultura católicos, lleva a muchos a creer que todas estas teorías y estas ideas, después de todo, se han vuelto aceptadas y aceptables: se piensa que la Iglesia ha cambiado de opinión o se ha corregido, siguiendo estudios más críticos y más documentados. Si queremos ser modernos, aggiornados, actualizados y seguidores del Concilio (así piensan muchos aún hoy) debemos seguir a estos publicistas, periodistas, filósofos, teólogos, moralistas, exegetas, obispos y cardenales que hoy han asumido posiciones contrarias a aquellas que son las tradicionales y perennes. Se cree que el hecho de que Roma u otras autoridades eclesiásticas no intervengan es una señal de que Roma reconoce tácitamente haberse equivocado. Al respecto, en la nota de ayer hablábamos de Boff, por ejemplo, que piensa lo más fresco que con el papa Francisco ha quedado obsoleta la condena de sus herejías.
----------En mi modesto parecer, éste ha sido esencialmente el proceso genético que, tras cinco décadas de inadecuada pastoral postconciliar, ha llevado a la actual crisis de Fe.
----------Ahora bien, hemos así delineado a grandes rasgos la génesis de la crisis de fe al interior de la propia Iglesia y entre los mismos pastores, excluyendo, se entiende, al Papa, así como al mismo Magisterio, que gozan del carisma de la infalibilidad. Lo que ahora resta por hacer, e intentaremos hacerlo en la nota de mañana, es individualizar los atributos con los que puede ser caracterizada la actual crisis.

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