En la liturgia el espejismo de lo “extraordinario” ha querido disfrazar de continuidad lo que en realidad es evidente ruptura: fórmulas nostálgicas, libertades sin comunión y sofismas sobre lo sagrado han erosionado la reforma conciliar, hasta caricaturizar al celebrante y dividir a la Iglesia. El motu proprio del papa Francisco, Traditionis Custodes, vino a desenmascarar esa ficción, recordando que la verdadera tradición litúrgica no es museo ni capricho ni estética ni apego subjetivo, sino misterio vivo celebrado aquí y ahora en comunión. [En la imagen: "El Cardenal extra-vagante", fragmento de acuarela sobre papel, 2025, obra de P.F., colección privada].
“In a higher world it is otherwise,
but here below to live is to change,
and to be perfect is to have changed often”
San John Henry Newman,
An Essay on the Development of Christian Doctrine, c.1, s.1.
El equívoco de la caricatura del celebrante
----------La repetición de ciertos eslóganes o fórmulas de efecto, como el de “usus antiquior” o incluso “forma extraordinaria” (tal como fue instrumentalizada por algunos), para nombrar el rito tridentino, caracteriza la comunicación con la que diversos grupos que pretenden ser católicos sin aceptar la reforma litúrgica piden con insistencia una “mayor tolerancia” hacia la posibilidad de celebrar el misterio litúrgico con aquel ordo que el Concilio Vaticano II ha pedido explícitamente reformar. La terminología tanto de usus antiquior como de la forma extraordinaria, con su ampulosa auto‑referencialidad, subestima en la práctica y de manera imprudente una cuestión institucional y dogmática eclesial de ningún modo soslayable.
----------Si miramos esta cuestión en clave tomista, es fácil advertir que el recurso a tales expresiones constituye lo que se llama propiamente un abuso del lenguaje que oscurece la verdad de las cosas. Santo Tomás de Aquino enseña que el signo debe ser proporcionado a la realidad significada (Summa Theologiae, I, q.13, a.1): llamar “extraordinaria” a una forma que ha sido explícitamente reformada por un concilio ecuménico es introducir una disonancia entre el signo y la realidad, lo cual genera confusión en el orden eclesial.
----------El redescubrimiento del “misterio litúrgico” conoce, de hecho, el ápice de su crisis precisamente a inicios de los años 2000, en el punto de máxima contestación institucional a la perspectiva conciliar sobre la liturgia y su reforma, que se produce después de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum. Y subrayo la expresión “después de”, que es claramente distinta a la expresión “a causa de”.
----------Aun siendo el de Summorum Pontificum un texto que puede y debe entenderse con un alcance claramente sectorial y no destinado a todo el Pueblo de Dios —pues estaba dirigido, por un lado, a las comunidades del cisma lefebvriano, y por otro, a las comunidades en comunión con Roma pero deseosas de celebrar con el viejo ordo—, asume un valor ejemplar por el modo imprudente con el cual lamentablemente el papa Benedicto XVI habla de la reforma litúrgica. Esto aparece con claridad particularmente en el art. 2, donde nos es fácil advertir que se configura un perfil del celebrante de la liturgia de la Santa Misa gravemente paradójico, a menos de cuarenta años de la reforma posterior al Concilio Vaticano II.
----------Recordemos el texto del art. 2 de Summorum Pontificum: “En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, sea secular o religioso, puede usar o el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962, o bien el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, y ello en cualquier día, excepto el Triduo Sagrado. Para tal celebración según uno u otro Misal, el sacerdote no necesita de ningún permiso, ni de la Sede Apostólica, ni de su Ordinario.”
