lunes, 20 de octubre de 2025

Dilexi te: magisterio frente a la descalificación

¿Puede un católico hablar de “mezcla de error y verdad” en un documento pontificio? La opción preferencial por los pobres: ¿invención ideológica o pilar del Magisterio? ¿Qué revela el rechazo a una “Iglesia pobre y para los pobres”? ¿Es el Concilio Vaticano II fuente de desviaciones o etapa fundamental de discernimiento? Y cuando se acusa al Papa de error, ¿no se está acusando al Señor de faltar a su promesa? ¿No se está juzgando al Espíritu que asiste a la Iglesia? [En la imagen: fragmento de "Los pobres agradecidos", óleo sobre lienzo, 1894, obra de Henry Ossawa Tanner, conservado en el Crystal Bridges Museum of American Art, Bentonville, USA].

«No hacer participar a los pobres de nuestros bienes
es robarles y quitarles la vida.
No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro, II, 6
citado por San Juan Pablo II, Centesimus annus, n.57.
   
----------Con la exhortación apostólica Dilexi te, el papa León XIV ha querido ofrecer a la Iglesia entera una meditación sobre el misterio de nuestro Señor Jesucristo presente en los pobres. No se trata de un gesto aislado, sino de un paso más en la progresiva continuidad del Magisterio de la Iglesia, veraz y vinculante para todos los fieles católicos. El Concilio Vaticano II, aunque no utilizó todavía la fórmula “opción preferencial por los pobres”, sí puso sus bases doctrinales al subrayar la unión íntima de la Iglesia con los pobres y afligidos (Lumen gentium, n.8; Gaudium et spes, n.1). A partir de esa semilla dogmática, el Magisterio postconciliar —desde Medellín y Puebla hasta san Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco y ahora León XIV— explicitó y consolidó esta opción como exigencia intrínseca de la fe cristológica y eclesiológica.
----------No han faltado, sin embargo, voces críticas. Entre ellas, la de Mario Caponnetto, quien en un reciente artículo ha cuestionado la legitimidad misma de esta opción, llegando incluso a hablar de una “mezcla de error y de verdad” en el texto pontificio. Tal afirmación no es una simple discrepancia con el Papa —que en ocasiones puede ser legítima si corresponde al ámbito de su oficio pastoral, gubernativo o disciplinar—, sino que revela una actitud de desconfianza hacia el Magisterio doctrinal del Romano Pontífice. Y por tanto, constituye un disenso que merece ser examinado con rigor, pues afecta a la plena comunión eclesial.
----------Antes que nada, conviene recordar que ningún artículo de análisis y comentario, por correcto que sea, por más fiel al Magisterio o brillante que parezca, podrá suplir nunca la lectura atenta de la propia exhortación pontificia. Doy por supuesto que el lector ya ha cumplido esta tarea inicial, y que incluso, si fuera posible, la ha acompañado con una segunda lectura más detenida y reflexiva. Lamentablemente, en ciertos círculos cerrados, frecuentemente de perfil fundamentalista, antes de recurrir directamente al Acta del Magisterio se prefiere acudir a la palabra de intérpretes o “gurús”. Lo único que se logra en esos casos es adoptar anteojeras ideológicas que obstaculizan o cierran el paso a la voz del Vicario de Cristo.
----------No hace falta decir que mi intención no es la vana polémica personal, sino la confrontación de ideas. Y cumpliré esta tarea de la única manera posible: anclando nuestra lectura en dos fuentes inapelables. Por un lado, las palabras literales del propio Mario Caponnetto, para que nadie pueda acusarnos de caricaturizar su pensamiento; y por otro lado, los textos del Magisterio —desde san Juan Pablo II hasta este texto del papa León— que muestran la continuidad doctrinal de la Iglesia en este punto.
----------El contraste, entonces, resultará elocuente: mientras Dilexi te se inscribe en la gran tradición bíblica, patrística y conciliar, la crítica de Caponnetto se desliza hacia una descalificación global que, objetivamente, coloca al Autor en tensión con la comunión eclesial. A lo largo de esta reflexión mostraré las principales debilidades de su planteo y, al mismo tiempo, la solidez de la enseñanza de la Iglesia sobre los pobres como lugar teológico privilegiado del encuentro con Cristo y criterio de autenticidad evangélica.
----------1. Cuestionamiento de la autoría y legitimidad del documento. Desde el inicio, Mario Caponnetto intenta relativizar el peso magisterial de Dilexi te insinuando que no sería un texto “de factura propia” de León XIV, sino más bien una “herencia de Francisco”. Con ello inevitablemente siembra dudas sobre su legitimidad, como si la continuidad entre pontificados debilitara la autoridad del documento.
----------Pero esta objeción desconoce un principio básico: la autoría magisterial corresponde siempre al Papa que firma y promulga el texto. No importa si se inspira en trabajos previos, en borradores heredados o en aportes de colaboradores: lo que se publica como documento pontificio es enseñanza auténtica del Sucesor de Pedro.
----------Además, la continuidad entre pontificados no es signo de debilidad, sino de fidelidad. La Iglesia no empieza de cero con cada Papa, sino que camina en comunión, recogiendo y profundizando lo que el Espíritu ha suscitado en etapas anteriores. Así lo expresó el propio Concilio Vaticano II en Dei Verbum, n.8: «La Tradición que viene de los Apóstoles progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo».
----------Por tanto, descalificar Dilexi te como “herencia” de otro pontificado no es un argumento teológico, sino un recurso retórico que busca restarle autoridad. En realidad, lo que muestra es la dificultad del Autor para aceptar la continuidad viva del Magisterio, que no depende de la originalidad literaria de un Papa, sino de la siempre infalible fidelidad de la Iglesia a la Palabra de Dios.
----------2. Una falsa oposición. Mario Caponnetto abre su artículo con una pregunta que marca el sesgo de toda su crítica: «¿La llamada ‘opción preferencial por los pobres’ se corresponde con el sentido evangélico de la pobreza, tal como lo entendieron los Padres de la Iglesia y lo vivieron las órdenes mendicantes?»
----------Indudablemente la formulación es engañosa, porque instala una contraposición inexistente. Como si la pobreza evangélica —vivida en clave de virtud personal y de seguimiento de Cristo— fuera incompatible con la opción preferencial por los pobres —vivida en clave eclesial y pastoral.
----------El Magisterio, sin embargo, nunca ha planteado tal oposición. Al contrario, ha mostrado siempre la complementariedad de ambas dimensiones: san Juan Pablo II, en Sollicitudo rei socialis, n.42, afirmó que “la opción o amor preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica”. Benedicto XVI, en Deus caritas est, n.25, recordó que “el amor al prójimo, enraizado en el amor a Dios, es ante todo una responsabilidad de cada fiel, pero también de toda la comunidad eclesial”. León XIV, en Dilexi te, n.37, enseña que “la opción preferencial por los pobres constituye una exigencia intrínseca de la fe cristológica”.
----------Por lo tanto, debemos tener presente que la pobreza evangélica y la opción preferencial por los pobres no son dos caminos divergentes, sino dos expresiones de la misma raíz: el seguimiento de Cristo pobre. La primera se vive en la conversión personal; la segunda, en la misión de la Iglesia que, como Cuerpo de Cristo, se inclina hacia los más pequeños. Por eso, la pregunta de Caponnetto no abre un debate legítimo, sino que introduce una dicotomía artificial. Y al hacerlo, oscurece la siempre veraz y constante enseñanza de la Iglesia, que ha sabido integrar ambas dimensiones en una única fidelidad al Evangelio.
----------3. Una reducción ideológica. Un tercer momento se advierte en el texto. Mario Caponnetto sugiere que la llamada “opción preferencial por los pobres” no sería más que una categoría nacida de la teología de la liberación, contaminada por el análisis marxista de la sociedad. Con ello, pretende desacreditarla de raíz, como si se tratara de una importación ideológica ajena a la tradición católica.
----------El problema en este modo de plantear la temática es evidente: confunde el origen histórico de una expresión con la verdad doctrinal que esa expresión designa y manifiesta. Es cierto que la fórmula “opción preferencial por los pobres” se consolidó concretamente en el contexto latinoamericano de Medellín [1968] y Puebla [1979], en diálogo con los desafíos sociales de la época. Pero reducirla a ese contexto es ignorar que su contenido está sólidamente enraizado en la Escritura y en la Tradición.
----------Habiendo llegado a este punto, se nos hace necesario recordar que el Magisterio ya discernió esta cuestión en los años '80. La Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Instrucción Libertatis nuntius [1984], advirtió con claridad sobre la incompatibilidad de los análisis marxistas con la fe cristiana. Pero dos años después, en Libertatis conscientia [1986], reafirmó con igual claridad que la opción preferencial por los pobres pertenece al corazón del Evangelio y constituye una exigencia de la caridad cristiana. Es decir: la Iglesia rechazó los excesos ideológicos, pero asumió la intuición evangélica.
----------El Magisterio ha sido explícito en este tema. Ya el papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural de la Conferencia de Obispos de Aparecida [2007], subrayaba que “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Y el papa Francisco, en Evangelii gaudium, n.198, retomó la misma idea con fuerza pastoral: “la opción por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hizo pobre”.
----------La Iglesia, por lo tanto, no ha asumido esta opción preferencial por los pobres como concesión a una moda ideológica, sino como despliegue de su propia identidad evangélica, que progresivamente va conociendo con mayor profundidad a través del tiempo. Que algunos teólogos de la liberación hayan instrumentalizado la categoría con claves marxistas no invalida su verdad teológica, del mismo modo que los abusos en torno a la noción de “pueblo de Dios” no anulan su legitimidad conciliar.
----------La reducción del Autor, entonces, es doblemente débil: primero, porque desconoce la continuidad bíblica y patrística de la opción por los pobres; segundo, porque confunde los excesos de ciertos autores con la enseñanza oficial de la Iglesia. En lugar de iluminar, su crítica oscurece y desorienta, pues presenta como sospechoso lo que el Magisterio ha confirmado reiteradamente como parte esencial de la fe.
----------4. Rechazo de la “Iglesia pobre y para los pobres”. Advierto inmediatamente una cuarta debilidad en el texto sub examine, pues su Autor se escandaliza ante una fuerte aunque bien conocida afirmación de Dilexi te en su n.48: «La teología patrística fue práctica, apuntando a una Iglesia pobre y para los pobres». Su reacción es reveladora: lo que para el papa León es síntesis de la tradición, para Caponnetto resulta sospechoso, como si se tratara de una invención reciente de cuño liberacionista.
----------Pero la historia de la Iglesia desmiente esa sospecha. Los Padres fueron contundentes al respecto: san Juan Crisóstomo enseñaba: «No hacer participar a los pobres de nuestros bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (Hom. sobre Lázaro, II, 6). San Ambrosio afirmaba: «No das de lo tuyo al pobre, sino que le devuelves lo que es suyo; porque lo que ha sido dado para uso común, tú lo usurpas» (De Nabuthe, c.12, n.53). San Basilio preguntaba: «¿No es acaso un ladrón el que, pudiendo vestir al desnudo, no lo hace?» (Hom. in Luc. 12,18).
----------Estas voces patrísticas muestran que la idea de una Iglesia pobre y para los pobres no es un injerto ideológico, sino una convicción teológica antigua: los bienes de los ricos pertenecen, en justicia, a los pobres.
----------Además, ya el papa san Paulo VI, al inaugurar la Conferencia de Obispos de Medellín en 1968, habló de la necesidad de una Iglesia que fuera realmente pobre y cercana a los pobres, confirmando oficialmente el camino abierto por el Concilio. No se trataba de una concesión a corrientes sociológicas, sino de la fidelidad al Evangelio vivido en el contexto latinoamericano.
----------La reacción del Autor, por lo tanto, incurre en un doble error: ignora la tradición patrística que el papa León recoge, y desconoce la recepción magisterial que, desde san Paulo VI, ha asumido la expresión “Iglesia pobre y para los pobres” como parte de la más genuina identidad eclesial. Lo que el Autor presenta como novedad sospechosa es, en realidad, tradición viva que atraviesa los siglos y que hoy el actual Romano Pontífice no hace más que recordar con su autoridad doctrinal y pastoral.
----------5. Desconfianza hacia el Concilio Vaticano II. La quinta debilidad de la crítica de Mario Caponnetto a la exhortación apostólica Dilexi te, es aún más reveladora. Ante la afirmación de la exhortación apostólica —«El Concilio Vaticano II fue una etapa fundamental en el discernimiento eclesial en relación a los pobres, a la luz de la Revelación» (n.84)—, el Autor responde: «Es precisamente en esta parte en la que hallamos las principales dificultades». Y añade: «Al afirmar, en efecto, que el Concilio representó una ‘etapa fundamental’ en el esclarecimiento de la conciencia de la Iglesia respecto de los pobres, está avalando sin beneficio de inventario todo lo que venimos observando en la Iglesia en estas siete décadas posconciliares». No duda incluso en hablar de los “frutos amargos del Concilio Vaticano II”.
----------Ahora bien, aquí ya no se trata de una mera crítica a la recepción del Concilio, sino de una desconfianza hacia el Concilio mismo, pues se rechaza el juicio magisterial que lo reconoce como hito providencial en la autocomprensión de la Iglesia. La objeción de Caponnetto, en el fondo, equivale a decir que el Papa se equivoca al valorar el Concilio como «etapa fundamental en el discernimiento eclesial...».
----------Pero la enseñanza de la Iglesia es clara. La constitución dogmática Lumen gentium en su n.25 recuerda que los fieles deben prestar un “religioso obsequio de voluntad y entendimiento” al magisterio auténtico del Romano Pontífice, obviamente en su modo normal u ordinario de ejercerse. Y el papa León, en continuidad con sus predecesores, afirma que el Vaticano II fue decisivo para comprender la relación de la Iglesia con los pobres. Desautorizar esto es objetivamente situarse en tensión con la comunión eclesial.
----------La paradoja es evidente: mientras el Papa se inscribe en la gran tradición conciliar y patrística, Caponnetto se coloca en una posición de sospecha permanente, que lo lleva a ver “frutos amargos” allí donde la Iglesia reconoce un don del Espíritu. Su crítica, en este punto, deja de ser un aporte legítimo al discernimiento y se convierte en un cuestionamiento frontal al Magisterio conciliar y pontificio.
----------Ciertamente, nadie puede honestamente dudar de que el tiempo del posconcilio ha visto también frutos que el Concilio no quiso, y que estamos todavía lejos de aquel "nuevo Pentecostés" augurado por el papa san Juan XXIII. Pero no debemos atribuir al Concilio mismo los malos frutos surgidos de erróneas implementaciones. A lo sumo, como señaló Benedicto XVI, puede debatirse si algunas de sus directrices pastorales fueron menos afortunadas; pero de ningún modo cabe hablar de errores en sus enseñanzas dogmáticas. De hecho, el mismo Benedicto recordó a los lefebvrianos que permanecerían en situación de cisma mientras no aceptaran plenamente las doctrinas nuevas enseñadas por el Concilio Vaticano II.
----------6. Juicio político-ideológico. En un sexto momento, Mario Caponnetto acusa al Papa de parcialidad: «Estamos cansados de estas visiones hemipléjicas», reprochándole que condene con fuerza el liberalismo económico pero no el populismo socialista. Con esta frase, el publicista porteño traslada el discernimiento magisterial al terreno de la política partidaria, como si la misión del Papa fuera mantener un “balance de condenas” para satisfacer a las distintas ideologías.
----------El problema es que el Magisterio no funciona con esa lógica. Su criterio no es la equidistancia política, sino la fidelidad al Evangelio. Cuando denuncia la idolatría del mercado, lo hace porque “la economía que mata” (Francisco, Evangelii gaudium, n.53) contradice la dignidad humana. Y cuando advierte contra el poder absoluto del Estado, lo hace porque la concentración de poder sin límites también destruye la libertad y la justicia.
----------Ya el papa san Paulo VI, en Octogesima adveniens [1971], había señalado que “ante las ideologías que pretenden explicar y dirigir la historia, el cristiano debe discernir lo que en ellas puede ser compatible con la fe y lo que la contradice” (n.26). En el Magisterio de la Iglesia no se trata de repartir condenas simétricas, sino de discernir en cada caso la idolatría que esclaviza al hombre.
----------En la misma línea, el papa Benedicto XVI, en Caritas in veritate [2009], especialmente en el n.36 y en pasajes conexos, advierte que un mercado sin reglas y un Estado sin límites pueden degenerar en auténticas “estructuras de pecado”. La Iglesia no se alinea con un bloque político, sino que denuncia toda absolutización que sustituya a Dios por el dinero o por el poder.
----------Por este motivo, la acusación de Caponnetto es injusta: pretende medir el Magisterio con categorías ideológicas, cuando en realidad la lógica del Magisterio es teológica. El Papa no habla como árbitro de partidos, sino como pastor que señala las idolatrías de cada época. Y en este sentido, Dilexi te se inscribe en la gran tradición profética de la Iglesia: proclamar que sólo Cristo es Señor, y que todo poder económico o político que se absolutiza se convierte en opresión.
----------7. La acusación más grave. El punto culminante de la crítica de Mario Caponnetto aparece en su conclusión: «Bien sabemos que la mezcla del error y de la verdad nunca es buena…». Con esta frase, aplicada a Dilexi te, el Autor no se limita a disentir de un matiz pastoral o de una opción prudencial: está afirmando que un documento pontificio que enseña sobre la fe y la vida cristiana contiene “error”.
----------La gravedad de esta acusación es evidente. La fe católica enseña que el Papa, cuando ejerce su magisterio ordinario auténtico, goza de la asistencia del Espíritu Santo para confirmar a los hermanos en la fe. Desde el Concilio Vaticano I, bajo el beato Pío IX, hasta la carta Ad tuendam fidem, bajo san Juan Pablo II, sabemos bien que el Magisterio de la Iglesia siempre goza de una garantía de verdad que excluye la posibilidad de que el Papa proponga a la Iglesia universal una doctrina errónea en materia de fe y costumbres.
----------También a su modo, el Concilio Vaticano II lo expresó con claridad en la constitución dogmática Lumen gentium: «Este religioso obsequio de voluntad y entendimiento debe prestarse de modo particular al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra». Llamar “error” a un documento pontificio que enseña la fe y la vida cristiana equivale, por tanto, a negar ese deber de obsequio y a poner en cuestión la asistencia del Espíritu Santo al Sucesor de Pedro.
----------Por eso, el papa León, con todo el peso de su infalible autoridad como Sucesor de Pedro, pudo afirmar en Dilexi te que: «La opción preferencial por los pobres constituye una exigencia intrínseca de la fe cristológica» (n.37). No hay aquí mezcla de error y verdad, sino enseñanza auténtica del Evangelio. Descalificarla como “error” no es un gesto de fidelidad crítica, sino un acto de ruptura con la comunión eclesial.
----------En este punto, es inevitable decirlo, Mario Caponnetto se descalifica a sí mismo: un católico fiel puede plantear objeciones prudenciales, puede discutir aplicaciones pastorales o medidas disciplinarias, pero no puede hablar de “error” en un documento pontificio que enseña la fe. Hacerlo es situarse fuera del marco de la obediencia debida al Magisterio y, en definitiva, poner en duda la promesa de Cristo: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32).
----------En conclusión, el examen de las siete debilidades del artículo de Mario Caponnetto muestra un mismo hilo conductor: la desconfianza hacia el Magisterio vivo de la Iglesia. Desde la objeción más superficial —la autoría del documento— hasta la más grave —atribuir “mezcla de error y verdad” a un texto pontificio—, se repite la misma actitud de sospecha, que oscurece en lugar de iluminar.
----------Dilexi te no es un panfleto ideológico ni una concesión a modas sociológicas. Es un documento magisterial que, en continuidad con Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, reafirma que la opción preferencial por los pobres pertenece al corazón de la fe cristológica y eclesiológica. Su lenguaje no inventa nada nuevo: recoge la voz de la Escritura, de los Padres, de la tradición conciliar y de la Doctrina Social de la Iglesia.
----------La crítica que lleva adelante Mario Caponnetto a la exhortación apostólica Dilexi te, al rechazar esta continuidad, es una crítica que termina descalificándose a sí misma. Repito: un católico fiel puede plantear objeciones prudenciales, puede discutir aplicaciones pastorales, pero no puede hablar de “error” en un documento pontificio que enseña sobre la fe y la vida cristiana. Hacerlo equivale a poner en duda la asistencia del Espíritu Santo al Sucesor de Pedro y, en definitiva, a situarse en tensión con la comunión eclesial.
----------Por eso, la lectura de Dilexi te debe hacerse en clave de continuidad y comunión, no de sospecha y ruptura. El verdadero desafío no es resistir al Magisterio, sino dejarse interpelar por él: reconocer que la Iglesia, fiel a su Señor, está llamada a ser “Iglesia pobre y para los pobres”, y que en esa fidelidad se juega la autenticidad de su misión en el mundo de acuerdo a la voluntad de su Fundador.
   