----------Sin tener que explicar nada, nos podemos dar cuenta que este artículo concede al sacerdote la potestad de elegir entre dos misales como si fueran opciones equivalentes, sin referencia ni a la autoridad episcopal ni, sobre todo, a la decisión reformadora conciliar. Desde la perspectiva de la teología sacramental, esto contradice el principio de que la liturgia es fundamentalmente acto de la Iglesia en cuanto cuerpo de Cristo (actus Ecclesiae), no mera acción privada del ministro. La libertad absoluta del sacerdote, desligada de la comunión jerárquica, erosiona la dimensión objetiva del culto y lo reduce a un ejercicio de preferencia subjetiva.
----------En términos tomistas, podríamos decir que se trata de una privatio ordinis: se priva a la liturgia de su orden propio, que es la manifestación visible de la unidad eclesial. La caricatura del celebrante que emerge de este artículo no es un detalle accidental menor, sino un síntoma de la ruptura entre la lex orandi querida por el Concilio y la praxis que se pretende legitimar bajo el ropaje de la “tolerancia” hacia los católicos apegados al viejo ordo, y de la puesta en práctica de un benevolente y magnánimo “ecumenismo de retorno” hacia las comunidades que desde hacía dos décadas se hallaban formalmente en cisma.
----------El lenguaje ampuloso (además de falso) de usus antiquior y “forma extraordinaria” comenzó a ser usado e instrumentalizado de modo para nada inocente, produciendo un espejismo retórico que, si era mal interpretado, apartado de la intención de unidad querida por el papa Benedicto en la única lex orandi (el Novus Ordo Missae), podía servir a algunos -como de hecho ha servido- para disfrazar la desobediencia como nobleza. Bajo la apariencia de respeto a lo sagrado, podía esconderse así la negación de la reforma conciliar. Ese art. 2, daba suficiente pie para que algunos pudieran dibujar el perfil de un celebrante solitario, dueño de la liturgia como si fuera propiedad privada, indiferente al pueblo y a la comunión eclesial.
----------Ese perfil es una caricatura grotesca: un sacerdote que celebra “sin el pueblo”, que alterna entre misales como si fueran vestiduras a su antojo, que no reconoce autoridad ni del Obispo ni de la Sede Apostólica. Es la imagen de una Iglesia fragmentada, donde la unidad litúrgica se convierte en capricho individual.
----------En definitiva, el nombrar extraordinario o bien antiquior a lo que es, en realidad, anacrónico, es llamar luz a la sombra. Es un abuso del lenguaje que termina siendo un abuso de la tradición litúrgica. Y cuando la lex orandi se manipula, deja de ser lex credendi para convertirse en ideología.
El equívoco de la libertad posmoderna y la irrelevancia conciliar
----------Los lectores que están habituados a la lectura de este blog conocen mi pensamiento acerca del motu proprio Summorum Pontificum y las críticas que a su texto he hecho en repetidas ocasiones, siempre con el debido respeto al papa Benedicto XVI, que lo publicó, y en obediencia a sus disposiciones. Pero también mis habituales lectores conocen la distinción que destaco debe hacerse entre lo establecido allí por el papa Ratzinger y las posteriores directivas emanadas tanto de la entonces Congregación para el Culto como de la Comisión Ecclesia Dei (hoy inexistente). Tales directivas, a mi juicio, agravaron la imprudencia de lo establecido por el motu proprio. Esto ya lo he explicado repetida y detalladamente, de modo que no volveré al tema, y me limitaré a quedar a disposición de responder preguntas a los lectores que las planteen.
----------Ahora bien, la imprudencia pastoral que achaco —siempre según mi modesto parecer— a aquel documento del 2007 se fundamenta en el hecho de que a pesar de todas las seguridades de la directiva pontificia, y de la Carta de acompañamiento a los Obispos que el papa Benedicto se preocupó de publicar conjuntamente con el motu proprio, es evidente por la lectura su texto, que iba a ser sumamente difícil, si no imposible, evitar como efecto principal de la disposición papal, el redimensionamiento estructural e institucional que no pocos harían de la reforma litúrgica, como de hecho sucedió, por impulso incluso de los dos ya mencionados organismos curiales. Notemos que la delineación eclesial propuesta en el art. 2 prevé como normal: 1) una misa “sin el pueblo”; 2) la libertad absoluta del presbítero para celebrar con el viejo ordo o con el Novus Ordo Missae; y 3) la irrelevancia, en todo esto, de la competencia episcopal local.
----------De manera que, de un lado se dibuja un perfil de “libertad posmoderna” en materia litúrgica, una suerte de irresponsabilidad del obispo o presbítero frente a la Iglesia; y del otro lado, emerge la irrelevancia de la reforma litúrgica, que no tiene ningún título para prevalecer sobre el rito que había debido ser reformado sobre la base del juicio de una asamblea conciliar. Así surge la paradoja que es contradicción: en el mismo texto se combinan una libertad posmoderna y una autoconciencia eclesial premoderna.
----------Era claro desde el inicio que, aun naciendo de un deseo de reconciliar el cuerpo herido de una Iglesia lacerada precisamente en el plano litúrgico por choques y disensos, el remedio se revelaba peor que la enfermedad. No faltaron quienes definieron este hecho como un acto de “anarquía desde lo alto”, mientras que el cardenal Ruini subrayó, ya al día siguiente de su aprobación, la exigencia de evitar el riesgo “de que un motu proprio emanado para unir más a la comunidad cristiana sea en cambio utilizado para dividirla”. Precisamente este ha sido el resultado más extendido y preocupante, determinado por la falta de claridad sistemática y la imprudencia que habían inspirado la disposición.
----------El art. 2 de Summorum Pontificum, al permitir que cualquier presbítero celebrara indistintamente con el viejo ordo o con el Novus Ordo, sin referencia a la autoridad episcopal local, introducía una anomalía eclesiológica. Según la doctrina clásica, la liturgia es un acto de la Iglesia en cuanto cuerpo jerárquico y comunitario (actus Ecclesiae), no un ejercicio de libertad individual desligado de la comunión.
----------Santo Tomás de Aquino enseña que la libertad auténtica se ordena al bien común (Summa Theologiae, I‑II, q.90, a.2): la ley no es restricción arbitraria, sino ordenación racional al fin. Aplicado a la liturgia, esto significa que la libertad del ministro no puede ejercerse contra la unidad de la Iglesia ni contra el juicio de un concilio ecuménico. La “libertad absoluta” que el texto concede es, en realidad, una licentia, es decir, un uso desordenado de la libertad, la cual termina degenerando en irresponsabilidad.
----------La paradoja señalada —una “libertad posmoderna” unida a una “conciencia eclesial premoderna”— se comprende, en clave tomista, como una contradictio in terminis: se invoca la autonomía subjetiva del individuo (rasgo posmoderno) mientras se restaura un modelo de Iglesia centrado en la potestad aislada del ministro (rasgo premoderno), ajeno a la asamblea celebrante. El resultado es la irrelevancia práctica de la reforma litúrgica, que pierde su carácter normativo y queda reducida a una opción entre otras.
----------En síntesis, el equívoco consiste en confundir la verdadera libertad —ordenada al bien común eclesial— con una falsa libertad que erosiona la autoridad conciliar y desfigura la unidad de la lex orandi.
----------Aquel imprudente artículo dibuja una escena inquietante: un sacerdote que celebra “sin el pueblo”, que elige entre misales como si fueran menús, y que no reconoce la voz de su Obispo (cuando no es el caso incluso que sea el propio Obispo el que asume tal libertad para oponerse a la reforma, como de hecho ha ocurrido). Es la imagen de una Iglesia fragmentada, donde la comunión se sustituye por el capricho. Se habla de libertad, pero es una libertad posmoderna sin responsabilidad, que convierte la liturgia en un juego de preferencias. Y al mismo tiempo se revive una conciencia premoderna, donde el ministro se erige en dueño absoluto del rito. La paradoja es brutal: modernidad y arcaísmo se dan la mano para negar la reforma conciliar. El resultado es devastador: la reforma litúrgica queda reducida a un adorno, sin fuerza normativa, como si el juicio de un concilio pudiera ser relativizado por la voluntad individual. El remedio se volvió peor que la enfermedad.