Fr Filemón de la Trinidad
La Plata, 19 de octubre de 2025

47 comentarios:

  1. Lo primero que habría que recomendarle a Mario Caponnetto es que escriba en una página católica, y no en una página casi lefebvriana

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  2. Estimado Dino. Escribo, mejor dicho publico, donde mis escritos tienen cabida. Además "Adelante la Fe" es una página católica. La categoría "casi lefebvriana" no la conocía. Gracias por el dato.

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    1. Dr. Caponnetto: No traté de categorías pintorescas. Si usted entiende lo que quiero decir con “casi” y lo que significa ser “lefebvriano”, creo que lo que dije se entiende. Cuando hablo de “casi lefebvriana” no lo digo en broma, sino porque Adelante la Fe se ha caracterizado por difundir contenidos que cuestionan abiertamente al Magisterio y siembran desconfianza hacia el Papa y el Concilio. Eso no es broma.
      Por supuesto, cada cual es libre de elegir dónde publicar. Pero también es cierto que el lugar donde uno publica dice mucho del marco doctrinal en el que se mueve. Y si ese marco es ambiguo o francamente contrario al Magisterio, como la página donde usted publicó su artículo, la confusión para los lectores es inevitable.
      Por eso mi comentario no era una ironía, sino una advertencia seria: un autor católico debería procurar que sus escritos aparezcan en medios claramente católicos, donde no haya dudas sobre la fidelidad al Magisterio.

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    2. Estimados Dino y Dr. Caponnetto,
      permítanme intervenir, porque quisiera hacer una breve precisión que atañe a lo que ambos han señalado. En mi análisis del artículo de Mario Caponnetto he querido ceñirme estrictamente al texto: he citado sus propias afirmaciones y las he confrontado con el Magisterio de la Iglesia. Deliberadamente no he querido entrar en el contexto —es decir, en el ámbito donde se publica o en los precedentes escritos del autor— para no prejuzgar nada y mantenerme en el plano objetivo de lo que estaba escrito.
      Ahora bien, que yo no haya querido considerar ese contexto no significa que sea irrelevante. Como bien ha indicado Dino, el lugar donde uno publica no es neutro: también dice algo del horizonte doctrinal en el que se inscribe un autor. Y si ese horizonte es ambiguo o en tensión con el Magisterio, la confusión para los lectores se multiplica.
      Por eso, mi análisis se ha limitado al texto, pero no ignoro que el contexto existe y que, en la medida en que condiciona la recepción de los escritos, también merece ser tenido en cuenta. Texto y contexto no se excluyen: se complementan. Y es precisamente en esa complementariedad donde se juega la claridad del testimonio católico.