El equívoco de la sacralidad transgeneracional
----------Ahora bien, en el centro de la imprudente directiva pastoral de proponer un inaudito paralelismo entre dos formas del mismo rito romano (la “forma ordinaria” del Novus Ordo y la “forma extraordinaria” del Misal de 1962) se encuentra un argumento no de carácter teológico, sino afectivo, sentimental, nostálgico. Así lo expresa la carta de acompañamiento al Motu Proprio: «No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande, y no puede ser de repente del todo prohibido o, incluso, juzgado dañino».
----------Este razonamiento impulsa a una ficción: leer la evolución histórica con categorías contemporáneas y perder de vista las razones de la reforma litúrgica. Llama “forma extraordinaria” a la forma superada del rito romano, autorizándose a ello en virtud de un presunto principio de “sacralidad transgeneracional” que no deriva ni de la historia de la Iglesia (pues carece de precedentes) ni de fundamentos dogmáticos o sistemáticos. Se trata de un razonamiento sofístico, sin base teológica, que además genera ilusiones pastorales: supone que la coexistencia paralela de formas diversas del rito romano —cuando la más reciente es fruto de la elaboración crítica de la precedente— podría ser fuente de paz y reconciliación, algo a priori imposible, como de hecho quedó cabalmente demostrado con el paso de los años.
----------La realidad demostró lo imprudente de la medida pastoral: en cada comunidad se perdió la certeza del rito, del calendario, del santoral, de la lengua, de los ministerios. Muy pronto, y gracias a las ulteriores facilitaciones de acceso a la “forma extraordinaria” aseguradas irresponsablemente por la Instrucción de la Comisión Ecclesia Dei del 2011, Universae Ecclesiae, se produjo en muchas comunidades el conflicto entre dos “formas de liturgia” que se tradujeron en diversas “formas de Iglesia”.
----------Esto no impidió que lugares de formación de relieve, como fue el caso del North American College de Roma, durante al menos una década formaran a los sacerdotes en ese ficticio paralelismo litúrgico, ni que manuales de eucaristía se alinearan con esta tendencia arriesgada, ni que teólogos de prestigio la aplaudieran como “una lección de estilo católico”. Pero lejos de ser estilo católico, la reforma litúrgica quedaba marginada, no solo en la celebración eucarística, sino en el conjunto del rito romano, pues Summorum Pontificum había puesto como objeto el rito entero, no únicamente la misa.
----------El argumento central de la Carta del papa Benedicto —“lo que fue sagrado para las generaciones anteriores permanece sagrado para nosotros”— pretendía de hecho fundar —debemos suponer sin que el Papa lo haya advertido suficientemente— la coexistencia de dos formas del mismo rito sobre un principio de “sacralidad transgeneracional”. Sin embargo, desde la perspectiva tomista, este principio carece de fundamento. Santo Tomás distingue entre lo que pertenece a la sustancia del sacramento (inmutable, porque instituido por Cristo) y lo que pertenece a las determinaciones eclesiásticas (mutables, porque ordenadas por la Iglesia para mayor conveniencia y edificación: Summa Theologiae, III, q.64, a.2). El misal tridentino pertenece a este segundo orden: es una configuración histórica y disciplinar de la liturgia, no un elemento sustancial del sacramento.