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  3. Estimado Fray Filemón:
    He leído su comentario crítico sobre mi nota publicada en “Adelante la Fe” en la que hago algunas reflexiones respecto de Dilexi te. Si he de ser sincero, con todo respeto, creo que usted no ha entendido ni el texto ni el contexto de mi nota. Toda mi lectura de la Dilexi te está encuadrada en el marco de la gravísima crisis por la que atraviesa hoy la Iglesia. Lo digo desde el inicio y lo reitero a lo largo de todo el texto. Así, cuando afirmo que no era este el documento que esperaba, no lo digo porque sea herencia del Papa Francisco, ni por cuestionar su legitimidad ni autoría (cosa que no he hecho en absoluto) sino porque aguardaba otra cosa, es decir, “una suerte de guía a la vista de tantos y tan graves problemas que hoy afectan a la Iglesia sumergida en un clima de pavorosa confusión doctrinal y sacudida por fuertes tensiones internas que ponen en serio riesgo su misma unidad”. Es que la Iglesia en la que yo vivo y sufro está hoy asaltada por poderosos enemigos externos e interiores: el error del modernismo, como enseñaba San Pío X, se ha metido en las entrañas mismas, en las venas de la Iglesia.
    Aquí reside, Padre, el núcleo fundamental de nuestra discrepancia insalvable. Yo escribo y reflexiono a la luz de una experiencia eclesial dolorosa, de una Iglesia que hoy sufre una verdadera pasión, pues, así como Cristo padeció, también padece (y padeció) su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia.
    Usted, en cambio, escribe y razona apelando a fórmulas, legítimas y verdaderas sin duda, pero que en este contexto de pasión son letra muerta. Con toda honestidad, Padre Filemón, ¿cree usted que hoy tienen alguna vigencia real documentos como “Libertatis nuntius” o “Libertatis conscientia” o, yendo al plano litúrgico, instrucciones como “Sacramentum redemprionis (Juan Pablo II) o “Sacramentum caritatis” (Benedicto XVI)? Incluso el asentimiento y el obsequio religioso al magisterio, siempre en este contexto eclesial, se vuelve difícil para los fieles. No estoy negando el magisterio ni menos los justos límites del acatamiento que se le debe. No estoy en tensión con la comunión eclesial. Pero si un Papa, en un discurso propalado por los medios de comunicación, sostiene que todas las religiones son iguales y todas son caminos para llegar a Dios, ¿debo asentir con religioso obsequio? O, si “Amoris laetitia” niega que la ley natural sea norma y afirme la primacía absoluta de la conciencia, ¿debo asentir? Chesterton ha resumido la cuestión en una fórmula muy suya: “la Iglesia me pide que me quiete el sombrero, no la cabeza”. El magisterio es regla, pero regla segunda que depende de una regla primera, la fe. Esto no lo digo yo, sino teólogos autorizados.
    Por todo esto, creo que no es posible entablar un diálogo ni un debate que sea fructífero. Entiéndaseme bien: no estoy rehuyendo el diálogo ni el debate: por mi formación tomista nada me resulta más “connatural” que la disputatio; pero ésta ha de partir de algo común; y en este caso no se da. Nuestras vivencias eclesiales no solo son distintas: son opuestas.
    De momento, creo que lo mejor es permanecer unidos en la oración y en la comunión de los santos. En definitiva, más allá de insalvables discrepancias, usted y yo amamos a la Iglesia; y a ambos nos alienta la misma esperanza expresada en el título de su blog: linum fumigans non extinguet.
    Oremus ad invicem.
    Fraterno saludo en Jesús y María.


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    1. Estimado Dr. Caponnetto,
      antes de responder punto por punto a esta intervención suya, como corresponde al honesto diálogo (al que siempre estoy dispuesto, aunque usted lamentablemente no), permítame aclararle algunos presupuestos.
      En primer lugar debo hacer una aclaración necesaria, para que le conste tanto a usted como a quienes leen este intercambio. Las tesis que he objetado en mi entrada (al analizar el artículo por usted publicado) son tesis que no las he formulado yo, sino que las he recogido literalmente de su propio artículo, de su texto original (corríjame si no es cierto), limitándome a confrontarlas no con opiniones subjetivas mías, sino con el Magisterio de la Iglesia. Por eso lamento que en su respuesta no haya podido atender a esas objeciones puntuales, que eran el núcleo de mi análisis. Por lo tanto, si de mi parte hay predisposición al diálogo, no percibo, por desgracia, la misma disposición en mi interlocutor.
      Con sincero pesar constato que esta situación me resulta familiar: no es la primera vez que, tras plantearse objeciones al devenir de la Iglesia (como en su artículo del pasado día 19) y procurar yo responder a ellas con argumentos y textos magisteriales, el diálogo no logra proseguir en ese mismo plano. En lugar de continuar sobre los puntos concretos, suele desplazarse hacia generalidades, se desvían los temas o se marea la perdiz o bien directamente se interrumpe el diálogo.
      Se trata ésta de una dificultad que desgraciadamente se repite en ciertos ambientes: la imposibilidad de sostener un intercambio teológico sereno y fecundo hasta el final. Así pues, dejo aquí constancia de que mis objeciones a su artículo permanecen absolutamente en pie, pues no han recibido respuesta concreta de su parte, y lamento profundamente que el diálogo se haya interrumpido en el momento en que debía entrar en lo sustancial.
      Por mi parte, no tengo otra disposición que la del diálogo abierto y respetuoso. Pero resulta infructuoso cuando el interlocutor rehúye el plano argumentativo. Y debo añadir, con franqueza, que si el Magisterio de la Iglesia —conciliar y pontificio— se rehúsa aceptar o se relativiza subjetivamente como si fuera “letra muerta”, entonces no queda otro “ubi” que situarse fuera de la comunión eclesial.
      Y ello no lo digo como juicio personal (que sólo corresponde a su conciencia y a Dios), sino como constatación de lo que la Iglesia misma enseña: la comunión se sostiene en la fe compartida y en el obsequio religioso al Magisterio asistido por el Espíritu Santo. Cuando yo digo que algunos pasajes de su artículo (he señalado siete debilidades) están en tensión con la verdad católica y con la comunión eclesial, lo digo precisamente de tales pasajes.

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    2. Estimado Dr. Caponnetto,
      habiendo sentado los presupuestos que, desgraciadamente por decisión suya, le han impedido proseguir nuestro diálogo, quisiera, pese a ello, responder punto por punto a su nueva intervención, para que al menos conste y les conste a los lectores, para su propia reflexión.

      1. Usted dice: "He leído su comentario crítico... se ha metido en las entrañas mismas, en las venas de la Iglesia."
      Usted comienza afirmando que yo “no he entendido ni el texto ni el contexto” de su nota. Por cuanto respecta al “texto”, permítame decirle con toda claridad que mi análisis no se ha basado en interpretaciones subjetivas, sino en citas textuales de su propio artículo. Si he objetado determinadas afirmaciones, ha sido porque estaban expresamente formuladas en su escrito. Por tanto, no se trata de un malentendido, sino de confrontar lo que usted mismo ha asentado con el Magisterio de la Iglesia.
      Por cuanto respecta a lo que usted llama “contexto”, obviamente no lo he tenido en cuenta. Su contexto es, por ejemplo, el ámbito donde publica, o sus precedentes artículos, que conozco desde hace décadas. Deliberadamente no los he tenido en cuenta, para no prejuzgar nada, y basarme estrictamente en el “texto” de su artículo.
      Usted añade que toda su lectura de Dilexi te se encuadra en el marco de la gravísima crisis que atraviesa la Iglesia. Lo comprendo, yo soy de su misma generación y supongo que sufrimos lo mismo; no desconozco esa crisis, ni niego el dolor que provoca en tantos fieles. Pero precisamente en medio de esa crisis es cuando más necesario resulta aferrarse al Magisterio como norma segura. Si se relativiza su autoridad bajo el argumento de que “la Iglesia está asaltada por enemigos internos y externos”, sin discernirlos ni individuarlos, se corre el riesgo de convertir la crisis en justificación para desconfiar de la voz misma que el Espíritu Santo asiste para sostenernos en la verdad. Respecto al modernismo, citado por usted, le invito a repasar los artículos de mi blog, donde lo trato por extenso y repetidamente.
      Cuando usted dice que esperaba “otra cosa” del documento, entiendo su expectativa. Pero lo que la Iglesia nos ofrece en Dilexi te no es un tratado exhaustivo sobre todos los males actuales, sino una enseñanza magisterial que, como toda enseñanza pontificia, reclama acogida y obsequio religioso. El hecho de que no responda a todas sus expectativas personales no disminuye en nada su valor ni su autoridad. Nuestro deber como fieles auténticos es acoger como discípulos lo que el Papa nos indica en el aquí y ahora. ¿Acaso pretendemos nosotros saber mejor que el Vicario de Cristo lo que necesita la Iglesia?

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    3. 2. Usted dice: “Aquí reside … su Cuerpo Místico, la Santa Iglesia”.
      En este segundo pasaje, usted afirma que aquí reside el núcleo de nuestra discrepancia insalvable. Pero “insalvable” porque usted lo ha decretado así. Ni siquiera ha querido abrir el verdadero diálogo.
      Ahora bien, comprendo que usted me escribe y reflexiona a la luz de una experiencia eclesial dolorosa, de una Iglesia que hoy sufre una verdadera pasión. No niego esa experiencia, ni la desestimo: le repito que yo pertenezco a su misma generación. Y todos sufrimos, de un modo u otro, la pasión de la Iglesia, que ciertamente participa de los padecimientos del Señor. Pero conviene precisar que la pasión de Cristo no fue nunca ocasión para desconfiar del Padre, sino para abandonarse más radicalmente a su voluntad.
      Del mismo modo, la pasión de la Iglesia no puede convertirse en argumento para relativizar la voz de su Magisterio y alejarse de la comunión eclesial. Precisamente porque la Iglesia padece, necesitamos más que nunca la certeza de que el Espíritu Santo no la abandona y sigue asistiendo a sus Pastores. Si el dolor de la experiencia eclesial se absolutiza hasta convertirse en criterio que conduce al cisma, se corre el riesgo de sustituir la fe en la asistencia divina por la pura percepción subjetiva de la crisis.
      Por eso, aunque comparto su dolor, no puedo compartir la conclusión que de él usted extrae. La pasión de la Iglesia no nos autoriza a poner en duda la voz de su Magisterio, sino que nos urge a acogerla con mayor confianza, como el medio providencial por el cual Cristo mismo sostiene a su Cuerpo en medio de la prueba.

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    4. 3. Dice: “Usted, en cambio, escribe y razona apelando a fórmulas, legítimas y verdaderas sin duda … no lo digo yo, sino teólogos autorizados.”
      En tercer lugar, usted afirma que yo escribo y razono apelando a fórmulas que, en este contexto de pasión, serían “letra muerta”. Permítame decirle que esa expresión es, en sí misma, una negación del Magisterio, aunque usted inmediatamente intente aclarar que no lo niega. Porque si los documentos magisteriales —como *Libertatis nuntius*, *Libertatis conscientia*, *Redemptionis Sacramentum* o *Sacramentum caritatis*— se convierten en letra muerta por el solo hecho de que la Iglesia atraviesa una crisis, entonces el Magisterio deja de ser voz viva del Espíritu Santo y se reduce a un archivo histórico. Y eso es exactamente lo contrario de lo que la Iglesia enseña sobre su propia naturaleza.
      Usted me pregunta si creo que esos documentos tienen hoy alguna vigencia real. La respuesta es clara: sí, la tienen, porque la vigencia de un documento magisterial no depende de la percepción subjetiva de su eficacia sociológica, sino de la autoridad con que ha sido promulgado. Mientras no sean abrogados, siguen siendo expresión auténtica del Magisterio y reclaman el obsequio religioso de la inteligencia y de la voluntad. Usted ha señalado al modernismo como prioritaria causa de la crisis, y lleva razón; pues bien, el remedio al modernismo (y al pasadismo que es funcional al modernismo, como su falsa reacción) es precisamente la plena aplicación del Magisterio del Concilio Vaticano II.
      Usted añade que incluso el asentimiento y el obsequio religioso al Magisterio se vuelve difícil para los fieles en este contexto. No lo niego: ciertamente puede resultar difícil. Pero la dificultad no anula la obligación. La fe no se mide por la facilidad de la adhesión, sino por la confianza en la asistencia divina que sostiene a la Iglesia incluso en la oscuridad.
      En cuanto a los ejemplos que usted trae —un discurso mediático atribuido al Papa, o una interpretación de *Amoris laetitia*—, conviene distinguir. No todo lo que se difunde en los medios es Magisterio, y no toda interpretación de un texto pontificio es fiel a su intención. El obsequio religioso se debe a los actos auténticos del Magisterio, no a frases descontextualizadas ni a lecturas sesgadas.
      Finalmente, usted afirma que el Magisterio es “regla segunda” dependiente de una “regla primera” que sería la fe. Pero la *regula fidei* no existe en abstracto, separada del Magisterio: se nos da precisamente a través de la enseñanza viva de la Iglesia. Pretender una fe que juzga al Magisterio desde fuera (como ocurrió en Lutero, o en Lefebvre) es invertir el orden querido por Cristo, que confió a Pedro y a los Apóstoles la misión de confirmar a los hermanos en la fe.
      Por eso, aunque usted diga que no niega el Magisterio, en la práctica lo relativiza hasta vaciarlo de su fuerza vinculante. Y esa es, precisamente, la raíz de nuestra discrepancia.

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    5. 4. Usted dice: “Por todo esto, creo que no es posible … Fraterno saludo en Jesús y María.”
      En cuarto lugar, usted concluye afirmando que no es posible continuar un diálogo fructífero, y que la disputatio exige un punto común que aquí no se da. Permítame observar que ese punto común sí existe: es la fe católica, sostenida y transmitida por el Magisterio de la Iglesia. Si usted lo niega, no es porque falte el fundamento, sino porque usted mismo lo ha descartado como base compartida. La disputatio tomista no se funda en “vivencias eclesiales” —que pueden ser distintas o incluso opuestas—, sino en la verdad de la fe custodiada por el Magisterio. ¿Es realmente a Santo Tomás de Aquino a quien usted invoca?
      Por eso, cuando usted dice que nuestras vivencias son opuestas y que allí radica la imposibilidad del diálogo, en realidad está sustituyendo el verdadero fundamento de la comunión por un criterio subjetivo. La comunión eclesial no se sostiene en experiencias personales, sino en la adhesión común a la enseñanza de la Iglesia.
      Aprecio, sin embargo, que invoque la comunión de los santos y la oración mutua.
      - En eso, ciertamente, podemos y debemos permanecer unidos. Pero esa unión espiritual no puede convertirse en excusa para dejar sin respuesta las objeciones doctrinales, ni para relativizar la verdad que el Magisterio enseña con autoridad.
      Coincido con usted en que ambos amamos a la Iglesia y compartimos la esperanza expresada en el título de este blog: linum fumigans non extinguet. Precisamente por ese amor y esa esperanza, insisto en que el camino no es abandonar la disputatio ni declarar “insalvables” las discrepancias, sino afrontarlas con la confianza de que la verdad católica, custodiada por el Magisterio, es el terreno común que nunca falta.
      Si en algún momento desea reiniciar el diálogo, le invito entonces a retomarlo no a partir de esta mi circunstancial respuesta en el foro, sino a partir de mi análisis de su artículo, y le aseguro que encontrará en mí un interlocutor siempre dispuesto a recibir correcciones, aclarar dudas y responder objeciones.

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  4. Sergio Villaflores22 de octubre de 2025, 7:33

    Sr. Caponnetto: no salgo de mi asombro. No entiendo cómo es posible que usted afirme cosas como éstas: "la Iglesia en la que yo vivo y sufro está hoy asaltada por poderosos enemigos externos e interiores: el error del modernismo, como enseñaba San Pío X, se ha metido en las entrañas mismas, en las venas de la Iglesia", con lo cual tiene toda la razón, y con usted estoy plenamente de acuerdo, pero luego, afirme que: "no es posible entablar un diálogo ni un debate que sea fructífero ... la disputatio ... ha de partir de algo común; y en este caso no se da. Nuestras vivencias eclesiales no solo son distintas: son opuestas..."
    ¿Se dá cuenta de lo que usted está diciendo? Lo que usted considera lo "común" a dos católicos, sería una "vivencia", y no la Fe compartida tal como la enseña el Magisterio instituido por Cristo. Por eso le pregunto, ¿qué diferencia tiene su fe basada en "vivencias" con el modernismo explicado y condenado por san Pío X. Vuelva a leer la Pacendi, y verá que tengo razón en lo que le digo.
    En otras palabras: usted dice que el actual enemigo de la Iglesia es el modernismo, pero luego rehusa el diálogo precisamente por una afirmación de puro cuño modernista: la fe "vivencial", la fe subjetiva... ¿en qué se diferencia usted de Lutero o de Lefebvre, como dice el padre Filemón?

    Sergio Villaflores (Valencia, España)

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    1. Sergio: tiene usted toda la razón... Es una contradicción a todas luces... Pero seamos benevolentes... Ha sido un lapsus de distracción del señor Mario Caponnetto... aunque afecta al núcleo de su discurso, el cual no tiene así ni pies ni cabeza...

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    2. Estimado Sergio,
      agradezco su intervención, que pone de relieve una contradicción que también yo he querido señalar. En efecto, el Dr. Caponnetto denuncia con razón el modernismo como enemigo de la Iglesia, pero luego rehúsa el diálogo apelando a un criterio que, paradójicamente, reproduce la lógica modernista: reducir la fe común a una “vivencia” subjetiva.
      Permítame, sin embargo, precisar algo. En mi análisis del artículo del 19 de octubre he querido ceñirme estrictamente al texto, sin entrar en contextos ni en trayectorias previas, justamente para no prejuzgar. Por eso, cuando señalo siete debilidades en su escrito, lo hago sobre la base de lo que allí está expresamente dicho, y no sobre supuestos.
      Ahora bien, lo que usted advierte es cierto: si el fundamento de la disputatio se desplaza de la fe compartida —tal como la enseña el Magisterio instituido por Cristo— hacia las “vivencias” personales, entonces se adopta un criterio típicamente modernista. Y es aquí donde se produce la contradicción: denunciar el modernismo y, al mismo tiempo, razonar con categorías modernistas.
      Para colmo, en su ceguera, el Dr. Caponnetto cita la encíclica Pascendi, pero él cae precisamente en la condena de san Pío X en su famosa encíclica. Y para ello basta con remitirnos a los nn.6-7 en la edición del archivo de la web de la Santa Sede.
      En la traducción oficial al español de la Santa Sede: n. 6: Pío X explica que, para los modernistas, la religión nace de una necesidad interior: “La religión, ya en el hombre como fenómeno de la conciencia, debe explicarse por la vida misma de la conciencia. (…) La fe, según ellos, nace de una necesidad del alma, que, movida por el sentimiento, se inclina hacia lo divino.” Y en el n. 7: se precisa que la fe, entendida así, no es un acto de la inteligencia que asiente a la verdad revelada, sino un sentimiento subjetivo: “De aquí se sigue que la fe, para el modernista, es algo que pertenece al sentimiento, y que, por tanto, está sujeta a las vicisitudes del sentimiento mismo.”
      Por eso insisto: el terreno común de todo diálogo católico no son las "vivencias" como quisiera Caponnetto en su modernismo, sino la fe de la Iglesia, custodiada y transmitida por el Magisterio. Allí está el punto de encuentro que nunca falta, aunque las experiencias personales o vivencias o sentimientos sean diversas o incluso dolorosas.

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    3. Estimada Rosa Luisa,
      valoro su benevolencia, que siempre es necesaria en el trato entre católicos. Sin embargo, en este caso puntual sospecho que no se trate de un mero lapsus de distracción. La contradicción que señalamos afecta al núcleo mismo del planteo del Dr. Caponnetto: por un lado denuncia el modernismo como enemigo de la Iglesia, y por otro adopta un criterio típicamente modernista al reducir la fe común a “vivencias” subjetivas.
      No es, pues, un descuido pasajero, sino una tensión de fondo que explica por qué el diálogo se interrumpe: cuando se sustituye la fe custodiada por el Magisterio por la experiencia personal como criterio último, ya no hay base común para la disputatio.

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  5. He leído el artículo de Mario Caponnetto, y efectivamente, lo que aquí se dice es cierto: desautoriza al Concilio Vaticano II y al magisterio postconciliar, por ejemplo, al negar peso doctrinal a la doctrina cristológica y eclesiológica de la opción preferencial por los pobres, a la cual, incluso la quiere vincular con la teología de la liberación entendida de modo fundamentalista, es decir, rechazándola de plano, cuando el propio magisterio pontificio le reconoce aspectos valiosos y rescatables. Encima de ello, en el orden metodológico, se autodefine "tomista" pero niega la posibilidad de la disputación teológica por el hecho de que no se comparte la misma fe entendida como "vivencia". Una postura ni tomista, ni siquiera católica, sino modernista, aunque en el ámbito pasadista!!! Todo un cortocircuito mental.

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    1. Estimado Marcelo,
      le agradezco su aporte, que recoge con claridad dos aspectos centrales: por un lado, la desautorización práctica del Concilio Vaticano II y del Magisterio postconciliar; por otro, la contradicción metodológica de invocar el tomismo y, al mismo tiempo, negar la disputatio sobre la base de una fe reducida a “vivencia”.
      Permítame, sin embargo, precisar algo. En mi análisis he querido ceñirme al texto del artículo del Dr. Caponnetto, sin entrar en contextos ni trayectorias previas, justamente para no prejuzgar. Por eso, cuando señalo siete debilidades, lo hago sobre lo que está expresamente escrito. Ahora bien, como usted indica, esas debilidades se manifiestan en dos planos: 1. el plano doctrinal, al relativizar enseñanzas magisteriales como la opción preferencial por los pobres, que el Magisterio pontificio ha reconocido y encuadrado en la cristología y la eclesiología católicas. 2. El plano metodológico, al invocar a Santo Tomás pero negar la posibilidad misma de la disputatio, sustituyendo la fe común por vivencias subjetivas.
      Coincido en que esa combinación resulta contradictoria. Prefiero, no obstante, expresarlo en términos menos irónicos: no se trata de un “cortocircuito mental”, sino de una incoherencia doctrinal y metodológica que, en efecto, deja sin fundamento el diálogo. Por cierto, Caponnetto sin duda pertenece a una corriente en tensión con la Sede Apostólica desde el ámbito pasadista, y sin embargo, ha terminado con toda posibilidad de diálogo recurriendo a un argumento típicamente modernista.

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    2. Marcelo. Con todo respeto creo que el "cortocircuito mental" lo tiene usted. Resulta que ahora yo entiendo la teología de la liberación y sus diversas formulaciones con un criterio "fundamentalista". La entiendo, o procuro entenderla, desde la fe y la auténtica teología católica. Ahora, si eso es "fundamentalismo" allá usted. Tampoco he dicho que entiendo la fe como vivencia. No me refería a la fe sino a dos modos dsitntos o a dos visiones distintas de la actual situación de la Iglesia. A veces me pregunto en qué Iglesia viven algunos católicos que se niegan a ver la dolorosa realidad de confusión y división que afecta hoy a la Esposa de Cristo y hablan como si no pasara nada. Además, quiero suponer que acusarme de modernista responde a una errónea o prejuiciosa lectura de mi escrito y no directamente a mala fe. Dios lo bendiga.

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    3. Estimado Dr. Caponnetto: Gracias por su respuesta. Permítame aclarar algunos puntos. Cuando hablé de un criterio “fundamentalista” respecto a la comprensión de la teología de la liberación, lo hice considerando el modo en que en su artículo se rechaza de plano la llamada teología de la liberación, vinculándola sin más con una versión extrema de la misma, es decir, la de perfil marxista. El Magisterio, en cambio, ha reconocido valores positivos e instancias rescatables, que usted no ha tenido en cuenta. Y digo que no lo ha hecho porque en su artículo ha rechazado de plano toda teología de la liberación. Pues bien, esa postura no está de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia.
      En segundo lugar, usted dice que no habló de la fe como “vivencia”, sino de visiones distintas de la situación de la Iglesia. Sin embargo, en su propio texto afirmó que no había posibilidad de disputatio porque no había base común para el diálogo, en razón de que sus “vivencias eclesiales” y las del padre Filemón de la Trinidad eran opuestas. Allí está el problema: la base común que constituye la unidad entre los católicos es la fe común. Si usted niega que exista esa base común, custodiada por el Magisterio, y la sustituye por experiencias o vivencias subjetivas como criterio de comunión, reafirmo mi interpretación: se trata de una contradicción suya de cuño modernista. Le invito a releer la Pascendi.
      Finalmente, comparto con usted la preocupación por la dolorosa situación de la Iglesia. Pero precisamente en tiempos de confusión y división, el camino no es relativizar el Magisterio ni reducirlo a letra muerta, sino acogerlo como el punto firme que nos permite discernir y dialogar en la verdad. En esto coincido plenamente con lo que le expresó el padre Filemón de la Trinidad.

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  6. Estimado Fray Filemón:
    No creí oportuno ni provechoso un diálogo o un debate no por las razones que usted supone. Sé muy bien que ningún debate se sustenta en “vivencias” sean eclesiales o de cualquier otra naturaleza. No ha sido esa, repito, la razón. En todo caso, las “vivencias” (expresión que reconozco pude prestarse a equívocos) aludían a una distinta y opuesta percepción de un dato objetivo: la actual situación de la Iglesia. La expresión que “no hay nada en común” se refería a ese dato objetivo y concreto, no a la fe que, en ningún momento, puse en duda que nos es común. Vaya la aclaración por si no me expresé con la debida claridad.
    Dicho esto, consideré terminado nuestro intercambio epistolar. Pero si un sacerdote se toma la molestia de responderme extensamente, me parece cuanto menos descortés o, incluso, una falta a la caridad fraterna, no corresponder. Paso, pues, a hacerle llegar algunas observaciones y aclaraciones respecto de su último mensaje.


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    1. Estimado Mario,
      me complace que haya finalmente optado por entablar el diálogo que en un primer momento había rehusado. Le agradezco sinceramente esta actitud, que muestra su disposición a reconsiderar y a abrirse a una conversación honesta. En definitiva, ¿cómo podríamos proceder de otro modo quienes decimos tener a santo Tomás de Aquino como maestro en el arte de pensar la fe y de ejercitar la disputatio?