----------Por tanto, afirmar que lo que fue “sagrado” en una forma ritual concreta debe permanecer vigente en paralelo a la forma reformada equivale a confundir lo esencial con lo accidental. La verdadera continuidad de la tradición litúrgica no consiste en yuxtaponer formas, sino en transmitir vivamente el mismo misterio a través de formas renovadas. El equívoco de la “sacralidad transgeneracional” es, en términos tomistas, una falacia de equivocación: se toma la sacralidad del misterio (inmutable, lex orandi divina) y se la aplica indebidamente a una forma ritual histórica (mutable, lex orandi ecclesiae). De ahí que el resultado pastoral sea la pérdida de certeza y unidad: calendario, santoral, lengua, ministerios. La pretendida continuidad se convierte en fuente de división, porque se confunde la permanencia del misterio con la intangibilidad de una forma.
----------El argumento de que “lo que fue sagrado ayer sigue siendo sagrado hoy” suena piadoso, y es válido, siempre que se interprete correctamente su sentido, manteniéndolo en el ámbito de la lex orandi divina y no en el de la lex orandi ecclesiae. Pero en la voz de fieles confundidos, incluidos Cardenales, adquiere vuelos y perfiles de aparente sublime espiritualidad, pero en realidad afectados de peligrosa sofística. Con esa frase hay quienes absolutizan una forma ritual que el Concilio pidió reformar, presentándola como intocable. El resultado es devastador: comunidades divididas, calendarios enfrentados, lenguas en disputa, ministros confundidos. Lo que debía ser fuente de comunión se convirtió en campo de batalla.
----------Nombrar “forma extraordinaria” lo que en realidad es una forma superada constituye un engaño pastoral. Se promete paz y reconciliación, pero se siembra confusión y conflicto. La tradición litúrgica, en lugar de ser dinámica y fecunda, queda convertida en un museo. Y cuando la liturgia se convierte en museo, deja de ser acción viva de la Iglesia para transformarse en reliquia ideológica.
La lección de la prudencia de Traditionis Custodes
----------Lo que el papa Francisco estableció en 2021 con su Carta Apostólica en forma de motu proprio Traditionis Custodes fue volver de la irrazonabilidad a la razonabilidad, de la ilusión a la realidad, del anacronismo a la historia de la salvación. No se trató de intolerancia descompuesta, sino de prudencia clásica. Comprendió que no se debe llamar tolerancia a lo que en verdad es imprudencia.
----------Por eso, quien hoy insiste en hablar de usus antiquior o de forma extraordinaria finge, ante todo frente a sí mismo, que la historia se ha detenido y que resulta posible aquello que en tiempos de Lefebvre fue escandaloso: pretender permanecer católico sin aceptar la deliberación conciliar de reforma del rito romano.
----------No existe en la disciplina litúrgica de la Iglesia de rito romano ningún usus antiquior ni ninguna forma extraordinaria que un cardenal o un obispo pueda utilizar libremente, sin una concesión precisa. No es normativo ni normal celebrar según un ordo o formulario litúrgico que ha sido reformado. Sólo en casos excepcionales y del todo extraordinarios puede permitirse lo que en general debe desaconsejarse.
----------El pasadismo (y me refiero no al sano tradicionalismo sino a lo que el papa Francisco llamó indietrismo) quiere impedir a la tradición litúrgica ser distinta del pasado. Pero precisamente ese es su cometido: permitir al misterio litúrgico ser dinámico, acción viva, palabra y hecho verdadero aquí y ahora, para mujeres y hombres que se reconocen parte del misterio. El hecho de que la comunidad celebrante forme parte del misterio celebrado vuelve inadecuado el llamado falsamente “uso más antiguo” y vuelve extravagante la llamada “forma extraordinaria”. Llamar “uso” a un abuso y “forma” a una deformación es una de las carencias más graves que afligen al pasadismo: la incapacidad de ser veraces y de llamar a las cosas por su nombre. En efecto, el pasadismo filo-lefebvriano no razona con sentido común de fe, sino con eslóganes.