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  7. 1. Dice usted que su crítica “no se ha basado en interpretaciones subjetivas, sino en citas textuales de su propio artículo. Si he objetado determinadas afirmaciones, ha sido porque estaban expresamente formuladas en su escrito. Por tanto, no se trata de un malentendido, sino de confrontar lo que usted mismo ha asentado con el Magisterio de la Iglesia”.
    En primer lugar, no niego que usted se haya basado en afirmaciones de mi propio escrito: solo sostengo que sus interpretaciones han sido, no subjetivas como usted dice, sino inapropiadas. Vayamos a algunos ejemplos. Usted dice, en la primera de sus siete objeciones, que yo he cuestionado la autoría y la legitimidad del documento por el hecho de ser éste una herencia del Papa Francisco al que León XIV ha añadido algunas reflexiones como, por otra parte, lo dice expresamente el Papa reinante. Yo solo me limité a decir que, en el contexto de la actual crisis que atraviesa la Iglesia, esperaba otra cosa. Ahora bien, esperar otra cosa, un documento que apuntara a esta crisis, no significa desconocer la legitimidad ni la autoría del documento que finalmente se nos dio. Por elemental lógica va de suyo que esperar una cosa no significa deslegitimar ni rechazar lo que llega en su lugar. Además, lo digo expresamente: reconozco que el Papa habrá tenido sus razones para obrar a así: no las cuestiono. ¿Quién soy yo para decir qué debe hacer o no hacer el Papa? Por tanto, una vez asentada como primera reflexión, que este no era el documento esperado, paso de inmediato a comentar el texto pontificio.

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    1. Estimado Mario,
      celebro que reconozca que, al señalar yo las siete debilidades de su artículo, me he basado en afirmaciones de su propio texto y no en impresiones subjetivas. Ahora bien, sin embargo, usted sostiene que mis interpretaciones serían inapropiadas. Responderé a ello punto por punto.
      Por cuanto respecta a su primera respuesta, valoro que usted haya dejado en claro que no pretendió desconocer ni la autoría ni la legitimidad de la exhortación Dilexi te. Ahora bien, mi objeción no se refería a lo que usted haya querido decir en su fuero interno, sino a lo que efectivamente escribió.
      Cuando se afirma que Dilexi te es “una herencia de Francisco” a la que el papa León añadió algunas reflexiones (aún cuando eso lo haya narrado también León XIV en Dilexi te), la impresión que se transmite al lector es que el documento carece de plena originalidad y, por tanto, de peso propio. Y si a eso se añade la contraposición con lo que usted “esperaba” —un texto que abordara directamente la crisis actual—, el efecto es el de relativizar el valor del documento recibido.
      Me explico: por más que el Santo Padre haya expresado que añadió algunas reflexiones, usted debe tener en cuenta que todo, absolutamente todo el texto del documento, es de la autoría de León, y por eso lo firma como propio, y lo propone a la Iglesia universal como Magisterio vinculante. Eso está indicado en la frase: "Habiendo recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío —añadiendo algunas reflexiones— y proponerlo al comienzo de mi pontificado...", y aún cuando no hubiera existido esta frase, igualmente todo el texto debe ser recibido como de autoría propia y directa de León. No existe otra posibilidad de interpretación. Todos los documentos pontificios son así. Por caso, la encíclica Pascendi decimos que es de san Pío X. ¡Correcto! Es con la autoridad docente del Sucesor de Pedro que se ha escrito la Pascendi, aunque todos podamos sensatamente suponer que no haya nacido originalmente de la mente teológica del papa Sarto, sino de sus colaboradores.
      Por eso señalé que allí usted insinuaba un cuestionamiento de la autoría y de la legitimidad del texto. No porque usted lo haya declarado expresamente, sino porque la formulación elegida conduce a esa lectura. En teología, como usted bien sabe, no basta con la intención subjetiva: también importa la objetividad de las expresiones, que forman criterio en los lectores.
      El principio es claro: la autoría magisterial corresponde siempre al Papa que firma y promulga el texto, sea cual fuere el origen de los borradores o la continuidad con pontificados anteriores. Cuando san Juan Pablo II, por ejemplo, cita una frase de San Cipriano de Cartago, la frase citada, aunque haya tenido su origen en Cipriano, ahora es formulada por el Vicario de Cristo, y tiene un peso muchísimo mayor que cuando la formulara Cipriano. Lo mismo si el Santo Pontífice cita una frase de Pío XII o de cualquier predecesor. La continuidad, lejos de ser signo de debilidad, es expresión de la fidelidad del Espíritu que guía a la Iglesia a lo largo de los pontificados.

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  8. Otros ejemplos: en la tercera objeción me reprocha usted haber incurrido en una “reducción ideológica”. Pero, estimado Padre, ¿quiénes incurren en una reducción ideológica, los teólogos liberacionistas o los que, como en mi caso, modestamente advertimos acerca del grave peligro de ideologizar la fe? Tampoco es pertinente acusarme de rechazar “una Iglesia pobre y para los pobres” (cuarta observación); ocurre lo mismo que con lo anterior: entiendo que se trata de una expresión equívoca, ajena a los Padres y a las órdenes mendicantes (aludidos en la Exhortación Dilexi te) y, por tanto, es inconveniente leer el pasado con categorías actuales, máxime si éstas son equívocas por decir lo menos.
    Tampoco se desprende de mi texto (ni de ninguno de mis escritos que usted afirma haber seguido, cosa que le agradezco) que desconfío del Vaticano II (observación quinta). Solo que me cuento entre aquellos que no cierran los ojos ante la realidad: a favor de un supuesto “espíritu conciliar” se han cometido y se cometen graves atropellos a la recta doctrina católica. El mismo Benedicto XVI advirtió acerca de una “hermenéutica de la ruptura” a la que opuso una “hermenéutica de la continuidad” (Discurso a la Curia Romana en las vísperas de la Navidad de 2005) y de un “concilio de los medios” opuesto a un “concilio de los Padres”, añadiendo que el primero fue el que llegó a los fieles en detrimento del segundo (Encuentro con los párrocos y el clero de Roma, 14 de febrero de 2013). De acuerdo con su razonamiento ¿Benedicto XVI habría incurrido en desconfianza hacia el Concilio?
    Pero lo más curioso, por decir lo menos, es lo que afirma su sexta observación: cuando digo que a una expresa condena de la ideología del mercado no sigue una igual condena al socialismo, usted escribe: “el publicista porteño traslada el discernimiento magisterial al terreno de la política partidaria, como si la misión del Papa fuera mantener un ‘balance de condenas’ para satisfacer a las distintas ideologías”. Dejo pasar la expresión despectiva de “publicista porteño”; pero, Padre Filemón, ¿en serio usted cree que el liberalismo y el comunismo son cuestiones partidarias y no dos ideologías funestas intrínsecamente contrarias a la Fe católica? ¿En serio cree que pedir que se condenen estas dos ideologías es pretender que el Magisterio arbitre en cuestiones de partidos políticos? Me asombra. En cuanto al asunto del Magisterio (séptima observación), lo dejo para más adelante. En resumen, voy a esto, Padre: sus siete argumentaciones me parecen fundadas en equívocos y en interpretaciones arbitrarias de mi texto. Por eso afirmé que usted no había entendido ni el texto ni el contexto de mi nota.

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    1. Estimado Mario,
      en esta intervención suya, valoro, ante todo, que haya querido responder de manera más detallada a mis observaciones: indudablemente esto enriquece el diálogo y nos permite precisar mejor las cuestiones. Paso, entonces, a responderle punto por punto.

      a) Por cuanto respecta a la “reducción ideológica” (3ª objeción), no puedo menos que coincidir plenamente con usted en que es legítimo y necesario advertir contra el peligro de ideologizar la fe. Esa preocupación es justa y compartida y, al fin de cuentas, es el propósito de mi modesto blog, que intenta hacer un humilde aporte para remediar la abrumadora crisis eclesial en la que vivimos, fruto de una pavorosa disputa entre dos partidos o facciones ideológicas extremizadas, el modernismo y la falsa reacción que le es funcional, el pasadismo (o "indietrismo" como supo llamarlo el papa Francisco). Hace sesenta años que la gran masa de fieles católicos simples y auténticos se ven tironeados por esos dos extremismos. Solucionar esta situación es la gran tarea que tiene el Papa por delante y es alentador que, al menos a nivel de sus intenciones, se haya presentado como buscador de paz y unidad en la Iglesia.
      Ahora bien, lo que señalé en mi crítica es que el rechazo en bloque que usted hace de la teología de la liberación, sin distinguir entre sus diversas corrientes (distinción que sí, efectivamente, ha hecho el Magisterio), constituye precisamente una reducción ideológica. El Magisterio ha condenado con claridad los elementos de cuño marxista, pero también ha reconocido aspectos positivos y rescatables. Negar esa distinción es lo que convierte su planteo en una reducción.

      b) Por cuanto respecta a “una Iglesia pobre y para los pobres” (4ª objeción), usted lleva razón en advertir que algunas expresiones modernas pueden ser equívocas. No obstante, declarar que esta fórmula, “una Iglesia pobre y para los pobres”, es “ajena” a los Padres y a las órdenes mendicantes resulta inexacto. La tradición de la Iglesia está llena de testimonios sobre la pobreza evangélica, la opción por los pobres y el testimonio de los mendicantes como configuración con Cristo pobre. Al respecto, las citas magisteriales referidas al valor cristológico y eclesiológico de la expresión "Una Iglesia pobre y para los pobres" serían innumerables, y aquí no hay espacio; por lo que cito tan sólo una: «Así como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, así también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación» (Lumen gentium n.8). La expresión puede ser reciente, pero el contenido es tradicional. Por eso, más que rechazar la fórmula, es necesario discernir su sentido auténtico a la luz de la tradición viva.

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    2. c) Por cuanto respecta al Concilio Vaticano II (5ª objeción), debo precisar lo siguiente. Usted afirma que “a favor de un supuesto espíritu conciliar se han cometido y se cometen graves atropellos a la recta doctrina católica”. Es cierto que tales abusos existieron y existen, y es legítimo denunciarlos. Pero el modo en que usted lo formula deja en penumbra la distinción fundamental entre el Concilio mismo y las interpretaciones abusivas posteriores. Benedicto XVI, en su célebre discurso a la Curia del 22 de diciembre de 2005, fue muy claro: el problema no es el Concilio, sino la hermenéutica de la ruptura. Por eso, cuando usted habla de “espíritu conciliar” sin afirmar explícitamente su adhesión positiva al Vaticano II, transmite al lector la impresión de que el Concilio en cuanto tal es sospechoso. Y esa impresión es la que yo señalé como una actitud de desconfianza. De hecho, existe un falso "espíritu conciliar" que es el que san Paulo VI llamó "magisterio paralelo", y hay un auténtico "espíritu conciliar", que es el que ha guiado y guía a todos los Papas del postconcilio, hasta Francisco y León, a ofrecernos como han venido ofreciendo la recta interpretación del Concilio para su recta y plena aplicación.
      Lo que corresponde, entonces, es afirmar con toda claridad la autoridad del Concilio como parte del Magisterio solemne y vinculante de la Iglesia; sólo desde esa afirmación inequívoca es posible denunciar con legitimidad las lecturas rupturistas que lo deforman.

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    3. d) Por cuanto respecta al liberalismo y comunismo (6ª objeción), debo comenzar por una aclaración terminológica. Usted considera despectiva la expresión “publicista porteño”. No lo es en absoluto. Yo mismo soy publicista, además de doctor en filosofía y teología, como lo fue Castellani, además de doctor en filosofía y teología, y usted mismo lo es, además de médico. El término “publicista” designa a quien interviene en el espacio público con escritos de opinión y análisis; no lleva en sí ninguna connotación peyorativa. Por lo demás, usted es nacido en Buenos Aires, como yo soy nacido en Mendoza.
      Dicho esto, paso al fondo de la cuestión. Usted me pregunta si creo que el liberalismo y el comunismo son meras cuestiones partidarias. Evidentemente no lo creo, si se entiende "partidario" en el sentido de "partido político". Pero al decir "partidario" yo no estoy hablando de "partidos políticos". Así, cuando dije antes que la crisis actual de la Iglesia tiene por causa la lucha entre modernistas y pasadistas, estoy hablando de dos partidos, en sentido genérico, dos partidos ideologizados.
      Pues bien, liberalismo y comunismo son eso, dos ideologías que contienen tesis intrínsecamente contrarias a la fe católica, y así lo ha enseñado abundantemente el Magisterio: baste recordar Mirari Vos de Gregorio XVI, Quanta Cura y el Syllabus de Pío IX, Rerum Novarum de León XIII, Quadragesimo Anno de Pío XI, y las condenas explícitas al comunismo en Divini Redemptoris.
      Mi observación no negaba esto, sino que señalaba otra cosa: que no corresponde exigir a cada documento pontificio una condena simétrica de todas las ideologías contrarias a la fe. El Magisterio no funciona como un “balance de condenas” para satisfacer expectativas políticas, sino que discierne según la materia, el tiempo y los destinatarios. Puede denunciar una injusticia concreta —como la idolatría del mercado— sin necesidad de enumerar en ese mismo texto todas las demás ideologías condenadas en otras ocasiones.
      Por eso dije que trasladar el discernimiento magisterial al terreno de la “simetría de condenas” equivale a politizarlo indebidamente. No porque liberalismo y comunismo sean meras cuestiones partidarias (de partidos políticos), sino porque la exigencia de que el Papa condene siempre a ambos en paralelo responde más a una lógica de equilibrio político que a la lógica propia del Magisterio.
      En resumen, aprecio que haya explicitado sus objeciones y que podamos discutirlas con mayor detalle. Sin embargo, varias de sus defensas descansan en confusiones de categorías o en exigencias impropias al Magisterio. Mi método seguirá siendo ceñirme al texto y a la tradición viva de la Iglesia, distinguiendo siempre entre lo que el Magisterio enseña y lo que nuestras expectativas personales quisieran que dijera, porque sólo así se salvaguarda la comunión eclesial y la verdad de la fe.

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  9. 2. Ahora bien, respecto de la grave crisis de la Iglesia a la que yo aludo como el contexto de mis escritos, usted responde: “Lo comprendo, yo soy de su misma generación y supongo que sufrimos lo mismo; no desconozco esa crisis, ni niego el dolor que provoca en tantos fieles. Pero precisamente en medio de esa crisis es cuando más necesario resulta aferrarse al Magisterio como norma segura. Si se relativiza su autoridad bajo el argumento de que ‘la Iglesia está asaltada por enemigos internos y externos’, sin discernirlos ni individuarlos, se corre el riesgo de convertir la crisis en justificación para desconfiar de la voz misma que el Espíritu Santo asiste para sostenernos en la verdad”.
    No sabía que pertenecemos a la misma generación y me complace saber que también usted conoce, vive y sufre la crisis de la Iglesia. Desde luego que ante esta crisis hay que aferrarse al Magisterio (y lo mismo a la Tradición) como norma segura. Coincido plenamente. Pero no es justo que usted sostenga que yo tome la situación actual de la Iglesia, asaltada por enemigos externos e internos (a los que individualizo perfectamente), como un justificativo para desconfiar de la voz del Espíritu Santo que siempre asiste a su Iglesia. Me permito confesarle que no desconfío de la voz del Espíritu Santo sino de cuanta docilidad a esa Voz presten muchos de nuestros pastores. Ese es el punto.

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    1. Estimado Mario,
      efectivamente, pertenecemos a la misma generación y, si usted hubiera podido conocer mis publicaciones en este blog podría haber advertido hasta qué punto hablo casi cotidianamente de la actual crisis de la Iglesia, de sus causas, y de sus remedios.
      Me complace que en esta intervención usted haya querido precisar su pensamiento sobre la crisis de la Iglesia y sobre la necesidad de aferrarnos a las fuentes de la divina Revelación, Escritura y Tradición, tal como nos son enseñadas por el Magisterio de la Iglesia, pues es la única forma que tenemos de conocerlas (ni por una suerte de contacto directo con la Escritura, como imaginó Lutero, ni por un contacto directo con la Tradición, como fantaseó Lefebvre). Coincido plenamente con usted en que, en medio de la confusión actual, no hay otro camino seguro que la fidelidad al Magisterio vivo de la Iglesia, cuyos custodios son los Papas y los Concilios bajo los Papas.
      Ahora bien, debo aclarar el punto en el que surgió nuestra diferencia. Usted afirma que no desconfía de la voz del Espíritu Santo, sino de la docilidad que muchos pastores prestan a esa Voz. Entiendo la distinción, pero me parece insuficiente y riesgoso hablar de modo tan genérico. El Magisterio no es una voz paralela al Espíritu, sino precisamente el lugar donde el Espíritu asiste a los pastores en cuanto enseñan en comunión con el Papa. Pero es claro que la asistencia del Espíritu Santo no garantiza la santidad personal de cada pastor, aunque sí asegura la indefectibilidad de la Iglesia en su enseñanza auténtica. Para entenderlo basta con tener siempre presente la simple distinción entre lo doctrinal y lo pastoral. El Papa (y los Obispos en comunión con el Papa) es indefectible cuando enseña la doctrina a toda la Iglesia. El Papa no puede pecar contra la virtud de la fe, aunque no es impecable en todas las demás virtudes.
      Por eso, cuando se introduce una sospecha generalizada sobre la docilidad de "los pastores", el efecto práctico es debilitar la confianza en el Magisterio mismo. Y ese es el riesgo que señalé: que la crisis se convierta en justificación para relativizar la voz que, aun en medio de las tormentas, el Espíritu Santo no deja de asistir.
      Otra cosa distinta es la legítima crítica a errores prudenciales, a omisiones o a actitudes personales de algunos pastores. Eso es necesario y saludable. Pero no puede confundirse con una desconfianza hacia el Magisterio pontificio o conciliar en cuanto tal, que es siempre norma segura de fe. En todo caso, esos enemigos "internos y externos" como dice usted, hay que individualizarlos prudencialmente, si es necesario en algunos casos con nombre y apellido.
      En definitiva, lo que corresponde es mantener firme la adhesión al Magisterio como voz asistida por el Espíritu, y al mismo tiempo ejercer la crítica legítima a las deficiencias humanas de quienes lo ejercen. Sólo así se evita caer en la trampa de un subjetivismo que selecciona qué aceptar y qué rechazar según criterios propios, y se salvaguarda la comunión eclesial en la verdad de la fe.

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  10. 3. En cuanto al Magisterio, nunca he dejado de reconocerlo ni de acatarlo con religioso obsequio como manda la Iglesia. Sé también que en cuanto es regla segunda resulta inseparable de la regula fidei. (No soy luterano, Padre; no fui yo quien en 2017 colocó una estatua de Lutero en el Vaticano y lo llamó “testigo del evangelio”. Tampoco pertenezco a los lefebvritas que suelen atacarme). Sé también que el magisterio ordinario no goza del carisma de la infabilidad lo cual no nos exime de la obligación de acatarlo con religioso obsequio. No estoy en tensión con la comunión eclesial ni menos fuera de ella. ¡Líbreme Dios de esto! Pero, deberá admitir Padre que en esta gravísima crisis de la Iglesia también el Magisterio se ve involucrado.
    ¿En qué sentido se ve involucrado? Primero, que en gran medida se lo desoye. Cuando yo digo que “Libertatis nuntius”, “Libertatis conscientia”, “Redemptionis Sacramentum” o “Sacramentum caritatis” (por poner solo algunos ejemplos) son letra muerta no estoy negándolos (otra vez usted no me entiende). ¡Todo lo contrario! Estoy señalando, como uno de los signos de la actual crisis de la Iglesia, que esos sabios documentos no se acatan y aunque no siempre se los niegue expresamente, se sigue actuando como si no existieran. Ahora bien, si pregunto por su vigencia real en la Iglesia de hoy no estoy diciendo que per se han perdido vigencia (va de suyo que la conservan) sino que no se los atiende, se los contradice, se los ignora. En nuestro país, por ejemplo, los curas “opcionistas” (y algunos obispos por desgracia) siguen prestando su apoyo a ideologías contrarias a la fe. Si el Arzobispo de Palermo (Sicilia, Italia) entra a celebrar misa en bicicleta quiere decirme, Padre, ¿dónde quedan no ya SR y SC sino la misma “Sacosantum concilium”? Los ejemplos sobran y, por desgracia, no son hechos aislados, sino que se reiteran y van como marcando una “forma mentis” cada vez más extendida. Pero a estos nadie los reprende; somos nosotros, los que solo pretendemos defender la integridad de la fe y la dignidad de la liturgia, los acusados de romper la comunión eclesial.
    Segundo, ocurre que también el mismo Magisterio (y esto no es negarlo en absoluto) se ha vuelto, en ocasiones, problemático. Me permito trascribirle un texto de Monseñor Athanasius Schneider: “En el caso evidente de algunas declaraciones del Concilio Vaticano II y algunas declaraciones del Magisterio posconciliar, el Magisterio de la Iglesia, debido a circunstancias históricas desfavorables, parece estar debilitado y en parte oscurecido en referencia al aspecto de la claridad y su carácter inequívoco” (Prólogo al libro de Ramiro Menéndez Piñar, “El obsequio religioso. El asentimiento al magisterio no definitivo”, Buenos Aires, 2021, p. 8).

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    1. Estimado Mario,
      me complace que en esta intervención haya querido dejar claro que reconoce y acata el Magisterio con religioso obsequio, y que no se sitúa fuera de la comunión eclesial. Procuremos entonces que tal intención de fondo se manifieste también en nuestras expresiones, sobre todo cuando, como en el caso suyo y el mío, somos publicistas que nos expresamos ante los demás y que corremos el riesgo de confundir a los demás, en lugar de iluminarlos (yo me examino de esto todos los días).
      Le respondo a esta cuarta intervención suya, con un puñado de precisiones y al final con una distinción terminológica.

      Primero: la alusión al episodio de 2017 con la estatua de Lutero, que usted trae a colación, no viene al caso. El discurso del Papa Francisco en esa oportunidad puede ser bien entendido, con buena voluntad y aclarando malentendidos. Por otra pare, como creo ya he dicho, los gestos prudenciales de un Papa pueden discutirse, pero no son criterio para medir el valor de verdad del Magisterio ni para relativizar su autoridad. Le repito: el Papa es indefectible como Maestro de la Fe (cae en material herejía quien afirma que el Papa es hereje). La comunión eclesial se sostiene en la adhesión al Magisterio del Papa en cuanto tal, no en la simpatía o antipatía hacia determinados gestos de su gobierno, de su pastoral, o de la disciplina que establece para la Iglesia.

      Segundo: cuando usted afirma que Libertatis nuntius, Redemptionis Sacramentum o Sacramentum caritatis son “letra muerta”, entiendo que lo que usted hace es lamentarse por lo que interpreta como su falta de recepción, no su vigencia. Coincidimos: la crisis se manifiesta en desobediencias prácticas. Conviene, sin embargo, evitar expresiones que sugieran que el Magisterio pierde fuerza normativa: su autoridad no depende de la acogida, sino de la fuente que lo respalda, es decir, la indefectibilidad del Papa. Por lo tanto, si los documentos pontificios expresan verdad, la verdad indefectible que en doctrina enseña el Papa, entonces, es responsabilidad nuestra -si somos publicistas- en remitirnos siempre a ellos y explicarnos, de un modo o de otro, para que se conozcan, se comprendan y se apliquen.

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    2. Tercero: respecto de la cita del obispo Schneider, no hace magisterio. Ciertamente, puede haber formulaciones menos claras en los documentos pontificios, pero eso no implica debilitamiento esencial del Magisterio. La asistencia del Espíritu Santo garantiza su carácter de norma segura de fe; menor claridad en algún pasaje no justifica una sospecha generalizada.

      Por último, como usted se refiere a los lefebvrianos, es necesario tener en cuenta una importante distinción sobre ellos: nadie sostiene que usted pertenezca formalmente a la FSSPX (al menos yo desconozco su afiliación parroquial o dónde usted asiste a Misa los domingos). Sin embargo, usted no puede desconocer que existe el fenómeno filolefebvriano. Vale decir, están los lefebvrianos (los que formalmente pertenecen a la FSSPX y sectas en que se ha dividido) y los filolefebvrianos: autores y ambientes que, en diverso grado, asumen criterios, diagnósticos y tácticas heredadas de los seguidores de Lefebvre (por ejemplo, sospecha sistemática sobre el Vaticano II, selección subjetiva de magisterio “aceptable”, y tensión práctica con la recepción litúrgica postconciliar). Señalar esta deriva no es una descalificación personal, sino una advertencia de fondo: esas pautas terminan erosionando la comunión y la adhesión efectiva al Magisterio vivo.

      En definitiva, la crisis no consiste en que el Magisterio haya dejado de ser lo que es, sino en que con frecuencia no se lo obedece o se lo interpreta con criterios ajenos. La tarea es doble: reafirmar su autoridad con claridad y denunciar las desobediencias y deformaciones que lo oscurecen en la práctica, evitando tanto el anti-magisterialismo modernista como las derivas filolefebvrianas, para permanecer en la comunión viva de la Iglesia que el Espíritu Santo nunca deja de asistir.