----------Más grave aún es la complacencia de quienes, incluyendo a Cardenales, sabiendo que son eslóganes, palabras falsas y negaciones de la verdad, prefieren no incomodar y llegan incluso a presidir celebraciones con tal de no contradecir, con un pie en el Concilio y con el otro fuera del Concilio. También esto constituye una carencia seria: descuidar la ocasión de acompañar a los pasadistas a salir del túnel sin salida, de la burbuja ideológica en la que viven, y del séquito colorido de sus obstinados formalismos.
----------La decisión de Traditionis Custodes debe leerse, pues, como un acto de prudencia en sentido clásico. Santo Tomás define la prudencia como la recta razón en el obrar (recta ratio agibilium, Summa Theologiae, II‑II, q.47, a.2). Frente a la confusión generada por el paralelismo de formas litúrgicas, Francisco no actuó por intolerancia, sino por la necesidad de restituir el orden de la lex orandi a su fundamento conciliar.
----------El principio de recto gobierno eclesial es claro: no puede llamarse tolerancia a lo que en realidad es imprudencia, es decir, una concesión que erosiona la unidad eclesial. La tradición litúrgica no es mera repetición del pasado, sino transmisión viva del misterio en el presente (como expresa la escuela tomista: traditio est actus vitae). El rito reformado por mandato conciliar es la expresión normativa de esa tradición viva; mantener en paralelo un rito superado no es continuidad, sino contradicción práctica.
----------De este modo, Traditionis Custodes devuelve a la tradición litúrgica su carácter dinámico: permite que el misterio litúrgico sea acción viva de la Iglesia aquí y ahora, y no reliquia de un pasado absolutizado. En términos tomistas, se trata de restituir la proporción entre signo y realidad, evitando que el abuso del lenguaje (usus antiquior, forma extraordinaria) se convierta en abuso de la tradición litúrgica.
----------Debo repetirlo a clarísima letra: Traditionis Custodes fue un llamado a la realidad: de la ilusión a la verdad, del anacronismo a la historia de la salvación. No intolerancia, sino la prudencia de quien sabe que llamar tolerancia a la imprudencia es traicionar a la Iglesia. El pasadismo pretende congelar la tradición litúrgica, impedirle ser distinta del pasado (de un pasado antojadizamente cristalizado en 1962 o 1958 o 1054 o donde se les antoje). Pero la tradición litúrgica que no cambia deja de ser tradición y se convierte en museo ideológico. Como ha dicho San John Henry Newman: "En un mundo superior es distinto; pero aquí abajo, vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia".
Resumiendo para concluir
----------Se nos ha querido convencer de que la liturgia puede vivir en paralelo, como si dos formas del mismo rito romano pudieran coexistir sin fractura. Se nos ha repetido, con fórmulas de efecto, eslóganes, que hay un usus antiquior y una forma extraordinaria, como si la nostalgia pudiera erigirse en principio dogmático. Pero lo que se presenta como continuidad es, en realidad, un espejismo: caricatura del celebrante, libertad sin comunión, sacralidad sin historia.
----------Summorum Pontificum prometió reconciliación y sembró división; invocó la tradición y la convirtió en ideología; habló de paz y generó conflicto. La paradoja es brutal: una libertad posmoderna unida a una conciencia premoderna, un sofisma pastoral que confunde lo sagrado con lo intocable, un abuso del lenguaje que termina siendo abuso de la tradición litúrgica. La pretendida coexistencia de formas no fortaleció la comunión, sino que debilitó la certeza del rito y fracturó la unidad de la Iglesia.
----------Frente a este túnel de equívocos, Traditionis Custodes no es intolerancia, sino prudencia: el regreso de la ilusión a la realidad, de la ficción a la verdad, del anacronismo a la historia de la salvación. Porque la tradición litúrgica no es un museo, sino un río vivo; no es un formalismo obstinado, sino el misterio celebrado aquí y ahora, en comunión con la Iglesia entera. Y quien pretenda detener ese río, termina negando la verdad misma de la tradición litúrgica, que es siempre dinámica, fecunda y católica.
Fr Filemón de la Trinidad
Mendoza, 4 de noviembre de 2025

¡Qué atrevimiento llamar “espejismo” a la Misa de siempre! Usted repite las consignas del Vaticano II como si fueran dogma, cuando en realidad han traído confusión y apostasía. La “lección” del Concilio no es actualísima, sino desastrosa: iglesias vacías, sacerdotes que abandonan, fieles que ya no creen en la Presencia Real. ¿Y usted se atreve a decir que quienes defendemos la liturgia de San Pío V somos “pasadistas”? ¡No! Somos los únicos que mantenemos la fe íntegra, mientras el Novus Ordo diluye la doctrina y convierte la liturgia en espectáculo. La libertad religiosa que usted defiende contradice a Gregorio XVI y a Pío IX. ¡La ruptura es evidente!
ResponderEliminarEstimado Anónimo,
Eliminarcomprendo sus dificultades para aceptar lo que he desarrollado en mi artículo, pero le hago presente que es necesario distinguir entre la fidelidad a la tradición litúrgica viva y el apego a un pasado petrificado. La llamada “Misa de siempre” no es un bloque intocable, sino una etapa histórica de la liturgia romana, que en su momento respondió a un contexto concreto. De la misma manera, el Novus Ordo Missae, es la forma en la que hoy la Iglesia, fiel a la lex orandi divina inmutable, instituida por Cristo, ha respondido a las necesidades de nuestros tiempos, estableciendo una concreta y nueva lectio orandi ecclesiae, hasta que surjan otras necesidades y se cambie esta disciplina actual.
El Concilio Vaticano II no introdujo una ruptura, sino lo que Newman llamaba un desarrollo homogéneo: la misma fe, expresada con mayor plenitud en nuevas circunstancias (obviamente, en lo pastoral-disciplinar, sí puede haber rupturas, precisamente por atender a circunstancias nuevas). Marín-Solá lo explicó con claridad: el dogma evoluciona homogéneamente, conservando siempre la misma verdad revelada, aunque se exprese con fórmulas más explícitas y perfectas. Así ocurre con la liturgia: y esto en muchos aspectos, por ejemplo, en lo que se refiere a la libertad religiosa, lo que antes se defendía frente al relativismo, hoy se proclama como dignidad de la conciencia y libertad en la adhesión a la fe.
Por eso, la oposición al Novus Ordo Missae no es una mera cuestión de sensibilidad ritual, sino un cuestionamiento doctrinal: se pone en duda la autoridad de la Iglesia para custodiar y desarrollar no sólo la Sagrada Tradición, sino también y com más razón su tradición litúrgica, que es realidad humana, no divina. La comunión eclesial no puede fundarse en la obstinación contra la Sede Apostólica, sino en la obediencia confiada a la Palabra que ilumina toda la historia.
La verdadera paz no vendrá de la coexistencia de modalidades rituales enfrentadas, sino de la aceptación humilde de que la liturgia reformada es hoy la expresión legítima y única del rito romano. Resistirse a ello no es defender la tradición litúrgica, sino combatirla en su núcleo más profundo.
Ojo que ya va a aparecer la experta liturgista medieval, Domna Mencía, con sus párrafos enteros copiados de Grok para explicar vaya uno a saber qué cuestión peregrina con citas fantasmas de libros fantasmas.
ResponderEliminarEstimado Notebooklm,
Eliminarle agradezco sinceramente que me haya dado ocasión de enterarme de qué es “Grok”. Hasta ahora lo ignoraba, y confieso que me resulta interesante saber que existe un programa capaz de simular erudición. Quizás usted pueda usarlo para dar más consistencia a sus comentarios.
Por mi parte, seguiré recurriendo a mi biblioteca —donde conviven Regino de Prüm y el Manual del Catequista Rural—, que aunque sea menos moderna que Grok, tiene la ventaja de estar compuesta por libros reales.