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    3. Por último quisiera señalarle aunque sea brevemente, un error muy grave de su parte: cuando dice que el Magisterio ordinario no es infalible. De hecho éste es un recurso de los lefebvrianos para deslegitimizar el magisterio, incluso manifestando Lefebvre y sus seguidores crasa ignorancia al respecto, porque el propio Vaticano I habla de ello. Por supuesto este error ha sido claramente condenado por el Magisterio posterior al Vaticano I, pues contradice enseñanzas del propio Vaticano I. Léase Vaticano II y la Carta Ad tuendam fidem y la Instrucción adjunta. De esto he hablado repetidamente en mi blog.

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  11. A mi juicio, y usted me dirá si acierto o no, estas palabras de Monseñor Schneider pueden interpretarse a la luz de la Instrucción “Donum veritatis” de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, del 24 de marzo de 1990, cuyo n. 24 trascribo: “[…] con el objeto de servir del mejor modo posible al pueblo de Dios, particularmente al prevenirlo en relación con opiniones peligrosas que pueden llevar al error, el Magisterio puede intervenir sobre asuntos discutibles en los que se encuentran implicados, junto con principios seguros, elementos conjeturales y contingentes. A menudo sólo después de un cierto tiempo es posible hacer una distinción entre lo necesario y lo contingente. La voluntad de asentimiento leal a esta enseñanza del Magisterio en materia de por si no irreformable debe constituir la norma. Sin embargo, puede suceder que el teólogo se haga preguntas referentes, según los casos, a la oportunidad, a la forma o incluso al contenido de una intervención. Esto lo impulsará sobre todo a verificar cuidadosamente cuál es la autoridad de estas intervenciones, tal como resulta de la naturaleza de los documentos, de la insistencia al proponer una doctrina y del modo mismo de expresarse. En este ámbito de las intervenciones de orden prudencial, ha podido suceder que algunos documentos magisteriales no estuvieran exentos de carencias. Los pastores no siempre han percibido de inmediato todos los aspectos o toda la complejidad de un problema. Pero sería algo contrario a la verdad si, a partir de algunos determinados casos, se concluyera que el Magisterio de la Iglesia se puede engañar habitualmente en sus juicios prudenciales, o no goza de la asistencia divina en el ejercicio integral de su misión”.
    Pues bien, creo que en este sentido van las observaciones e, incluso las críticas, que pueden hacerse a los documentos del magisterio ordinario (no hablamos del infalible, por supuesto). Insisto, esto no es negar ni relativizar el Magisterio sino asumirlo con un religioso obsequio; religioso obsequio que ha de ser acto elícito de una inteligencia que discierne y de una voluntad libre que asiente, no un acatamiento ciego.

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    1. Estimado Mario,
      me complace que en esta otra intervención usted haya querido situar la cuestión en el marco de la declaración Donum veritatis, pues es un documento de gran valor, que justamente ayuda a precisar cómo debe ejercerse el “religioso obsequio” al Magisterio.
      Ahora bien, conviene subrayar dos puntos.

      Primero: Donum veritatis reconoce que en el Magisterio ordinario, aunque infalible en todo lo que respecta a la enseñanza de la Fe y moral, pueden aparecer elementos prudenciales o contingentes, y que el asentimiento no es un acto ciego, sino un acto de inteligencia y voluntad. En eso coincidimos plenamente. En ese discernimiento de los documentos pontificios debemos aplicar la distinción que yo antes le he mencionado: distinguir lo doctrinal de lo pastoral-gubernativo-disciplinar. En lo doctrinal los documentos del Papa (y de los Concilios bajo el Papa) son indefectibles; mientras que en lo gubernativo-pastoral-disciplinar no nos está prohibido manifestar un respetuoso disenso (aunque siempre en la obediencia a lo dispuesto por el Papa). Esta distinción fundamental no siempre es seguida por todos los Pastores (como es el caso del Obispo mencionado por usted).

      Segundo: el mismo documento Donum veritatis advierte expresamente que sería contrario a la verdad concluir, a partir de algunos casos, que el Magisterio se engaña habitualmente en sus juicios prudenciales o que carece de asistencia divina en el ejercicio integral de su misión (n. 24). Y aquí está el límite que no podemos traspasar: la legítima crítica a aspectos prudenciales no puede convertirse en una sospecha sistemática sobre el Magisterio ordinario, incluso en el ámbito de lo pastoral-gubernativo-disciplinar.
      Además, téngase presente que la declaración Donum veritatis se dirige ante todo a los teólogos en su tarea de investigación, que deben plantear sus dificultades en diálogo respetuoso con la autoridad eclesial. Este valioso documento o está pensado como aval para la polémica pública que, sin el mismo rigor teológico y filosófico, puede sembrar dudas en los fieles.
      En definitiva, el religioso obsequio no es un acatamiento ciego, pero tampoco una licencia para relativizar. Es un acto de fe eclesial: adhesión confiada al Magisterio, siempre en espíritu de comunión.

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    2. Fe de errata: cuando dije "Este valioso documento o está pensado..." quise decir: "Este valioso documento no está pensado..."

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  12. 4. En esta misma línea argumentativa, paso a responder su aseveración (número 4) de que, aun reconociendo que, en el actual contexto eclesial, el asentimiento al Magisterio se vuelve difícil “la dificultad no anula la obligación. La fe no se mide por la facilidad de la adhesión, sino por la confianza en la asistencia divina que sostiene a la Iglesia incluso en la oscuridad”. Coincido plenamente. Y es lo que trato de hacer desde un lugar muy modesto, por cierto. Más que nunca me aferro a la Fe, a la Tradición (no soy “tradicionalista”; soy católico y, por ende, afirmo la Tradición) y al Magisterio que, por cierto, no empieza con el Vaticano II. También es Magisterio lo que le precedió.
    En cuanto a los dos ejemplos que aduje: un discurso del Papa Francisco sobre que todas las religiones son como caminos o idiomas distintos que llevan a Dios y “Amoris laetitia”, permítame recordarle dos cosas.
    Primero, que no se trató de “un discurso mediático atribuido al Papa”, sino de un discurso real; fueron palabras pronunciadas por el Papa Francisco en un encuentro interreligioso, en Singapur, en septiembre de 2024; palabras que, por otra parte, jamás fueron ni desmentidas ni aclaradas. Sé muy bien que esto no es magisterio. Pero confunde. Honestamente, Padre, ¿cuánta gente sencilla sabe discernir cuestiones como qué es o no es magisterio?
    Segundo, en lo que respecta a “Amoris laetitia” es por completo injusto que se nos acuse de una “lectura sesgada” a quienes, en su momento, planteamos dificultades, y no menores, que surgían de la lectura directa del documento, específicamente, del capítulo octavo.
    En el año 2017 firmé, junto con más de sesenta intelectuales católicos, la “Correctio filialis” dirigida al Papa Francisco, en la que se pedían aclaraciones habida cuenta de que a partir de algunas expresiones poco claras de aquel documento se estaban propagando herejías respecto de la moral católica. Se nos acusó de todo: “lefebvristas” (salvo uno, ninguno éramos lefebvristas), “conservadores”, “retrógrados”, “indietristas”, “negadores del magisterio del Papa”, y demás adjetivaciones extraídas del singular léxico de ciertos círculos eclesiales.
    Pero no había nada de eso. Jamás sostuvimos que el Papa era hereje (como maliciosamente interpretaron algunos); solo pedíamos claridad allí donde la oscuridad del documento daba pie a herejías. Jamás obtuvimos ninguna respuesta. Solo descalificaciones e injurias.
    Así están las cosas, estimado Padre, en nuestra Santa Madre Iglesia. Esta es la realidad. Hay muchos lobos con piel de cordero que diezman el rebaño del Señor. Y, a veces, Roma parece enmudecer o no ser del todo clara. Pero amamos a Roma. Amamos al Papado. No nos iremos jamás de la Iglesia. En lo que a mí respecta, en Ella nací, en Ella vivo y en Ella quiero morir.
    Un fraterno saludo en Jesús y María.

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    1. Estimado Mario,
      valoro y me llena de alegría que en esta intervención haya querido usted reafirmar su amor a la Iglesia y al Papado, y su decisión de permanecer siempre en comunión. Eso es lo esencial y conviene destacarlo. Usted dice que no se considera "tradicionalista", sino católico y, por ende, que afirma la Tradición. Valoro positivamente su apreciación y la comparto plenamente. Aunque me parece que conviene señalar que hay que distinguir entre tradicionalismo y pasadismo, así como hay que distinguir entre progresismo y modernismo. Existen en la Iglesia, deben existir y además es necesario que existan, fieles con un sano tradicionalismo y fieles con un sano progresismo, porque eso corresponde a la vida, a la estructura, a la legítima misión de la Iglesia. El propio Papa tiene por misión ambas cosas (relea la primera homilía del Santo Padre al Colegio cardenalicio, en su primera misa, tras su elección). El Papa es el custodio del depósito de la fe, conservando lo recibido y transmitiéndolo fielmente de acuerdo a las necesidades de cada tiempo. Pues bien, los fieles, al menos los fieles cultos y más preocupados por colaborar en esta misión de la Iglesia y de su Cabeza visible, pueden sentir una sensibilidad o inclinación a una u otra misión: conservar y progresar, misiones ambas correlativas, porque no se puede hacer progresar sino lo que se conserva, y no se puede conservar sin hacerlo progresar. Pero la corrupción del sano tradicionalismo es el pasadismo, y la corrupción del sano progresismo es el modernismo.

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    2. Respecto del discurso del papa Francisco en Singapur, usted mismo reconoce que no es, en su núcleo fundamental, magisterio. Así surge evidente sobre todo a partir de la audiencia a la que fue dirigida. Precisamente por eso, nuestra tarea como publicistas católicos no es amplificar la confusión, sino ayudar a los fieles a discernir qué pertenece al Magisterio y qué no. La fidelidad al Papa no se mide por la aprobación de todos sus gestos (papolatría), sino por la adhesión a su enseñanza magisterial. Es cierto que no todo lo que dice un Papa es magisterio, pero también es cierto que todo el magisterio del Papa merece religioso obsequio, no rechazo.

      Mire, en varias ocasiones en este blog he señalado cuál debe ser la actitud de un publicista católica (sobre todo como en mi caso, al ser teólogo) frente a las enseñanzas del Papa. El teólogo (o el publicista en general), debe hacer dos cosas: 1. secundar al Papa haciendo resonar sus enseñanzas, a modo de cajas de resonancia, explicándo sus enseñanzas, aclarándolas si necesitan ser aclaradas, explicitándolas de todos los modos posibles y para todos los eventuales públicos; y 2. enseñando aquello que el Papa olvida, o deja de lado, o prefiere no decir, por razones que a él le parecen prudenciales.
      Como usted sabe, las verdades católicas siempre son de a pares. Y es frecuente que los Pastores, a nivel de enseñanza o de decisiones pastorales (incluido el Papa) subrayen una verdad, pero dejen prudencialmente en la sombra otra verdad. Por ejemplo, si un Papa enseña abundantemente sobre la misericordia divina, pero no está tan preocupado por señalar la justicia como compalera de la misericordia, el teólogo o el publicista católico debe llenar la laguna dejada por el Papa. Si el Papa habla mucho de la gratuidad de la gracia, el teólogo debe hacerle de caja de resonancia, pero también llenar la laguna si el Papa no habla suficientemente de la necesidad de las obras y del mérito. Y así sucesivamente.
      Esto es lo que yo procuro hacer y he procurado hacer durante el pontificado del papa Francisco. Con respecto al famoso discurso en Singapur a los jóvenes, le indico dos artículos míos en este blog donde hablé de ello, por si le interesa este tema:
      https://linumfumigans.blogspot.com/2024/09/el-ultimo-proposito-del-ecumenismo-y.html y
      https://linumfumigans.blogspot.com/2024/10/ya-no-hablamos-de-religion-verdadera-o.html

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    3. Por cuanto respecta a la exhortación apostólica Amoris laetitia, es verdad que su capítulo octavo planteó, hace una década atrás, dificultades de interpretación. Pero la Santa Sede y la gran mayoría de los teólogos han clarificado suficientemente las dificultades. Por lo tanto, queda claro que el camino correcto no es la confrontación pública, sino la hermenéutica de la continuidad: leerlo a la luz del Magisterio previo y de la tradición viva de la Iglesia.
      Por otro lado, usted menciona la llamada "Correctio filialis": francamente hablando, fue un acto imprudente por parte de sus firmantes. Incluso los Dubia de los cuatro (luego cinco) Cardenales no fue un acto planteado del modo correcto (ni siquiera canónicamente correcto), como fue explicado por muchos y también por mí. El sólo hecho de sugerir que el Papa hubiera caído en error contra la fe, no corresponde a ningún fiel católico. No hace falta llegar a declarar explicitamente que el Papa es hereje (algo imposible si no queremos afirmar que Cristo Nuestro Señor falta a sus promesas). Ambos actos, fueron objetivamente equívocos, también porque dieron pie a que muchos los interpretaran en ese sentido y terminó debilitando la comunión.
      Por último, expresiones como “lobos con piel de cordero” o “Roma parece enmudecer” pueden transmitir al lector una sospecha generalizada sobre la autoridad eclesial. Y ese es el riesgo que señalé desde el inicio: que la crisis se convierta en justificación para relativizar la voz a la cual el Espíritu Santo asiste.
      En definitiva, la fidelidad al Magisterio implica aceptar incluso los textos difíciles con confianza en la asistencia divina, y ejercer la crítica legítima siempre en clave de comunión, no de sospecha. Solo así se evita que la confusión se multiplique y se salvaguarda la unidad de la Iglesia en la verdad de la fe.

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  13. Estimado Fray Filemón:

    1. He leído con la mayor atención posible y con la mejor buena voluntad sus últimos mensajes. Me complace advertir que nuestras discrepancias no son de orden doctrinal. Por supuesto que coincido con usted cuando alude a consideraciones doctrínales (la autoridad de un documento corresponde al Papa que lo firma, el sentido y el valor del magisterio, el obsequio que se le debe, etc.) Las discrepancias residen en el plano prudencial frente a la situación actual de la Iglesia y el modo de actuar en esta dolorosa situación.
    Me complace saber que usted reconoce las divisiones y las tensiones que hoy desgarran el Cuerpo eclesial, aunque entiendo que tales tensiones no se reducen solo a modernismo y “pasadismo”. La situación, a mi juicio, es bastante más compleja. No me gustan los tremendismos apocalípticos; pero, le confieso que a veces me pregunto si no estamos ya en la apostasía general prevista en el fin de los tiempos. Es solo una pregunta; no una afirmación que sería más que temeraria ya que ni los ángeles del cielo conocen el día y la hora.

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    1. Estimado Mario,
      tal vez yo no he sido suficientemente claro, pero le sugiero releer mis respuestas para que pueda entenderme mejor. Usted no tiene razón cuando afirma que “nuestras discrepancias no son de orden doctrinal”. Por el contrario, lo son, y graves. Sus errores también son doctrinales, y conviene explicitarlos para que no quede usted con una impresión errónea de lo que le he respondido y, sobre todo, para no confundir a quienes nos leen.
      Le he señalado al menos tres serios errores doctrinales de su parte. El tercero es el más grave, porque toca el núcleo mismo de nuestra fe.

      Primer error doctrinal: usted desvaloriza la opción preferencial por los pobres, negándole rango doctrinal. Sin embargo, el papa León en Dilexi te, en continuidad con el Magisterio anterior, ha dejado en claro que no se trata de una simple opción pastoral ni de una táctica sociológica, sino de una exigencia teológica arraigada en la Revelación y asumida por el Magisterio como dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia. Repase, por favor, lo que el papa León y sus predecesores enseñan acerca de la dimensión cristológica y eclesiológica de esta opción. Yo solo le indiqué un texto: Lumen gentium 8, pero hay mucho más Magisterio sobre este punto.

      Segundo error doctrinal: usted niega la enseñanza doctrinal acerca de la teología de la liberación, reduciéndola a su vertiente marxista. Ya le he indicado que es un error doctrinal rechazar en bloque la teología de la liberación, cuando el Magisterio ha distinguido y purificado: condena las derivas marxistas, pero asume elementos válidos, como por ejemplo, la liberación integral, la opción por los pobres en clave teologal, la denuncia del pecado estructural entendida correctamente. La recepción fiel requiere aceptar esa distinción, no un rechazo global.

      Tercer error doctrinal (el más grave): usted niega que el carisma de la infalibilidad pontificia se extienda al Magisterio ordinario. Este error lo lleva a hablar de los documentos pontificios como de una “mezcla de error y verdad” (como ha dicho de Dilexi te). Pero esto es inadmisible: el Papa es indefectible en su fe cuando enseña a la Iglesia entera sobre cuestiones de fe y de moral. En esta enseñanza, Vaticano I, Vaticano II, y Carta apostólica Ad tuendam fidem de san Juan Pablo II están en línea de continuidad y progresivo esclarecimiento.

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  14. 2. Ahora bien, ¿qué hacer, cómo actuar frente a esta realidad que nos toca vivir? Usted resume su actitud en dos puntos cuando afirma: “1. secundar al Papa haciendo resonar sus enseñanzas, a modo de cajas de resonancia, explicando sus enseñanzas, aclarándolas si necesitan ser aclaradas, explicitándolas de todos los modos posibles y para todos los eventuales públicos; y 2. enseñando aquello que el Papa olvida, o deja de lado, o prefiere no decir, por razones que a él le parecen prudenciales”.
    En un estilo muy distinto del suyo, es lo que modestamente trato de hacer. Pero hay algo más, Padre. Cuando yo afirmo que no desconfío de la voz del Espíritu Santo sino de la docilidad que muchos pastores presten a esa voz, usted responde: “Entiendo la distinción, pero me parece insuficiente y riesgoso hablar de modo tan genérico. El Magisterio no es una voz paralela al Espíritu, sino precisamente el lugar donde el Espíritu asiste a los pastores en cuanto enseñan en comunión con el Papa. Pero es claro que la asistencia del Espíritu Santo no garantiza la santidad personal de cada pastor, aunque sí asegura la indefectibilidad de la Iglesia en su enseñanza auténtica es claro que la asistencia del Espíritu Santo no garantiza la santidad personal de cada pastor, aunque sí asegura la indefectibilidad de la Iglesia en su enseñanza auténtica”.

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    1. Estimado Mario,
      si usted ya cumple con las dos actitudes que le he indicado, hace más de lo que puede hacer cualquier simple católico. Es más que suficiente, y me complace escucharle decir eso.
      Sin embargo, francamente hablando, y presupuestos los errores doctrinales en los que usted cae, y que anteriormente le he señalado, permítame sospechar que no sea del todo cierto que usted esté dispuesto, como dice, a secundar las enseñanzas del Papa. Porque secundar al Papa no es solo un propósito declarado, sino la coherencia efectiva con la doctrina que él enseña, en nombre de Cristo, a toda la Iglesia.

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  15. 3. Pero, en primer lugar, si digo “muchos pastores” no estoy generalizando sino señalando la preocupante extensión del mal. Por otra parte, es cierto que “la asistencia del Espíritu Santo no garantiza la santidad personal de cada pastor”; pero este no es el problema. El problema es que esos pastores hablan, enseñan, gobiernan y al hacerlo incurren en error, ambigüedades e, incluso, auténticos escándalos. Conviene aquí recordar lo que enseña el Aquinate: “Se ha de decir que, así como el hombre debe obedecer una potestad inferior en aquellas cosas en las que no repugne la potestad superior, así también el hombre debe regularse según la regla primera en todo según su modo, y regularse conforme con la regla segunda en aquello que no contradiga a la regla primera porque en lo que la contradice ya deja de ser regla. Por esta razón no se ha de asentir al prelado que predica contra la fe porque en esto contradice la regla primera. Y el súbdito ni por ignorancia se excusa del todo, porque el hábito de la fe inclina a lo contrario ya que en lo necesario enseña todo lo que concierne a la salvación, de acuerdo a lo que se lee en I Juan, 2, 2” (In III Sententiarum, d. 25, q 2, a 1, qc 4, ad 3).

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    1. Estimado Mario,
      conviene precisar el alcance de la cita que usted me refiere. Santo Tomás distingue entre la regula prima (la fe divina) y las regulae secundae (las autoridades humanas). Por eso enseña que, si un prelado predica contra la fe, no debe ser obedecido. Pero note bien: el Aquinate se refiere a un prelado en cuanto persona singular, no al Magisterio de la Iglesia en cuanto tal.
      El Magisterio auténtico —tanto el ordinario como el solemne— no es una voz paralela a la fe, sino precisamente el órgano asistido por el Espíritu Santo para custodiarla y transmitirla. Por tanto, no cabe aplicar la advertencia de Tomás al Magisterio mismo, como si pudiera “predicar contra la fe”. Eso sería desconocer la indefectibilidad de la Iglesia y la promesa de Cristo: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca” (Lc 22,32).
      Otra cosa es reconocer que un pastor, en su vida personal o incluso en intervenciones no magisteriales, es decir, como doctor privado, pueda incurrir en ambigüedad o escándalo. Eso es posible y doloroso, y Santo Tomás lo prevé. Pero de ahí no se sigue que el Magisterio ordinario pueda ser una “mezcla de error y verdad”. La asistencia del Espíritu Santo garantiza que, cuando enseña a la Iglesia entera en materia de fe y de moral, el Papa y los obispos en comunión con él son regla segura de la fe.
      En definitiva, la doctrina tomista que usted cita no autoriza a relativizar el Magisterio, sino a recordar que la obediencia a los pastores se ordena siempre a la obediencia a Dios. Y como el Magisterio es precisamente el lugar donde Dios asiste indefectiblemente a su Iglesia, secundarlo no es un riesgo, sino la garantía de permanecer en la verdad.

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  16. 4. Hay otro punto que me parece importante dejar en claro. Se debe no asentir al prelado si enseña el error; pero, además, llegado el caso, se lo debe corregir; primero en privado, pero también en público si está en riesgo la fe, aunque siempre con mansedumbre y reverencia. Esta es otra clara enseñanza del Angélico (cf. Summa Theologiae, II-IIae, q 33, a 4).
    Son estas enseñanzas del Angélico las que me han guiado y guían en este momento tan particular de la Iglesia sobre todo en lo que respecta al Pontificado del Papa Francisco. Nunca negué ni su legitimidad ni su autoridad. Siempre reconocí en él al Vicario de Cristo. Pero, dolorosamente, estoy convencido (y no soy el único) de que su Papado fue negativo y trajo muchos males a la Iglesia. Sé que este es un punto muy delicado y sujeto a discusión. Por eso firmé la “correctio filialis” de 2017 a la que usted califica como un error. Yo creo que fue un acto legítimo de amor a la Iglesia y al Papa.
    Dejo aquí, de momento, Padre, nuestro diálogo. Estoy siempre dispuesto a seguir cuando usted lo crea oportuno.
    Recemos para que, por la Intercesión de María Santísima, Mater Ecclesiae, se digne el Señor acortar esta tribulación.
    Me encomiendo a sus oraciones.
    Fraterno saludo en Xto y María.

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    Respuestas
    1. Estimado Mario,
      es cierto que santo Tomás de Aquino enseña la corrección fraterna, incluso hacia los prelados, cuando se trata de un error manifiesto contra la fe. Pero conviene precisar: como ya le he dicho, el Aquinate habla de un prelado en cuanto persona singular que, en su predicación personal, se aparta de la verdad revelada. No se refiere al Magisterio de la Iglesia en cuanto tal, que es asistido indefectiblemente por el Espíritu Santo. Aplicar ese principio al Papa en su enseñanza magisterial es un error doctrinal, porque equivale a negar la asistencia prometida por Cristo a Pedro y a sus sucesores.
      Usted afirma reconocer al Papa como Vicario de Cristo, pero al mismo tiempo sostiene que su pontificado “fue negativo y trajo muchos males a la Iglesia”. Esa afirmación, aunque matizada con expresiones de respeto, transmite al lector una sospecha generalizada sobre el Magisterio, incluso sobre la docencia doctrinal del Papa, crítica que, como le he indicado, implica en quien la sostuviera a plena conciencia de lo que dice, herejía material.
      Ya le he dicho que no nos está prohibido tener un juicio personal acerca de las decisiones del Papa en el orden gubernativo-pastoral-disciplinario. Pero no cabe ninguna corrección al Papa en el orden doctrinal.
      De ahí la crítica que ya le señalé referida a la Correctio filialis del año 2017. El hecho constituyó un acto ilícito de suma gravedad, pues no le está permitido a ningún fiel católico poner en duda la autoridad magisterial dada por Nuestro Señor Jesucristo a Pedro y sus sucesores. Para comprender esto que afirmo es necesario, antes que nada, tener muy en cuenta la esencia del dogma y la relación del Sumo Pontífice con el dogma católico, algo explicado repetidamente en este blog (y que no puedo aquí repetir).
      Coincido con usted en que debemos rezar, y mucho, por la Iglesia y por el Papa. Pero la oración auténtica debe ir acompañada de una actitud de confianza en las promesas de Cristo y de obediencia filial al Magisterio, incluso cuando nos resulta arduo. Solo así se evita que la legítima preocupación se convierta en desconfianza sistemática, y que la corrección fraterna se transforme en ruptura de comunión.

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